La aurora se mostraba fría. La nieve de los tejados se deshacía sordamente. La voz del muecín iba quedando atrás. La hojarasca crujía. La helada había quemado la vegetación. El lago amanecía más verde. No soplaba viento. Música de los pequeños ruidos del bosque. Ella estaba sola. Me senté a su lado. La miré con cautela. La hablé con dulzura. Ella hizo oscilar sus pétalos. Me sobrecogí. La luz, más consistente, logró prender su pequeña llama. Luego permaneció quieta. Me miró con sorpresa. ¿O fue con desdén? Se abrió lentamente. Quién eres tú, dijo de pronto. Por qué has venido desde tan lejos, preguntó con curiosidad. No sé, respondí. Tal vez ya he estado antes aquí. Y tú no lo has sabido. ¿Vas a quedarte esta vez?, dijo con voz apocada. Yo estoy siempre pero nunca me quedo. Si me quedara dejaría de estar y entonces me odiarías. Se hizo silencio entre nosotros mientras los hierbajos chasqueaban bajo mis pies. No odio al que viene a buscarme desde lejos, dijo al fin. No odio al que me espera. No puedo querer mal a quien me observa con placer y goza de mi compañía, aunque sea efímera. El tiempo de la contemplación nunca es fugaz si no queremos que lo sea, le corrijo. Si el mirar es intenso se queda dentro de nosotros. Si no me muevo de aquí dejaré de ver. Necesito ir para volver. Necesito atravesar la cordillera para urgir mi retorno. Sé que no seré el mismo después de marcharme, digo. Por eso vengo a verte, para ser siempre otro. Entonces la pequeña llama irradió sobre mis pupilas, como si tuviera delante un desierto rojo. Si quisiera, dijo, ahora mismo dejarías de ver. Pero tú morirías al instante, le repliqué. Y tú vagarías sin encontrarme. Es que no habría nada que encontrar, le respondí nervioso. No habría nada que mereciera tu búsqueda, arguyó iracunda. Cuando la visión del desierto desapareció y mi retina quedó limpia sentí congoja. La seca vegetación crepitaba. A ella no la vi más.
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Bendita fábula del desencuentro.
ResponderEliminarGracias. ¿Será que para encontrarse hay primero que desencontrarse?
EliminarSalud.
La belleza de la flor viva entre la muerta y seca madera, abre el camino de la comprensión de este Universo. Una comprensión intuitiva, alejada del lenguaje, epidérmica y sensual.
ResponderEliminar¿Tal vez la dinámica de los contrarios, vida-muerte? Algo nace y muere y renace cada día en nuestros sentimientos y emociones.
EliminarNo te lo creerás pero tengo imagen de flor semejante....solo que el sustrato es una boñiga de vaca!!! ...y me parece recordar que la planté sobre semejante sustrato hace unos años. Ya ve vd. impenitentemente y simbólicamente irónica.
ResponderEliminarYa lo verás, como la de la sombra, cuando pueda, y van tres con la del pajarito muerto.
Esos sustratos son los mejores. El ciclo de la reproducción vegetal implica en muchos casos fiemos, boñigas y excrementos diversos, sobre todo si son de cultivo. La belleza, o la fealdad, son conceptos humanos. La naturaleza se ve que se basa en lo posible y pertinente. Hágase (y no precisamente por mandato divino)
Eliminarllegue por casualidad y me gusto, tu hacer de un objeto una poesía, rondare por aqui si me lo permites
ResponderEliminarPermiso concedido, por supuesto, agradezco que pases y leas. Y emitas opinión al respecto si te place. Saludo cordial.
EliminarCada uno de textos, edemas de simbólica poesía, nós regala más de un profundo pensamiento. Gracias!
ResponderEliminarSi sirve me deja contento. Y el pensamiento, solo quiero ser consecuente con mi condición Sapiens, porque ya no conoceré la próxima revolución cognitiva donde probablemente el pensamiento sea sobrepasado por...¿la máquina? ¿el hombre máquina? Yo te agradezco a ti que pases, leas y opines...y sientas, ¿por qué no?
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