"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 17 de junio de 2010

Asociación de ideas


Días de fútbol y rosas. Como en todo, lo mejor es la preparación y las vísperas. Eh, oiga, no es cosa de pensar ahora en el negocio bárbaro que mueve millones con el beneplácito del Fondo Monetario Internacional ni en sus antípodas, los desequilibrios del reparto de la riqueza mundial o los recortes salariales. Hoy es el tiempo de las rosas y del fútbol.

Así que cuando sale a la calle y todo se halla a punto de partido que involucra el orgullo nacional, procura hacer los recorridos rápidos. Como es de alma en él, los aspavientos de los energúmenos de los símbolos le retraen. Se topa con algún grupito -la unión hace el desfogue, más que la fuerza- y un yogurín le pasa por las narices una de esas bufandas deportivas con los colores de la bandera de la monarquía borbónica. Texto de la bufanda: “Esto es España y al que no le guste que se vaya. Caray, ¿me lo dirán a mi?, piensa. Como si hubiera adivinado su pensamiento, el forofo firme y convicto (con su conveniente dosis de cerveza en las vías digestivas) la esgrime cual piuma al vento ante sus narices, casi se la restriega. Él trata de procesar el mensaje. Esto es España y al que no le guste que se vaya, Esto es España y al que no le guste que se vaya, Esto es…

Asociación de ideas: en su pubertad hacía pinitos como otros respecto a su disgusto con el país que le vio nacer, que no el que le dio la vida. Pero tenía mala conciencia. Sometido aún al vaivén de la personalidad sobre la cual el catolicismo caía como ave de presa, se sentía culpable de su desacuerdo incipiente con la patria (en realidad con lo que sucedía en el país y con la calaña que mandaba con mano criminal en él) Lo consideraba incluso pecado. Así que un día que se sentía sumamente pecador (imagínense, se le acumulaban onerosamente los pecados: a la desafección con los padres se le amontonaban masturbaciones, misas que incumplía, pensamientos sumamente impuros, pequeños hurtos en el bolso de la madre y algún deseo temprano de la mujer de algún prójimo) entró en una iglesia. Se dirigió a uno de esos artefactos llamados confesionarios y se dispuso a acusarse despiadadamente en busca de la salvación, si no eterna, al menos la que le permitiera llegar en gracia de Dios hasta el siguiente cúmulo de pecados que justificaran un nuevo pase por el sacramento. Tras soltar la retahíla habitual de pecadillos, vergonzante y confeso le dice al confesor: Padre, me acuso de haber hablado mal de España, de sus gobernantes, de lo que pasa…Y el solícito franciscano, amable y tierno hasta ese momento, que sólamente esperaba las culpas de un treceañero vulgar y débil elevó el tono de la voz, abrió la rejilla y a voz en grito clamó: ¿Que no te gusta España? Pues vete a Rusia (y la R de Rusia resonó por el templo casi como un agravio), a ver allí…

Tras un momento de confusión, el chico mantuvo las formas, se dejó absolver y se alzó confuso. Algo le decía interiormente que de rodillas nunca más. Fue una revelación, la doble caída paulina del caballo. La última confesión. El vencimiento de la última resistencia contra el régimen político. Desde entonces empezó a conocer la libertad. También el precio que hay que pagar por ella. Pero fue nuevo.

Conclusión. Los que sobran son siempre los energúmenos.




(La fotografía, de Jorge Molder)

2 comentarios:

  1. ¡Qué país! ¿Verdad? Algunas cosas buenas tiene, pero ciertamente se ha cubierto, se cubre y se seguirá cubriendo de gloria con tantas y tantas cosas.
    Se me ha quedado la imagen de ese muchacho púber arrodillado, buscando cierto desahogo. Qué pena, con el otro incitándole a irse a Rusia, como si las ideologías pudieran asociarse a un país, y como si esas ideologías no fueran a su vez pervertidas por la ideología propia del país. Antes, al menos, te podían decir que te fueras a Rusia (antes de conocer, que no de suceder, la pervesión del gulag. Pero ahora, ¿ahora a dónde dirían que nos fuésemos si el pan, el circo y el sainete esperpéntico nos disgutan?
    ¡Salud!

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  2. Tal vez sean tiempos estos que vivimos de o nos salvamos todos o no se salva nadie. Pero no seamos maximalistas, ea, y procuremos la calma. Recordemos aquel versículo del libro Proverbios:

    "No respondas al necio con su necedad,
    no sea que tú mismo te iguales a él.
    Responde al necio por su necedad,
    no sea que se tenga por sabio"

    Salud y fortaleza, Ataúlfa.

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