Para justificarles dicen algunos que estaban mal informados los asaltantes. Que estos pensaban que en cada escultura latían vidas y no solo símbolos. Que no bastaba con devastar las facciones hermosas, sino que había que prospectar dentro de la piedra, porque una cabeza bien puesta en un cuerpo de piedra era también una mente activa emitiendo pensamientos. A los agresores de capilla o de milicia se les suele disculpar diciendo que siguen órdenes. Pero aunque las siguieran, por el empeño que ponen en su labor maléfica se puede afirmar que las asumen. Que se identifican y desean hacer concienzudamente lo que están haciendo. O, mejor dicho, deshaciendo. Los pensamientos y, en general, las ideas de los que viven en esta ciudad, hay que arrancarlos de raíz. Era el mensaje último de la arenga previa a que se desatase la cacería de estatuas.
Los ejecutores sabían que imágenes e ideas son inseparables. Que en las estatuas se resguardan símbolos que definen la mentalidad. No les importaba si aquella testa representaba a un jefe, a una divinidad o a un sabio incluso. Estimaban que en cada personaje de mármol de la ciudad asaltada bullía un mundo de ideas y representaciones que había que desalojar. La encarnación del Amor, la exultante creación del Arte, la recta propiedad del Liderazgo, la incesante búsqueda de la Felicidad, la seguridad del progreso que proporciona el Conocimiento.
Los golpes secos pero certeros de los alfanjes afilados, realizados desde ambos perfiles de la cabeza, fueron levantando la zona temporal. Cada vez con mayor virulencia. Vehementes, enérgicos, en cada golpe los verdugos iban entregando su propia corpulencia. Exudando odio. Vaciándose a sí mismos de cualquier connotación piadosa o al menos tolerante. Toda su obsesión era llegar a lo más íntimo de la magnífica cabeza. Levantar el cráneo, hurgar en lo sesos, deshilvanarlos hasta dispersarlos por los suelos. No, no podemos tirar los sesos a cualquier parte, advirtió quien desde un cargo importante en la congregación de los iluminados los dirigía. Si caen al suelo, alguien puede recogerlos. Si se desparraman por una tierra de labor, pueden germinar. El océano podría ser un buen espacio, pero ¿quién nos dice que las especies marinas no hacen de ellos un uso que antes o después puede retornar contra nosotros, los justos?
Mientras el jefe dilucidaba qué hacer con las entrañas de la cabeza los esbirros seguían con su faena atroz. A medida que avanzaban en el corte, mellando sus espadones, cambiando de brazos, pues todos querían participar y todos se agotaban, más se desesperaban. El mármol iba cediendo pero dentro solo seguía apareciendo mármol. ¿Dónde están las ideas de estas figuras?, se preguntaban. Se está reduciendo el volumen y no aparece otra cosa sino piedra y más piedra. Proseguid, se les ordenó. Tiene que estar la mente por alguna parte. No puede haber desaparecido la conciencia, que es el meollo de un cerebro. Tal vez la hayamos reducido a esquirlas según hendíamos, replicaron los forzudos. Y nuestras armas están prácticamente inservibles de tanto percutir. Id a por más herramientas si es necesario, se les exigió. Pero por alguna parte se debe llegar a la profundidad de ese cráneo. No puede ser que, partida en infinidad de trozos, prácticamente reducida a una masa informe, nos gane la partida.
Por un momento la euforia con que alimentaban la hazaña pareció desvanecerse. Señor, dijo uno de los operarios del destrozo. Esta estatua no tiene fondo alguno. ¿Y si las ideas que hubiera en ella han ido desperdigándose a cada golpe letal? ¿Y si nos han salpicado a todos? ¿Y si convertidas en polvo han ido a parar al éter, al aire mismo que todos respiramos? El jefe, sometido a la duda que le planteaba su subalterno, no supo responder, mas no quiso perder autoridad. Dejadla tirada. Quedan muchas más, sentenció.
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