"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





domingo, 14 de enero de 2018

Amores efímeros. Telaraña y Laberinto















Laberinto se ruborizó al encontrarse con Telaraña en una de sus callejuelas. No somos lo mismo pero coincidimos en análogo objetivo, dijo Telaraña a Laberinto. Es verdad, contestó éste, para quien entra en tus dominios o en los míos no hay salida. La mejor salida es no entrar, respondió ella dicharachera. Laberinto encontró contradictoria aquella opinión. Pero tú has entrado en mi territorio, le espetó. Puede suponer riesgo para ti. Telaraña no se arredró.  Aquí he estado siempre, pero no te habías fijado. Cuando yo entré tú eras pequeño y no advertías mi presencia. ¿Quieres decir que no me temes?, se asombró Laberinto. Si te hubiera temido jamás habría entrado. En tu red o en la mía solo entran los despistados o los ambiciosos. Laberinto miró a Telaraña con curiosidad. La encontró atractiva, novedosa. Además el desparpajo de la intrusa le confundía, y no se anduvo con reticencias. Telaraña, ¿a cuál de las dos clases de necios perteneces?, soltó con dureza para ponerla a prueba. Me atraías tú, llegué aquí por la pasión de conocerte, le confesó. Telaraña casi se arrepintió de lo que había dicho y se abochornó. Pero ese es el mayor peligro para ti, repelió él rápidamente la osadía. Que quieras conocerme. Quien intenta saber cómo soy acaba perdiéndose, sin que me importe lo más mínimo. Si no te interesaras por mí no te habrías parado a hablar conmigo, supo defenderse Telaraña. Llevabas varios días coqueteando con la mirada y variando la dirección de tus calles para que yo estuviera siempre cerca. Reconoce que el despliegue de mi cuerpo te hipnotiza. Laberinto tuvo miedo de que la trampa verbal fuera más efectiva que la exuberante trama deslumbrante de Telaraña. Permaneció en silencio. Ella aprovechó esta actitud para atacar de lleno. Yo no quiero conocerte para que cambies, como tú jamás debes rozar siquiera mi silueta de seda pretendiendo saber cómo está urdida. ¿Qué invasión podría haber entre nosotros si nos aceptamos tal como somos y nos amamos en la distancia? Entonces Laberinto abrió su corazón de par en par. ¿Sabes, Telaraña? Llevaba tanto tiempo perdido en mi soledad que ya ni siquiera me atraía que entrara nadie. Los aventureros audaces son tontos. Los héroes no dan más talla que la apariencia. Los buscavidas son extremadamente egoístas. Los que claman por los dioses se ponen las máscaras de ellos. Y los dioses...hace tiempo que se revelaron como el eco insolente de los hombres. Es muy aburrido ver que todos se obcecan en buscar aquí una salida que no prospectan dentro de sí mismos. Y lo que les espera a todos tiene el mismo fin. Resulta tan desagradable ver morir de locura, más que de cualquier otro mal...

Telaraña se vio subyugada por las reflexiones de Laberinto. Te sugiero un juego, propuso. Tú cambias las calles de tu ciudad de la confusión y yo me acomodo a cada rincón de manera imprevista, hasta que me encuentres. En lo que nos buscamos nos entretenemos. A Laberinto le pareció divertido. ¿Cuándo empezamos?      


(Fotografía de Tomás Saraceno)

6 comentarios:

  1. El intrincado diseño de los espacios que ocupa Laberinto se multiplican exponencialmente y de la inextricable red de Telaraña tejida por las inflexibles Moîras jamás nadie pudo escapar. Sin embargo, un eslabón de la aurea catena los acaba de traspasar.

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    1. Por procedimientos químicos subyacentes en ambos espacios, acaso.

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  2. El caso es que si Telaraña y Laberinto cambiaran para encontrarse siempre dejarían de ser ellos mismos. ¿Seguirían gustándose?

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    1. Tal vez. Del amor resulta difícil cuantificar cuánto hay de sentirse atraídos y cuánto de soportarse.

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  3. Buscar es entretener la atención, y según afirman por ahí, dominar la atención es la clave para mejorar nuestra vida. Aunque me parece demasiada soberbia, por otro lado, inútil, pensar que la vida se deja dominar con estas tretas. Propongo que telaraña rodee el laberinto, vas a ver que estando en todas partes, no consigue dar con ella.

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    1. Tal vez el secreto mejor guardado de Telaraña es que sabe pasar desapercibida. Es la soledad de ambos la que le spone en contradictoria aproximación, juntos pero no revueltos. permanente y, sin embargo, efímeros en cualquier intento de amor que no sea sino el juego.

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