"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 17 de abril de 2025

Dirección única. Dolor





















"Si hablo, mi dolor no cesa; 
Y si dejo de hablar, no se aparta de mí"

Job, 16.6 (Versión Reina/Valera)

La mitología cristiana repite hasta la saciedad la palabra dolor, pero no ahonda en el dolor y menos lo resuelve. Lo exalta, lo carga de metafísica, lo excusa, lo dota de resignación, lo recarga con sofismas, lo utiliza como expresión heroica de su personaje central, que se salva a sí mismo porque, dicen, es dios y es hombre. Y al que se proyecta como respuesta de salvación de los hombres. Demasiado simple para denotar solución a lo que no lo tiene fácilmente. Maniquea abstracción repetida sin fin por una literatura ideologizada y elaborada a través de los siglos y que ha configurado su propia domesticación cultural. En la cual justifica su pretensión de verdad. Pero los que solo somos hombres y queremos seguir siéndolo, y no entes imaginarios, ¿no estamos abocados a un sufrimiento que tiene infinidad de rostros y ninguno nos consuela? El dolor no puede ser agente de salvación del hombre jamás. El dolor no redime, hunde. El dolor no nos rescata ni en el deterioro físico, ni en las situaciones desfavorecidas, ni en las dificultades extremas de enfrentamiento social, ni en la afectación de las catástrofes naturales. Invocar la resignación no es saludable. Solo su superación, aún sabiendo la distancia a que estamos de que sea realizable, nos elevaría sobre una condición humana actual con deficiencias graves y desigualdades profundas. Miras en el entorno, próximo o mundial, en tiempos de choque de intereses que engloban a todo el planeta, y ves que el dolor prolifera. Que es despiadado. Que algunos, además de causarlo lo ignoran. Que muchos se dejan atrapar por sus miedos y se refugian en el carpe diem. Que el dolor ajeno es eso, ajeno, distante, y para obviarlo nada mejor que la insensibilidad egoísta, ese repetir interiormente: A mí no me pasa. Presos todos de contradicciones y de ceguera, se advierte que los hombres sinceros o que pretenden ser francos frente a una realidad retorcida y dañina, si bien no encuentran respuestas fáciles ni actitudes superadoras, al menos no se dejan embaucar por quienes siguen generando dolor o recomiendan su aceptación destructiva o simplemente callan. Acaso sea un primer paso para reducir la aflicción y con ello romper con la pasividad. Job sabía de lo que hablaba. O mejor dicho, quienes creasen una historia ficticia con el nombre de Job sobre la desesperación contenida. Es decir, esa maravilla de la narrativa oral de lejanos orígenes.



*Escultura de Gregorio Fernández, siglo XVII.


miércoles, 16 de abril de 2025

Dirección única. Clamores









"La lluvia de primavera nunca cae cuando se la espera, pero la guerra siempre viene sin importarle el clamor de los hombres". Cuando leo esta reflexión en la novela de Lao She El camello Xiangzi siento cierto escalofrío. La primera parte de esta primavera es contradictoria, los  fríos nos desconciertan, cuando esperas lluvia no llueve y cuando no diluvia. Pero es naturaleza, nos justificamos, si bien probablemente naturaleza alterada por la acción humana. Y hay que aceptar la situación. Pero la guerra, la que hay en tantos escenarios y cuyo fantasma nos aterra porque puede ser otro tipo de vendaval que nos implique, ¿qué tiene de natural? ¿Su determinismo social? ¿La profunda y ambivalente naturaleza humana? ¿También tenemos que asumir esta capacidad de dejarnos arrastrar por el mal incluso siendo copartícipes del mismo? No hay un solo clamor de los hombres. Los hombres somos manipulables y estamos sumamente interesados en no tener privaciones. Aunque sea siempre a costa de otros hombres. Hay clamores que no desean el mal y hay clamores que ensordecen ante esa misma funesta presencia. 



 

domingo, 13 de abril de 2025

Dirección única. Curiosidad

 












Te levantas y miras por la ventana. ¿Recuerdas cómo era tu mirada en los años tempranos? Entonces te parecía ver lo de todos los días, y ahora también. Pero ni en aquel tiempo ni en este todo es lo mismo. Los objetos que contemplas -paisaje, tránsito callejero, vuelo de aves, cielos nublados o despejados- ni son iguales que aquellos ni tú los percibes idénticos. Tu mirada de niño siempre descubría un detalle. Y un detalle era una novedad. Sobre ella preguntabas o sencillamente la guardabas para disfrutarla en otro momento. Porque las novedades se atesoran. Las que deambulan por el mundo exterior a ti y por las que se manifiestan en tu pausado acontecer. ¿Que los descubrimientos de infancia eran de mayor envergadura? Te parecería. Pero todo lo que ahora se te va revelando, cuando todo lo creías sabido, ¿no es también objeto de perplejidad como mínimo? ¿O no es de admiración y de sorpresa aunque mucho de lo que se manifiesta dentro de ti no te plazca? Te preguntas qué es lo que realmente se descubre a lo largo de la vida. En cada instante. Y a la postre concluyes que es tu propia manifestación cambiante el hallazgo. Una cosa, una idea, un aspecto, por muy insignificantes que aparentan te pueden asombrar. Te conmueven. Sigues hallando sentido a los usos, a los comportamientos, a las expresiones ajenas, a tu propio lenguaje corporal que en ocasiones te desazona. Porque ahora, con ojos cada vez más marchitos aguzas también,  como entonces, de manera decidida la mirada. Compruebas la huella nada más haber dado el paso. Aun sabiendo que no puedes detener tu andadura. Como si ello fuera un paradigma de tu conciencia. ¿Que tus observaciones de niño te dejaban boquiabierto e inerme? No menos indefenso sueles quedarte en esta edad avanzada que te ofrece, a cambio de haber vivido bastantes años, la certidumbre de un tiempo ya limitado. Que deberías vivir con menos pasión y más calma.



"Mienten quienes dicen que hay firmeza en tal o cual edad. Nada hay más voluble que el tiempo. El tiempo es la rueda de todas las edades, ¿y tú lo crees estable? ¡Oh, vanidad! Ninguna cosa es firme: en este mismo instante eres arrebatado". 

Francesco Petrarca. Remedios para la vida.


*Fotografía de Isa Marcelli

sábado, 12 de abril de 2025

Dirección única. Prolongaciones

 













Soy tu prolongación. No me enroco en mi mismo. A veces me resguardo pero no ceso de crecer. Incluso sabiendo que los límites de mi piel sienten el frío exterior siempre estás ahí. No me digas cómo lo sé, a veces saber es solo imaginar. Tu presencia es tacto, es escucha, es contención. ¿Que no siempre me llegan tus palabras? Las palabras hacen y deshacen, me dijiste un día. Yo pensé: cierto. Las palabras no son meros entes autónomos que se crean y se disuelven, como no lo son las semillas que transporta el viento. Las palabras llegan a los otros. Que esos otros se sientan afectados o no por ellas está en la capacidad de recepción de cada cual. Si son volátiles o sedimentan allá en la mente en que se posen solo lo sabe quien se hace eco de ellas. Solo busco en tu prolongación la palabra pulida y precisa, la que muestre la esencia de cada instante. Su significado, su oferente condescendencia. Porque su poder no tiene por qué ser superior, no obstante el ruido que provocan las palabras, a los gestos y las actitudes. En definitiva, los comportamientos. Una palabra arriesga vacuidad; una conducta acogedora ocupa. Una palabra deslumbra; un proceder satisface. De ahí que sienta la placidez del silencio contigo. Donde me envuelvo, donde me desarrollo. Donde no me hago preguntas sofistas pero los sentidos se refuerzan. En tu prolongación hallo mi justa y sencilla fortaleza.    



"Alguien vino
y prolongó mi mano
hasta los músculos del Paraíso"

Sohrab Sepehrí, de Espacio verde.

*Fotografía de Isa Marcelli

miércoles, 9 de abril de 2025

Dirección única. Silenciamientos

 









"¿Qué es el silencio qué es, qué es, ay único amigo?
¿Qué es el silencio sino palabras no pronunciadas?"

Forugh Farrojzad, Nuevo nacimiento.


Acudo al silencio. De qué me sirve. Porque dentro de mí sigo hablando. Unas veces prudentemente. Otras con insensatez. Otras me desgañito. Las voces rebotan dentro y se atraen y se repelen. Recurro al silencio directo respecto a los demás; pero tampoco es verdad, pues escribo. Y al escribir, hablo. Puede que la queja y la desazón sean más enérgicas con redacciones. Pero a su vez el ruido que las palabras emiten al ser pronunciadas delante de otros ha desaparecido. ¿Que te escucha más gente pero te lee menos gente? Da igual. Has buscado refugio rehuyendo el guirigay exterior. ¿Te turba saber que al escribir traicionas tu necesario silencio? Aunque no siguieras especulando con palabras escritas tus pensamientos recorrerían las paredes craneales con movimientos dispares. Los imaginas subiendo por ellas alocadamente o haciendo ejercicios de funambulismo o reposando o aparentando que no existen porque has desconectado siquiera por un rato de tal tema u otro de la vida. ¿Es lo cercano o lo alejado lo que te obsesiona, sabiendo que no dejan de obrar con su actitud parlanchina sobre tus emociones? Es todo, te dices. Todo me afecta y debo situarlo para que no arañe y rasgue eso que llaman equilibrio. ¿Equilibrio? ¿Caos? Difícil pensar fríamente, aunque te hayas aislado. Puedes descolgarte de otros individuos pero imposible separarte de ti mismo. El silencio deberá ser algo más allá que palabras no dichas, o simplemente no ser. Pero ese espacio, el más auténtico y consecuente, solo se llama muerte. Y tampoco. Porque la muerte elimina todos los espacios, como suprime todos los tiempos.



*Fotografía de la poeta iraní Forugh Farrojzad.

martes, 8 de abril de 2025

Dirección única. Miradas (goyescas)



La mirada de Goya sobre el mundo sigue siendo actual. Mundos de superficie e inframundos fueron tratados con sus pinceles hasta lo ilimitado. Esa variedad de obras donde el pintor lo tocaba -lo miraba-todo no tiene parangón en la historia del arte. Si quieres aproximarte a los santos, Goya te aproxima. Si quieres acercarte al mundo de la monarquía o de la nobleza, Goya te acerca. Si quieres vivir los dramas de la violencia napoleónica, Goya te sumerge en ella. Si prefieres un costumbrismo castizo, Goya te hace vivir en su ámbito y compañías. Si prefieres los lances taurinos, puedes participar de ellos. Si quieres disfrutar de los vicios y disparates, no tendrás mejor crítica desenfadada y sarcástica que la de goya. Si quieres percibir el terror del caos de una guerra, Goya te lo explica como nadie. Si es tu mundo interior el alterado o confuso Goya te deja volar con él a su inframundo oscuro y surrealista. ¿Qué más puedes pedir? 

Hay pintores sobre los que se puede tener preferencia por uno de sus temas o de estilos sobre otros, pero en Goya todo es preferente. En cualquiera de sus obras gozas de lo representado, entras en un mundo concreto y te dejas embargar por la combinación de luz y sombras, de colores y de caracterizaciones. Este cuadro mismo, propiedad de los Rothschild, donde dos majas, seguramente miembros de la nobleza, se asoman a una balconada, es pura vida. Los dos varones de atrás, que entre sus vestimentas oscuras que les cubren prácticamente y su segundo plano parecen personajes secundarios de la obra, proyectan aún más la escena de las dos mujeres. El lujo de sus vestidos, la luz que emana de sus rostros o de su torso, la disposición coloquial te arrastra a poner el oído. ¿Confidencias? ¿Comentarios sobre lo que observan? ¿Dónde se fija la atención de las miradas de ambas? Prueba a mirar el cuadro y a apartarte y retorna otra vez a él. ¿No ves el movimiento? ¿No percibes el diálogo? ¿No te llega la fragancia? ¿No te calma la lozanía amigable de las dos mujeres?

Goya siempre para tiempos de tribulación y comprensión de la vida humana.



lunes, 7 de abril de 2025

Dirección única. Indiferentes














"- ¿Dónde está mi creencia? -me preguntas. 
  -La perdí por mi mal. 
  - ¿Y tu virtud? -insistes- ¿Mi virtud? 
  También la perdí ya".

Hafiz, Gaceles y Rubaiyat. (Traducción y versión de Rafael Cansinos Assens)


Acaso no es tanto cuestión de insensibilidad como de indiferencia. La clase alta nazi, o al menos un sector de ella, era hipersensible a la música. Pero indiferente al sufrimiento ajeno y, más en concreto, al infligido por sus propios dirigentes, a los que habían aupado y concedido su pláceme. Siempre me chocó este aspecto de la sensibilidad. Como si quedara en una percepción ideal en su mente, pero no existiera para considerar las conductas hacia los que no eran como ellos. Esa dualidad, o doble moral, si se quiere, había sido una constante eclesiástica en las Iglesias de la Reforma y de la Contrarreforma. En ese sentido el nazismo no inventó moral alguna. La llevó a un extremo universal, como probablemente antes lo hiciese el brazo jurídico policial de la Inquisición. Pero ni un poder ni otro hubieran prolongado y alcanzado cotas tan altas de atropello sin la aquiescencia social, sin la complicidad de la población. Inhibirse por parte de los poderes públicos de hoy día de los diferentes Estados ante la barbarie suele justificarse por razones geopolíticas, cuando no comerciales. Mas las sociedades dan el visto bueno al crimen con su silencio colectivo. Pensando: a nosotros no nos pasa lo que a esos otros. Por ejemplo. O bien: Si nos involucramos puede ser peor. Justificaciones sobran, pueden encontrarse las que se quiera. Nuestra impotencia es un castigo. Nuestro silencio una condena. Nuestra pasividad es colaborar con la indiferencia.



*Escultura del frontón del templo de Afaia en Egina, en la Gliptoteca de Múnich.


domingo, 6 de abril de 2025

Dirección única. Criminales

 





En el Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa: "El mundo es de quien no siente. La condición esencial para ser un hombre práctico es la ausencia de sensibilidad".

No dejamos de asombrarnos ante la criminalidad cotidiana. En el vídeo adjunto se muestra un episodio más de criminalidad. Pessoa salió a mi encuentro para hacerme entender del todo sobre algo que yo barruntaba desde hace tiempo acerca de cuestiones de sensibilidad. El criminal es insensible siempre.






sábado, 5 de abril de 2025

Dirección única. Iniciaciones

 



Susurradas, silabeadas, pergeñadas, trazadas, trabadas, reunidas, escritas. Por cuántos matices han pasado las palabras a través de la vida. Al principio fue un combate amable entre la oralidad y la escritura. ¿En qué instante se fraguan las palabras de un niño? ¿Por repetición? ¿Por imitación? ¿Por el sonido y su eco? Y de pronto llega un libro sencillo de iniciación donde el náufrago va a asirse al islote. El primer texto escolar llevaba un título sugerente: Silabario moderno. Rudimentario en contenido y en imágenes. Descripciones con contenido moral, doctrinario, simplón. De la religión y su moral, de la patria y su apropiación, y de la historia y su manipulación. A pequeñas dosis, mas contundentes. Pero para el niño la verdadera atracción residía en las sílabas. Era el reino de las sílabas. El niño se lo sabía de pe a pa. Estas, ¿son sílabas o palabras? ¿Solo se las reconoce como expresión pero no se las concede entidad independiente? ¿Qué papel jugaba el índice desplazándose de izquierda a derecha en cada renglón? Uno se pregunta ahora si la primitiva conciencia no empezó a manifestarse sino con el silabario. Con-cien-cia. ¿Cuándo escuchó por primera vez el niño el extraño término conciencia? Tienes que ser consciente de lo que haces, frase pétrea de su padre. O la otra de hazlo con toda conciencia, más imperativa aún. Decir conciencia quería decir responsabilidad. Tienes que ser responsable. Continuación de las otras expresiones, a la que el niño afirmaba por rutina y acatamiento, no por convicción. Hasta ese primer momento de la palabra -conciencia, como palabra, fue anterior a la asunción racional de su contenido- había habido otra clase de  conciencias digamos biológicas, subconscientes: mamar, aprender pautas corporales, ir distinguiendo los alimentos, expresarse con las canciones, iniciar el caminar erecto. Solo el silabario podía permitir un salto y descubrir las palabras. Al año siguiente otro libro más avanzado, Mis primeros pasos. Y más tarde otro, Mis segundos pasos. El niño no se inició en el verbo con las palabras sino con las sílabas. Primitivo él. Primitivo todo. 

(Y a estas alturas de la vida tantas letras leídas y escritas -no sé hasta qué punto interpretadas o expresadas- para al final ser sepultado por ellas. Sic transit la vida de las palabras)



viernes, 4 de abril de 2025

Dirección única. (R) evoluciones

 



¿Este hombre fue aquel otro? La revolución pendiente de aquel lejano hombre joven contrasta con la evolución natural de este otro anciano del presente. De una imagen con 23 años a otra con 80 que, precisamente, los cumple hoy. Con apariencia digna y él sabrá si las procesiones van por dentro. ¿A cuántos revolucionarios de su Mayo habrá visto desaparecer en estas décadas? ¿A cuántos de sus partenaires no habrá visto evolucionar en sentidos diferentes y opuestos a sus orígenes? ¿Es un ejemplo vivo de cómo los deseos personales, irrealizables la mayor parte de las veces sobre todo si son utópicos, contrastan con la realidad posible y no te digo con la probable? ¿Es una muestra de cómo sobre el hombre político se impone el animal politico? ¿Qué verdad quedará dentro de este contemporáneo cuando tantas verdades se han venido abajo? Una verdad destaca sobre las pseudoverdades y es obvia e irrebatible: la de la palabra lenta o escasa, la de la lasitud que obliga a encoger el cuerpo, la de la mirada perdida o apagada, la de las arrugas y la piel flácida, la de un gesto de cansancio noble pero inocultable, la de un extravío de los cabellos albos que seguramente envidian la otra pelambrera bella y rebelde de aquel año de ruido y relativa furia.







*Fotografías sobre Daniel Cohn-Bendit.

jueves, 3 de abril de 2025

Dirección única. Trasposiciones

 












"Me he puesto una sonrisa. Todo es bello".

J.M.Fonollosa, Fifth avenue, Ciudad del hombre: Nueva York.


Ríndete. Ríndeme. Un intercambio de imperativos que solo el placer perseguido dota de significado. No te rindas. No me rindas. Un trueque de propuestas al que solo el dolor obliga como forma de resistencia. Una vez escuché la experiencia padecida por un hombre que, entregado al amor de una mujer, no obstante su enajenación voluptuosa, sintió el latigazo de un cólico renal agudo. Él mismo lo relataba con esta expresión: fue in situ. En aquel instante, ante la sorpresa de la mujer que no lograba explicar el salto de abandono de él, su chillido espontáneo y desmesurado, el hombre se debatió en el desconcierto. Estaba perdiendo el placer mientras no aceptaba el dolor, si bien este se manifestaba con el rostro más cruel, enloqueciéndolo. En ese preciso instante, contaba el hombre, se imponía a su vez otro dolor: el de temer perderlo todo. El de recelar de perderla a ella. Ese in situ me hizo pensar cuando me trasladó estas revelaciones. Dónde sucedía. ¿Era solamente un espacio? Dónde se ubicaba el instante. ¿Era apenas tiempo? ¿Qué clase de vínculo se había roto en el interior del hombre para que un cuerpo potente hasta entonces se alejase veloz de su propio cuerpo? Pues el dolor no deja de ser un alejamiento aunque uno no se lo quite fácilmente de encima, e incluso pueda ser un fiel pero maldito compañero durante años. Pues, ¿puede uno reconocerse en el dolor? 

In situ es una frontera. Fijada pero no fija. Una ubicación que muta, que es capaz de traspasar el mundo de las emociones gozosas para concluir en las conmociones más perturbadoras. En apenas un momento.

Aquel hombre del que escuché su vivencia severa lo contaba como divertimento. Habían pasado muchos años de su peripecia biológica. Pero no dejaba de trasladarme un cierto estremecimiento su anécdota, aunque él produjera reacción hilarante en la concurrencia que le escuchamos con atención. 



*Relieve escultórico de Juan Haro.

martes, 1 de abril de 2025

Dirección única. Desaprender, desprender

 










"¿Es que la razón no alcanza a demostrar que lo que tan ardientemente deseas o lo que tan exultante alegría te produce si lo alcanzas no es un bien, y que lo que te oprime y abate hasta el punto de hacerte perder el juicio no es un mal?"

Cicerón, Conversaciones en Túsculo, Libro IV.


Aprender a desaprender. La vida, un aprendizaje permanente. Siempre estamos aprendiendo; es instintivo. Nos mueve la curiosidad fundamentalmente. También el control de nuestros pasos. Buscando o no objetivos materiales que nos aporten beneficio. No todo lo que aprendemos nos gusta, por ejemplo el dolor. Pero toda manifestación nos viene bien para saber del valor de la vida, incluso el dolor. ¿O sobre todo el dolor? No se trata de olvidar lo aprendido sino de saber desaprender de lo vacuo y poco o nada necesario que se había quedado dentro de nosotros: obturándonos, limitando la entrada de lo provechoso, frenando estados de ánimo saludables, ocupando con la escasa entidad de lo insignificante estancias que podrían ser aprovechables, alejándonos del equilibrio, retorciéndonos en la carencia de la armonía. Entonces es cuando desaprender pierde una vocal para transformarse en desprender. Con pronombre adjunto. Desprendernos del peor bagaje. De lo superfluo que, sin embargo, tiene un peso muy gravoso. De la ira, la presuntuosidad, la falta de respeto, la abulia, la soberbia, el desinterés, la ignorancia, la falsedad, el feísmo, la agresividad, etcétera, ¿Cuánto de nuestro corpus de ideas rectoras nos sobra, muchas de ellas ya viciadas desde el primer instante en que las aceptamos? ¿Cuánto de resistencia y negación de lo otro o de los otros no hay que tirar por la borda? Aprender, por lo tanto, a ser unos desprendidos. Que no desocupados.



* Obra de Javier Marín.