Sí, en ocasiones me veía pasando a través de la rendija inferior de una puerta. Allá abajo, por donde siempre se cuela la luz de la habitación vecina yo me veía entrando y saliendo en el otro aposento. Qué me tentaba a hacerlo, no lo sé muy bien. La curiosidad acaso, que no tiene adjetivos morales, que es pura como manifestación de defensa de tu propio organismo. La ranura no se abría hacía mí, era yo quien disminuía y atravesaba espacios, atraído por unas voces que tan pronto subían el tono como menguaban. O por unos silencios repentinos que de repente eran quebrados por agudos gemidos. Palabras que vomitaban quejas, que rasgaban reproches, que desparramaban lamentos sin fin. Yo me filtraba aplanado y diminuto por aquel espacio ínfimo, sin lograr distinguir el significado de lo que acontecía al otro lado. Los individuos que allí generaban ruidos y se detenían, que vociferaban y a continuación callaban, aun siendo conocidos me resultaban extraños. Se turnaban entre la condescendencia y la animosidad. Tan pronto se atraían como se repelían. Rostros de bondad se transformaban en un pispás en gestualidades hoscas. Cuerpos que realizaban aspavientos cargados de energía se trocaban en masas fofas. Movimientos apacibles y ligeros podían desembocar en un instante en ejercicios nerviosos y en desdenes. Caricias amables y tiernas se deslizaban traidoras por el tobogán de los roces molestos.
¿Qué mundo era aquel tan próximo pero tan ininteligible para mí? Si yo me había encogido hasta límites que me permitieran traspasar fronteras, ¿en qué dimensiones mutantes e inestables vivían aquellos individuos que disponían de espacios más amplios y gratos que los míos, y donde no parecía que se encontraran seguros y sus emociones no se mostraban perdurables? Medroso y observador, ignorado por los presentes, me debatía allí, en el cuarto ajeno, entre seguir presenciando comportamientos que no comprendía o retornar al otro lado de la pared. Respaldado por mi transformación no temía ser reconocido, por lo que podría haberme quedado sin problemas para seguir husmeando. Pero tanta contradicción me resultaba difícil de asimilar y solo me aportaba desasosiego. Tuve la luminosa certidumbre de que era mejor haber visto poco y regresar a mi vida ordinaria y poco estimulante.
Ya ve usted, qué linea tan fina separa imaginar o confirmar la realidad, sobre todo cuando esta tiene lugar en un ámbito de inframundo. La infancia y la madurez acaso no se diferencian tanto en las experiencias que percibimos, y no sabríamos decir claramente dónde abunda más la ficción. Desde aquellas visiones nunca he distinguido muy bien el sentido de las llamadas y de los avisos. Ni he creído en las advertencias y las normativas. Ni he conseguido armonía al ejecutar funciones y cumplir mandados encomendados. Y muchos días, en mi conducta imaginaria, adopto la personalidad de aquellas figuras que viven en disputa consigo mismas y con quienes les rodean. ¿Pervivirá todavía dentro de mí una especie de curiosidad tóxica?
He sido ese niño por unos momentos.
ResponderEliminarEntonces una niña curiosa toda tu vida.
EliminarHá sempre contradições entre nós...Revolta, paixões e amores....a procura incessante de respostas...
ResponderEliminarA curiosidade faz esquecer a monotonia que, por vezes, impera....
Beijos e abraços
Marta
El precio de la naturaleza que somos, como cualquier otra manifestación de ella, es siempre la contradicción, la imperfección, la rudeza y el cambio permanente.
EliminarEstoy convencido de que la curiosidad, por sí sola, nunca puede ser tóxica. Ni siquiera cumple aquella sentencia que afirma que «la dosis hace el veneno». Entiendo que siempre son los vicios que la usan, los que pueden ser ponzoñosos.
ResponderEliminarSin curiosidad, aún estaríamos en las cavernas (suponiendo que hemos salido de ellas).
Seguramente tiene razón, y si hay toxicidad que sea de carácter homeopático, ¿no? En efecto curiosidad y necesidad son las dos grandes palancas del pensamiento y la acción humanas desde los primitivos que siempre fueron tan modernos.
Eliminar(Salimos de cavernas para habitar los búnkeres)
El mundo de los adultos es siempre extraño y agresivo a los ojos de un niño.. luego nos convertimos en adultos y formamos parte de esa crueldad...
ResponderEliminarPero también es un mundo atractivo, misterioso y presto a ser emulado, con todos los riesgos. Ya sabes, la crueldad puede venir además del instinto de los patrones que inspiran. Aunque muchas veces uno se porta de mayor todo lo contrario a lo que pudo padecer de pequeño, según se asimilen las lecciones.
EliminarA veces solo hay que, andando por la calle, agacharse, simular que te atas los cordones de los zapatos y mirar hacia arriba, ves el mundo adulto con ojos de niño.
ResponderEliminarY te puede dar vértigo.
EliminarPuede ser que la curiosidad de la infancia sea a la vez ventaja y desventaja. Como adulto por si acaso ponder una cobija o algo que impida que algun chiquillo pase sin permiso por ese espacio y me vea en la noche.
ResponderEliminarEres previsor, pues no te quepa duda que el poder infantil no tiene límites, sea convirtiéndose en insecto o poniendo oídos por todas partes. Y en cuanto a registrar armarios y espacios prohibidos sé de uno que era un artista y que descubrió secretos (que no supo interpretar en su miomento)
EliminarAndar por la ruta de los adultos, incluso de los padres; recordar los aromas pegados a los objetos... Para bien o para mal sus miradas sobre los ojos vacío de los entonces niños; no es tan fácil ser adulto. A veces, suele ocurrir, descubrimos que se nos quedó pegada una imagen al costado amoroso de la retina.
ResponderEliminarLos aromas pegados a todo, sí, empezando por el mismo suelo de madera o las paredes blanqueadas o la ropa de colada o los muebles lacados o...infinidad de olores, aromas, todo eran lenguajes que nos convertían en animales, instintivos y atroces.
EliminarHe sentido cómo raspaba la puerta mi espalda de hombre y al regresar de la visita a la otra estancia no era el mismo, puede que el secreto esté en que no nos creamos demasiado esto tan vano de ser humanos. Ander.
ResponderEliminarAnder, me parece que lo importante es no quedar atrapado en la apariencia de uno mismo, todo lo que sea probar que hay más allá de uno es beneficioso.
Eliminar¿Es un muñeco lo que está al fondo?.
ResponderEliminarAndar y regresar sin ser el mismo, pero manteniendo la curiosidad con cierta prudencia, ¿acaso por cuidar de sí?
No sé, es una foto antigua y solo me quedo con lo superficial.
EliminarAndamos y regresamos toda la vida, nunca hay una ruptura total con el pasado y no distinguimos el porvenir. Sí, la prudencia de cuidar de uno mismo es importante. También hay que aprenderla.
La curiosidad, la llamada de lo desconocido, la sorpresa ante el comportamiento adulto, una desazón a la vez que un desconcierto, al ver las dos caras de su atracción/repulsa en el ser humano.
ResponderEliminarLos secretos de alcoba, la voz baja, los diálogos entrecortados, etc. O la habitación deshabitada.
EliminarFáckel:
ResponderEliminarlos artefactos técnicos consiguen que la curiosidad sea casi saciada, casi, casi. Con los drones, las cámaras diminutas etc podemos saber casi todo lo que hacen los demás. La Stasi, con menos medios, lo conseguía. ¡Imaginemos ahora lo que harán!
Salu2.
Hay una película interesante, bien hecha y bonita no obstante el dramja, que te recomiendo, ya que citas la Stasi (podrías haber citado la NKVD, la Gestapo, o la BPS franquista, entre tantas) y es "La vida de los otros"
Eliminarhttps://www.filmaffinity.com/es/film381846.html
Hola, Fáckel:
Eliminarsí, vi la película hace mucho tiempo. Muy perturbadora y deprimente.
Gracias.
Salu2.
Pero muy realista. Así fueron las cosas. Y algunos quieren que sigan siendo.
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