"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 22 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 24

 


Sigue siendo tu mano tan leve como entonces, susurra la mujer. Es ese don de aquello que roza lo imperceptible lo que siempre me gustó de tus caricias. Un don que desecha lo vulgar, que atraviesa el tiempo y actualiza el instante. Un vuelo ligero que al contacto con mi cuerpo tomaba volumen y sobre todo densidad. Un soplo que no es garra, ni dentellada que te roe, ni losa que te oprime.

Nunca me resistí a ti, y tú nunca te impusiste a mí. Cuando sucedió todo, cuando transcurrió veloz y dramática la vorágine, eché de menos la calma de tu frágil pero elocuente tacto. Una señal que emanaba desde cada uno de tus espacios, con la que yo me ungía. Aun cuando lo perentorio en aquellos días consisitiera en salir indemnes del atolladero y la salvación de cuerpos y voluntades fuera lo que más nos urgía, forcé el recuerdo de tu liviandad. Como contrapeso al desprecio y a la violencia que se desataron contra todos nosotros. 

En el inicio de la dispersión no dejé de alojarte. ¿Me aferraba a un tótem? Te convertiste en el mayor secreto. ¿Hay algo más sagrado que el secreto? Ambos habíamos cultivado una sacralidad particular, ceñida a nuestro propio entendimiento. Amarrado a nuestro particular diálogo afectivo. No tenía que justificarse ante nadie y para nada. Era morada, prueba, dirección única. ¿Te parecí alguna vez que yo fuera Dafne? ¿Por qué a los hombres os atraen tanto las ninfas puras? A diferencia de la dríada, yo no pretendí nunca preservarme ni fui jamás huidiza ni me convertí en laurel ni mis brazos se transformaron en ramas, ¿o tal vez sí? Tal vez acabé convertida en un árbol lujuriante. Tú solías repetir: mi destino es estar siempre bajo tu sombra. En tus momentos encelados osabas transgredir los principios de mi libertad preguntando: ¿cuántos se han refugiado entre tu ramaje? Ese pensamiento, ¿agitaba tu inquietud y te arrastraba a amarme más intensamente? En aquel estado umbroso que yo te proporcionaba solo tú te solazabas, como nadie antes supo ni pudo hacerlo. Ni lo haría después. Pero el destino deseo chocó con el destino realidad. Las emociones afectivas trocaron en conmociones históricas. La posesión que presumía de inexpugnable cayó troceada en pérdida.

Cuando llegó la brutal separación, la que todos los nuestros padecieron de distintas formas, en algunos privándose de seguir viviendo, en los más sufriendo el exilio, cuando fuimos ausencia unos de otros, yo creí sobrevivir emocionalmente con tu recuerdo poderoso. Pero me encontré de repente seca. Mi frondosidad se extinguió. Mis solicitudes se evaporaron. La apetencia de alojar a otras almas cesó de la noche a la mañana. Tú desapareciste. Yo te hice desaparecer. Cabía prolongar ese recuerdo, dotarlo de imágenes, de sensaciones, de deseos vividos. Mas se hallaba encerrado en la memoria secreta que no convenía desvelar, siquiera por si venían tiempos más sosegados.

Ahora, tu mano ligera pero insistente, cuando nuestros cuerpos son otros cuerpos, y poco reconocibles para nosotros mismos, sigue conservando una suavidad entre sus arrugas. ¿De qué hablan estas palmas ajadas? ¿Qué percibe tu mano de mí? ¿Qué nos queda por sentir? ¿Qué podemos alcanzar cuando la aridez se ha impuesto, probablemente sin reversión, en nuestras existencias?



*Ilustración de Inés González

2 comentarios:

  1. Se hace harto difícil decir algo sobre un texto tan hermoso sobre ese amor, desamor reencontrado.
    Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Solo reflexionar sobre lo que depara el azar y lo que avisa de las pérdidas.

      Eliminar