Llevamos un cadáver dentro, un cuerpo insepulto esperando al postor postrero, y fíjate el juego que se traen estos dos términos, parecen tan diferentes y pueden ir de la mano, y aún podría añadir postración, como el efecto definitivo, la manera en que nos encontraremos algún día, y algún día puede ser en cualquier momento, pues cada jornada es una apuesta inadvertida pero aceptada como única, porque vivir es de por sí el sentido, no hay ni antes ni después otro motivo, vivir es la razón en sí misma, y la puja debe ser atender cada día, crecernos si acertamos y mermar si no atinamos, y de igual modo que no nos da en pensar en lo que no éramos antes de nacer, porque no podemos identificarnos con ninguna vida propia del pasado, tampoco deberemos hacer ficción más allá de esa postrimería, y la misma raíz de las palabras se ofrecen voluntarias, hasta para designar un tiempo o una situación, no para obsesionarnos con la limitación sino para precisamente sentirnos satisfechos del margen de posibilidades que nos brinda el hecho cotidiano, pues somos eso mismo, un hecho cotidiano y no un mero cuerpo o un neto sujeto o una ambigua persona, y la dinámica nos convierte en un hecho y en un continuo hacer, hacernos, pero ojo, no nos recreemos en la imagen de la curva ascendente, del progreso sin fin dentro de nosotros, y mucho menos en ese absurdo que el lenguaje ha inventado y que se llama perfección, un concepto convencional que ha hundido a muchos, y que resulta tan vacuo como competitivo, y si hay algo que va en perjuicio del hecho que somos es precisamente ese competir, esa pugna a varias bandas, interna y externamente, aunque muchos consideren que precisamente la competencia es el estímulo, pero ¿no se trata más bien de un término crematístico, de una manifestación de nuestra violencia interior, de una disputa incesante que nos puede llegar a enfermar?, y se dirá que incluso enfermar es parte del hecho, y que soslayarlas, la enfermedad y la competencia, es un acierto en el difícil equilibrio en medio del desorden en que nos movemos, ya sé, dirás que todas las palabras que vengo usando son gruesas, incluso te parecerán inapropiadas, tanto que pueden herir a la propia metáfora, esa reina del disimulo si no de la suplantación de las palabras, esa cooperadora de la ocultación, del no plantar cara, del miedo a la verdad cotidiana, y que nos gusta acompañar para sortear los miedos
Max, no vas a necesitar el orujo, sino más bien el botijo, aunque bien sé que cuando estás en racha anímica rara no hay quien te detenga.
Un texto para la reflexión. Como decía Serrat, todos llevamos un viejo encima. Con el paso de los años va saliendo a la superficie.
ResponderEliminarMiguel Ángel, el genio renacentista, ante el bloque de mármol de Carrara de más de 5 metros de altura, decía que el David ya estaba dentro, solo había que quitar justo lo que sobraba, ni más ni menos. El que nos esculpe a nosotros es el tiempo. Dentro todos tenemos al viejo.
Saludos.
Bueno, somos los ocupantes de un cuerpo extraño, la vejez como concepto no nos concierne en ser solo meros ocupas.
ResponderEliminarSaludos.
Supongo que se trata de un cadáver en potencia, como nos decían en las clases de filosofía de preu. El de l acto llegará, pero mientras somos lo que dice Max, un hecho. Un hecho maltrecho, por seguir juego de palabras, a medida que el tiempo saturniano nos devora.
ResponderEliminarAnder