Les habían ordenado acabar con vestigios de los vencidos. Hubo quien se lo pensó dos veces y demoró la orden. Aquel soldado se sintió atraído por una imagen, en pleno caos de destrucción de la ciudad. Como no podía llevársela para siempre la ocultó en un establo. Allí acudía subrepticiamente cada día a contemplarla. Se paseaba por su perímetro, la escudriñaba de frente y de perfil, la limpiaba con lenta suavidad. El guerrero ignoraba qué significaba aquella mujer de piedra. De igual modo que se sorprendía de que le sedujera tanto. Él mismo se hacía preguntas, que la estatua escuchaba sonriente y atenta. ¿Eres la viva imagen de la dueña de un hogar? ¿Tal vez representas a una de las vestales, sobre las que nos han contado que atendíais templos antiguos? ¿Simbolizas a la eterna fuente de salud? ¿O encarnas el amor delicado, más allá de otros diosecillos o faunos que solo evocaban concupiscencias? El hombre rudo se sorprendía de que aquella presencia apagara la tosquedad que siempre le había caracterizado como hombre de armas. Se admiraba, inmerso en un oleaje de contradicciones y dudas, de que se abriera en su interior una sensibilidad que no le habían enseñado jamás, sino que más bien había reprimido para no quedar en evidencia. No cesaba de buscar razones sobre la influencia en él de la escultura, a la que dotaba de encarnamiento. La inquiría a preguntas, incluso la atosigaba, ante la impávida actitud de aquel ser que, en su criterio, era cada vez menos marmóreo. ¿Es tu mirada cálida y apaciguadora lo que me impacta? ¿El estilo afinado de tu talle? ¿Las ondulaciones marinas de tu cabello? ¿La actitud serena y acogedora que parece estar llamando a quien llega hasta ti? ¿O el flujo de la palabra a punto de salir de tu boca?
Un día fue interrumpido en su cita por otro mílite. Este entró impetuoso y al ver la escena, que no supo interpretar, interpeló al adorador de la imagen. Nos han dicho que destruyamos todas las estatuas que encontremos, bramó. Así que ayúdame. Esta no, acertó a decir con contundencia el salvador de la imagen. Esta es espacial. ¿Especial?, dijo el otro. ¿Qué tiene de especial esta masa de piedra? Vamos a cumplir las órdenes. Y arreó un mazazo en pleno rostro de la dueña, la virgen o la diosa que había tras tanta dulzura. Poco le duró al mercenario la satisfacción de haber cumplido con lo dispuesto por la superioridad. Sintió que el hielo de una afilada hoja de acero le desgarraba las entrañas. Y el mazo se sumergía en sangre.
Del soldado que había ocultado a la imagen no volvió tampoco a saberse más.
* Fotografía de Mimmo Jodice.

Digo yo que el soldado aquel se podría haber dado el mazazo él en su propia jeta y todos habríamos salido ganando.
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