"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 24 de octubre de 2024

Ecos lejanos, 17

 



Quiero que conozca a un personaje interesante. Se llama Helmut. En cierto modo se parece a usted, pero no es nada pasivo. Esta calificación de Else sobre mi persona me parece en extremo gratuita y desafortunada. ¿Por qué se empeñará en zaherirme? La taberna no tiene la prestancia del Josty y la clientela dista un abismo de aquella otra. Hasta el humo habla del tipo de tabaco tan diferente, aquí extremadamente grueso. 

Y, sin embargo, nada más entrar el ambiente me parece amable y el vocerío, si bien es bravo, no emite la jactancia remilgada de las palabras flotantes de mi café habitual. No me siento en absoluto incómodo, estoy hecho para cualquier ámbito. Se lo hago saber a Else, que me sonríe triunfal. Else se ha puesto a echar un vistazo por todas las mesas y desde todas ellas es respondida por miradas simpáticas, incluso insinuantes si no provocadoras. Es obvio que se la conoce aquí. Algunos parroquianos la saludan agitando la jarra de cerveza, otros la invitan a sentarse al lado. 

No ha llegado todavía, me dice. ¿Tu activo amigo?, se me ocurre en un intento de sacarme la espina. Bueno, es lógico. No siempre actividad y tiempo se ajustan. Else lo encaja, pero se trasluce que le ha molestado. Le defiende. Él es un intelectual discreto, amigo de la gente sencilla, tan atractivo como usted, salvo en que es menos teórico. Y sobre todo un tipo que sabe colaborar, que llega a la gente. No sé si dejarme afectar por los elogios o decaer por las comparaciones. Me ronda una respuesta contundente, algo así como: usted no sabe apenas de mí, Else. Lo pienso pero no lo digo. Que siga el curso de sus impresiones. Al fin y al cabo es entretenido y bonito el juego. Los juegos más apreciados son aquellos que no se ven venir, los que ocultan fichas o donde se interrumpen de improviso los movimientos. O bien los que dan giros inesperados, aunque sean arriesgados. ¿Cuál de todos ellos se estaba poniendo en aquel momento sobre el tapete de nuestra incipiente amistad? 

Propongo sentarnos y hacer tiempo. No esté inquieta, Else, se lo sugiero. Si viene su hombre, bien, y si no, otro día será. Pero ella se mueve entre los grupos de tipos que confraternizan. A alguno le pregunta con cierta reserva por el tal Helmut. Mientras, desde el banco corrido en que me he instalado -qué distintos estos asientos de las sillas individuales del café burgués-  observo este tugurio digno sin sentirme extraño. Qué diferente resulta aquí el sesgo de las conversaciones. Qué rostros tan rudos y qué características tan descuidadas las de los contertulios. La vehemencia con la que se exponen sus ocurrencias es natural, aunque las expresiones sean con frecuencia brutales, pero carecen del engolamiento de los bienpensantes del Josty. 

Pongo el oído a la mesa más próxima. No hablan de negocios, sino de necesidades. No exhiben conocimientos de modas artísticas ni literarias, sino que cuentan entre sí percances de sus oficios. No presumen de saber de enredos políticos, pero distiguen a los personajes públicos que les defienden de los que van a calentar poltronas. Proponen ideas que pueden parecer descabelladas y que para ellos son acuciantes. No ven claro cómo salir de la situación endiablada que se ha generado en el país, pero se resisten a retroceder. Hay en ellos una tensión esperanzadora que, a tenor de muchos comentarios pasionales, les puede complicar la existencia. Cada vez que pronuncian al unísono Prost, Bruder y juntan las jarras es como si hubiesen sellado un pacto de afectos que les compromete mucho más que los pensamientos. 

Nadie sabe dónde está Helmut, dice Else de vuelta de sus indagaciones. Ni le han visto ni ha dejado aviso alguno. Alguien de sus más íntimos opina que le habrá surgido alguna tarea especial. No, no tengo por qué pensar lo peor. Él es así, entregado y constante. 

Por primera vez desde que la trato veo a Else presa de una suerte de aflicción. ¿Tanto le aprecia o...le quiere?, le digo tomando una iniciativa consoladora que puede ahondar su fragilidad. Me mira indulgente. Usted no sabe lo que pueden vincular las causas difíciles, contesta con un desdén rabioso.




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