"allí estás tú
arquitectura
arte de la fantasía y de la piedra
allí estás belleza instalada
sobre el arco ligero
como un suspiro".
Zbigniew Herbert, de Arquitectura, en Cuerda de luz.
Este joven que me acompaña procede de regiones interiores de más allá de nuestro océano. Así presenta el comerciante Ténedos en el alfar de Lemnos a un joven apocado, de piel atezada. Se llama Bahram. Apenas conoce nuestro idioma. Habla en una lengua bárbara pero piensa civilizadamente. Aunque le veáis de complexión asténica y bastante tímido es un dotado para los cálculos de los edificios. Será un gran arquitecto, sin duda, cuando adquiera más experiencia. Trae ideas, muchas de ellas ya experimentadas y sobre todo comprobadas, acerca de técnicas de alzado y descarga de fuerzas, sobre todo para los edificios más nobles. Conoce nuevos materiales que aquí jamás habrán llegado y cómo adecuarlos para ahorrar esfuerzo y garantizar duración a un edificio. Pero también sabe de ampliación ordenada de los barrios, aunque él sostiene que esto viene de sus propias reflexiones y de la observación de la vida de los habitantes de las ciudades. Y dice no restar importancia a los elementos decorativos, que nunca son secundarios sino que pueden articularse desde el principio con el sentido de un edificio. Después de dar varias vueltas por la ciudad en ruinas me ha comentado que ahora es la oportunidad de concebir el trazado y la perspectiva conveniente de calles y edificios, incluso los más humildes, de otra manera. Casas y calles no pueden andar a la greña, ni crecer a espaldas unos de otros, caóticamente.
Los obreros del taller han parado la tarea con expectación. Lemnos sonríe, no sin malicia. Hoy día llega cualquier joven extranjero creyendo que descubre un mundo, dice, y ya está dando recetas. Una urbe devastada no se levanta de nuevo así como así. Bastante tenemos con seguir subsistiendo. Arreglar lo recuperable, sostener lo que aún no ha caído del todo, asegurar basamentos que permitan en el futuro fortalecer la reconstrucción de un edificio. Además, después del saqueo no tenemos prácticamente recursos para pagar las obras. Tú lo has dicho, le interrumpe Ténedos. Una reconstrucción no es algo factible en poco tiempo, pero pensándola con organización y teniendo en consideración los avances técnicos puede realizarse en períodos más cortos e incluso con costes más ajustados. ¿Cuánto hace que no renováis vuestra arquitectura? ¿Os habéis parado a pensar que la que teníais apenas estaba dotada de originalidad? ¿No habíais reparado en la imagen de ciudad vieja que transmite y, por lo tanto, la poca atracción y competencia que suscita en otras ciudades? Si no fuera por el precio que habéis pagado en vidas y secuestros bien podría decirse que el desastre os proporciona una ocasión única. Pues bien, este joven, Bahram, sí lo ha advertido. Cree que no debéis dejaros llevar por la inercia, pues entonces no levantaréis cabeza jamás. Que el destino de los habitantes de la ciudad es indisoluble de hacerla renacer piedra a piedra, siendo arriesgados en los planteamientos constructivos que puedan venir desde lejanas tierras, estando abiertos a innovaciones esenciales y también de forma, aceptando, en fin, entender la ciudad no como hasta ahora, un espacio escindido entre dioses y hombres, sino como el reflejo de los quehaceres y el desarrollo de las capacidades de quienes la pueblan. Las ciudades no viven principalmente de los cultos y de las creencias, sino de las invenciones y de todo lo que se genera: industria y comercio, sí, pero también intercambios creativos y sobre todo conocimientos. Se ve que eres hombre sabio, Lemnos, aunque estés abatido y desconfíes. Pero no tenéis nada que perder dando una oportunidad a este hombre innovador. Con él se abre la puerta a amplios saberes que practican en otras tierras.
El anciano Lemnos y los demás se miran con asombro. Sus ojos se iluminan y en aquellos destellos parecen deslizarse los sueños de una ciudad que todos desean recuperar. Acaso tengas razón, comerciante amigo, rompe el silencio el alfarero. No hay mayor riesgo por dejar nuestro destino a un joven que llega para levantar, no para hundir. Que cree en las piedras viejas, pero que las transforma desde su imaginación. Que ya ve los planos de una ciudad nueva que nosotros no vemos y que, tal vez, haya que refundar.
(Fotografía de Ata Kandó)
Los obreros del taller han parado la tarea con expectación. Lemnos sonríe, no sin malicia. Hoy día llega cualquier joven extranjero creyendo que descubre un mundo, dice, y ya está dando recetas. Una urbe devastada no se levanta de nuevo así como así. Bastante tenemos con seguir subsistiendo. Arreglar lo recuperable, sostener lo que aún no ha caído del todo, asegurar basamentos que permitan en el futuro fortalecer la reconstrucción de un edificio. Además, después del saqueo no tenemos prácticamente recursos para pagar las obras. Tú lo has dicho, le interrumpe Ténedos. Una reconstrucción no es algo factible en poco tiempo, pero pensándola con organización y teniendo en consideración los avances técnicos puede realizarse en períodos más cortos e incluso con costes más ajustados. ¿Cuánto hace que no renováis vuestra arquitectura? ¿Os habéis parado a pensar que la que teníais apenas estaba dotada de originalidad? ¿No habíais reparado en la imagen de ciudad vieja que transmite y, por lo tanto, la poca atracción y competencia que suscita en otras ciudades? Si no fuera por el precio que habéis pagado en vidas y secuestros bien podría decirse que el desastre os proporciona una ocasión única. Pues bien, este joven, Bahram, sí lo ha advertido. Cree que no debéis dejaros llevar por la inercia, pues entonces no levantaréis cabeza jamás. Que el destino de los habitantes de la ciudad es indisoluble de hacerla renacer piedra a piedra, siendo arriesgados en los planteamientos constructivos que puedan venir desde lejanas tierras, estando abiertos a innovaciones esenciales y también de forma, aceptando, en fin, entender la ciudad no como hasta ahora, un espacio escindido entre dioses y hombres, sino como el reflejo de los quehaceres y el desarrollo de las capacidades de quienes la pueblan. Las ciudades no viven principalmente de los cultos y de las creencias, sino de las invenciones y de todo lo que se genera: industria y comercio, sí, pero también intercambios creativos y sobre todo conocimientos. Se ve que eres hombre sabio, Lemnos, aunque estés abatido y desconfíes. Pero no tenéis nada que perder dando una oportunidad a este hombre innovador. Con él se abre la puerta a amplios saberes que practican en otras tierras.
El anciano Lemnos y los demás se miran con asombro. Sus ojos se iluminan y en aquellos destellos parecen deslizarse los sueños de una ciudad que todos desean recuperar. Acaso tengas razón, comerciante amigo, rompe el silencio el alfarero. No hay mayor riesgo por dejar nuestro destino a un joven que llega para levantar, no para hundir. Que cree en las piedras viejas, pero que las transforma desde su imaginación. Que ya ve los planos de una ciudad nueva que nosotros no vemos y que, tal vez, haya que refundar.
(Fotografía de Ata Kandó)
Crear, comerciar y que fluya el conocimiento y los bienes. Es el camino para que arraigue el deseo de vivir, que merezca la pena compartir goces y penas.La invención es nuestra seña de identidad humana, matarla es matarnos poco a poco.
ResponderEliminarSolo que la invención tiene dos rostros (o más) y por lo tanto usos también opuestos, depende el fin que se la conceda.
EliminarAmigo Fackel, ya en el primer párrafo has mencionado una serie de conceptos interesantísimos que todo estudiante de arquitectura debería conocer y luego aplicar en su práctica profesional, que mucho asténico endiosado hay en este gremio de amontonadores de piedras que proyectan bajo las luces halógenas y creen que su lápiz, su escuadra y cartabón están guiados por un "deimon" danzarín.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu escrito. Te felicito.
Abrazos
Francesc Cornadó
Sobran supuestos demiurgos y faltan hacedores sensatos y conocedores de las necesidades. Gracias, Francesc.
EliminarLevantar edificios sin considerar la ciudad o al menos el espacio más próximo en su conjunto sería un despropósito. Y ya ha habido muchos. ¿Respetaban en la Antigüedad ese criterio? Supongo que era otro concepto de ciudad, todavía más clasista, donde se atenderían sobre todo las zonas nobles y religiosas y se dejarían a su suerte los barrios de otras clases.
ResponderEliminarFermín.
Participio de tu pregunta, pero no sé responder, no conozco lo suficiente sobre el desarrollo de las ciudades en la Antigüedad. Supongo que estarían en función de los límites, de las necesidades, de los oficios y de las clases sociales. Gracias, Fermín.
EliminarLa fotografía me gusta.¡Ese abrigo!,tres tallas más grande xD...y esa maleta con sabor a vida, a supervivencia,a sueños, a mundo....Arquitectando destino.
ResponderEliminarAdriana
Y a mí también, Adriana. Lo del abrigo...yo he conocido en mi infancia mucha gente con los abrigos de talla grande. Entre los jóvenes, por aprovechamiento de la ropa heredada de hermanos mayores. Entre los adultos porque la recibirían también de otros. En fin, que Ata Kandó me perdone (y a ti también) por poner la foto para uso a mi modo.
EliminarConocí en México un arquitecto que solo diseñaba casas sostenibles. Viaja por todo el mundo pero tiene su estudio en un lugar en el que apenas llega la señal de internet. La suya se la hacía en plena sierra. Lo que más me llamó la atención es la serenidad de su cara.
ResponderEliminarPues ahora la pregunta es: ¿por qué te llamó tanto la atención de su cara?
EliminarCreo que Ata Kandó nos perdona, con lo refinado que es usted tanto en la selección y muestra de su fotografía como en su texto eligiendo adjetivos siempre tan correctos ( piel atezada). Sensibilidad máxima.
ResponderEliminarAdriana
Pero si lo de piel atezada es de lo más ordinario...Y reconozco que las fotografías de Kandó son sugerentes y en mi caso incentivadoras (o mero acompañamiento más o menos acertado)
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