"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





domingo, 9 de noviembre de 2025

Asesinatos en serie. La jabalina

 



Volaron sobre la cabeza de la avanzadilla. Se abrieron paso con un silbido musical. Solo una acertó a dar en el blanco. La jabalina causó su impacto en medio de vítores de aquella tropa de élite. El sereno rostro se trastornó. La ciudad había sido tomada hacía días y los más avezados en el manejo de las armas habían sido llamados para participar en un evento lúdico que atrajera a la masa. No todo va a ser llamas y sangre, había dicho el carismático líder que guiara a los suyos a la victoria. Los escogidos ensayaban en la zona más representativa de la urbe y habían elegido como campo de entrenamiento la diezmada ágora, sus ancestrales templos, el escalonado teatro y, sobre todo, el extenso estadio. Su ejercitación tenía como fuente los simulacros aprendidos en la milicia reconvertidos ahora en una práctica mitad atlética y mitad circense que mostrara a los sometidos las habilidades de los vencedores. Pero también su talante por hacerse con el fervor popular de quienes habían padecido la invasión, aun sabiendo que podría tener escasas posibilidades de éxito dado el rencor generado entre los supervivientes. 

Quien había dado en la diana de aquella diosa sobresaliente del templo no era ni el más diestro ni el más exaltado ni el más varonil. Al quedar roto de cuajo el rostro de la bella divinidad el mismo tirador permaneció perplejo. Yo no quería, pensó y calló. Él, que había visto con interés la faz de la diosa, aun sin saber lo que aquella propiciaba y por lo que era venerada, no podía creer que el daño lo hubiera causado él. Había lanzado con fuerza, pero con nula intención, el arma, solo por cumplir y no quedar en evidencia ante los suyos. Al fin y al cabo también quería participar en los juegos, no para demostrar una aguerrida valía sino para encontrar una distensión dentro de su mente, agobiada por los acontecimientos bélicos en los que había tomado parte. 

No esperábamos esto de ti, le dijeron entusiasmados sus camaradas, rodeándole y dando palmadas en su espalda. Vas a ser el primero en el lanzamiento durante el espectáculo, le ordenó el alférez encargado de los entrenamientos, así que no falles. La mera idea de que para demostrar su destreza, si es que la había pues él mismo consideraba un acierto casual la tortedad causada, tuviese que causar deterioro en otras imágenes, le perturbó. Buscó una excusa. ¿Cree, mi alférez, que las estatuas pueden ser un buen objetivo a abatir? ¿No le parece que a los espectadores no les gustará que se utilicen como diana los símbolos de sus creencias? ¿No deberíamos reducir su odio? El superior se rascó la barbilla. Usted es un hombre que piensa, aunque no debería pensar sino ejecutar las órdenes sin más, y no puedo negar que es un excelente tirador. Cambiaremos el objetivo. Pondremos como blanco a los cabecillas que no han querido rendirse. El lanzador estuvo por contestarle que aún iba a ser peor. Que tan simbólicos eran para el pueblo sus caudillos como las imágenes que habían adorado. Pero pensó que tanta insistencia en llevarle la contraria podría tener consecuencias funestas para él. Hizo una señal de acatamiento ante el superior y dio media vuelta. Desconcertado.



* Fotografía de Mimmo Jodice.

3 comentarios:

  1. Había lanzado con fuerza, pero con nula intención, el arma, solo por cumplir y no quedar en evidencia ante los suyos"

    Una herida de arma puede sanar, una de lengua no sanará jamás. (Cattiaux). Las jabalinas no son nada comparado con lo que en ocasiones se dice (yo incluido, que aquí no se salva nadie).
    Un saludo y salut ¡
    Bon día

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  2. Vaya. Cada vez el destrozo va a más. Esperemos que no usen en la siguiente barrabasada una catapulta o una trituradora.
    Los dioses deben estar enojados.
    Un saludo.

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  3. Con los años el destino de los dioses y de aquellos valientes rebeldes fue el mismo polvo y olvido

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