Dice Gracián en El Criticón: "¿Cuál puede ser una vida que comienza entre los gritos de la madre que la da y los lloros del hijo que la recibe?" El acto de parir y el correspondiente de nacer tienen, además de ser hechos de vida, mucho de premonición. El dolor y la queja abren la senda de lo que vendrá después. En esos momentos es lo que se impone, biología pura y durísima. Salto de calidad, tributo natural, violencia transitoria. Otro tipo de consideraciones -racionales, emocionales, afectivas, éticas o de economía familiar- se desencadenan instintivas u ordenadas a continuación para hacer llevadero el camino, para compensar y dotar de un cierto grado de significados la existencia que se da y la que se recibe. Para proporcionar recursos de subsistencia y defensa ante las dificultades y adversidades que irán llegando paulatinamente. Con frecuencia se olvida aquel punto crucial del parir y del nacer. De hecho, es desigual. Una madre puede recordarlo toda la vida. Un hijo crece con la idea de que estuvo siempre en el mundo. Obviamente una hija que un día sea madre pasará la experiencia que la madre ya había tenido, pero que el varón no conocerá jamás. La ventaja siempre es de la madre, del rol o figura madre, del hecho madre. Al final de sus días vinculará de alguna manera su acción generosa -confiada y proporcionada por su propia y exclusiva naturaleza- con el acto de morir ella misma. La paradoja está servida para todos. Sin embargo, para su alivio y bien llevar la última etapa, no recurrirá a evocar sus partos, sino a invocar a la madre que una vez también a ella le dio la vida y la crió. La agonía en la mujer o el hombre siempre reclama a la madre: el origen, el calor, el cuidado, la oportunidad. La madre se nos aparece en las últimas como vértice. Cuando el vórtice está a punto de desinflarse del todo. Las puertas del final vuelven a los humanos orantes de una protección que ya nadie les proporcionará.
(Ilustración: un obstetra y escritor de Zurich, Jacob Rueff, publicó en pleno Renacimiento un libro dirigido a parteras, el Hebammen Buch o Libro de parteras, plagado de ilustraciones instructivas y de alta calidad. Pero tras su muerte, el editor contrató al artista Jobst Amman, para ilustrar una nueva edición, considerada una de las mejores de medicina del siglo XVI)
Pura biología trascendente.
ResponderEliminarSalud, mucha salud
Francesc Cornadó
De hecho la ley primigenia es la ley más efectiva. Salud y suerte.
Eliminar"La agonía en la mujer o el hombre siempre reclama a la madre: el origen, el calor, el cuidado, la oportunidad. La madre se nos aparece en las últimas como vértice"... qué gran verdad!
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Lo he visto de cerca. Gracias, Neo.
EliminarInteresante reflexión Fackel, se podría decir que sí, que se llega a la vida con dolor. ¿Quizás es el dolor de la separación? ¿De ser un todo a ser uno? ¿De la pérdida de ese lugar protegido, cálido, único? ¿De esa perfecta armonía con la madre? Se entiende entonces ese querer volver a lo que se tuvo y a esa madre en los momentos finales.
ResponderEliminarSaludos
Así es, Conxita. Se entiende que toda la vida nos pasemos con la referencia primigenia, sea consciente o subconscientemente, más cuando hay dificultades y situaciones límite -los criminales y los enfermos terminales saben mucho de ello- pero creo que ordinariamente honramos el recuerdo de Ella (permítaseme la mayúscula que es más mayúscula que la construcción mitológica de la Iglesia con sus Vírgenes) Y sobre todo cuando algo falla dentro de nosotros. Tal vez también el individuo mitifique su origen y su diosa protectora, pero es condición humana.
EliminarGracias por pasar, Conxita, un saludo.
“Agranda la puerta padre
ResponderEliminarporque no puedo pasar,
la hiciste para los niños
yo he crecido a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta
achícame, por piedad;
vuélveme a la edad bendita
en que vivir es soñar”.
Miguel de Unamuno.
Qué preciosidad de poema. Qué grande Unamuno. Qué diminutos nosotros y todos los aprendices de brujo de hoy día.
EliminarCon multiples problemas de red aprovecho este instante lúcido para, abreviando, adherirme al comment de Neo. También me pregunto qué ocurre con quienes son paridos por una persona traicionera en su esfera maternal, por motivos diversos y la cultura empuja a que deba representar a la persona más amada en la tierna infancia. Ya te lo digo: un infierno donde la injusticia reina por sus fueros, un abuso que enferma. Un dolor sin cura....salvo que uno se lama las heridas y desarrolle cualidades maternales aprendiendo del exterior a su núcleo familiar....y sin hermanos, tios cercanos ni abuelos, oiga. Entonces se comprenderá mejor el concepto de fraternidad universal que ese individuo necesite sentir y se convierta en esencia de rebeldía tal y como pita la naturaleza humana de la que a su pesar es partícipe común.
ResponderEliminarPues aviados estamos.
EliminarRecuerdos fractales, pero bálsamo a borbotones. Por estímulos de la casualidad (o de su opuesto).
ResponderEliminarLa respuesta humana del bálsamo es tan biológica (instintiva) como la acción de la sangre (accidente reflejo)
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