"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





domingo, 2 de noviembre de 2025

Asesinatos en serie. Arañazo fallido

 



Lo consiguió. Su fuerza no era suficiente para derribarlo entero, pero lo marcó. Ahora todos sabrán que tú eres el apestado, le dijo sudoroso y con rencor agudo al apartar la faca. Los dioses pueden sentirse heridos, pero se reservan el sufrimiento y demoran el desquite. ¿Qué crees que has conseguido?, respondió el generoso protector de las artes al agresor, mientras se llevaba una mano a la mejilla. Mi herida sanará y si queda huella nadie me repudiará. Algo que, sin embargo, no sucederá contigo, pues vas a ser condenado al olvido. Todas las generaciones venideras sabrán que fui atacado pero nadie sabrá del atacante. Todos seguirán hablando de mi porte y mi dadivosidad, pero nadie acertará las razones que tuvo el insignificante mortal que osó lacerarme. Pero tú bien sabes del por qué de mi agresión, aún se atrevió a replicar el necio pendenciero. Lo sospecho, pues desde hace tiempo observaba que pretendías acercarte a mí, pero tu mirada torva te denunciaba. ¿Acaso pensaste que destruir la belleza ajena iba a generarte satisfacción y mejorar con ello tu apariencia? El agresor seguía plantándole cara al divino. ¿Por qué no? De momento me ha compensado ver que no eres tan perfecto. El insuperable rio. Tu miseria es notable, pero el veneno es tuyo y su digestión será nociva. ¿Piensas que la envidia apoyada con ira va a ser un recurso con grandes logros tu existencia? Además, te has quedado corto. El arañazo no es letal ni borrará mis facciones. Y no eres capaz de volver a intentarlo porque sabes sobradamente que para hacer ostentación de cólera, si fuera preciso, no me ibas a ganar. 

Del frustrado mortal no se supo más. Al hermoso herido le siguen admirando los visitantes del museo que arropan día tras día a la imagen. La marca fue una anécdota que embellecía aún más la testa.



*Fotografía del Apolo da Baia, de Mommo Jodice.


miércoles, 29 de octubre de 2025

La manilla y la cerradura, y Paco Ibáñez de paso

 


Me topo por la calle con un cartel anunciando concierto de Paco Ibáñez. Está pegado a una puerta ordinaria con cerradura y manilla. Mi primera sorpresa es que este cantautor del pasado siga dando conciertos. Me entra un doble temor. ¿Qué voz tendrá a estas alturas? No me tienta la idea de escuchar una voz probablemente harto cascada (son 90 años) y no basta la buena intención para dejarme seducir bajo el signo de mi pelo albo. Recuerdo que Brassens, que no pasó de los 60 años, ya tenía una voz más escasa y débil. 

El otro temor es: ¿sentiría hoy lo mismo que en mi juventud al escuchar aquel vigor resistente de interpretación y letras que se apoderaban de nosotros? Como no voy a contestarme a ambas preguntas, propiciadas por la justa aprensión de que las cosas ya no son iguales a como fueron, me vuelco en retorcer el simbolismo del cartel sobre la puerta. ¿Se trata de la puerta que se cerró una vez en falso? ¿Es una cerradura cuya llave solo la tienen quienes no van a permitir acceder sino a quienes ellos quieran? ¿Son los períodos históricos habitaciones clausuradas o comunicantes? ¿Érase una vez que galopamos sin llegar a la utopía soñada mientras el lobito bueno era maltratado por todos los corderos, pues tal parece hoy día que el mundo va del revés? Por un momento me tentó mover la manilla. Pero ¿y si la puerta se abría y me llevaba a una estancia oscura, como premonición de lo que puede estar por llegar?

No pongo en duda que las letras de las canciones del cantautor permanecen vigentes en sus mensajes. El problema es que hoy nadie las canta y seguramente tampoco serían entendidas. Como mucho, de vez en cuando aquellos otrora jóvenes las ponemos para hacer un ejercicio de nostalgia que acaba mal. Yo, escasamente lo hago. Y mira que L'Olympia fue un manifiesto total que nos arrebató. Y mira que en asambleas que acababan a palos y en excursiones que nos liberaban de la podredumbre dictatorial las cantamos en medio de una mística interclasista y soñadora. Y mira que en reuniones domiciliarias clandestinas no pusimos poco sus discos. Pero hoy, hoy, qué miedo me da volver a escuchar a Paco. Con Brassens no me pasa tanto, tal vez porque era otra cosa; y hablando de nostalgia todavía me sacude más el francés. Y es que escuchar a alguien tan significativo de la música del tiempo lejano devuelve a la vida a los muertos, recupera a los amigos y compañeros que tomaron otros rumbos, y cuestiona la memoria. Pero la memoria no conviene menearla mucho, por si se desvirtúa, se prostituye o se traiciona. Como han hecho algunos.


 

lunes, 27 de octubre de 2025

Que tú bordaste en hambre ayer

 


Juan Marsé, al que de vez en cuando hay que volver, tiene una novela titulada Si te dicen que caí. Lo he recordado al plantarse ante mis ojos esta imagen de un centro de caridad gallego en el lejano 1937. Lejano, pero no borrado. Tal vez porque lo que vino después fue un largo manchón entre los manchones que acumulaba la historia patria desde el siglo XIX. La fotografía me sugiere explicitar un argumento de novela, pero no paso de un título. Podría intentar desarrollar un texto más o menos largo. Uno bebió muchas informaciones procedentes de gente vencedora y de gente vencida. Uno ha visto infinidad de fotografías, y hay demasiadas, sobre el entonces y el después. Uno ha leído testimonios de vivos sobre muertos. Uno no vivió el dolor directo, pero sí su continuación a través de relatos de los que padecieron, bien cual tirios o troyanos, si bien unos mucho más que otros. Y de pronto me doy cuenta de que el título que se me ocurre no es solo título. Que puede ser un relato corto y que gana en brevedad a Monterroso y su célebre y archirepetido que no voy a repetir. Mi cuento dice Que tú bordaste en hambre ayer. No, no me corrijan. No me siento obligado a respetar la letra del grupo de intelectuales de las armas y las letras oscuras, ni la música del compositor vasco afín. Que tú bordaste en hambre ayer es título, argumento, mensaje, conclusión. El hambre fue la continuación de la sangre. Por un momento me he sentido tentado a hacer otra proyección. Poner voces a cada niño y a cada muchacha falangista. Ya sé que vista linealmente la imagen hay una sola voz musicalizada. Seguramente el himno está cantado con más bravura por las adultas que por los infantes. Y a las criaturas, más expectantes al plato que a la marcialidad, las imagino balbuceando palabras ininteligibles, vocalizando a medias, mezclando lenguas. Curiosamente el neno máis pequeno es el que se muestra más aguerrido. En el argumento pre imaginado no queda claro si el babero lo lleva para el alimento que se supone va a recibir o porque se le cae la baba al llevar impasible el ademán, aunque él dice alemán. Pobre neniño, en que historia te meteron?, se me ocurre como pie de foto, al estilo de los breves comentarios que Castelao ponía a sus espléndidos y terribles dibujos de Nós.



jueves, 23 de octubre de 2025

La hoja caída y sus avisos






Y de pronto, tras recoger aquella hoja ajada, retorcida, polvorienta, que yacía sobre el capó del coche, sentí una vez más la revelación de lo ya revelado, la metáfora, a la que recurrimos tanto, la verdad, a la que acudimos menos, y pensarás que es una fruslería lo que voy a decir, pero me transmitía ternura, qué veo yo en ella, qué ve ella, la hoja, de mí, esas dos mitades de su haz y su envés, con diferente coloración, porque en la realidad siempre hay una correspondencia, y no pueden las hojas, no puedes tú mismo, huir de la doble imagen, no hay un individuo aparente por un lado y otro doble detrás fingido, o viceversa, pues un individuo no es sino el viaje de ir y volver constantemente, como tampoco hay únicamente medio cuerpo, media personalidad, y el lado caduco que exhibes conlleva la parte provisionalmente imperecedera del otro yo, y por muchos heterónimos que creas imaginar, o vivir, si prefieres, pues la imaginación no es vida desdeñable, todos ellos, simulando más juventud, o más belleza, o mejor elocuencia, o arrolladora simpatía, ninguno de ellos se libra de que sus colores van siendo opacados, y sentí en la rugosidad de la hoja sobre mis manos, en sus mellados perfiles, en los extremos quebradizos de sus estrellas puntiagudas, el aviso identitario de mi propio cuerpo, dónde estaré yo, qué superficie de yo hoja permanecerá de antes y cuánto espacio inoloro me cubre ahora, me preguntaba a medida que comprobaba el volumen que ocupaba en la hoja lo verde y lo que iba trocándose en amarillo, y puesto a divagar me pregunté si esa hoja que el viento había fijado sobre el parabrisas no estaría trasmitiéndome un mensaje oculto, a mí, que soy de rechazar las cábalas secretas, que como juego está bien preguntarse uno si soy el elegido o el rechazado, y para colmo, me llegan de mano del vehículo de la memoria aquellos versos del poeta romántico que aprendimos en la pubertad, hojas del árbol caídas / juguetes del viento son, y me río sin que me vea nadie, y la hoja siente mi empatía y hago como que me habla


(Me gusta escuchar a Max, tal vez dejándome arrastrar más por la cascada de pensamientos y el engarce de sus palabras que por el contenido de los pensamientos mismos, que hay que desbrozar con tiempo. Y es que él es así, necesita escucharse, porque que otro le escuche solo es la excusa para el juego de lo que el llama el orden y desorden de las ocurrencias) 





martes, 21 de octubre de 2025

De oquedades postreras

 



Llevamos un cadáver dentro, un cuerpo insepulto esperando al postor postrero, y fíjate el juego que se traen estos dos términos, parecen tan diferentes y pueden ir de la mano, y aún podría añadir postración, como el efecto definitivo, la manera en que nos encontraremos algún día, y algún día puede ser en cualquier momento, pues cada jornada es una apuesta inadvertida pero aceptada como única, porque vivir es de por sí el sentido, no hay ni antes ni después otro motivo, vivir es la razón en sí misma, y la puja debe ser atender cada día, crecernos si acertamos y mermar si no atinamos, y de igual modo que no nos da en pensar en lo que no éramos antes de nacer, porque no podemos identificarnos con ninguna vida propia del pasado, tampoco deberemos hacer ficción más allá de esa postrimería, y la misma raíz de las palabras se ofrecen voluntarias, hasta para designar un tiempo o una situación, no para obsesionarnos con la limitación sino para precisamente sentirnos satisfechos del margen de posibilidades que nos brinda el hecho cotidiano, pues somos eso mismo, un hecho cotidiano y no un mero cuerpo o un neto sujeto o una ambigua persona, y la dinámica nos convierte en un hecho y en un continuo hacer, hacernos, pero ojo, no nos recreemos en la imagen de la curva ascendente, del progreso sin fin dentro de nosotros, y mucho menos en ese absurdo que el lenguaje ha inventado y que se llama perfección, un concepto convencional que ha hundido a muchos, y que resulta tan vacuo como competitivo, y si hay algo que va en perjuicio del hecho que somos es precisamente ese competir, esa pugna a varias bandas, interna y externamente, aunque muchos consideren que precisamente la competencia es el estímulo, pero ¿no se trata más bien de un término crematístico, de una manifestación de nuestra violencia interior, de una disputa incesante que nos puede llegar a enfermar?, y se dirá que incluso enfermar es parte del hecho, y que soslayarlas, la enfermedad y la competencia, es un acierto en el difícil equilibrio en medio del desorden en que nos movemos, ya sé, dirás que todas las palabras que vengo usando son gruesas, incluso te parecerán inapropiadas, tanto que pueden herir a la propia metáfora, esa reina del disimulo si no de la suplantación de las  palabras, esa cooperadora de la ocultación, del no plantar cara, del miedo a la verdad cotidiana, y que nos gusta acompañar para sortear los miedos


Max, no vas a necesitar el orujo, sino más bien el botijo, aunque bien sé que cuando estás en racha anímica rara no hay quien te detenga.


sábado, 18 de octubre de 2025

Los días que no paran aunque a veces nos parezca que sí

 



Hay días, o si quieres mañanas, por la hora que es, en que no obstante el ruido y las interferencias que revolotean por todas partes, y nos envuelven, te parece que de pronto todo es silencio, como si los animales y los hombres hubieran de pronto desaparecido, como si estuvieras solo en alguna parte de un universo diferente, y para comprobarlo te obstinas en mirar el entorno, en la cocina, a las estanterías de los libros, las sábanas arrugadas del lecho, te asomas al exterior, donde las imágenes siguen reproduciendo edificios pero no movimientos, y eso te confunde más porque adviertes que el universo, o al menos su apariencia, es el de todos los días, y te preguntas ¿se habrá parado el tiempo?, ¿se habrán detenido tus días?, y esas  interrogaciones me vuelven sarcástico, porque la palabra que uno deduce de cuanto no se percibe es que podría no estar ya aquí, y ese aquí en mi caso no implica ningún allí, lo cual me premia con la serenidad, y me digo o estoy o no estoy, y una segunda voz me sugiere pero estás bien, y yo, o mi primera voz, han callado, pero la segunda, esa que me ha acompañado toda la existencia, y que no es eco sino que tantas veces lleva la batuta, descubre una posibilidad, así que esto era..., balbuceo, y no sabe uno si los puntos suspensivos te hieren o te hacen cosquillas, ¿es la consecuente confusión de una mente arrancada del sueño o un punto de no retorno que se urge a sí mismo antes de apagarse?, acierto a cuestionarme sorteando la sequedad de la garganta

Max, respira un poco, ¿quieres?, le digo mientras vierto un vasito de orujo y se lo ofrezco. Es por la hora que es. Para que te despejes de tu paisaje onírico y no te hagas ilusiones. Sigues estando en este mundo. Aunque te duela.


*Grabado de Frans Masereel.

miércoles, 15 de octubre de 2025

El dedo en la llaga de Antonio Scurati y Rob Riemen sobre lectura y democracia o ignorancia y fascismo.

 


Escritor Antonio Scurati en el artículo titulado Declive de la literatura, amenaza para la democracia, aparecido en El País ayer:

“Masas cada vez mayores de contemporáneos nuestros no solo no son aptos ya para las prácticas de lectura que han favorecido en los últimos cinco siglos el desarrollo de la democracia liberal en Occidente, sino que han perdido incluso las facultades mentales que han moldeado el desarrollo intelectual de la especie humana durante los últimos 5.000 años. Atrapados en cámaras de eco donde los algoritmos de los motores de búsqueda solo les proporcionan fragmentos de información que refuerzan opiniones previas, a merced de miedos paranoicos, de creencias irracionales y de emociones evanescentes que los aíslan de perspectivas alternativas, del conocimiento, de la memoria del pasado, de la esperanza en el futuro y, en última instancia, del mundo, los ‘analfabetos digitales’ vegetan, olvidadizos y crédulos, agresivos e ignorantes, oprimidos y opresores, como idiotas cósmicos. Existe un vínculo, causal e histórico, entre el desarrollo de la literatura y el desarrollo de la democracia. Y también existe un vínculo entre el declive de ambas. Por primera vez desde hace cinco siglos, la base de la pirámide de lectores no está ampliándose, sino reduciéndose. No puede caber ninguna duda de que la capacidad de leer con profundidad ha acompañado, a lo largo de las edades moderna y contemporánea, el advenimiento de una sociedad abierta y de los sistemas democráticos. No es menos indudable que la pérdida de esa capacidad acompaña y contribuye, hoy en día, a su ocaso. Por lo demás, hace cien años, el auge del fascismo, en Italia y más tarde en Europa, se vio preparado por una astuta, vigorosa y aciaga operación lingüística de brutal simplificación ideológica de la complejidad de la realidad moderna”.


*Fotografía de Jean Marie del Moral.






En el interesante y discutible libro -¿qué pensamiento o libro merecerían la pena si no fueran objetables por los pensantes y los lectores, que son los mismos?- titulado La palabra que vence a la muerte. Cuentos de verdadera grandeza, su autor Rob Riemen realiza reflexiones hondas y claras. Como la siguiente:


"Los acontecimientos terroríficos descritos en las distopías de 1984 de George Orwell, en Un mundo feliz de Aldous Huxley, en Fahrenheit 451, de Ray Bradbury (que trata de libros que no se permite leer: la aniquilación de un acervo cultural), e incluso Eso no puede pasar aquí, de Sinclair Lewis, y La conjura contra América, de Philip Roth, ya no son hipotéticos. En la segunda década del siglo XXI se han hecho realidad, aunque más de uno todavía se niega a admitirlo. Lo cual no es nada sorprendente, dado que muchas veces la primera reacción a la predicción u observación de una amenaza contra la sociedad es negacionista. ‘¡No, no puede ser!’. ‘No puede ser’ porque es una verdad incómoda, que son las más difíciles de aceptar. 

Véase, por ejemplo, la negativa a llamar ‘fascismo’ a las ideas políticas que ganan cada vez más terreno en Occidente. Se recurre más bien a términos como ‘populismo’, ‘derecha radical’ o ‘derecha alternativa’, que, no obstante, niegan la realidad. Sin embargo, hombres sabios del pasado como Confucio y Sócrates ya sabía que, si se quiere comprender algo y actuar en consecuencia, hay que llamarlo por su nombre correcto. 




La realidad es que en Europa, Norteamérica y Sudamérica están resurgiendo con fuerza un espíritu cultivado por demagogos y un orden social en que el individuo debe ceder su lugar al colectivo; en que los valores espirituales y morales son reemplazados por una política de odio y chivos expiatorios; la verdad, por las mentiras; la vida del espíritu, por la manipulación de las emociones, el anhelo de justicia, por una política de resentimiento. Y en que, por último, el ‘derecho’ equivale a los deseos instintivos de las masas. Menos de un siglo después del fin de la Segunda Guerra Mundial, vuelve a ser despreciado, perseguido y, donde sea posible, exorcizado el espíritu democrático. Con su separación de poderes, cuyos mandatos son limitados en el tiempo, y su anhelo de que una gran diversidad de seres humanos pueda convivir en libertad, paz y dignidad. 

La historia no deja lugar a dudas: todo eso es característico de la mentalidad fascista. Querer negarlo dándole otro nombre solo complica la tarea de combatirla. Y hay que combatirla, porque esa misma historia nos enseña que el fascismo es una fuerza destructiva por excelencia, estéril como la tierra yerma. Además, el resurgimiento de este clásico fascismo contemporáneo va de la mano de un ‘capitalismo de vigilancia’ cuyos algoritmos colonizan, literalmente, la mente del individuo desprevenido y la encierran en una caverna digital. A esto se suma que el orden social existente en Occidente sigue sufriendo las consecuencias de de una ideología político-económica, el neoliberalismo, que ha realzado con creces los valores comerciales en detrimento de lo que quedaba de los valores y virtudes morales y espirituales y su carácter universal. La libertad individual -que, como demostrara Faulkner, no hay que confundir de ninguna manera con el 'todo vale'-  se ha convertido en una rareza atesorada por una pequeña minoría".



*Fotografía de José Luis Roca para El Periódico.

viernes, 10 de octubre de 2025

Sátántangó, de László Krasznahorkai a Béla Tarr





Un tipo de cine al que no estamos acostumbrados. Acaso porque va más allá del cine al uso. Porque funde espacio y tiempo y no solo una clase de narración. Sátántangó -Tango satánico- es una película de Béla Tarr, basada en la novela de László Krasznahorkai.











 László Krasznahorkai y Béla Tarr













jueves, 9 de octubre de 2025

Paradojas sin devociones

 


Everest. El siglo XXI aparcado. Mucho todoterreno, mucho helicóptero, mucha máquina casi metafísica, pero los rescates siguen actualizando la utilidad esclava de los yacs y los mulos. Y supongo que de los sherpas. Ha sucedido estos días. 900 senderistas -cuánto ocioso hay por el mundo- han tenido que ser rescatados al ser atrapados por una monumental tormenta de nieve. Con esos medios. En Gaza no ha habido elección donde el senderismo obligado ha sido inducido por los criminales.

 


Madrid. El siglo XXI infrahumanizado. El vértigo del negocio tiene sus fallos, no sé si de origen o sobre la marcha. Cuando los fallos son en situaciones de riesgo -un edificio a demoler o a construir siempre lo es- la catástrofe es inevitable. Mueren cuantro obreros -si se quiere matizar, tres obreros y una empleada técnica- sepultados en el derrumbe de un edificio del centro de la pomposa capital del Reino. Ella se llamaba Laura, española. Los tres hombres Moussa, Jorge y Diallo. ¿Sospechan por estos nombres de dónde son? De Malí, de Ecuador, de Guinea. ¿O esperaban ustedes que hubiese bajo los escombros hijos de señoritos? Si tienen dudas oreen su mente y tengan en cuenta la impura realidad ante el griterío racista de los falsos profetas.




Sevilla. El siglo XXI como si aún fuera el XX, o el XIX. Tras el desaguisado de la Junta de Andalucía en el deficiente control de las mujeres que pasaron revisión mamográfica se ha sucedido la típica cadena de negaciones, mentidos y desmentidos, insensibilidades y desprecios de las autoridades que mandan allí. Incluso parece ser que la demora en las pruebas diagnósticas complementarias del cáncer ha producido muertes que podrían haberse evitado de haberse dado un correcto funcionamiento. Un aspecto enormemente positivo: que las mujeres de la asociación AMAMA (Asociación de Mujeres con Cáncer de Mama) han reaccionado saliendo a la palestra a denunciar la situación. Frente a los políticos torticeros, que no son todos, pero abundan entre los que tienen responsabilidades de gobierno, y en Andalucía gobierna la derecha, asociarse y controlar la acción de los gobernantes puede ser una alternativa compensatoria y necesaria. Escuché el otro día a la presidenta de la asociación, me pareció una mujer que se expresaba con contundencia, argumentos, valor y decisión. Una mujer sencilla frente al maniqueísmo oscurantista de las autoridades. Las mujeres de Sevilla nos indican el camino.   


NOTA. Que me disculpe John Donne (1572-1631) por utilizar los titulos de algunos de sus apuntes y escritos. Los que él tituló para unos Paradojas y para otros Devociones.

miércoles, 8 de octubre de 2025

Opiniones de Ocean Vuong, 37 años, escritor

 




"Soy producto del Estado de bienestar que está siendo destruido. Soy producto de la vivienda social, del transporte público, de las becas, de las ayudas para tener calefacción, de los cupones de comida, de la iglesia que pillaba cerca de casa y que nos daban pan gratis. No creo que estuviera aquí si no hubiera crecido en un Estado demócrata con altos impuestos que permitieron crear una red de la que yo me beneficié.

"En 2008-2009 es cuando empecé a tener conciencia política. Creí todo lo que Obama dijo en campaña, pero cuando llegó a la Casa Blanca le oías decir que había que rescatar a estas grandes corporaciones porque no podíamos dejarlas caer. Nadie rescataba a mis amigos, nadie rescataba a mi comunidad. Siguió con las guerras. Tanto Trumpo como Obama están demasiado a la derecha. No sabemos lo que es un Gobierno de izquierdas en EEUU.

"Si eres  una persona pobre trabajando y votaste por Obama y su Gobierno rescata a las empresas grandes, ves que la política no se hace para ti. Así que Trump llega y barre, y con la propaganda les pone de su parte. Es un poeta con esa frase seductora, 'volver a hacer grande América', lo suficientemente vaga para abarcar cualquier subjetividad. Si un millonario viene a tu pueblo perdido y te dice que te va a devolver la infancia el mensaje es muy seductor".


Son algunas respuestas de una entrevista que salía ayer en El País con Ocean Vuong, nacido en Saigón en 1988 pero afincado en los EEUU. Lo tiene muy claro todo. Aunque el debate podría seguirse porque no siempre todo es tan obvio como parece, pues hay que definir mucho más los porqués de las cosas. Pero da la clave del ascenso del fascismo. No sabía nada de él y veo que hay varias novelas editadas ya en España. Tal vez hoy me acerque a hojear la última, El emperador de Alegría.



sábado, 4 de octubre de 2025

Con la cruz a cuestas

 


¿Vieron ustedes hace unos días  fotografías de ese personaje con su cruz a cuestas en una ceremonia fúnerario política de los seguidores de MAGA, en los USA? A algún disidente le faltó tiempo oportuno e ingenioso para reconvertir a la cruz, al personaje mesiánico y al público fervoroso en lo siguiente:




Pero muchos de ustedes acaso no sepan que la idea viene de muy lejos. De los fotomontajes que John Heartfield realizó para su revista AIZ (Arbeiter Ilustrierte Zeitung, es decir, Periódico Ilustrado de los Trabajadores) durante el ascenso y consolidación del nazismo. La revista duró de 1924 a 1938. Tuvo una tirada millonaria hasta 1933 cuando Hitler y su partido tomaron el poder.  Como se ve la cruz ha marcado a las sociedades humanas desde hace siglos. Generada como instrumento de tortura fue tomada como signo de redención por una religión en ascenso, sin que el símbolo supliese necesariamente al castigo fatal. Pero a estas alturas no se ve que se redima nadie y muchos siguen invocando con ella más el dominio de los otros que la salvación, probablemente imposible, de todos. Hoy la cruz a cuestas la tiene que soportar gran parte de la Humanidad, en cualquiera de las imposiciones totalitarias y autocráticas que padezca. Y todos en el sistema de relaciones económicas que marcan, condicionan y dividen a los hombres. Al menos, la cruz ha servido como trágica metáfora aún en uso. La cruz a cuestas la llevamos, pues, todos.









martes, 30 de septiembre de 2025

Variaciones sobre el puño

 


1. El puño ha cambiado de bando, por lo que se ve. Me ha hecho pensar en ello el gesto de un mandatario number one que recurre con frecuencia a la exhibición de un puño. No eleva el brazo más allá de su cráneo y a veces lo deja a la altura de su corbata. Como masculla con ese sonido del que hacen gala todos los autócratas convencidos y confesos y desmedidos, no hace falta dar nombres -aunque conocimos alguno de frágil voz al que no le temblaban sin embargo su firma en las sentencias letales- no se sabe bien si refuerza con su hosca palabra el gesto empuñado o es el puño el que da giro implacable y cargado de soberbia omnímoda a las palabras. A veces hace incluso movimientos de baile con el puño y su cintura, tipo la yenka, adelante, atrás, que embelesan a la legión fanática de admiradores que le siguen.  



2. En algún libro sobre símbolos leo que el puño ya sale en los relieves asirios. Por más que busco fotografías de relieves asirios, que tanto me entusiasman, existentes en los museos europeos de la rapiña, no veo el puño; veo que la mano de los mandatarios empuña algo -un cetro, un látigo, una brida- pero no es lo mismo un puño que empuña un objeto que un puño que hoy se llamaría empoderado. Que cree que tiene poder aunque sea más deseo. No es igual empuñar que alzar el puño, vacío de objeto pero cargado de idea. Aunque también la idea puede, y suele ser, un objeto. En los asirios veo que se reproduce mucho la palma abierta, que ese es otra simbolismo, y no necesariamente la de los farsantes totalitarios del siglo XX o los neo de hoy. Curiosamente en los diccionarios de símbolos apenas aparece mencionado el puño, no así la mano abierta, que no se presta menos a ser exhibida e interpretada. 




3. Fue en los Juegos Olímpicos de Méjico de 1968 cuando unos triunfadores en no sé qué prueba subieron al podium haciendo gala no de su victoria personal, que también, sino de un gesto reivindicativo, el de la causa negra, digamos, valorando su dignidad, su condición tan humana como los blancos. Entonces su esfuerzo ganador proyectó otro esfuerzo colectivo mayor. Se vindicaban a favor de la normalización black. Recordaban al mundo y, sobre todo, al ámbito de los contradictorios USA, que tenían tanto derecho como el que más. Era un gesto simbólico, en fin, de lo que ellos mismos llamaron el black power. ¿Sirvió o no sirvió? Los estadounidenses negros de hoy dirán que se sigue deteniendo por las calles a supuestos delincuentes negros o simplemente que no les caen bien a la policía por el mero hecho de ser negros.





4. Honoré Daumier, ese excelente pintor, ilustrador, caricaturista, etcétera de las artes gráficas, reprodujo escenas de su tiempo histórico revuelto y duro. Las revoluciones de 1830 y 1848 en Francia no pasaron desapercibidas a quien las vivió de cerca. Si ya había reproducido infinidad de escenas  de la vida cotidiana, ¿cómo no iba a hacerlo también de las reivindicaciones sociales, de las exigencias obreras, que fueron cotidianidad a lo largo del siglo? Da igual si el cuadro aquel se titula La revuelta, La huelga o La revolución, porque no es un rótulo lo que expresa lo vivido sino la propia escena que, para mí, cabalga entre un impresionismo difuso y un expresionismo anticipador, aunque muchos lo encasillen como realismo simplemente. Daumier busca la expresión de la protesta social indignada a través de la escena en la que, entre la masa que toma la calle, sobresale el individuo decidido, sea líder, espontáneo entregado o simple voceador del sentir colectivo. Por cierto, el puño ¿fue antes que la bandera? No lo sé, pero indudablemente fue par a la sangre.





5. La potencia de los símbolos ¿perece con cada época o sobreviven y se extienden permanentemente en cada circunstancia histórica posterior? Contemplas una fotografía de jornaleros españoles durante la guerra civil y a primera vista te parece obsoleta. Ya no hay esos jornaleros españoles. ¿Seguro? Hay otros con procedencias norteafricanas o subsaharianas, por ejemplo, imprescindibles para las labores de recogida aunque algunos energúmenos alcen la voz hipócrita contra ellos. Ya no hay las hoces, las fajas, las camisas raídas, ¿o las hay de otras maneras, con otra forma de herramienta? ¿Qué persiste, entonces, de la foto antigua en el espíritu de hoy día? ¿Sobrevive el gesto del puño o ha desaparecido para siempre? Blandir una herramienta ¿no es más coherente y constructivo que alzar un arma? Persiste el hombre, el ser humano que dice NO antes las circunstancias adversas, ante la sumisión o la explotación latentes. Aunque no lo manifieste todos los días. Aunque no alce puño alguno. ¿Será que el puño se agazapa como arma interior de resistencia en cada individuo que se siente herido?





6. Una fotografía más o menos reciente en que hay puño y algo más enarbolado por el puño, que no se ve qué es. Pero cuyo sentido queda refrendado por la boca que grita, que clama, que lanza consignas. Son jóvenes, estudiantes sin duda, y la mayoría confía más en exhibir el grito ordenado, en repetir la consigna sugerida, en hacer piña simplemente. Se saben pacíficos, pero repiten la liturgia de los mismos rituales que practicamos en el pasado, cuando el poder era más ominoso y encararse con él mucho más arriesgado. En ese sentido quien muestra una actitud híbrida, mitad puño mitad empuñado, puede estar trazando que la protesta del futuro pueda seguir siendo pacífica o se desboque. En cualquier caso si el puño significa entonces la denuncia razonada, la manifestación de una reacción frente a lo injusto y la propuesta de una ordenación nueva de las condiciones de vida se estará conectando con una trayectoria social larga desde hace siglos. Algo que deberán aclarar los jóvenes. ¿Con la mirada inteligente puesta en un cambio que avance o dejándose engatusar por los profetas de la mentira y el retroceso? 
 





7. Si es un símbolo el puño del recién nacido se trata de un símbolo inconsciente y recóndito. Puede que sea simplemente biológico, pero ¿hay mayor reivindicación y significado que mostrar una resistencia frente a la vida que acaba de iniciar? ¿Es el cuerpo todo el intérprete de ese afrontar lo exterior del útero abandonado -donde ya el puño se fue haciendo presente- en una respuesta en pro de la nueva supervivencia? Lloros, gimoteos, estiramientos. retorcimientos, bostezos...y el puño cerrado que ¿no se nos antoja más simbólico que cualquier idea que va a recibir el niño a lo largo de su existencia? ¿Empuña la energía interior que acaba de surgir plenamente?  ¿Retiene una memoria biológica instintiva de los nueve meses que se fue haciendo? Va a resultar que el puño del recién nacido es el primer gesto, la primera presencia de un cierto tipo de poder, el primer asimiento del aire. Tal vez la expresión del brote de la conciencia aún en estado subliminal.






viernes, 26 de septiembre de 2025

De Demócrito, Burton y nosotros ahora mismo

 



Robert Burton en su Anatomía de la melancolía:

"¿Cómo se habría quedado Demócrito al ver estas cosas? 

Al ver a un hombre convertirse en cualquier cosa, como un camaleón, o como Proteo, que se transforma en todas las formas posibles, representar veinte partes y personajes a la vez, ser oportunista y variar como el planeta Mercurio, bueno con lo bueno, malo con lo malo; tener una cara, un aspecto y un carácter diferentes para cada uno con el que se encuentra; de todas las religiones, humores, inclinaciones, mover la cola como un spaniel, con obediencias fingidas e hipócritas, enfurecerse como un león, ladrar como un perro, luchar como un dragón, morder como una serpiente, tan manso como un cordero, y sin embargo enseñar los dientes como un tigre, llorar como un cocodrilo, insultar a algunos, y aun así otros le dominan, aquí mandan, allí se rebajan, tiranizan en un sitio, se les frustra en otro; un sabio en casa, un necio fuera para hacer felices a otros. 

Al ver tanta diferencia entre las palabras y los hechos, tantas parasangas entre la lengua y el corazón, los hombres que, como actores, representan una gran variedad de papeles, dan buenos preceptos a otros, mientras que ellos mismos se arrastran y revuelcan sobre el suelo. 

Al ver a un hombre declarar amistad, besarle la mano, a quien quería ver decapitado, sonreír con la intención de perjudicar, o engañar al que saluda, alabar a su amigo indigno con elogios hiperbólicos; a su enemigo, aunque buen hombre, envilecerle y deshonrarle, así como a todas sus acciones, con el mayor rencor y malicia que se pueden inventar.

Al ver a un hombre comprar humo en vez de mercancías, castillos construi­dos con cabezas de necios, hombres que siguen las modas como monos en las ropas, gestos y acciones; si el rey se ríe, todos se ríen; «Si te rieses, él se reiría a carcajadas; te ve llorar y las lágrimas brotan de sus ojos». Alejandro se inclinaba, y así lo hacían sus cortesanos; Alfonso volvía la cabe­za, y así lo hacían sus parásitos. Sabina Popea, la mujer de Nerón, llevaba el pelo de color ámbar, y así lo hicieron todas las mujeres romanas al instante; la moda de aquella era la de todas. 

Al ver a hombres totalmente llevados por el afecto, admirados y censurados por opiniones sin juicio; una multitud desconsiderada, como los perros de un pue­blo, si uno ladra, todos ladran sin motivo. En la medida que gira la rueda de la for­tuna, si un hombre está favorecido o recomendado por algún grande, todo el mundo le aplaude; si cae en desgracia, en un instante todos le odian, y como el sol cuando se eclipsa: antes no lo tenían en cuenta, ahora lo contemplan y fijan la mirada en él. 

Al ver a un hombre que tiene el cerebro en el estómago, las tripas en la cabeza, que lleva cien robles a la espalda, que devora cien bueyes en una comida, es más, devora casas y ciudades, o como los antropófagos, que se comen unos a otros. 

Al ver a un hombre revolcarse como una bola de nieve desde la más baja mendicidad a los títulos de venerabilísimo y honorabilísimo, colocarse injusta­mente honores y oficios; a otro que mata de hambre a su genio, daña su alma para acumular riquezas que no disfrutará, que su hijo pródigo funde y consume en un instante.

Al ver la envidia de nuestros tiempos, a un hombre aplicar sus fuerzas, medios, tiempo, fortunas para ser el favorito del favorito del favorito, etc., el pará­sito del parásito del parásito, que puede despreciar el mundo servil, como si tuvie­se ya suficiente.

Al ver al mocoso de un mendigo hirsuto, que, alimentado últimamente de mendrugos, se arrastraba y lloriqueaba, llorando por todo, y que por un viejo sayuelo llevaba un mensaje, que ahora se agita en seda y satén, valerosamente montado, jovial y educado, ahora desprecia a sus antiguos amigos y familiares, descuida a su familia, insulta a sus superiores, domina sobre todos. 

Al ver a un sabio rebajarse y arrastrarse ante un paisano iletrado por carne para la comida. Un escribano mejor pagado por una obligación; un halconero que recibe mayor paga que un estudiante; un abogado que gana más en un día que un filósofo en un año, mejor recompensa por una hora, que la de un estudiante por doce meses de estudio; el que puede pintar a Thais, tocar el violín, rizar el pelo, etc. ganan ascensos antes que un filólogo o un poeta.

Al ver a un pobre tipo o a un sirviente asalariado arriesgar su vida por su nuevo señor, que apenas si le dará su paga al final del año; un colono del campo trabajar como una bestia, cultivar y afanarse por un zángano pródigo y ocioso que devora toda la ganancia o la consume lascivamente con gastos absurdos; a un noble que encuentra la muerte en una bravata, y por un pequeño fogonazo de fama se arroja a la muerte; a una persona mundana temblar ante un albacea testamenta­rio, y no temer al fuego del infierno; desear y anhelar la inmortalidad, desear ser feliz, y sin embargo evitar por todos los medios la muerte, un paso necesario para llegar a ello."

Etcétera.



Estas cosas -estas actitudes, estos comportamientos, estas voluntades, estos desdoblamientos, estas contradicciones, estas hipocresías, estos cambios de chaqueta- que dice Burton en su obra (1621) o que intuye que Demócrito (siglos V-IV a.e.c.), como buen reidor de su escepticismo, ya habría advertido a lo largo de su vida, estas cosas siguen en vigor en nuestros días. A nuestro alrededor, en las instituciones, en los negocios, en la hueca educación, en los pseudo medios de comunicación, en las aspiraciones absurdas y en las ambiciones torpes, en las relaciones que pretendemos desprendidas y generosas pero se truecan en obtención de algo a cambio, en los arcaicos conceptos sobre la vida que seguimos adorando mezcla de becerro de oro y dios salvador, en nuestra personalidad contradictoria y falsa, en la perturbadora inocencia que como adultos perseguimos todavía enarbolar irresponsablemente y que ni nosotros mismos nos creemos. 

Estas cosas y muchas más dice el erudito Robert Burton en la suculenta y sabrosa obra citada donde un aprendiz de descreimiento como yo aún intenta hallar consuelo.




lunes, 22 de septiembre de 2025

Vorágine de otro Adán, el de Marechal

 


"Adán cerró los párpados: ¡cómo le dolían esos pobres ojos! Cuando abusaba uno de la noche pidiéndoselo todo a su reinado, la noche ardía como un aceite negro y devoraba los párpados que no conseguían juntarse. Luego, sobre los párpados doloridos, la luz del día quemaba como el alcohol.-¿Sería él, acaso, un espíritu nocturno, emparentado con aves maléficas, insectos de culo fosforescente y brujas que montaban en escobas mansitas?-No, porque su alma era diurna e hija del sol padre de la inteligibilidad.-Siéndolo así, ¿por qué vivía de la noche?-Frecuentaba la noche porque en su siglo el día era incitador y antorcha de una guerra sin laureles, violador del silencio y látigo contra la santa quietud; exterior como la piel, activo como la mano, sudoroso como las axilas, vocinglero y fecundo en embustes, de sexo varonil, joven héroe de tórax velludo. Se apartaba del día porque lo embarcaba en la tentación de la fortuna material, en el ansia de poseer objetos inútiles y en el deseo malsano de ser político, boxeador, cantante o pistolero.-¿Y la noche?-Incolora, inodora e insípida como el agua, la noche producía, sin embargo, una borrachera igual a la de los buenos vinos; silenciófila, estimulaba empero el amanecer de las voces difíciles y los hondos llamados que sofoca el día bajo sus trombones; antípoda de la luz, ordenaba, con todo, la visibilidad de las estrellas; destructora de cárceles, favorecía la evasión; campo de tregua, facilitaba la unión y la reconciliación; hembra curativa, refescante y estimulante, se yuntaba con el hombre y concebía un hijo, el sueño, graciosa imagen de la muerte. Y, sin embargo, la noche pesaba dolorosamente cuando al fin uno quería dormirse y el sueño se le negaba".


Leopoldo Marechal, Adán Buenosayres.


¿Cómo nadie me había hablado antes de este novelón? Esta sensación de catarata y curso de aguas rápidas me arrastra, ¿o es lo que desconocía? ¿O acaso lo que uno sabía y comprobaba poco a poco pero lo había leído de otras maneras? Tal vez estoy lanzando las campanas al vuelo, pero que se empiece una novela y uno se sienta envuelto en una vorágine de forma, vocabulario, giros y sintaxis, donde el tema parece interesar menos que la manera como se ejercita una descripción sin fin, sin contemplaciones ni pausas,  no es algo frecuente, y en ese sentido me recordaba cómo Thomas Bernhard me atrajo a su propio torbellino o Céline a sus infiernos particulares. Bah, esto es un simple apunte, muy particular y de desahogo, en este inicio otoñal, frío, angustioso, abrumador y desconcertante.



lunes, 15 de septiembre de 2025

Riki Blanco, talla moral e ilustradora

 



Más nítido no puede ser. No hay líneas de meta ya en nada. Salvo las que nos marquen otros por la fuerza. Sí hay líneas rojas que no deberíamos traspasar. Pero hay quien lo ignora y allá con quién se alía su conciencia. Riki Blanco, colaborador en El País, da hoy su talla moral e ilustradora. 


viernes, 12 de septiembre de 2025

Los carreristas

 


Pasaban los carreristas. No sé si me lo inventaría yo o si se le ocurriría a alguno de mis primos o si es que por extensión en mi infancia la gente llamaba así a los que participaban en la vuelta ciclista. En aquella pequeña urbe del Norte todo se llamaba de otra manera, no opuesta pero sí con términos peculiares. Era un vocablo olvidado. Pero ayer, a medida que caminaba por mi ciudad, calles valladas, despliegue exagerado de policía de toda clase, bocinas y sirenas, pitos de guardias urbanos, gente acumulada en unas zonas y apenas afectada en otras, unos pocos patriotas con sus enseñas y otros pocos solidarios de causas perdidas con banderas de gente aplastada, lo de carreristas me vino por las buenas. He aquí que pasan los carreristas, me salió de pronto. ¿Por qué me vendría un término que desde niño tenía desechado para aplicar a los profesionales de un negocio que supera a su propia conceptualización de deporte? 

Caprichosa mente, siempre subrepticia, me dije a la par que me reía. A algún viandante debió sorprenderle que mi risa se reflejara exteriormente, aunque pudo suponer que yo iba como tantos otros van, colgado de unos auriculares o hablando con esa cosa pegada que llaman pinganillo. Pero no, yo, insignificante humano, solo llevaba pegada a mí mi propia mente. Mente atávica, mente que te piensas evolucionada pero que a las primeras de cambio te expulsa imágenes o pulsiones psíquicas que creías enterradas. Mente que relaciona, asocia, prejuzga, juzga equívocamente la mayor parte de las veces. Mente que genera adrenalina que pone en guardia, o provoca la bilis que te vuelve amargo, o proporciona dopamina placentera, o invita a estar atento y precavido. Mente que inventa ideas para el consumo personal e íntimo o bien recoge y acoge, aunque mañana las excluya, porque nada de lo que crees es original sino adaptado. Mente máquina, que nunca acabas de tener claro si la controlas o ella dicta sus normas para ser quien eres y para hacer obvio cómo te manifiestas. 

Por unos minutos me paré en una curva. Quité del fondo de la  imagen a coches que acompañaban la carrera, a guardias talludos, a los armados, a los de protección civil, al público; eliminé el ruido que se sucedía, los pequeños aplausos, el aliento verbal de aficionados. Por un instante fijé mi atención en el primer carrerista que pasaba inclinándose sobre el asfalto, luego en otros dos que casi rozaban el vallado. Traté de ver en cada uno de ellos al hombre híbrido enmascarado, al humano que se apoya en una máquina que responde en función de la energía que transmita con su pedaleo y su control. Hoy día, pensé, todos los humanos somos híbridos del día a día. Uncidos a un trabajo, a unos aparatos y vehículos, a unos medios de incomunicación pseudoperiodísticos, a unas relaciones múltiples que tienen mucho de repetición de tiempos y movimientos, como en la ingeniería industrial aplicada a las fábricas que ajustaba unos y otros en pro de la rentabilidad y el beneficio. Miré a los carreristas pero no encontré a los hombres. Aunque el movimiento de sus piernas me suscitó envidia. Y las mías, mientras, generando poco a poco varices, me dije.




lunes, 8 de septiembre de 2025

Demasiado humanos por ser superanimales

 



Desbordado por la lectura de Humano, demasiado humano, del multifacético alemán de bigotes, ordinariamente denominado Friedrich Nietzsche.

"El superanimal. La bestia en nosotros quiere que se le mienta; la moral es la mentira necesaria para que no nos destruya. Sin los errores implícitos en las hipótesis de la moral, el hombre seguiría siendo un animal. Pero así se ha tomado por algo superior e impuesto leyes más estrictas. Por eso aborrece los estadios más próximos a la animalidad: por ahí ha de explicarse el menosprecio del esclavo como un no-hombre, como una cosa".

La bestia en nosotros quiere que se le mienta. Vivimos en una permanente mentira, en cualquier órbita de nuestra existencia; por lo tanto ¿seguimos siendo agitados por el animal primigenio que fuimos y seguimos siendo? ¿Nos conforma la mentira y nos reafirmamos en ella? Mitos, morales, religiones, ideologías, corpus doctrinales varios...nos contemplan por milenios.

La moral es la mentira necesaria para que no nos destruya. Uno creyó alguna vez en que había una moral buena y otra mala, pero en realidad siempre nos hemos conducido con y en la doble moral. Si la moral es una mentira necesaria para la supervivencia, ¿qué salida tiene quien no quiera aceptar el engaño vital? Consúltense los sinónimos tan precisos como adaptados a casuística que proporciona el lenguaje. A estas alturas no veo alternativa.

Sin los errores implícitos en las hipótesis de la moral, el hombre seguiría siendo un animal. Las hipótesis de la moral son siempre de interés, beneficio, imposición o justificación. Eso puede alejarnos del animal natural pero reafirma un animal superior. A este le hemos llamado simplemente humano. Un concepto equívoco, al menos si te dejas llevar por el peso de la moral.

Pero así se ha tomado por algo superior e impuesto leyes más estrictas. Lo superior como proceso de autosugestión y no solo de adaptación al medio y a la evolución. Las leyes, ¿están para acotar espacios, impedir interferencias o lograr fines que de ordinario nos enfrentan?

Por eso aborrece los estadios más próximos a la animalidad: por ahí ha de explicarse el menosprecio del esclavo como un no-hombre, como una cosa. Acabemos. Queremos alejarnos de condiciones penosas del pasado, pretenciosos de que no volveremos a ellas. ¿Estamos seguros? Por ahí uno se explicaría que no aceptemos a los inmigrantes pobres, no nos importen lo más mínimo las víctimas de los genocidios mundiales (el último sobre los gazatíes es un exponente al alcance de la vista), nos diferenciemos de nuestros paisanos más humildes y deteriorados en su supervivencia, o tratemos de mala o despreciativa manera a quienes nos sirven en los mercados por debajo del salario mínimo. Esa precisión conceptual de Nietzsche un no-hombre, como una cosa, ya está en la teoría sobre la alienación y enajenación humanas, desarrolladas por otro pensador alemán de luengas barbas cuyo apellido Marx tantos temen aún. La cuestión hoy día es que hemos aceptado el estado individual alienado, como si fuera un precio menor, y nos desborda, cuando no desquicia, la propia enajenación donde no somos nadie sino lo que nos dicen (obligan) que seamos.

Por lo demás, puedo estar errado, y qué. Leer a Nietzsche oxigena, y más cuando ya nada se espera personalmente exaltante. que cantaba Celaya.



*Ilustración de Tullio Pericoli

miércoles, 3 de septiembre de 2025

Fundido a negro

 



Un hombre mira a una mujer. La mujer se deja mirar y a su vez observa al hombre. Él rebaja el descaro con el que contempla. A ella no le importa el atrevimiento y sabe devolver la mirada con disimulo. El hombre es ahora pasto de su escudriñamiento. A la mujer le basta un instante para deducir -todo es arriesgado, no obstante- de su manera de vestir, de su actitud, de los rasgos físicos, de su capacidad de mantener la mirada cuando ella le reta. Le es fácil inferir de cómo es ese hombre, con su margen de error. Él no saca conclusión de su mirada, solo le habla el instinto. Porque él ha detenido sus ojos en ella con la delectación usual en los hombres, pero es ella quien desafía sin que él lo advierta. Todo sucede muy rápido, van a coincidir en su paso. Ambos retardan el avance, probablemente más el hombre. No dejan de mantener el pulso visual mientras avanzan. Creen, sobre todo él, que el tiempo se demora, que los movimientos se ralentizan, que está a punto de detenerse la vida. Naturalmente la imagen de vida se refiere al pasado. Y esa circunstancia de aproximación tensa, mantenida, podría ser un punto de inflexión respecto a todo lo vivido. El ruido de la calle aumenta. El tráfago de personas desborda. Ambos están a punto de verse superados. El hombre percibe cierta angustia. La mujer teme perder el control de una fijación con la que domestica al adversario. Han llegado al punto en que la línea del suelo iguala el plano en el que se encuentran. Por un instante él cree que ella se ha parado. A su vez la mujer teme que él no avance más. Un fundido a negro les salva de tener que decidir.



*Imagen de Maya Deren

domingo, 31 de agosto de 2025

Humanos: ¡El arte os vengará!





 


Descubridlo y llevadlo a vuestras vidas. ¿Los mitos? ¿Las religiones? ¿Los esoterismos y espiritualidades? ¿Las ideologías? ¿El mercado?

Humanos: ¡El arte os vengará! Descubridlo.




Maya Plisetskaya interpreta el Bolero de Ravel en versión Maurice Béjart

viernes, 29 de agosto de 2025

Resistente Neil Young (79 años) y su potente grito No more great again

 



Parece que los artistas van reaccionando ante las medidas autocráticas que Trump está tomando en los USA. El despliegue de la Guardia Nacional y los agentes Anti inmigración en Washington DC y la amenaza a que siga tomando otras ciudades importantes y poco dóciles a él y su partido, ha llevado a Neil Young a dedicar una canción titulada Big Crime a la política contra la ciudadanía del presidente. Según el medio Dirty Rock "Neil Young & The Chrome Hearts presentaron la nueva canción el 27 de agosto en Chicago en el Huntington Bank Pavilion, donde Young denuncia las 'reglas fascistas', los 'soldados en nuestras calles' y la influencia de los 'fascistas multimillonarios'. El estreno en Chicago, precisamente, no es casualidad: Donald Trump ha propuesto repetidamente desplegar la Guardia Nacional para combatir la alta tasa de delitos violentos de la ciudad “para restablecer el orden público”. Estos planes se enfrentan a una férrea resistencia por parte de políticos locales y estatales, así como de activistas de derechos civiles, quienes los consideran una interferencia federal ilegal en los asuntos municipales y una violación de su jurisdicción. Trump también está acusado de utilizar el despliegue de la Guardia Nacional como herramienta política para reprimir a ciudades gobernadas por demócratas indeseables."

Se adjunta la letra de la canción. La expresión Nunca más grande es la réplica al lema de Trump de Hagamos America grande otra vez (Make America Great Again, MAGA)





No more great again 
No — no more great again
There’s big crime in D.C. at The White House 

Don’t need no fascist rules 
Don’t want no fascist schools 
Don’t want soldiers on our streets 
There’s big crime in D.C. at The White House 
There’s big crime in D.C. at The White House 

Got to get the fascists out 
Got to clean the white house out 
Don’t want soldiers on our streets 
There’s big crime in D.C. at The White House 
There’s big crime in D.C. at The White House

No more great again 
No — no more great again
There’s big crime in D.C. at The White House 
No more great again 
No more great again 
No more great again 

*

Nunca más grande
No, nunca más grande
Hay un gran delito en DC en la Casa Blanca

No necesitamos reglas fascistas
No queremos escuelas fascistas
No queremos soldados en nuestras calles
Hay un gran delito en DC en la Casa Blanca
Hay un gran delito en DC en la Casa Blanca

Hay que echar a los fascistas
Hay que limpiar la Casa Blanca
No queremos soldados en nuestras calles
Hay un gran delito en DC en la Casa Blanca
Hay un gran delito en DC en la Casa Blanca

Nunca más grande
No, nunca más grande
Hay un gran delito en DC en la Casa Blanca
Nunca más grande
Nunca más grande
Nunca más grande




miércoles, 27 de agosto de 2025

Muecas

 



En su infancia el niño tenía por costumbre hacer muecas. La mueca debe ser una seña de identidad con la que uno presume de ser él mismo y no otro. Una respuesta al desasosiego que causa la evolución más recóndita de un cuerpo. La evolución silenciosa del propio cuerpo nunca se controla. Sus expresiones pueden ajustarse a lo indicado por otros (los padres) o a una salida rebelde en forma de gesticulaciones y manías. Un cuerpo vivo pugna por expresarse por todas sus partes, aunque en ocasiones sean salidas caóticas. En aquel tiempo ciertas madres, tal vez pocas, vestían a algunas criaturas de blanco. Hasta los calcetines y zapatos podían ser blancos. 

Cuánto simbolismo en el blanco, de tipo etéreo y moral pero también o, sobre todo, como signo de limpieza (del que llevaba puesto el blanco) El niño uncido amorosamente por una madre a ella misma (habría que hablar en otro momento de aquellos estereotipos de madres) y a la mentalidad media  de un tiempo que necesitaba purificarse como humanidad y como tiempo. Qué era lo que más podía gustar al niño de aquel vestir. El cinturón sin duda. Denotaba otro signo: el de un futuro adulto que él podía capturar junto a su exhibición alba. Tópico es que un niño quiera ser mayor. ¿O como los mayores? Aquel niño siempre permaneció en la duda: ser mayor (crecer) ¿era lo mismo que convertirse en adulto? Él no podía saber entonces que el adulto merma, aunque parezca lo contrario. El niño con cinturón superaba así a otros niños de su edad. Lo ordinario era todavía llevar pantalones con tirantes. 

Esta es una imagen de paseo. Ir de paseo, al menos para aquella madre, era ir de punta en blanco (nunca mejor dicho) Ella, también iba así. Su vestido oscuro arropaba un cuerpo de mujer bien dotado. Resaltaba una esbeltez que el niño percibía y probablemente de la que se enorgullecía cuando las miradas se centraban en ella. ¿En qué iría pensando el niño con sus muecas? Tal vez en la visita al parque. En llegar hasta el barquillero. En montar en la barca del parque y escuchar las repetidas historias sencillas del barquero. Barquillo, barco, barquero...La etimología de las palabras sale al encuentro común de los recuerdos. La navegación de la infancia con inciertos destinos a costas más imprevistas todavía. Mucho más tarde descubrirá el niño de blanco que hay otro tipo de muecas en el pensamiento y las ideas, en las conductas encontradas y en las actitudes cooperadoras, en la sencillez de los corazones que tratan de permanecer incólumes en alguna región de ellos y en la oscura y malsana bilis que envenena la existencia. Ahora se da cuenta el otrora niño que las muecas son fieles compañeras de por vida, como las sombras.