El poder de las imágenes. Su significado. El objeto es y habla. Su sentido. No hay necesidad de palabras ante lo que es y no es. Ciertos objetos, acaso todos, tienen un simbolismo. Algunos, ciertamente, lo tienen en mayor medida. Una cuchara, por ejemplo, ¿tiene menos entidad simbólica que el escudo constitucional? Yo no negaría nunca ni el valor moral ni la necesidad de uso ni el carisma de una cuchara. Y estamos en lo de siempre. Los objetos reflejan al hombre. Y el hombre emblematiza los objetos que tanto le dicen. Que los eleve más o menos está en función del sistema de reproducción de imágenes que necesita airear para mantener un status, una situación, un territorio, una ideología o una fe. El hombre abstrae entonces los objetos para su mundo de ilusiones, al cual sacraliza. Pero lo sagrado es el objeto. Su sustancia, su conformación, sus propiedades. Y sin embargo, las palabras se erigen paralelamente a los objetos. ¿Para ratificarlos? ¿O para sustituirlos? ¿O incluso para alterarlos? El objeto es algo obvio en sí mismo. Si es una cuchara es una cuchara. Si es un muro es un muro. Pero llegan las palabras y pueden alterarlos. Dotarlos de otra personalidad. Aunque no sea la real. También lo hace la pintura. No es baladí el famoso cuadro de Magritte de la pipa que no es una pipa. Las palabras pueden matizar el objeto. Pero al hacerlo, ¿no lo desvirtúan de alguna manera? La mirada del objeto habla. Todos los que habéis intervenido con vuestros comentarios sobre esos dos tipos de muros y sobre un tipo frente a algo parecido a un muro, habéis dado todos los significados posibles. Todos tenéis razón. Todos complementáis una visión. Todos interpretáis el objeto en su uso y en su significado. Es el misterio de las palabras. Hace del objeto algo metafísico. Algo que va más allá de su materia. Y no obstante, cuánto nos importa la materia. Y entonces, qué combates interiores tenemos entre la materia y las palabras con que enfatizamos argumentos que tratan de desarrollarla. Pero la materia sólo crece en sí misma. No crece por las palabras. Somos nosotros, entonces, quienes sí que necesitamos las palabras para crecer. Nosotros, que somos materia, queremos elevarnos más allá. Y hemos inventado un ingenioso elemento, mitad falaz mitad sumamente representativo, al que denominamos metáfora. Convertimos los objetos en metáfora. Con ello pretendemos extender el poder del objeto. Éste deja de ser tal por un instante en su inmediatez de uso para transcenderse en una proyección de imagen sobre nuestra ética, nuestra conducta, nuestra aspiración, nuestro sistema de ideas. Y un muro es un paso cerrado, o una crisis, o un límite al otro, o nuestro conocimiento limitado, o un sistema opresivo, o la opacidad del mundo audiovisual...El objeto, la palabra, la metáfora...el inconsciente secreto de cada uno. ¿Por qué puse estos muros sin comentario? Os merecéis un intento de respuesta. Por una parte, de pronto un día me levanté y sentí que un muro se alzaba ante mi. Un muro que me privaba, no tanto de visión como de expresión. Ni era la primera vez ni será probablemente la última. No sentía la angustia de algo insuperable, pero de momento me sentía bloqueado y por lo tanto paralizado. Desde un territorio que me significaba mucho dentro de mi se me cuestionaban las palabras. Y temí. De pronto, no me atreví a usarlas. Y el muro estaba ahí. Pongamos la fotografía de un muro, me dije, ¿para que un post más con palabras? A partir de ahora, imágenes. Pero, por otra parte, la explicación del muro podría ser más simple. En la extraordinaria película de Luis Buñuel titulada El ángel exterminador, hay una escena en la que un oso deambula sin razón aparente entre los hastiados y agotados miembros de la burguesía mejicana que no pueden salir de la habitación por causa de un maleficio surrealista. Los críticos y periodistas buscaban una explicación subliminal, marxista y freudiana de los labios de Buñuel. ¿Por qué sacó aquel oso? ¿Significaba esto o lo otro?, le preguntaron. A lo que el genial Luis les respondió: es que me apetecía que apareciera un oso. Me apetecía a mi también el muro, sí. Pero es que lo llevaba dentro. Y acaso Buñuel llevaba su oso, y en su tenacidad o contumacia baturra se lo calló.
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Cada vez añoro más el silencio, Fackel, para mejor aprehender la realidad. Observar, ser uno con lo observado.
ResponderEliminarY, paradójicamente, necesito la palabra también. La expresión bajo otras formas . Quién entenderá algo alguna vez...
Sueños tranquilos, y bellos, puestos a desear...
Y quién no lo añora, Lagave. Como la huída cotidiana a territorios ignotos no es posible (además con frecuencia ya están ocupados y ruidosos), hay que buscar espacios de silencio interior en nuestro quehacer diario.
ResponderEliminarAislarse y dedicarse a uno mismo. Concentración en una lectura grata, vuelo por el arte de los siglos, paseo que descubra detalles...o simplemente pensar el silencio.
Sueños que nos liberen de esta parte por unas horas.
...has leido la teoría de Sapir-Whorf?...me parece muy interesante, depende del lenguaje madre así pensamos, los Hopi no piensan igual que nosotros o los Inuit.
ResponderEliminarBuñuel con su oso, tú con tu muro, todos con nuestras metáforas...
ResponderEliminarAl menos tenemos la posibilidad de usarlas, que no es poco.
Ay, estos blogueros...
Salud Fackel
Tula. Me apunto el nombre de la teoría y trataré de enterarme de qué va. Gracias. Es otra de las cosas buenas de los blogs, que las sugerencias acaban en conocimiento.
ResponderEliminarAbrazo.
En efecto, no es poco que construyamos metáforas, no es poco. De todos modos el mundo metafórico es muy antiguo, Sagardiana.
ResponderEliminarBuena noche real y no sólo metafórca.