A la Muerte le gusta ver jugar a los niños. La permanente observadora no muestra remilgos ni con edades ni condición social ni géneros ni cultura. Todo lo inquiere, por cualquiera de los comportamientos humanos se interesa, en algunos incluso padece accesos de cierta envidia. Es el caso de cuando mira los juegos infantiles. No persigue con especial predilección a los niños para su misión aciaga, sino todo lo contrario. En el fondo los preserva, normalmente olvidándose de ellos. Lo hace por una razón sencilla: ella no tuvo infancia.
Cuando se acerca a los corros se mantiene discreta, pero no se pierde detalle. Dos cosas le asombran. Por una parte que los niños sigan jugando a actividades de hace mil años. Por otra que lo que parecen nuevos juegos no son sino los mismos perros con distintos collares, aquellos que las técnicas modernas imponen y los nombres actuales definen. Así que para ella estar pendiente de lo que hacen los niños es ponerse al día en información, pero sobre todo disfrutar como si estuviese a punto de alcanzar una niñez nonata. Los niños no han cambiando en esencia por mucho que los tiempos hayan evolucionado. Siguen persiguiendo en sus juegos las historias de los hombres adultos, reflexiona la Muerte. Les gusta emular a los mayores, pero conservando la protección de la que están dotados por ser niños: la imaginación. Sea en el patio de un colegio o en el parque de un barrio o en los pasillos de una casa la Muerte mira una y otra vez y se emociona. Tanto que a veces se cuestiona si será o no será realmente la Muerte, ya que emocionarse, puede que más que pensar y sobre todo que razonar, es una función natural de vida personal. ¿Me estaré desmortalizando?, se pregunta la gran Mirona en determinadas ocasiones que le acucia la crisis. No me puedo permitir emocionarme, concluye.
Pero no cumple. ¿Qué elegiría ella de poder ser un niño? Unos chicos saltan sobre otros, algunos corren a pillarse, aquellos se apartan a un rincón y se cuentan una película o acaso secretos familiares. Los hay aventajados en picardía y quienes se entregan a aparatos de invención moderna, que les aparta de otros y a su vez los comunica, siquiera en ficciones de nueva dimensión. Esto no acaba de entenderlo bien la Muerte. Para perseguir lo mismo que hacían los niños de edades antiguas de la Humanidad, medita, no hacia falta tanta máquina manual. Pero entonces piensa en el salto que también hubo desde la palanca de mano a las potentes elevadoras actuales y se desconcierta. Debe ser algo parecido, se rasca el mentón la Muerte. Lo que más envidia de los niños es que se parezcan en alguna característica a las suyas. Los niños no tienen límites, ni para los temas de juego, ni para el tiempo, ni para su incansable actividad, ni para sus portentosas fantasías. Pero la diferencia es que ellos generan vida continuamente. Yo no, lamenta.
Los niños vociferan, y eso da sustos a la Muerte, aunque aprecia los tonos diversos de las voces. Los niños desafían los peligros y cuando alguno traspasa el punto, que a veces la inconsciencia no les hace valorar, la Muerte se pone triste. Yo no quería, dice. De ahí que lo que más sorprenda a la Muerte es que los niños jueguen a morirse. O a matarse entre sí. Aunque esto no tiene mérito, la muerte que unos hombres causan a otros es una infamia que llevan dentro de su naturaleza. Los niños la emulan, el daño es ficticio, el juego se consolida simplemente. Pero morirse, es decir, hacer que uno se muere es un ejercicio de maestría, piensa la Muerte. Esa puesta en escena, en que algunos la bordan de manera natural, otros más impostada, me conmueve, dice. Muere tú, ay, caigo, qué va a ser de mí, me muero...Qué intercambio tan lujoso de expresiones que repiten día tras día. Diablos, qué manera de competir con mi arte, dice la Muerte casi enfurecida. Qué sabrán ellos de muerte.
La Muerte sonríe con los ademanes de vida cotidiana de los niños, que incluyen las aventuras. Las aventuras infantiles transgreden su propia vida, pero también la de los mayores y, cómo no, la oscura filosofía de la Muerte. En una aventura se puede ser rico o pobre alternadamente, viajar a territorios ignotos o penetrar en mundos siderales, vivir o morir, así de claro. Un día la Muerte observó que un niño al que le tocaba morir en el juego no se levantaba cuando debía hacerlo según las reglas no nombradas pero si ejercidas por la panda. Los demás chicos le increparon. Eh tú, que se ha acabado. Pero el niño no movía un músculo, contraía de modo férreo la respiración, permanecía con la mirada fija en un punto del cielo. Bah, deja de hacer el tonto, le dijo su amigo más intimo. Pero nada. Una niña se acercó, le empujó con el pie: lo haces muy bien, le animó, pero ya está, no seas aburrido. Anda, levanta. Él, tratando de batir el récord de simulación, siguió en sus trece. Al fin, los compañeros se marcharon, dejándolo por imposible. La Muerte, embobada por el teatro del niño, llegó a dudar. Yo no he hecho nada, se increpó a sí misma alarmada. Cuando el niño se dio cuenta de que se había quedado solo resucitó. Entonces la Muerte se acercó a él. Me tenías preocupada. El niño, que solo veía delante suya a una mujer de mediana edad, respondió: ¿A que lo he hecho bien? Sí, le dijo ella, pero ¿y si te quedas muerto de verdad y tus amigos no se enteran? Es que lo bueno de morirte es que no te mueres, soltó la criatura. La Muerte le miró como si hubiera escuchado a un surrealista. Ah, bueno, en ese caso...y no acertó a decir más. Y se alejó del niño, que permanecía limpiándose las mangas del jersey. La muerte ensucia, llegó a pensar.
(Grabado de Cornelis Visscher)
No sabría decirte con tanta seguridad sí realmente la muerte no tuvo infancia, bien se lleva críos cuando lo considera inoportuno.
ResponderEliminarQuién ha jugado como un niño no tiene remilgos en codearse con ellos y dado el caso, quedarse con alguno.
Saludos.
La Muerte no tuvo infancia, lo dice y habrá que creerla, y si se lleva críos lo hace por envidia, seguro. Gracias, Alfred.
EliminarTe aplaudo. Es una magistral personificación de la Muerte, Fackel y una historia deliciosa.
ResponderEliminarUn beso admirador.
Hay que sacarla la lengua, ya sabes...burla, burlando. Gracias, Eva.
EliminarQué fuerte, esta Muerte tan surrealista que tiene consideracion con los niños. Ojalá fuera así. Sin embargo en la niñez hay muchas muertes, aunque con los avances médicos la mortalidad infantil se ha reducido bastante.
ResponderEliminarUn abrazo de enero
Por supuesto y lo más patético: que depende de qué zona del mundo hablemos la infancia corre más riesgos en unas partes que en otras, como ya es sabido. Lo de este país es de lujo, incidencias y accidentes reducidos aparte. En fin.
EliminarCada vez me agrada más esta versión de la muerte. Con esas emociones, que casi dan para alcanzarle un pañuelo de papel, para que se seque las lagrimas Tal vez alguien con lápiz y papel haya hecho un dibujo de ella.
ResponderEliminarSospecho que admira a quienes le disminuyen el trabajo, con medicinas, maniobras de respiración artificial, etc.
Saludos.
Seguramente admira a quienes dices, y se enojará porque le demoren su misión, pero se consuela porque lo tiene seguro. Creo que hay que celebrar todo cuanto y cuantos favorecen que su labor se postergue, es un triunfo de la vida que ella, si es ecuánime, reconocerá.
EliminarLa luna vino a la fragua / con su polisón de nardos. / El niño la mira mira./ El niño la está mirando.
ResponderEliminarEn el aire conmovido / mueve la luna sus brazos / y enseña, lúbrica y pura, / sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna. / Si vinieran los gitanos, / harían con tu corazón / collares y anillos blancos.
Niño déjame que baile. / Cuando vengan los gitanos, / te encontrarán sobre el yunque / con los ojillos cerrados.
Huye luna, luna, luna, / que ya siento sus caballos. / Niño déjame, no pises, / mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba / tocando el tambor del llano. / Dentro de la fragua el niño, / tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían, / bronce y sueño, los gitanos. / Las cabezas levantadas / y los ojos entornados.
¡Cómo canta la zumaya, / ay como canta en el árbol! / Por el cielo va la luna / con el niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran, / dando gritos, los gitanos. / El aire la vela, vela. / el aire la está velando.
Federico García Lorca, Romance de la luna, luna. (A Conchita García Lorca)
Preciosísimo cantar. Solo Lorca podría obsequiarnos con algo así. Gracias por ser intermediaria.
EliminarUn canto que solo Federico podría haber hilado.
EliminarUn abrazo
Es que Federico sabía tejer como pocos un poema que él entendía como canción y a su vez como voz o grito de los hombres. Federico y su desgraciado fin son la conciencia oculta de los españoles, aunque muchos de estos no se enteren.
EliminarVes? Te has propuesto dotar a la Muerte de buenos sentimientos y fíjate si lo consigues. Me la imagino desolada, renegando de su oficio, ante tantos niños muertos en la mar, bajo escombros, por el hambre o... Y hasta puede que se rebele, ante la Máxima Autoridad.
ResponderEliminarBuenas noches. Y que viva la Vida. (Por cierto. mi poema de hoy tiene algo que ver con "ella")
Oye, ¿y cuál es la Maxima Auctoritas que tiene la Muerte? Yo no la conozco.
EliminarPor cierto, la tal no tiene sentimientos, no es humana, pero quién sabe: solo los tiene cuando uno se los recrea.
Me pasaré a leerte.
Pues supongo que la que tuvo el poder de crearla. La misma que tuvo el poder de crear la Vida... Quien?...Ahí esta la clave, no?...
EliminarMe temo que no hay claves personalizadas como en un cajero automático, Soco.
EliminarSé que es la muerte pero no viene al caso contar lo mio.
ResponderEliminarNo le tengo miedo
pero sí respeto
mientras vivo el hoy de mi dia.
Me gustó tu texto
Precisamente para combatir el miedo a la tal Fulana (que no me oiga) escribo lo que escribo. Deberíamos todos entenderlo por ese lado. Todos sabemos de la cercanía y tiento de la tal, algunos más que otros. Pero se podría hablar mucho y con matices sobre ello. Un saludo, gracias.
EliminarLa muerte envidia a los niños... Será por eso que se ceba tanto con ellos cuando hay guerras, movimientos de refugiados, hambre y miseria. Nada más cercano a la muerte que la imagen de un niño soldado.
ResponderEliminarUn saludo, Fackel.
Por ejemplo, por ejemplo. Y eso que los niños soldado también juega, y por partida doble, no solo con fantasías y ficciones. Pero ahí la verdadera MUERTE son los clanes, sectas, partidos, guerrillas o looscuro que sea que los utiliza y los manda a la sangre y el fuego. Y detrás, siempre detrás, la carencia de desarrollo de los países y detrás muchas naciones del mundo con poder y muchas multinacionales u muchas geopolíticas...Todos debemos ser cómplices, me da la impresión.
EliminarLo siento, no me creo nada de la muerte. No se si tuvo o no infancia, lo que si se es que puede quitarla tal como le convenga. No tiene consideraciones, ella sólo hace su trabajo.
ResponderEliminarsalut
Por supuesto, Miquel, yo yampoco me creo nada, pero la ficción es lo que es, y lo mejor es olvidarla, puesto que como decía Balzac es inevitable. Lo malo es que suele rondar tanto...
EliminarLa muerte, sin infancia, añorando tal vez la risa de los niños, dejando que su barullo la distraiga.
ResponderEliminarUn buen post. Como siempre. Un abrazo
La orfandad de origen que padece la Muerte es conocida. Quién sabe si a base de observar la vida un día decide desaparecer. Pero ¿morir ella? ¿Cómo podría ser posible eso? Me pierdo en huertos de sofismas. Mientras, me distraigo yo también, hay que hacerlo. Gracias, Albada.
EliminarQué evocadora imagen, la de la Muerte mirando a los niños. Todo un hallazgo. Me quedo de seguidora y te invito a que te pases por mi blog si te apetece (es Relatos y Más, es que salen dos en el perfil).
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Gracias, Rocío, por parar aquí. Veo, leo, en los que me indicas.
EliminarEs que lo bueno de morirte es que no te mueres
ResponderEliminarNi el mismísimo Patanjali y sus aforismos, hubiese podido sintetizar mejor un pensamiento raíz que conmueve a un porcentaje mayor de la humanidad y los lleva a la creencia de un más allá de esperanza.
Mis siete neuronas y yo, llevamos cavilando más de cinco décadas (las dos anteriores, mejor no las menciono) sobre lo inútil que es morirse para no morirse y renacer o ir a los reinos del espíritu, nirvanas o paraísos llenos de vírgenes.
(Ya me estoy liando...)
"Es que lo bueno de morirte es que no te mueres" es la idea del niño que juega a morirse. Con esa imagen quiere sorprender a la Muerte que no sabe que es tal, claro. Es decir, va la conclusión por otro lado.
EliminarPorque ese pensamiento no vale para un adulto con callos en el culo que se dice por aquí y está de vuelta, también desde hace tantas décadas como tú, de aquello de confiar en religiones y supercherías, sectas interesadas y patrimonios de poder, vidas eternas y nirvanas, reencarnaciones y otras zarandajas mentales. No, Ricard, no te lías, ambos lo tenemos muy claro. Afortunadamente la utilidad que proporciona la muerte es que el cuerpo, constitución y aspecto de un tipo se disuelven para siempre. Alguna bondad tendría que tener el acabamiento, ¿no?
Hasta ella se pregunta cuál es su finalidad, el por qué de su existencia, me parece. En realidad, uno la tendría incorporada (y aceptada) como consecuencia de la decrepitud natural humana, no cuando llega antes, de forma injusta e inaceptable.
ResponderEliminarLas dudas de la Muerte del relato lo son como juego, porque la tentación de prolongar sine die la vida, sobre todo si esta es buena, es algo de lo que no nos libramos nadie, y a la del relato le tienta también, aunque sea la antítesis. Pero ella lo tiene claro. Lo que no lo tenemos tan claro somos los humanos que no acabamos de aceptar que las leyes no existen, eso que se dice de por ley natural...suele pinchar cuando de pronto a alguien próximo le da un infarto o se le manifiesta un mal oscuro. Lo de los accidentes, ni te cuento, eso apabulla.
EliminarY uno pendiente de las noticias de China, porque la cosa del virus ese va que arde
https://elpais.com/sociedad/2020/01/26/actualidad/1580040757_358740.html
Estas cosas le hacen pensar a uno en las epidemias de siglos pasados, algunas e ellas diezmaron Europa en distintas épocas, ya sabes, las pestes. Por cierto te recomiendo "La peste", de Albert Camus, aunque supongo que ya la habrás´leído, no es de ahora. Un abrazo.
Fáckel:
ResponderEliminarlas Parcas deberían tener prohibido acercarse a los niños.
Salu2.
Ciertamente, Dyhego, ciertamente. Si de uno dependiera, pero ya ves que en el texto casi no dejo que se acerque a ellos.
EliminarEsta Muerte hasta me conmovió. Ojalá fuera más como en tu relato y nunca se llevara a ningún niño.
ResponderEliminarBesos
Ya, Alís, pero entonces la Muerte no sería la muerte y los niños no serían humanos, simplemente. A mí siempre me conmueve la muerte de niños, sobre todo la de los más anónimos, los que no salen jamás en las noticias ni crónicas de sucesos y no podrán crecer nunca por la violencia de las circunstancias en que viven. Gracias.
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