"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





miércoles, 5 de noviembre de 2025

Asesinatos en serie. De bruces

 



Un testigo que no reveló su nombre lo tachó de alevoso. Llegaron por detrás, contó, y la derribaron amparados en su impunidad triunfante. Fueron varios. Tantos que se tomaban el relevo. Todos querían tumbarla. Oyó imprecaciones contra la abatida. Presume ahora de tu rostro sereno, decía uno. A ver cómo te levantas de esta, se desgañitó otro. Púdrete en la tierra como si no hubieras nacido nunca de la talla, osó alguien que parecía entender de la labor artesana. Llora ahora, guapura, imprecó un desdentado al observar la herida vertical en la mejilla de la estatua. Y así se emitió un sinfín de monosílabos despreciativos, vomitados por un griterío infame con agrio olor a ebriedad. Uno de los acosadores observó que el mentón apenas se había dañado. Que los labios seguían carnosamente enteros. Que los cabellos no tenían vestigio de haberse partido. Estuvo por señalárselo al resto de la banda. Incluso se le iluminó por un instante la frase: volvamos a levantarla para acabar con ella. Pero la dejó nonata, ahogó el pensamiento. Permaneció con la mirada fija en la parte inferior del rostro, recorrió visualmente todo el contorno de la cabeza, sintió el impulso de pasar los dedos por los labios impertérritos y deseables de la imagen. Alguien lanzó entonces un nuevo aviso. Allí hay otra, dijo. Vamos a por ella. 

Caída de bruces la estatua permanecía orgullosa de haber sido lo que fue. En su recóndita inteligencia agradeció que una llamarada voluptuosa hubiera prendido en uno de los agresores. Mientras el grupo marchaba con alaridos envalentonados hacia otra parte de aquel espacio otrora sagrado aquel disidente sintió que acababa de derribarse a sí mismo. Yo te cuidaré, chapurró extrañamente dolido por una no menos ininteligible emoción.



*Fotografía de Mimmo Jodice.

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