A la Muerte le gusta pasear por los museos. Aquella mañana gélida de invierno el museo elegido estaba poco concurrido. El frío retrae mucho a la gente, le dijo el cicerone, ni siquiera está previsto que vengan hoy escolares. Así que tengo todo el tiempo del mundo para ponerme a su disposición. Oh, no, no se apresure en ponerse a mi disposición, con que me indique el recorrido me doy por satisfecha, le advirtió amablemente la Muerte. ¿Quiere ver todo o solo una parte? Nuestro museo es extenso, le advirtió el hombre, mejor le acompaño. Ella, que desde siempre se sentía muy atraída por todo lo que significa representación humana, incluso más allá de sus actuaciones concretas, prefirió centrarse en el tema que le competía. Se lo hizo saber. Muéstreme lo que tengan relacionado con el fin del hombre, dijo delicadamente para no asustar al vigilante. Vamos, lo que quiere ver son obras relacionadas con la Parca, respondió el encargado. Puede decirlo claro, uno está hecho a los caprichos del visitante. La Muerte estuvo a punto de molestarse. Hasta en un museo la aplicaban un mote. Hizo caso omiso, pero se sintió obligada a justificarse para no provocar suspicacias. No piense que soy una aficionada a las escenas patéticas y menos a las fúnebres, simplemente es que siento curiosidad. El cicerone le guió de manera directa y precisa hacia aquellas obras que consideraba tenían que ver con lo que pedía.
Todos esos cuadros de la pared son imágenes de antiguas batallas, le indicó el cicerone. ¿Qué se puede esperar de un combate? Que haya vencedores y vencidos, y que corra la sangre, como en las carnicerías. A la Muerte le pareció una comparación ingrata, pero no la impugnó. Realmente, dijo, era y es así, matanza y más matanza, sean cuales sean los tiempos, las guerras y las armas utilizadas. Estoy de acuerdo, señora, replicó el hombre, que se sentía complacido por el razonamiento de la visitante. Se ve que entiende de temas históricos. Mire, venga por aquí. Entraron en una sala de esculturas. Ella se detuvo ante un conjunto con dos personajes en que uno era una mujer que se dejaba caer hacia atrás, como muriendo, mientras un efebo con alas, a su espalda, la sujetaba por el torso. Eso no le va a interesar, dijo el guía. Pero ella muere, ¿no?, se atrevió a señalar la visitante con agudeza intencionada. Ella muere, respondió el guía, pero él la rescata, entonces no se puede decir que muera, sino que lo evita. Él es el Amor, al decir de los clásicos. De la mujer dicen que representa a Tánatos, pero es demasiado hermosa y tiene una afectación tan sensual que me cuesta creer que se trate del hecho de morirse. Entonces a la Muerte le tentó barrer para su patio. Acaso la muerte sea un acto de amor, dijo. Y que los antiguos lo percibieran así, como una doble personalidad de los individuos. Como una pulsión que los sacude y encarna el precio del vivir, arriesgó. Pero el hombre no lo entendió o no quiso entenderlo. Sí, es evidente que hay amores que matan, se ha dicho siempre, afirmó chistoso. Pero no olvide que el conjunto es algo simbólico, parte de un mito.
Siguieron avanzando. En esta otra sala hay una escultura que puede que le repugne, le indicó el guía, yo le aviso. En un rincón destacaba una talla de madera de la estatura de una persona normal. Era un esqueleto mostrando el cráneo con unos pelos colgando, las oquedades de sus ojos, las costillas bajo las cuales asomaban gusanos, las vísceras deshilachadas sobresaliendo del abdomen ya descarnado. La Muerte lo observó sin impresionarse. ¿Quién puede haber realizado este trabajo tan exagerado? La muerte no es así, dijo con desdén. Hay artistas, replicó el otro, que no saben qué hacer para llamar la atención y asustar a la gente. Aunque seguro que fueron quienes le encargaron la obra al tallista, ya sabe, esos que siempre han hablado de la muerte y del infierno para darnos miedo, quienes le impusieran cómo debía de ser. Pero causa el efecto contrario de lo que pretendieran. Los escolares, cuando ven esta escultura, se parten de risa. A los adultos les produce morbo, aunque aparenten rechazo. A mí me parece sencillamente de mal gusto, aseveró la Muerte, alejándose.
El hombre la fue llevando sala tras sala, en busca de nuevos objetivos que interesaran a la forastera. Hablaba sin parar, dando mil explicaciones que le traían al fresco a la Muerte. Ella, mientras, pensaba en las infinitas representaciones que habían hecho los hombres acerca de su labor. Se sorprendió de que guardara tan mal registro de la Historia, no recordando el amplio repertorio de maneras por las que los hombres se despedían de la vida. Esta es una sala muy especial, dijo el cicerone al traspasar una puerta que daba a un espacio mediano, de paredes color almagre que recordaban lo pompeyano. La habitación estaba ocupada únicamente por la escultura de otra pareja, de dimensiones casi humanas. A diferencia de la que había enseñado antes esta escultura era en apariencia más sencilla de interpretar. Un hombre y una mujer se hallaban sentados apaciblemente al modo romano, como si se encontraran en un convite, platicando entre ellos, exhibiendo una sonrisa especial, magnética.
La escultura maravilló a la Muerte. Rodeó a los amantes, acarició los cuerpos que se exhibían rebosantes de salud y bienestar, se admiró de la expresividad sumamente alegre y vital de sus rostros. ¿Qué tienen que ver estos dos con la muerte?, preguntó de pronto. He ahí el triunfo de la escultura, saltó el guía, encantado de la pregunta. Son dos esposos que se quieren o se quisieron, y están sentados sobre su propia tumba. ¿No es hermoso que vinculen la trayectoria de vida familiar, íntima, con su propio fin o lo que creyeran que había más allá? La Muerte se quedó pensativa y le dieron ganas de decir: ¿por qué se obstinarán tanto los hombres en pensar que hay algo más? Pero de nuevo calló, pues si algo había aprendido de su misión era a mostrarse cauta. Aquí no hay triunfo de la muerte, dijo alarmada. En efecto, replicó el otro. Observe, observe. La pareja está distendida, entregada a una charla amena, ríen más que sonríen, y vea cómo gesticulan con las manos. Y él tan protector con ella. ¿No es hasta entrañable? Pero eso sí, debían ser ricos. Los colgantes les delata. La Muerte le cortó. ¿Esta obra habla de amor realmente o es una pose de encargo? No puedo creer que debajo haya un sarcófago donde se pudran sus restos, comentó con mal humor. ¿Y qué lo mismo da?, dijo el vigilante. Si ellos se lo montaron bien en vida, si disfrutaron de sus bienes y caprichos, también de sus amores, porque yo no me creo que ambos permanecieran fieles siempre, ¿qué temor podrían tener a morirse? La Muerte miró con mirada desdeñosa al cicerone. Estuvo a punto de replicar: pues eso, el miedo a perder todo, pero prefirió respetar las opiniones escuchadas. Luego cayó en una pausa silenciosa, ausente. A los hombres no les sacas de su mundo de ilusión ni les bajas del monte de su ambición, meditó filósofa. Viven como si no les preocupase que algún día apareceré y llamaré a su puerta. Pero ¿acaso esa manera de vivir que tienen no cuestiona mi victoria?
La escultura maravilló a la Muerte. Rodeó a los amantes, acarició los cuerpos que se exhibían rebosantes de salud y bienestar, se admiró de la expresividad sumamente alegre y vital de sus rostros. ¿Qué tienen que ver estos dos con la muerte?, preguntó de pronto. He ahí el triunfo de la escultura, saltó el guía, encantado de la pregunta. Son dos esposos que se quieren o se quisieron, y están sentados sobre su propia tumba. ¿No es hermoso que vinculen la trayectoria de vida familiar, íntima, con su propio fin o lo que creyeran que había más allá? La Muerte se quedó pensativa y le dieron ganas de decir: ¿por qué se obstinarán tanto los hombres en pensar que hay algo más? Pero de nuevo calló, pues si algo había aprendido de su misión era a mostrarse cauta. Aquí no hay triunfo de la muerte, dijo alarmada. En efecto, replicó el otro. Observe, observe. La pareja está distendida, entregada a una charla amena, ríen más que sonríen, y vea cómo gesticulan con las manos. Y él tan protector con ella. ¿No es hasta entrañable? Pero eso sí, debían ser ricos. Los colgantes les delata. La Muerte le cortó. ¿Esta obra habla de amor realmente o es una pose de encargo? No puedo creer que debajo haya un sarcófago donde se pudran sus restos, comentó con mal humor. ¿Y qué lo mismo da?, dijo el vigilante. Si ellos se lo montaron bien en vida, si disfrutaron de sus bienes y caprichos, también de sus amores, porque yo no me creo que ambos permanecieran fieles siempre, ¿qué temor podrían tener a morirse? La Muerte miró con mirada desdeñosa al cicerone. Estuvo a punto de replicar: pues eso, el miedo a perder todo, pero prefirió respetar las opiniones escuchadas. Luego cayó en una pausa silenciosa, ausente. A los hombres no les sacas de su mundo de ilusión ni les bajas del monte de su ambición, meditó filósofa. Viven como si no les preocupase que algún día apareceré y llamaré a su puerta. Pero ¿acaso esa manera de vivir que tienen no cuestiona mi victoria?
Un cuento para pensar, sin dudas. Yo intento pensar que el amor logra vencerla.
ResponderEliminarUn abrazo
Pues como idea es muy bonita. Los cristianos también tienen una idea análoga pero convirtiendo en Amor, ya sabes qué o quién, el triunfo. Literatura a la hora de la verdad. Una abrazo.
EliminarQué interesante está Muerte que va a un museo para investigar cómo es representada en obras artísticas. Resulta una Muerte bastante peculiar. La humanizas hasta el punto de resultar amable. Es curioso cómo has logrado que resulte hasta simpática.
ResponderEliminarEs muy original tu relato. La Muerte siempre está muy presente en las relaciones estables, en los matrimonios sin divorcio, en los grupos de amigos inseparables. Hay esposos que incluso tras la muerte de uno de ellos no se separan. Permanecen unidos por toda la eternidad.
Me ha parecido fascinante este modo tuyo de pintar a la forastera.
Un abrazo de invierno
Felicitacionez
Una manera que uno tiene de vencer en su mente cotidiana a la Muerte es no prestándose a verla siempre con pánico, aunque este se halle detrás de la careta que uno se pone al escribir. Vamos a llevarla la contraria, pues si los hombres crearon una imagen podemos seguir propiciando otras, ¿no?
EliminarTodo está en el poder de la mente, y es como dices. Hay muertes en la vida ordinaria que no son la definitiva pero que van destruyendo relaciones, anhelos, capacidades, etc.
Gracias, veré de llevarla otro día a otro museo. Y fíjate que no hay imágenes de Muerte en ellos...Buen día.
El ser humano hace las cosas como si hubiera de vivir mil años, y aún así, alguna vez tendría que morir, pero sólo se acuerda del detalle cuando va al entierro de los demás, después a seguir con lo mismo.
ResponderEliminarsalut
Sí, en los entierros se hacen reflexiones al vuelo sobre la muerte. Pero mira, yo creo que, aunque la gente no lo cuente porque es tabú, cada cual piensa en algún momento del día o de los días en el asunto. De pasada, con cálculo de posibilidad, como recordatorio aún lejano, depende de cómo se encuentre cada uno, o como obsesión, que hay de todo. Si nuestro fuero interno, reprimido, claro, hablase nos revelaría cómo la Muerte está present to you.
EliminarLa muerte es la única constante de nuestra vida. Incluso cuando seamos "transhumanos" fallará el programa y se nos freirá la consciencia. Por suerte.
ResponderEliminarA constante como idea, como espada de Damocles, como fin esperado, supongo que te refieres. Pero también lo es la vida, simplemente porque ambas son complementarias. Me ha gustado lo de transhumanos, pero me temo que la trashumancia se queda a este lado. Por suerte, sí.
EliminarEs una visita encantadora porque hace reflexionar en la muerte. De hecho, en la vida, que de eso se trataba. Esa pareja representa, unidos en la muerte, el goce la vida. Ahí está el secreto, sin importar si las esculturas exhiben riquezas de accesorios o de de ropajes. Por desgracia nos olvidamos que tras la muerte, no hay vuelta atrás. Seguramente hay tantos "te quiero" no dichos, como deseos de haberlos entregados en el momento oportuno. Todo lo demás, incluida la descomposición de los cuerpos, la gloria de las batallas, las herencias millonarias, todo, es pura puesta en escena.
ResponderEliminarUn abrazo, filósofo. Feliz día, a poder ser, sin nada relacionado con la muerte a tu alrededor. Bueno, si es un mosquito no cuenta :-)
Siempre me maravillaron los sarcófagos etruscos, de lo mejor que hay. Una filosofía reservada a los ricos y cultos, supongo, pero que encierra sus misterios. ¿Habían estado los esposos siempre tan unidos como en el sarcófago? ¿Era parte de la exhibición que los pudientes de altura tenían que hacer para perpetuar a ojos de generaciones posteriores su poder? Es una preciosidad cómo la sonrisa eginética procedente de culturas griegas se estabiliza en lo etrusco y se perfecciona. En efecto, los "te quiero" sinceros y los no dichos o no recogidos, es lo auténtico, sin monumentos. Como mucho el testimonio de poemas, muchos ocultos en cajones o rotos después de componerlos. La vida como puesta en escena, sin duda, Albada, sin duda.
EliminarPues según caminaba por la calle ahora me venía otra historia de ese personaje a la mente, así que la Muerte siempre será una protagonista imaginaria (hasta que sea efectiva)
Hola fackel.
ResponderEliminarHablar de la muerte, generalmente se considera, tabú o de mal gusto. Sin embargo, un hecho tan natural e inevitable, debería ser tratado de forma natural, sin miedo...Incluso un tema que debería ser incluído en el programa educativo. Aprender a entender la muerte, ayudaría a dar seguridad, aumentaría la capacidad de racionamiento para superar esa impresión de rechazo, ese miedo hacia lo desconocido.
Puesto que tiene que llegar, inevitable, personificarla, darle voz, hablarle, dotarla de humanidad, me parece admirable y didáctico.
Enhorabuena de nuevo. Y larga vida. Salute.
Sí, tienes razón, es un tabú desde siempre. Sin embargo no parece que los humanos hagan mucho por evitar ciertos tipos de muerte -las provocadas por guerras, hambrunas, catástrofes entre los miserables de la Tierra, etc.- y muchos responsables de condiciones lamentables de otros humanos se muestran hipócritas. Es curioso el tema. Todos sabemos de morir pero nadie desea morirse "antes de tiempo", como si hubiera un tiempo definido para la existencia de cada uno. Y en torno al asunto se mueven tópicos: tenía su día y su hora, su destino, etc. se suele decir irracionalmente. No es una asignatura la del aprendizaje de la muerte que apetezca. Al menos no en ciclos jóvenes o de madurez en buen estado. Es en la vejez cuando se da vueltas, o cuando hay enfermedades recurrentes y fatales. Aprender aprender no sé cómo se podría. Las reflexiones, eso sí, deben ser muy personales. La religión no ha hecho precisamente ningún favor sano e higiénico a la humanidad en el tema de la muerte. Siempre vinculándola al dolor, al castigo, al pecado, a la mala conciencia, a la culpabilidad...No, no han sido buenos los que predican otra vida martirizando la conciencia libre y creativa de los humanos. Pero todo es cuestión de no dejarse, Soco.
EliminarGracias, salutem.
Y, a por mas.Yo la tomo, a veces de soslayo, bastantes veces. Esperamos otros relatos. Buena tarde.
ResponderEliminarSe hará lo posible, buena tarde.
EliminarLa lectura se me ha antojado un amable paseo de Tanatos y Eros por Ágape.
ResponderEliminarEn otro orden de cosas: En el espacio de la materia, que está no llegue a su término biológico, por antinatural me parece una trágica injusticia para la vida (Eros), y de ahí han derivado en multiplicidad de leyendas. Mi opinión sobre el talante del deterioro paulatino y lo natural del final del proceso vital, resulta obvia: liberadora.
La biología se ve que no entiende de jurisprudencia y marca sus territorios caprichosamente.
Eliminarrecien entro en este blog y me has maravillado con el texto.
ResponderEliminarUb brindis por esta noche
Bienvenida, brindaré por la noche pasada y por las que lleguen. Hay otros textos anteriores relacionados con la Muerte, por si te interesasen. Gracias, VJ.
Eliminar¿Basta con que la muerte gane al final, llevándonos, o tiene que ganar también mientras vivimos, castigándonos con el miedo?
ResponderEliminarHabía venido con poco tiempo. Por la extensión decidí volver luego y me alegro, porque dispuse de tiempo para disfrutar este relato. Me enganchó desde el primer momento. Creo que es excelente, Fackel. Gracias por escribirlo.
Besos
Francamente, Alís, preferiría que no nos castigase con el miedo, pero...creo que somos los humanos los que nos empeñamos en el miedo. El miedo también es un mecanismo, pero ¿cómo hacer buen uso de él? ¿Cómo llevar con nosotros un miedo prudente y no un miedo obsesivo y destructor? Desde la Antigüedad los hombres se han dotado de alternativas, pero ¿sirven siempre? Nos llevaría lejos la indagación, pero seguro que tú sabes hacerla perfectamente. Yo sigo en ello. Muchas gracias.
EliminarMe gusta ese deasfío a la muerte, que se haya quedado un tanto discontenta.
ResponderEliminar¿Realmente no sabía que hablaba con la muerte? O sólo no mencionó que la había reconocido.
Ya sabes que la Muerte suele ir de incógnito en muchas ocasiones, y además sin ejercer el cargo o la misión, porque es curiosa y se aproxima tantas veces a los humanos y a sus cosas y paisajes que creo que en el fondo disfruta de ellos y no actúa siempre a cada paso. Dicho de otro modo: con frecuencia suele ser una perdonavidas.
EliminarYo estimo que lo que en realidad nos lesiona es la muerte de familiares y amigos de nuestro círculo más íntimo, no la nuestra.
ResponderEliminarPor supuesto, sobre todo si es temprana o repentina. ¿La nuestra? Cuando nos toque no tendremos opinión sobre ella. Gracias por opinar (de nuevo)
EliminarEsta "antropomórfica" manera de presentarnos a la muerte en tu cuento resulta más amable que el concepto tétrico que el común de los mortales tenemos sobre ella. Además, nos la presentas culta, interesada por el arte que recoge la iconografía que le atañe como concepto humano... En tu relato se la percibe perfectamente conocedora de los miedos y de las inspiraciones que provoca en el ser humano... y hasta se muestra crítica con alguna de esas representaciones que va viendo... Viendo tu relato desde una amplitud imaginativa, se me ocurre aportar una idea propia que me ha abordado según lo leía: ¿no sería mucho más llevadero el transito de lo vital (por creernos vivos en el aquí y el ahora) a lo escatológico si la muerte, "antropomorfizada", en la forma que tú la describes, nos acompañara y con voz amable nos fuera explicando los porqués y paraqués de ese tránsito? Una especie de paseo iniciático como el que le dio el poeta Virgilio a Dante por el infierno, pero con una explicación más científica que filosófico-cristiana.
ResponderEliminarAl leer tu relato, tu cuento "parcático" (permíteme la expresión), se me ha disparado la imaginación y me he puesto a pensar en las razones científicas por las que nuestro período vital está acotado como está acotado... y me he puesto a pensar en qué hubiera pasado si nuestra sustancia vital (sangre) en vez de estar hecha en base Fe se hubiera hecho en base Cu o en base ORME... ¿Hubiéramos sido más o menos beneficiosos para el planeta? No lo sé... Al fin y al cabo, morimos por caducidad celular o por errores "mitóticos"... por lo que, en esto de la vida y de la muerte, nos vendría mejor una explicación científica que una filosófico-religiosa...
No sigo, porque creo que desde hace un rato estoy metiendo la pata con la temeridad de un ignorante...
Bueno, diré una cosa más: Se preguntaba Eurípides: ¿Y si los muertos fueran los vivos y los vivos los muertos?
Abrazo
Probablemente la sangre en base Cu u otra clase no hubiera dado lugar al llamado humano, al primate anterior, a otras especies más antiguas que los primates y que originaron estas...hubiera sido otra especie. Lo primero es lo biológico. La cultura adquirida y desarrollada por el neanderthal o el sapiens está condicionada por la biología. El pensamiento, el lenguaje, las ideas, las conductas derivan de la propia evolución biológica de nuestros cuerpos y en relación con el medio. Cualquier otra incidencia diferente a la que nos ha formado habría dado lugar a otro tipo de seres. ¿Mejores, peores, más listos, más burdos? Ni me da en pensarlo. Tu temeridad provoca la mía, debatir en plan amistoso de todo esto no es meter la pata es solo plantear cuestiones a las que tenemos derecho a pensar y que solo la ciencia nos irá aclarando, sobre todo a otras generaciones pues la mía tiene vendida casi toda la cebada, en el futuro. Pero hay que seguir interesados e informarnos de cualquier novedad que saque a la humanidad de la ignorancia y el servilismo.
EliminarDices: "Viendo tu relato desde una amplitud imaginativa, se me ocurre aportar una idea propia que me ha abordado según lo leía: ¿no sería mucho más llevadero el transito de lo vital (por creernos vivos en el aquí y el ahora) a lo escatológico si la muerte, "antropomorfizada", en la forma que tú la describes, nos acompañara y con voz amable nos fuera explicando los porqués y paraqués de ese tránsito? Una especie de paseo iniciático como el que le dio el poeta Virgilio a Dante por el infierno, pero con una explicación más científica que filosófico-cristiana." No sé responder o acaso he respondido al escribir el cuento indómito. Pero me quedo pensando. De cualquier manera, es curioso observar cómo la humanidad, que ha vivido casi siempre marcada por la acechanza de la muerte, sobre todo en otros siglos de manera más próxima y obsesiva, ya sabemos por qué, ahora tiende a hacerla más tabú que nunca. ¿Cómo? Ignorándola, apenas mencionándola, convirtiendo los rituales tradicionales de aproximación de los supervivientes en un paso veloz de veinticuatro horas y eliminando en muchos casos incluso el duelo. Pero hablar de esto sería entrar en terrenos antropológicos complejos, en etnología de las costumbres, incluso en análisis de las conductas que nos llevaría lejos y entretenidos. Gracias mil por plantear debate que, ya te digo, me quedo pensando.