"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 28 de noviembre de 2025

Asesinatos en serie. Empujón de Némesis

 



Te lo he permitido todo, menos tu olvido. No me ha importado que miraras lascivamente a los otros efebos. Ni que debatieras sobre la composición de la naturaleza y de las cosas con ellos. Ni que te ofrecieras a servir de modelo de artistas preclaros. O que concurrieses a ágapes, donde la exhibición es para muchos el alimento visual apetecido. Si eras atrapado por la ebriedad yo te recibía con cuidados. Si sucumbías a la seducción de los más bellos, te acogía comprensivamente. Si pasaban varios días sin saber de ti, te disculpaba aunque me doliera la ausencia. Siempre acepté que vuestros juegos y afectos se intercambiaran sin límites, pues al fin y al cabo hay que enseñar el disfrute al cuerpo y llevarlo por una dirección adecuada.  Es tan propio de la juventud probar y buscar la satisfacción en lo diverso. Y cómo frenar el impulso de tentar a los adultos, cuando no de los ancianos. O cuántas veces no ha sido al revés. Las personas de edad avanzada os veían a vosotros como el deseo perdido de sí mismos. Vosotros cedíais en parte por curiosidad, y porque en el temple de quienes van camino del fin de la vida se vislumbra un saber residual del amor al que no podíais resistir. Las manos de un anciano, decíais, hablan con otro tacto, no menos excitante. Sus miradas, que a algunos les podría parecer impúdicas, os convertían a vosotros en meta del anhelo insatisfecho. En sus cuerpos ajados, exentos de lozanía, hallabais no obstanrte calor y sensualidad. Pero, sobre todo, ¿no eran las palabras que ellos pronunciaban las que os envolvían por un doble efecto erótico, el que rebosaba un tono pausado y firme, y la contundencia y claridad de sus conclusiones sobre la vida que aún no podíais vosotros captar? Lo repito. Nada de lo que hayas hecho me ha importado nunca. Jamás cedía a los celos, aunque a veces me abrasasen. Al comprender tu comportamiento te conocía mejor y me comprendía también a mí. No fue sino cuando te alejaste definitivamente y supe que no me valorabas ante otras presencias o bien ni siquiera hablabas de mí,  cuando me sentí afectado. Comprendí entonces que tu olvido era la mayor traición. Entiende que, y hablándote de peana a peana próximas, en un arrebato incomprensible te haya empujado fuera de tu pedestal y en tu caída quedase marcado para la posteridad el yerro de tu desdén. Condenándote así a que todos supieran de mi venganza. 

Que los dioses se apiaden de mí. Que las demás figuras de esta logia me ignoren con su desprecio. Que perezca yo también, víctima de mi devastación interior, por futuras manos vengadoras.



No hay comentarios:

Publicar un comentario