Ha vuelto Esciros, ha regresado a nosotros, y el grito rasga el amanecer de la ciudad. La primera voz se convierte pronto en un clamor. La gente corre y se agolpa en la parte menos dañada del muelle. La nave extranjera en la que llega ha quedado fondeada donde no corre peligro de encallar. Varios hombres traen a Esciros a tierra. Cuando pisa el suelo de su patria todos callan. Me alegro y me entristezco de estar aquí, dice. Agradece a los dioses que te hayan devuelto a casa, grita un oscuro funcionario que no goza de buena reputación en la ciudad. Los dioses siempre juegan con nosotros, le corta rápido Esciros. Mi cautividad me ha enseñado a medir el mal hacer de los humanos, así como a estimar el bien. Conceder a los dioses el merecimiento de nuestra propia salvación es tan injusto como culparlos de nuestras desgracias. Otro conciudadano, que había formado parte del gobierno de la ciudad en el que también participaba él, se atreve a contradecirle. No hables mal de los dioses, pues bien saben ellos que protegen a quienes desean ser protegidos. Esciros no se lo piensa: primero dame la bienvenida si te alegra verme salvo, después podemos hablar de lo que quieren los dioses y lo que no parece que queramos los mortales. ¿Acaso nunca has oído aquello que dijo en cierta ocasión un poeta trágico de que los dioses ciegan a quienes quiere perder? Yo añadiría: nos perdemos nosotros al rendirnos a las más seductoras ambiciones. Háblanos de tu cautiverio, Esciros, le reclaman varios jóvenes. Tendréis oportunidad de escuchar de mis padeceres pero también de mis aprendizajes, les responde. Estar privado de la patria nunca es grato y servir obligadamente a otros, sin obtener como mucho otro beneficio que el de preservar la vida, y a cualquier precio, no se lo deseo a nadie. Pero algo he asimilado. Observando a otros pueblos, aunque sean esclavos de sus mandatarios, también instruye. Al fin y al cabo todos los pueblos se parecen y sufren los mismos perjuicios que nosotros. ¿Qué has aprendido que tanto te entusiasma, Esciros?, le inquieren. Esciros se queda pensativo. Luego habla con comedimiento. Ver que todos acaban aceptando antes o después un sometimiento voluntario me ha hecho meditar mucho. Esa entrega a los gobernantes es como cederles con inocencia nuestras vidas, pues al final ellos acaban decidiendo por nosotros. Yo mismo, como sabéis, formé parte de la corte que gobernaba la ciudad. Conocéis cómo me opuse a la mala gestión, así como a aceptar llevar a cabo aventuras de alto riesgo que nos conducirían bien a una guerra abierta, bien a ser invadidos por otros en connivencia con ciertos dirigentes de nuestras instituciones. Algo que ha sucedido. Por cierto, ¿creéis que fue una casualidad que me hicieran prisionero? No, bien sabía ese enemigo contra el que se predispone al pueblo a quién iban a buscar. Tiempo habrá de sacar conclusiones. Ya os expondré las mías. Ahora permitid que me acostumbre a la idea de que he retornado. Antes he dicho que me alegro de volver principalmente porque recupero mi pasado. Pero me entristezco tanto al ver que aquí faltan familiares, amigos o sencillos vecinos. Pero también he comprendido tras todo este tiempo de ausencia que lamentar no sirve de nada. Lo útil es participar en el esfuerzo de la reconstrucción. Esa es la verdadera alegría que debemos todos compartir. Un anciano pescador le sugiere: Esciros, no debimos dejar que desde el gobierno nos azuzaran para enfrentarnos unos contra otros, pues esta ciudad fue siempre pacífica y habíamos vivido con honestidad. Los malos gestores, que incluso pudieron contigo y te traicionaron, pervirtieron la convivencia y nos vendieron a todos, y en esta historia los dioses no cuentan nada.
Esciros se emociona al ver cómo el recibimiento se ha ido convirtiendo en un ágora improvisado. Cansado estoy de lamentaciones, insiste. Mi retorno no es el de un hombre agotado y desesperanzado. Dejad que me reponga de las inclemencias del viaje. Luego, podéis ponerme al tanto de vuestros esfuerzos y decidid qué lugar debo ocupar en la nueva ciudad que hay que consolidar.
(Fotografía de Ata Kandó)
Esciros se emociona al ver cómo el recibimiento se ha ido convirtiendo en un ágora improvisado. Cansado estoy de lamentaciones, insiste. Mi retorno no es el de un hombre agotado y desesperanzado. Dejad que me reponga de las inclemencias del viaje. Luego, podéis ponerme al tanto de vuestros esfuerzos y decidid qué lugar debo ocupar en la nueva ciudad que hay que consolidar.
(Fotografía de Ata Kandó)
Reconstruir es una aventura que nos reconcilia con la vida, sacar fuerzas para olvidar la destrucción y enlazar la vida con la esperanza.
ResponderEliminarA veces parece que las fuerzas del mal son superiores. En nosotros está desproveerlas de justificación moral antes de que conduzcan al abismo. ¿No lo estamos viendo últimamente?
EliminarCierto, para sacar conclusiones siempre hay tiempo. No seamos prejuiciosos.
ResponderEliminarSalut
Pues como se nos pase el arroz de las conclusiones acaso descubrimos que ya es demasiado tarde. Pero, en efecto, no seamos prejuiciosos, ya tenemos muchos elementos de juicio. Salutem.
EliminarTerrible ser cautivo de otros para acabar siéndolo de uno mismo si ese uno se percata. Terrible la naturaleza humana tan esquizoide.
ResponderEliminarAsí es. Aunque he conocido cautivos cuerdos y libres atontados. ¿Qué es peor, el cautiverio obligado o el aceptado por uno mismo?
EliminarHombre! puesto así, lo lógico sería decir que el cautiverio obligado, pero todos nacemos obligados por las más diversas circunstancias. Seguramente todo dependa de la interpretación de cada cual.
ResponderEliminarMira llevo un par de meses esclavizada y no me ha quedado mas remedio que pasar por el aro de las circunstancias con el fin de mejorar en salud y en comodidad futuras, entre otros, puesto que por ley natural me tocarán tiempos de mayores limitaciones. Ahora que aún puedo me dije: esta será la última y me lo repito cada vez que echo el bofe.
En resumidas cuentas feliz como una perdiz porque en el transcurso llevo perdidos esos 5 kg. que nos sobran a todas las mujeres a cuenta del esfuerzo, esperemos que la salud no me pase factura! Pura contradicción en activo, pero no me queda más remedio que aguantarme, una mismidad que me tiene hasta las narices!
Pero no se te ocurra perder peso específico de tu cerebro, que lo tienes en alta estima y eso nos llega a todos.
EliminarGracias por la buena voluntad pero nunca lo sabré, el paso del tiempo nos obliga ir reformando antiguos valores. Por qué crees que a veces he escrito sobre sentir cierto “miedito” de seguir viviendo?
EliminarPor supuesto, por supuesto. La historia de nuestra vida es la evolución de la comprensión de las cosas. Incluidos los llamados antiguos valores, los cuales hay que desnudarlos para vestir nuestra mentalidad lo que consideremos debe valer.
EliminarSiempre he tenido entendido que las pasiones y los prejuicios son los que gobiernan el mundo: en nombre de la razón, claro.
ResponderEliminarPero mira. tengo la sensación de que se trata de las pasiones menos creativas y purificadoras, no hay más que ver a los dominantes del planeta -y los que tenemos cerca en el ruedo ibérico- cómo son pasiones también de servidumbre: gentes con títulos que se han acercado al meollo de las empresas o de los gobiernos y medran y escalan para su interés personal, aunque lo adornen con aquello tan manido de "servicio público" o "sacrificio" o "entrega". Y acaban preparándolas dramáticas.La razón no siempre es algo objetivo, también se manipula.
EliminarCotejando el relato con el tiempo presente que nos toca vivir, da mucho juego para pensar en asuntos relacionados con la naturaleza humana, el poder, las ambiciones, la justicia (la que lleva minúscula). No siempre el regreso a Ítaca es un camino de aprendizaje ni todos los regresos son bienvenidos.
ResponderEliminarSaludos, Fackel y gracias por tu comentario en mi blog.
Tal vez la edad nos trae ese juego de relaciones y asociaciones de comportamientos e ideas, tal vez. Y seguramente en generaciones anteriores a la nuestra ocurría otro tanto. Solo que esta vez nos toca a nosotros ser receptivos a este mundo cruel al que no vemos cura. Nadie como Machado entendió la Odisea. El caminante no hay camino traía a nuestro román paladino con una certeza inmensa la hazaña literaturizada por Homero. Habría mucho que hablar de ello. Gracias a ti por acompañar en el periplo.
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