Cuando veo una planta o un árbol veo esculturas vivas, me comenta Emina mientras se frota el sudor. Deformación profesional seguramente. Los individuos, ¿también son esculturas para ti?, le pregunto con sorna. En muchos casos son naturalezas muertas; muertas y enterradas. En este caso no merece la pena ni considerarlas porque no transmiten significado alguno. Emina y sus ojos glaucos. Emina emergiendo desde una corpulencia delicada. La cabeza rapada y el cuello dórico. Se quita los guantes de loneta con los que se protege del golpeo sobre una piedra poligonal. Combina una dulce sonrisa con una expresión áspera que desconcierta al interlocutor. ¿Vienes por venir o porque Naida te lo ha pedido? Si es por mis poemas, ni te esfuerces. Prefiero que te intereses por mi trabajo. No es esta la imagen que yo tenía de Emina, pero no dejo que me afecte. La energía que derrocha hablando es parte de su entrega. Energía combatiendo con otra energía, a la que acaricia una y otra vez, tratando de rescatar la sugerencia de la materia. Emina y su boca acorazonada. Emina y sus brazos de apariencia débil. Emina, la otra Emina que no es la que yo creí conocer en cierta ocasión. De hecho, cuando Naida me dijo a qué te dedicabas tuve una gran curiosidad. Por eso he venido, la replico para que se relaje. Pues esta es una parte fundamental de mi mundo, dice, porque tengo más de una. Un tío cantero me inició en estas artes y aunque el repertorio de su trabajo era muy limitado aprendí de él ciertas nociones. Por ejemplo, a distinguir materiales. A saber dónde y cómo hay que golpear sin que la roca se parta indebidamente. A comprender los volúmenes y pulirlos hasta hacerlos gratos a la vista y al tacto. Pero también a hablar con la piedra y a escuchar con atención sus gemidos. Suficiente para que luego me arriesgara a experimentar en un terreno artístico sobre el que la cultura heredada en estas tierras apenas ha incidido. Emina y sus senos robustos y acompasados. Emina y el movimiento oscilante de su talle mientras gesticula. Emina y sus dedos rectilíneos plasmando líneas sobre el perfil de sus esculturas. Emina y la seguridad descarada de sus palabras, a la que observo boquiabierto mientras habla, a la que escucho desconcentrado. Inhalo ávido el olor acre de su transpiración, como si viera en ella al médium que me ponga en contacto con la piedra madre de la que la mujer hace brotar la esencia de un lenguaje que yo desconozco. Sé lo que piensas, y me corta mi abstracción. ¿A que no ves con claridad lo que está saliendo de este mármol? Tampoco te lo voy a explicar. El día que lo termine te vienes por aquí y me dices lo que ves, lo que sientes, lo que te atrapa de la obra. Emina, Emina, ¿de qué estás hablando?, me digo mientras froto con mi mano la superficie de aquel prisma. Me apetece pasar velozmente mis dedos por una de las aristas afiladas hasta cortarme. Bien, lo has logrado, dice Emina, has teñido con la sangre mi piedra. Eres travieso, también quieres experimentar, y me comprime la pequeña llaga con su mano, la lame, unta de sangre uno de sus labios agrietados. Cicatrizará, dice, pero la piedra ya permanecerá herida para siempre.
(Fotografía de Inés González)
Los canteros son personas que escuchan a las rocas, que peinan a las piedras, que sacan de ellas los mensajes secretos.
ResponderEliminarUn lindo post. Un abrazo
Sin duda que los canteros son eso. Los escultores son también escuchadores pero además dialogan con la materia. ¿Hasta imponerse? Gracias, Albada.
EliminarHablar con una piedra es hablar con uno mismo. La tendencia humana a dar vida a las cosas inertes nos dice de nuestra necesidad de comunicar. En el mundo mágico y en el mundo del artista es posible, como metáfora de nosotros mismos. Un tallador sabe que dentro de una piedra está todo lo que se pueda imaginar.
ResponderEliminarDesde mi infancia he tenido esa práctica coloquial con las piedras, no sé por qué, ¿por esa necesidad de comunicar un niño con su lenguaje, que dices?, siempre el mineral me llamaba la atención más que otros reinos.
EliminarAl final un escultor saca de la piedra lo que imagina, no siempre de modo satisfactorio, pero lo procura.
El lenguaje de las piedras es inquietante. Por lo visto hablan, y hablan de tal manera que los que saben dialogar con ellas sacan conclusiones. No he aprendido el lenguaje de las piedras, pero se que existe, como existe el lenguaje entre animales.
ResponderEliminarOtra deuda que tenga para conmigo mismo
salut
La imaginación humana puede ser portentosa, hermano. Deudas tenemos todos, sobre todo con nosotros mismos, ahí te doy la razón. Deudas y cuentas pendientes, ciclos mal cerrados o sin cerrar, anhelos que flotan en el éter. Pero y qué; ya da igual.
EliminarEmina me ha recordado a Miguel Angel el genio renacentista en el sentido de que la escultura deseada estaba dentro del bloque de mármol, sólo había que sacarla de ahí. Supongo que para cualquier artista, el resultado empieza desde el momento cero: en el que se elige un material con el que crear.
ResponderEliminarSaludos
Sin duda, Ginebra, que Miguel Ángel trazaba con su mente en lo profundo de la montaña de los Alpes Apuanos. La materia no se habrá reconocido nunca en sus obras pero estará satisfecha de haber cedido su primogenitura. Y a mí que me gustan tanto sus esclavos, que parecen vivir en o entre dos mundos, estando aún en la piedra y saliendo de ella, sin abandonarla del todo...
EliminarTu texto es plurisignificativo pero elijo la parte final en que el protagonista anónimo, la voz narrativa, pasa sus dedos por el corte afilado de la piedra me seduce. Ello le produce sangre y él siente placer que yo comprendo igual que puedo comprender la pulsión de ciertas personas a dañarse y hacerse cortes en el cuerpo como una forma de éxtasis sexual. Me dirás que no tiene nada que ver, pero sí lo tiene. Hay una sensualidad en la herida, en el dolor, en el sufrimiento autoinfligido -de ello saben mucho nuestros místicos con sus ayunos y sus estigmas. La piedra ha dejado una herida y él lame la sangre y la lleva a sus labios agrietados sintiendo el gusto férrico y mineral del fluido. Es lo mejor del relato, esa intensa sensualidad del dolor buscado, del dolor como pasión del alma que se castiga amorosamente en una especie de consagración entre laica y religiosa que comulga con la sangre. Saludos.
ResponderEliminarVas muy acertado. Pero cuidado, que es ella quien prueba el salado gusto de la sangría (doy por supuesto que lo primero que hace el mismo que se hiere es catarla para cerciorarse de su dimensión, ¿de su dimensión solo sanguínea? ¿Será la sexualidad el verdadero sacramento?) En el relato nada hay necesariamente explícito al respecto.
EliminarQue bé que escrius, Fackel, i que misteriós! "Cicatrizará, dice, pero la piedra ya permanecerá herida para siempre", aquest final és molt suggeridor. El marbre i la sang són contraris, reunits en aquesta escultura.
ResponderEliminarEl mármol y la sangre (derramada) se juntaron en los cementerios de Sarajevo (por seguir el hilo de lo narrado) MIra las fotografías, por ejemplo. Gracias, Helena.
EliminarA veces una simple piedra guarda más vida en su interior que muchos seres de aparente sangre caliente, pero de vida anodina y gris. Y si no que se lo pregunten a Miguel Ángel cuando, antes de empezar con su obra, contemplaba maravillado el enorme bloque de mármol blanco de Carrara, sabiendo que en su interior ya latía vida: la del joven David con su honda.
ResponderEliminarSaludos, Fackel.
¿Una revelación? No me cabe duda de que Miguel Ángel buscaría ante todo la belleza, aunque utilizara como excusa un héroe de la mitología hebrea. Buscaba plasmar su concepto de belleza, y ahí se convertía en un demiurgo, puesto que nada sale de una masa sin el esfuerzo humano. Todo un canon con reminiscencias clásicas, el David. Miguel Ángel envejeció y envejeció hasta la decrepitud, mientras el David no tenía edad. Pero puestos a elegir entre ser humano y caduco o piedra imperecedera, sí muy hermosa y canónica, ¿qué elegiríamos?
EliminarUna vez vi la obra en la Galería de los Oficios. Asia, que rodaba una película con Darío sobre el síndrome del escritor francés, no estaba lejos.
"Has teñido con la sangre mi piedra".
ResponderEliminarY dejado una huella imborrable más allá de la piedra, quizás...
Abrazos!
Una huella flotante, como los instantes de deslumbramiento, o de inspiración, o de fugacidad por lo inaprensible. Salud y gracias, Meli.
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