Ah, no, en absoluto es envidia, pero ¿qué ven ustedes aquí que no vean en la pieza que tienen en su casa? Mas imaginen por un momento que disponen en su servicio de esta lujosa taza. ¿Acaso el refulgente brillo propiciaría la motilidad intestinal o bien la refrenaría? ¿Serían más vívidas las heces que ustedes expulsen si se sientan en este trono o más sospechosas de que algo no funciona bien en la intimidad de sus vientres? ¿Se sentirían más cómodas sus barrigas y más distendidos sus genitales sabiéndose abrazados y protegidos por el patrón oro? ¿Acaso cambia en algo la forma, no obstante el material de que está fabricado? ¿Proyectaría más su imaginación este retrete que aquel en que ustedes se sientan cada día? ¿Transmitiría la áurea sedosidad del apoyaculos más relajación o, por el contrario, suscitaría inquietud? ¿Tendrían devaneos eróticos más liberados o los reprimirían? ¿Serían más hondas y resolutivas sus reflexiones apoyándose en lo dorado? ¿Tomarían mejores decisiones sobre los planes del día? ¿Resolverían mejor los crucigramas sabiendo que sus glúteos acarician el noble metal? ¿A ustedes les parece que su limpieza implicaría menos labor? ¿Temerían cometer sacrilegio si lo que ustedes desalojasen pringara la fina y delicada textura del invento? ¿Lo mostrarían a sus familiares y amigos cuando estos les visitaran en sus domicilios? ¿Acaso se postrarían ante él con más veneración cuando la borrachera les exigiera el tributo del vómito? Confiesen: ¿se sentirían acomplejados o realizados en la profunda esencia filosófica de su ser?
Por la módica cantidad de un millón de dólares se lo fabrica el artista de turno, además de manera personalizada, esto es, según sea su culo grueso o fino y su volumen pesado o ligero.
El Museo Guggenheim de Nueva York ha remitido esta pieza del artista italiano Maurizio Cattelan a la Casa Blanca como elemento decorativo de dicha mansión. ¿Será únicamente destinado a este fin?
Convénzanse, hermanos. No padezcan envidias innecesarias. La más humilde choza es tan digna y casi acogedora como el palacio más deslumbrante. Al fin y al cabo todos venimos del barro.
Bueno, la señora Trump, Melanie, de hecho quería un Van Gogh, PERO LE DIJERON QUE ESTE OTRO CUADRO ERA MÁS ADECUADO PARA ELLA Y SU MARIDO.
ResponderEliminarHay niveles de higiene baja, media y alta, y luego la excelsa, será que ellos pertenecen a ésta.
Eliminares para troncharse de la risa. Desde luego, los del Gugem neoyorkino han estado inmensos! nada mejor para dejarle en depósito a Trump!
ResponderEliminarAlgunos solo se merecen una ordinaria fosa séptica. El retorno a sus orígenes humildes.
EliminarAhora mismo, con el espíritu de tu Herr Elías Canetti, en castellano conquense llamado Canuto, devenido en sefardita y adepto Krausiano, ahora mismo, digo, en una lengua de extracción anglofrisia, con él estamos.
ResponderEliminarCanetti es de los grandes. "Auto de fe" es una novela monumental. Los aforismos, una fuente de aprendizaje permanente para mí.
EliminarSi lo ubican en esa posición, encima, será incómodo!!!
ResponderEliminarUn abrazo
Seguro que en la White House saben manejarse con él. Bien, Neo.
EliminarPara el Trump un wc de ooro?...les daría la bacinilla del cagadero de las barracas de Montjuïc..Al aire libre y con lluvia ¡¡¡
ResponderEliminarhttp://www.huffingtonpost.es/2018/01/26/el-guggenheim-ofrece-a-trump-un-inodoro-de-oro-en-lugar-de-un-van-gogh_a_23344167/
EliminarLa vida da muchas vueltas, Miquel. Ve a saber ahora cómo y dónde acabará haciendo sus necesidades ese individuo.
Y desde allí gobierna el mundo. Toda una metáfora.
ResponderEliminarSin duda, Pedro, sin duda. De retrete en retrete parece que sale su genial política.
EliminarEn la isla de Utopía, los orinales y los grilletes eran de oro.
ResponderEliminarSalud
ERa una narración creativa; lo de esta gente no sabe uno cómo calificarlo.
EliminarPor cierto no sé qué ha pasado, pero dos comentarios tuyos se habían traspapelado. Los he encontrado como spam ahora. Rescatados.
EliminarAhora podemos entender por qué ya no se usa el patrón oro.
ResponderEliminarSaludos
Francesc Cornadó
No obstante la cesión, los destinatarios y la vanidad del material vaya nuestro reconocimiento por la noble función que cumple ese gran invento. Ah, y una conclusión ontológica: se ve que los destinatarios también defecan. ¡Son mamíferos!
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