"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 15 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 22

 


¿Sigues recordando a Helmut tras estos años de olvido?, digo a la mujer, cuya imagen rebota en el cristal del invierno. E insisto, pero sin acritud. Un Helmut que nunca volverá. Ella se vuelve hacia mí, se revuelve contra mí. Hemos vuelto los que teníamos que volver, dice con una entonación débil, incluso afable. Pero eso sí, nunca hay olvido definitivo; sí hundimiento, también renuncias, y también superación. Seríamos injustos si no reconociésemos todas las fases por las que hemos atravesado. ¿Que algunos de nuestros amigos y compañeros cayeron entonces? Fue un hecho. ¿Que otros se han perdido en la nada durante estos años? De algunos sabemos, de otros nadie nos dará razón nunca. Cierto que no nos acordaremos de aquellos que no nos significaran en especial. Pero de los que estuvieron cerca, o aquellos que conocimos accidentalmente y nos causaron grata impresión o esa minoría que por un breve espacio de tiempo alentó nuestras vidas, bien con sus ideas o con sus afectos, ¿cómo podríamos olvidarnos? Además hay un esfuerzo recurrente, también reflejo, por tenerlos presentes. No se nos aparecen en la mente todos los días, eso sería una obsesión, pero son personajes que ante circunstancias especiales, a veces casuales, se nos muestran. 

Afirmo con la cabeza, luego busco una expresión de halago. En mi caso sí debió ser obsesivo que te evocara. Reacciona. ¿Por la memoria que guardas de nuestro entendimiento sexual? ¿Por las contribuciones ideológicas con que ambos nos pertrechamos? O algo más simple. ¿Porque te sentías abandonado de ti mismo y me buscabas como referencia que compensara tus desequilibrios más integrales? No en vano aquel tiempo juntos pareció hacernos indisolubles. 

Sus preguntas son certeras. ¿Preguntas o dardos? Busco una respuesta sincera, si bien suena a diplomática. Por todo o por cualquier razón que señalas, según circunstancias. ¿Tú no? La mujer sonríe pero se da la vuelta. Miro el contorno de su espalda. El cabello corto que libera el mismo cuello esbelto que siempre ha tenido. Me gusta contemplar su rostro reflejado en la ventana, menos preciso y más misterioso. No sé, dice casi sin voz. Te mentiría si te dijese que solo tú estuviste presente estos años. Todos los hombres con los que estuve antes de ti me acompañaron siempre. La mayor parte de ellos de una manera tibia, fugaz, sin mayor impacto. Con distinto ritmo y escasa persistencia. En situaciones vividas después sus imágenes acompañaron imágenes vivas que yo haya podido percibir, por ejemplo ante la visita a una ciudad o al leer textos que había comentado ya con otros. O incluso en el mismo momento de abrazarme a un hombre se instalaba en mí la sensación de que abrazaba a otro del pasado. A ti mismo, sin ir más allá. ¿Quién puede borrar todo lo que hemos recibido con bondad o placer? ¿Quién no recurre a recrear instantes de satisfacción o de euforia o de claridad de ideas que hemos tenido y nos han hecho ser lo que somos? 

Casi no la he escuchado. Es su cuello desnudo el que emite señales que escapan de ella. Una forma que no ha cambiado y que me pide diálogo. Lo acaricio.     




*Fotografía de Gertrud Arndt

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