En mi oficio de farero no me he aburrido nunca. La gente común tiene una idea falseada del oficio. Esto que escribo ahora es un pensamiento fugaz y no viene a cuento que explique en qué consistía mi actividad, que no era sino reflejo de la que llevaban a cabo todos los fareros del mundo. No es que no tuviera tiempo de aburrirme solo por exceso de cuidados y movimientos que implicaban el mantenimiento del faro. Tampoco mi misión consistía en ser un vigilante del horizonte, aunque debía vigilar que no fallara nunca la luz y prever la disposición y abastecimiento de las lámparas y la fuente de energía necesaria en todo momento. En aquella costa oscura de por sí, incluso en las horas diurnas, la luz debía ser una referencia viva e inquebrantable. No podría decir que los accidentes que tuvieron lugar en los farallones próximos estuvieran causados por descuido o dejadez propios de mi trabajo. Las malas lecturas de las cartas de navegación y la equívoca interpretación de las corrientes, a lo que habría que sumar la borrachera pertinente del capitán de los barcos accidentados, fueron en todas las ocasiones el factor que produjo naufragios y perecimientos. Pero tampoco es mi intención abundar ahora en los sucesos producidos en el pasado. Sé que al comentar que no me aburrí nunca estoy abriendo al lector un campo de interés sobre qué me impedía aburrirme, más allá de los trabajos. Pero la explicación es sencilla. La mera contemplación siempre me entretuvo. De día era la mirada sobre los cambios del cielo, los movimientos de las galernas que azotaban las rocas o el avistamiento de navíos. Jugaba incluso a apostar si estos variaban el rumbo por error o por interés que yo nunca podía determinar. De noche se trataba de la escucha de aquel lenguaje que en el mejor de los casos era compasivo, pero con frecuencia se mostraba feroz, tal el que hablaba atropelladamente la acometida de las olas procelosas. Al principio las circunstancias climatológicas adversas me amedrentaban un poco. Más tarde fui haciéndome aliado de ellas, por la simple razón de atender sus solicitudes. Sé que no se me va a comprender, pero todo fue para mí mucho más llevadero a medida que emprendía un diálogo con la naturaleza exterior. Puede parecer un absurdo, pero no lo era en absoluto. Porque además aquellas conversaciones con el constante fluir del océano, desgastando día y noche los acantilados, eran variadas. El rugido incesante traía en unas ocasiones voces coloquiales de marinos que me relataban historias inconcebibles. Cuando tenían lugar guerras, emergían de las profundidades órdenes, agitación, estruendos de buques que eliminaban a otros buques. Los días claros proporcionaban reposo a mis propias emociones e imaginaba la lejana costa, y en mi imaginación la dotaba de unas características geológicas y botánicas a capricho. Decían que al otro lado había un continente distinto y yo me empeñaba en diseñarlo a mi manera. A veces incluso preveía la existencia de otros seres humanos que, emulando a aquel demiurgo mítico, trataba de representar a mi imagen y semejanza. Nunca leí libros para combatir las horas muertas, primero porque no había horas muertas y además porque aquellas lecturas eran complemento de lo vivido, cuando no de lo soñado. Como esto que escribo no es sino un mero apunte, un pensamiento ligero y pasajero, algo que no me preocupa porque la vida está repleta de momentos fugaces que se montan y se desarman por su propia inercia,
(Aquí el farero interrumpe la redacción de su revoltijo de ideas, pues una alarma le fuerza a subir precipitadamente hasta el piso superior donde está instalada la linterna)
Siempre fabulé con ser farero. Yo sí me hubiera llevado libros y me hubiera dejado barba de ermitaño.
ResponderEliminarY pipa o acaso masticabas tabaco que los navegantes de ultramar te traían junto a su ron.
Eliminar¿Quedará algún farero en el mundo?, creo que en España ya no quedan, según un reportaje de TVE de hace algunos años, hoy gracias a los satelites los barcos ya no necesitan ver la luz del horizonte. Una profesión dura, aunque muy poética que desaparece.
ResponderEliminarSaludos
Fareros no creo, salvo alguno que haya alquilado el espacio. Pero deben permanecer aún sus fanales, ¿no?, aunque sean teledirigidos.
EliminarSeguro que se dirigen a distincia, incluso desde un lugar sin mar.
EliminarComo trabajador que fuí de una multinacional de telecomunicaciones , pensaba que la averias de los teléfonos siempre habia que comprobarlas in situ, hoy se comprueban e incluso se repara desde allende los mares, cosa de la modernidad tecnológica.
Y lo que veremos, vía satélite o acaso otro planeta.
EliminarNo nos ha contado si la contemplación repetitiva y sus charlas con los distintos elementos de la naturaleza, le permitía prever los naufragios,. Y con cuanta antelación. Y con cuanta frecuencia acertaba y fallaba.
ResponderEliminar¿ Habrás vito que te he puesto un "coma y punto"? Lo nunca visto.
Había visto comas suspensivos, pero coma y punto...
Saludos
También me he quedado con ganas de saber. Y es que las alarmas obligan a interrupciones, aunque sean falsas.,
EliminarSiempre me han atraído los faros, de forma muy poética. Ya, en mis intentos primeros, aparecen y en mi primer libro publicado, está este sonetillo, que te dejo , como un sencillísimo aporte, a tu hermoso texto.
ResponderEliminarNana en el faro.
Arrimadito a la mar
tengo un palacio de arena.
Un techo de luna entera.
Una pluma y un cantar.
Tengo niños. Y banderas.
El arrullo de las olas.
Un collar de caracolas
y canciones marineras.
Uno a uno los luceros,
van llegando hasta tu cuna,
alumbrando los veleros.
Déjame hablar con la luna,
para que cierre con besos,
tus ojitos aceituna...
Gabon, F.
No sé qué tienen los faros que no nos parecen entes -edificios, torres, antorchas...- sino ¡gigantes solitarios!
EliminarQué poema tan hermoso. Hay esencia de Federico, azahar de Miguel, aires de Rafael, y gotitas de Nicolás, el cubano, entre otras. Voy a leerlo de nuevo o, mejor, a cantarlo.
Háblame de tu ese primer libro publicado.
Farero, guardagujas, carbonero, barquero, oficios de poca renta que desaparecieron, aunque algunos de aquellos que lo fueron aún viven.
ResponderEliminarY yo, que de pequeño quería ser sereno... jajajaja!
Lo que tú querías era ser portador de llaves que te permitieran acceder a casas donde en sus alcobas residían pasiones contenidas.
EliminarGuardagujas: qué palabra tan peculiar, ¿verdad? También era un oficio relativamente solitario. Para mí siempre constituyó un misterio aquel oficio, aquel trajín, aquel hacer que no admitía errores en tiempos tan manuales.
Y no hay faros ni fareros para los hombres de tierra.
ResponderEliminarCreo, Francesc, que estamos abocados a estrellarnos contra las rocas, tras una navegación en parte afortunada, en parte desdichada, según.
EliminarCuando me viene la palabra costa a la mente siempre recuerdo el final de un poema de Gabriel Celaya...
"...
Te escribo desde un puerto,
desde una costa rota,
desde un país sin dientes, ni párpados, ni llanto.
Te escribo con sus muertos, te escribo por los vivos,
por todos los que aguantan y aún luchan duramente.
Poca alegría queda ya en esta España nuestra.
Mas, ya ves, esperamos."
Tal vez porque leí a Celaya en tiempo peores y lastimosos -¿quién lo recuerda, quién lee ahora al poeta Gabriel?- se me quedaron en la memoria los versos. Tan duros, tan desesperanzados.
Una vez escuché a un señor que quería ser senador...¿de las Cortes de españa?, le preguntaron, no, no ¡¡ por Dios, no estoy preparado, contestó. ¿Entonces?, ¡si¡, hombre , si, senador, de cenar cada noche, respondió.
ResponderEliminarSalut
En las Cortes del régimen totalitario los que las ocupaban y se decían representantes, sin haber sido elegidos democráticamente, eran denominados procuradores en Cortes. Ni pinchaban ni cortaban se considerarían también cenadores.
EliminarEl oficio de farero, visto desde mi perspectiva de persona común, siempre se me ha asociado con la renuncia personal, la entrega absoluta a sus responsabilidades y con la capacidad de brindar guía a quienes se arriman a su rincón de soledad y tedio. Veo que no es así. Al menos este farero disfruta y celebra todos los pormenores de su oficio. Bien por el!
ResponderEliminarNo fue un oficio ocioso como piensa mucha gente. Pero pondría a prueba su soledad, no sé si libremente escogida o motivada por circunstancias precarias.
EliminarMe dejas con ganas de saber más, ese lado creativo del farero que contempla el mar te mete de lleno en el relato.
ResponderEliminarPor cierto, la imagen es muy bella.
Habrá que preguntar al farero, todo sea cuestión de encontrarlo. Buen día.
EliminarDevo dire una figura molto affascinante e anche un pò' romantica, credo ci voglia molta passione. Complimenti, mi piace molto come scrivi e come riesci ad "arrivare" a chi legge i tuoi racconti. Un abbraccio
ResponderEliminarEl faro es un símbolo, más allá del uso que tuviera en el pasado. Un faro que debemos erigir cada cual dentro de nuestra mente y dejar que ilumine cuanto nos rodea. Para no extraviarnos, para evitar si es posible chocar contra las rocas. Gracias, Perception.
EliminarDe seguro se olvidó de encender la lámpara, tan concentrado en su escritura.
ResponderEliminarMe ha pasado más de una vez de saltearme comidas o reuniones previamente concertadas por eso mismo, por estar escribiendo y no tener forma de interrumpir esa escritura que, se sabe, tal vez no vuelva a fluir de la misma manera.
Saludos,
J.
Y yo te comprendo, José. No te quepa duda, cualquier incidencia altera el flujo de escritura, pero ojo, nunca se sabe si es mejor o peor. Hay que adaptarse al momento. Saludo.
EliminarCreo que a veces necesitaría tener mi propio faro aquí en la blogosfera para no perderme, porque como cuenta el tuyo, embarrancamos en los farallones, aun teniendo cartas de navegación, porque no somos capaces de interpretarlas, nos pilla en un día especialmente despistados e incluso a veces la hipersensibidad amplifica el tamaño real de las olas ; ) A mi, al contrario de lo que leo en otro comentarios, me resultaría durísimo vivir sola en un faro y no porque me aburra, tengo tanto barcos en mi cabeza que llevarlos a puerto es siempre una odisea; ) necesito el calor humano, nada puede sustituir eso. Por otro lado tienes razón, debería alguien hacer de farero a este mundo y encender algún faro fiable y bien potente para dirigir todo el desbarajustado tráfico marítimo que tenemos montado. Hoy parece no encontrar puerto de abrigo nadie en ninguna parte. Tal cual vamos, embarrancaremos a los pies de los acantilados si ningún farero lo remedia. Avisas al tuyo a ver si nos echa un cable? ; )
ResponderEliminarUn abrazo!
¿Acaso no vivimos dentro de un faro o una torre o una cabaña dentro de nosotros mismos? ¿No resultaría más accesible ser conductores de nuestra propia luz o luces? Mi experiencia me hace desconfiar de quienes se presenten como guías de un camino o una ruta, sea cual sea su pretensión. Ahora bien, puesto que compartimos barco con el género humano aprendamos entre todos a remar en la mejor dirección posible. Qué difícil, ¿verdad?
EliminarAquest faroner em recorda l'artista en la seva torre de vori. Que tampoc s'avorreix mai!
ResponderEliminarPero ya sabes que el de la torre de marfil se procura intocable. Seguro que con un farero se aprende más de la vida que con el otro.
EliminarDigamos que quizá cada uno tiene su propio faro, o su faro propio. Y así va ordenando la luz que le lleva a vivir como puede y se le antoja.
ResponderEliminarSalud, Fackel.
Anna Babra
Ciertamente. Desde simples destellos a la potencia del faro hay un arco de luz a medida de cada cual.
EliminarFáckel:
ResponderEliminarel de farero siempre ha sido un oficio muy solicitado por los que quieren alejarse del mundanal ruido...
Me hubiese gustado ser farero, pero si puede recibir a los amigos cada dos semanas o así...
Salu2 costeros.
Resulta como muy romántica la idea de farero, pero hay que valer para el puesto y para asumir su soledad (en otro tiempo)
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