¿Alguna vez ha intentado escapar de todo, amigo mío?, dijo con aire circunspecto aquella tarde fresca de verano, mientras bajábamos hasta la isla Slovanský. Alguna vez, afirmé, pero no ha pasado de ser un repentino deseo que supe reconducir. Por supuesto, prosiguió, no me refiero a unas vacaciones ni a una larga noche de sueños. Escapar es no aparecer más. No mostrarse ni ubicarse en un espacio que sea referencia para los individuos próximos. Ni dejar tras de sí huellas que puedan incitar a otros a que le busquen. Que nadie sepa de usted de la noche a la mañana. De eso se trata. Naturalmente tal decisión puede tener lugar trasladándose de un lugar a otro sin comunicárselo a nadie. O convirtiéndose en un eremita a la antigua usanza. Aún hay oquedades por doquier. Covachuelas, criptas, lejanas ruinas en territorios olvidados. O regiones lejanas y océanos de por medio. Pero también hay otra manera, más expeditiva e irreparable si cabe. De la que jamás se puede retornar. La más cómoda no solo para una personalidad con una conciencia clara de sí misma, que de verdad quiera escapar de todas las dimensiones habidas y por haber, sino para cuantos familiares y amigos lamentarán e incluso le llorarán cuatro días pero luego se verán libres de la angustia de si volverá, dónde estará, qué le habrá acontecido. Libres del incorregible, en definitiva.
Debió ver en mi rostro una actitud expectante. Había entrado en una de esas conversaciones que eran monólogos y yo era un mero testigo. Le seguí escuchando. Pienso que en cierto modo, a veces de un modo total, todos somos ataduras los unos para los otros. Y hay quien sujeta más corto al otro por interés propio, eso se da mucho en las relaciones de autoridad y sumisión familiares, pero también en las políticas o en instituciones en que esa imagen eterna del padre, que no interesa que se cuestione, se sigue imponiendo para mayor vasallaje de los súbditos de cada tribu. Ya le digo, esa forma de escapar expeditiva, tan útil aunque poco meritoria a ojos ajenos, y bastante frustrante a la propia mirada que va a perder quien la adopta, puede generar cargo de conciencia en alguna buena gente que le ha conocido y amado. Obviamente usted diría que al irredento definitivo le trae al pairo si genera un estado emocional crítico en personas allegadas o si se sienten culpables, aunque la culpabilidad en esta vida es algo siempre compartido. Ya sabe usted que no existe tanto la culpabilidad tal cual como la acusación de que se es culpable. Porque si la culpa existe, ¿acaso es solo de una parte? Como si no supiéramos que la culpa es una de esas justificaciones determinantes para que alguien ejerza dominio, esa perversa doctrina de que el culpable siempre es el otro. Me entiende usted, ¿verdad?
Asentí con la cabeza, pero no tenía intención de interrumpir su discurso. Acaso entre dos maneras de huir de la realidad onerosa, la de apartarse en vida o alejarse muriendo, haya otra que cambiaría al individuo que opte por ella, dijo pausadamente. Tenía perdida la mirada entre los árboles de la isla, como si entre la agitación del ramaje buscase la luz que el viento iba sorteando. Su tono de conversación continuó más reposado. Parecía que hubiera agotado la fuerza de transmisión de las palabras. Mire, amigo mío. La mente tiene propiedades de ocultación inimaginables, como las tiene de revelación. Se preguntará usted cómo es posible. No sé explicárselo. Creo que solo cada uno puede probar cómo es factible una fuga de este mundo viajando al interior de uno mismo. Y poniéndose a salvo allí. Registrándose como otro. Incluso como miembro de una especie diferente.
Una racha fuerte de aire meció el arbolado. Él se ajustó el sombrero. Se impuso el silencio. ¿Me va a dejar usted a medias?, sugerí por fin. Venga hasta la orilla. Disfrutemos de la brisa del río, invitó con placidez.
*Fotografía de Zlatá ulička, Praga.
Desaparecer en todo. ¿Retirarse del mundo?, se preguntaba Cioran, lejos de todo lo que engendra su tumulto y sus complicaciones? Renunciaríamos así a la cultura y a las ambiciones, perderíamos todo sin obtener nada a cambio; pero ¿qué se puede obtener en este mundo? Querer vivir
ResponderEliminary morir en sociedad es una debilidad lamentable: ¿acaso existe consuelo posible en la última hora?
Existe el consuelo de esa conciencia de haber vivido, no obstante sus dificultades pero también satisfacciones, y sobre todo a pesar del proceso de la última hora que siempre puede aliviarse si un pensamiento se instala en nuestra mente: vivir mereció la pena.
EliminarHola, Fackel:
ResponderEliminarMe he quedado lleno de ideas y sensaciones tras haberme acercado a tu orilla creativa.
La tentación de la fuga de esta realidad, que cuando no es vulgar suele resultar hiriente, ha sido siempre un consuelo. De hecho, hace años que fabulo mi vida monótona como un espectáculo de escapismo: es otro quien hace la compra, ha preparado la comida y espera a que llegue la hora acordada para compartirla. Él está atrapado en una vida tan gris como el cielo de esta mañana de sábado. Yo brillo libre en mi fuga irreal en busca de cielos tan azules como lo fue mi mirada.
Un abrazo.
En efecto, Nino, esa es una alternativa: disponer de otro yo recadero e incluso algún yo más que haga cosas que no debe hacer ni el primero ni el segundo porque es más decidido y menos moralista. Y no se trata de jugar a Jekill y Hyde, ni de identidad disociativa. La fabulación -quien más o quien menos tiene un punto imaginario porque de lo contrario no sobreviviría con cierta salud mental- resulta imprescindible. Te entiendo y eres razonable.
EliminarDe joven me tentó pasar un tiempo solo en una masía abandonada en la sierra del Maestrazgo. Al segundo día, desistí. Eso de que no estamos solos y de que los pensamientos y los recuerdos nos acompañan es más literatura que otra cosa. Necesito que en mi entorno haya posibilidades de comunicación, al margen de que las lleve a cabo o no.
ResponderEliminarSaludos cordiales
Tal vez se trata de armonizar tiempos: comunicación y soledad, medidos y controlados por uno mismo, no tendrían que ser estados enemigos.
EliminarLa culpa la impone quien juzga.
ResponderEliminarEstá bien disfrutar de esa brisa, en tiempos de calores, el aire fresco, nos atempera los ánimos y permite a la mente, fluir mejor.
Quien juzga, tú lo has dicho: los moralistas, los eclesiásticos, los burócratas, los que juegan a juzgar de mil y un maneras incluso saltándose las mismas leyes.
EliminarEntre las dos primeras, diría que hay una tercera o cuarta, que es una combinación de las dos.
ResponderEliminarLa tercera esa que expone , se me antoja difícil de realizar y poco verosímil para los demás.
En cambio, un accidente de tráfico con amnesia voluntaria ( mucha casualidad y mucha suerte sería la involuntaria), y quedas como un rey.
Abrazooo
Eso es ya tomar una deriva demasiado negra. No sería fácil engañar a los del seguro. Hace muchos años tuve una amiga que debido a un asunto de engaño amoroso de su pareja con alguien muy próximo cayó en una amnesia fatal. Sin embargo siempre me quedó duda si esta era involuntaria o fingida. Como dejé de saber de esa persona ignoro la eviolución posterior.
EliminarAh... que se me olvidó ayer. Me parece genial la escalera en el tejado de la casa azul y verde. Y lo de la barandilla es lo más. No veo la funcionalidad concreta, cosa que aún enfatiza más su genialidad.
EliminarNo viene a cuento de la cuestión tratada, pero fue lo primero que me llamó la atención antes de empezar a leer.
Abrazooo
Es una calle divertida, parece de juguete, aunque recuerda plan parque Disney, existe como reliquia. La barandilla le da un toque kitsch.
EliminarSi te pones como huida , el hacerlo hacia tu interior, puede que entonces tengas que aplicar una de las dos anteriores, la peor, desaparecer de este mundo.
ResponderEliminarSaludos
La cuestión es que nunca se logra poner tres en raya.
EliminarMe gusta la sugerencia de escapar meditando... de hecho veo este paseo es como una meditación a dos.
ResponderEliminar¿Quién no intenta escapadas más cortsa o más largas, más conciliadoras o más rupturistas alguna vez en la vida?
EliminarUn certero texto que me recuerda los momentos de "correr y no mirar atrás", así los llamaba. Al final siempre aparece la imposibilidad y el recurso, al menos en mi caso, de inhibirme y concentrarme en la lectura que siempre me ha salvado. Saludos.
ResponderEliminarCorrer y no mirar atrás lo hemos practicado muchos, pero implica el error de olvidar situaciones o cuitas que no se tengan luego en cuenta y nos arriesgamos caer en análogos errores del pasado. Pero todo se aprende. Ese recurso que dices además de oxígeno es sabiduría.
EliminarCreio que há momentos em que precisamos de estar completamente sós, viajar pelo nosso interior, identificar o que está mal em nós para corrigir o que há de errado com a relação com o exterior.
ResponderEliminarÁs vezes, o que precisamos é de fazer coisas diferentes, falar com pessoas diferentes...mas sem deixar que o Mundo nos esqueça.
É a minha opinião...pode estar certa, pode estar errada... mas foi o que fiz e encontrei um rumo.
Beijos e abraços
Marta
Por supuesto coincido con tu criterio. Hay que evitar el agobio y generar espacios de soledad voluntaria para contrarrestar las presiones cotidianas. Pero a veces estas son insufribles y la llamada de un silencio lo más extenso posible a ojos externos es una autopropuesta contundente.
EliminarQuién no pensó al menos una vez en escapar de todo (sin aclarar qué contiene ese todo), no lo pensó lo suficiente (aún).
ResponderEliminarSaludos,
J.
Sí, mejor no entrar en detalles. Pero tentaciones de escapar, incluso radicales (y no precisemos), las han tenido mucho. Siempre es algo que está ahí, ante circunstancias muy adversas. Incluso por hastío.
EliminarEn efecto, hay personas, hay situaciones, de las que no podemos desligarnos y nos conducen hacia lugares en los que no creíamos poder estar.
ResponderEliminarEso por una parte; por otra hay propiedades mentales que nos permiten fugas conscientes que alivian nuestras abulias y cotidianidades obligadas y cansadas.
EliminarHay quien huye desesperado hacia el pasado y se monta estúpidamente una historia a la medida de sus frustraciones. Ander
ResponderEliminarEl pasado como refugio momentáneo para sobrevivir, puede ser útil, pero insuficiente.
EliminarTal vez sólo después de una gran crisis, de un gran dolor o de una gran pérdida consideraria fugarme de esa manera tan radical. Me reconozco totalmente dependiente de las redes que he tendido con los años. Apenas en sueños me escapo un poco jeje. Un abrazo
ResponderEliminarP.D
muchas gracias por tu visita durante mi ausencia
Eso de ser dependientes (o adictos) a las redes tejidas durante años me ha gustado. Ahora bien, tentaciones (de ordinario juegos puramente mentales y transitorios) no faltan a veces. Más vale que las situaciones extremas no se den, al menos no con frecuencia.
EliminarFáckel:
ResponderEliminarsupongo que todos hemos tenido en alguna ocasión esa idea, dejarlo todo, irse, abandonarlo todo, pasar desapercibido, no conocer a nadie, que nadie te conozca. El anonimato absoluto. ¿Es posible? No creo.
Salu2.
Dicen que algunos lo han conseguido. Posible, pero no probable.
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