"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 19 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 23

 



Helmut me recibe en la taberna que frecuenta con una sonrisa inhabitual. Me ha costado llegar, me justifico. Demasiado ruido y algunas calles cortadas por la policía, aún tan prusiana. No importa, ha hecho bien en cuidarse, asiente el editor. Le encuentro radiante y sin el ceño de otras ocasiones, así que dejo que hable. ¿Sabe usted? Me ha sorprendido mucho su artículo. Para ser un intelectual recóndito y supuestamente aburguesado usted dice cosas sustanciosas y plantea cuestiones más próximas a la acción directa que a las teorías bonitas que luego no se sabe cómo llevar a la práctica. ¿Lo ha leído Else? Me sorprende la pregunta, cuya intención prefiero no juzgar en este momento. Hace días que no veo a Else, digo tajante. ¿No ha aparecido por el Josty?, insiste. Pues me preocupa, porque si ni usted ni yo nos hemos encontrado con ella últimamente es que puede estar teniendo alguna dificultad. Sospecho a qué se refiere pero no quiero incidir. Su mirada me escruta y yo callo. Centrémonos en su escrito, dice rompiendo el instante de tensión. Me gusta su estilo porque desciende al barro, pero lo hace de manera indirecta. No incita, solo sugiere. No provoca, da elementos de juicio para que los lectores saquen sus propias conclusiones. No hace llamadas incendiarias, deja que cada cual compruebe quiénes son los verdaderos pirómanos en esta sociedad podrida. Es muy medido en su exposición. ¿Cómo se lo tomarán los lectores? ¿Lo verán sinceramente templado o agudamente sibilino? ¿Lo considerarán un híbrido entre el pensador de salón y el escritor de libelos? ¿Valorarán sus planteamientos reflexivos cuando todo parece ir demasiado rápido y sin que se atisbe un freno? Helmut hace una parada en sus interrogaciones. Luego alza su mirada de los papeles y me observa fijamente. Lo suelta de repente. Para tener una apreciación más amplia del texto se me ocurre que podría leerlo Judit. ¿Sigue sin conocerla? Se lo pasaré hoy mismo a ella, aunque no crea, no es mejor juez que Else a la hora de valorar. Le vencen sus urgencias excesivamente radicales. Pero no habremos perdido nada con solicitar su opinión. Algo se rebela dentro de mí y no me callo. Puede intentar localizar a Else, digo con una prudencia mal reprimida. Puedo intentarlo, y cuantas más opiniones del círculo íntimo tengamos será mejor. Pero usted no deje de escribir, continúe fluyendo, y no tema caer en lo descabellado, aunque no creo que tal actitud quepa en esa mente controlada que posee. Interrumpo a Helmut. Usted lo ha dicho antes. Todo va demasiado deprisa, la gente quiere direcciones seguras, sí, pero sobre todo indemorables. Puedo ser contagiado por la corriente más impulsiva. Helmut está a punto de decir algo, pero deja que se expresen por él sus facciones relajadas. El brillo sanguino y excitado de sus ojos me está pidiendo más.





*Fotografía de Alexandr Rodchenko

viernes, 15 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 22

 


¿Sigues recordando a Helmut tras estos años de olvido?, digo a la mujer, cuya imagen rebota en el cristal del invierno. E insisto, pero sin acritud. Un Helmut que nunca volverá. Ella se vuelve hacia mí, se revuelve contra mí. Hemos vuelto los que teníamos que volver, dice con una entonación débil, incluso afable. Pero eso sí, nunca hay olvido definitivo; sí hundimiento, también renuncias, y también superación. Seríamos injustos si no reconociésemos todas las fases por las que hemos atravesado. ¿Que algunos de nuestros amigos y compañeros cayeron entonces? Fue un hecho. ¿Que otros se han perdido en la nada durante estos años? De algunos sabemos, de otros nadie nos dará razón nunca. Cierto que no nos acordaremos de aquellos que no nos significaran en especial. Pero de los que estuvieron cerca, o aquellos que conocimos accidentalmente y nos causaron grata impresión o esa minoría que por un breve espacio de tiempo alentó nuestras vidas, bien con sus ideas o con sus afectos, ¿cómo podríamos olvidarnos? Además hay un esfuerzo recurrente, también reflejo, por tenerlos presentes. No se nos aparecen en la mente todos los días, eso sería una obsesión, pero son personajes que ante circunstancias especiales, a veces casuales, se nos muestran. 

Afirmo con la cabeza, luego busco una expresión de halago. En mi caso sí debió ser obsesivo que te evocara. Reacciona. ¿Por la memoria que guardas de nuestro entendimiento sexual? ¿Por las contribuciones ideológicas con que ambos nos pertrechamos? O algo más simple. ¿Porque te sentías abandonado de ti mismo y me buscabas como referencia que compensara tus desequilibrios más integrales? No en vano aquel tiempo juntos pareció hacernos indisolubles. 

Sus preguntas son certeras. ¿Preguntas o dardos? Busco una respuesta sincera, si bien suena a diplomática. Por todo o por cualquier razón que señalas, según circunstancias. ¿Tú no? La mujer sonríe pero se da la vuelta. Miro el contorno de su espalda. El cabello corto que libera el mismo cuello esbelto que siempre ha tenido. Me gusta contemplar su rostro reflejado en la ventana, menos preciso y más misterioso. No sé, dice casi sin voz. Te mentiría si te dijese que solo tú estuviste presente estos años. Todos los hombres con los que estuve antes de ti me acompañaron siempre. La mayor parte de ellos de una manera tibia, fugaz, sin mayor impacto. Con distinto ritmo y escasa persistencia. En situaciones vividas después sus imágenes acompañaron imágenes vivas que yo haya podido percibir, por ejemplo ante la visita a una ciudad o al leer textos que había comentado ya con otros. O incluso en el mismo momento de abrazarme a un hombre se instalaba en mí la sensación de que abrazaba a otro del pasado. A ti mismo, sin ir más allá. ¿Quién puede borrar todo lo que hemos recibido con bondad o placer? ¿Quién no recurre a recrear instantes de satisfacción o de euforia o de claridad de ideas que hemos tenido y nos han hecho ser lo que somos? 

Casi no la he escuchado. Es su cuello desnudo el que emite señales que escapan de ella. Una forma que no ha cambiado y que me pide diálogo. Lo acaricio.     




*Fotografía de Gertrud Arndt

lunes, 11 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 21

 


¿Este es su lugar de trabajo, Helmut? Es acogedor, pero se va a dejar la vista entre tantos papeles. Helmut pone un dedo significativo en sus labios. Pretende ser un sitio discreto, dice, que algunos querrían conocer y no precisamente para entusiasmarse con mi actividad. Pero sí, aquí es donde redacto mis artículos, donde corrijo los que otros me entregan. Ahí él me pilla. Sonrío. Aún no le he entregado nada y me incluye, no sé si con bondad o con alevosía. Con ambas intenciones, replica. Ella me echa una mano a la maqueta, después de haber traído las contribuciones de varios artistas que están por nuestra labor. ¿Ella? ¿Else? No solo está Else. También Judit. ¿No le ha hablado Else de Judit? Es más audaz que nosotros, hay que calmar sus ímpetus, pero transmite estímulo con sus atrevimientos. Una tarea de publicar exige elegir, medir el interés de los textos, compaginar las páginas con unos dibujos acordes. Aunque hay muchas imágenes que expresan con más exactitud los pensamientos. 

Me asombra este hombre al que menosprecié. Pero estoy por buscarle las vueltas. Es admirable su esfuerzo, Helmut. Pero mucha gente no sabe leer o lee mal, ¿a qué dedicar tanta entrega? No se preocupe, y sonríe. Ya aprenderán. Además cuento conque aquellos que son más cultos se lo expliquen a los que aún ignoran las palabras escritas. Porque pueden ser analfabetos pero saben mucho en su propia carne de la vida. Todo consiste en escribir interpretando la condición de estos. Paro su argumento. Pero no se puede solamente escribir para los que carecen, hay que hacerlo también comunicando los razonamientos y las fantasías bien expuestas de aquellos que ya han descubierto un valor superior del lenguaje. Y en ello estamos también, o ¿por qué cree usted que le necesito? Usted que viene de otra clase o al menos se codea con esos otros, y a los que usted critica en sus escritos secretos. ¿Lo sabe por Else, Helmut? En parte por ella y en parte lo intuyo. Usted se sienta en un café de los acomodados a ordenar sus pensamientos, a reflejarlos en sus diarios. ¿Lo hace para observar a aquella gente que desprecia? ¿Traduce en palabras los sentimientos que le suscita la vida de aquellos tertulianos? No le critico por ello, más bien me parece interesante y no me tome por aprovechado, pero creo que con sus observaciones y su talante crítico me podría enseñar mucho. Y a usted le vendría bien colaborar, ampliaría su perspectiva.

Helmut me ha sorprendido. Cree saber sobre mí más que yo mismo. Mis confidencias, aún escasas, con Else, ¿le han proporcionado información? ¿O con lo que sabe se arriesga para atraerme hacia su quehacer? Yo voy muy por libre, Helmut, no espere de mí filiación alguna. Simpatías sí, adscripción no. Salta tajante. Ni la quiero, yo mismo huyo de rigideces. Su identidad es suya pero una parte de ella también lo es de toda esa gente que anda revuelta porque cree conocerse pero sufre los embates de quienes quieren anularla. Es más fácil lo que le propongo. Se trata de incorporar pensamientos dinámicos, proyectar ideas que trasciendan la falacia de las esperanzas que otros predicaron siempre y generar sentido nuevo, hacer que los individuos crean en sí mismos. De lo contrario el viejo mundo seguirá imponiéndose y, probablemente, con mayor peligro. ¿O usted cree que nos van a respetar? ¿Que van a permitir que gente como usted, librepensadora y plural, campe en un territorio que los eternos propietarios siempre han poseído y acotarán aún más? Va usted muy deprisa, Helmut, me confunde. Alza el dedo en dirección al exterior de la casa. Mire las calles de estos barrios. Ahí van más deprisa todavía. Y si no se sabe dónde ir puede suceder lo peor.





*Ilustración de Käthe Kollwitz

jueves, 7 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 20

 



Abandonemos todo / levantemos desde el vacío una posesión / este es nuestro tiempo, esta nuestra casa / dos cuerpos uncidos libremente/ desafiando al destino que intentará separarnos...¿Aún recuerdas aquel poema que me escribiste cuando todo empezaba entre nosotros?, dice la mujer. Lo recuerdo, respondo, pero me gusta escucharlo de tu boca; no importa si lo alteras. 

¿Por qué una boca son tantas bocas?, se pregunta a sí misma. Una boca que habla, otra que come, otra que besa, otra que suspira, otra que sonríe, otra que se cierra enojada, otra que recita, otra que vomita, otra que sangra, otra que exhala...Y una boca que calla. ¿Es nuestra boca verdaderamente nuestra o es como Hermes, una mensajera sin dioses pero sí intermediaria con cuantos pasan al lado y entre nosotros, a lo largo de nuestra existencia? ¿O es tan solo una vía de escape a las ideas que nos bullen, a las cuitas que nos afligen, a las angustias que nos corroen, a los odios que nos agitan, a las ocurrencias que nos llenan de euforia? ¿Se trata de una abeja, qué digo, un enjambre que va recogiendo el polen de cuanto humano nos apetece catar, bien sea a través del diálogo o de sus obras o con la pasión? ¿Puede limitarse a ser un simple mecanismo cuando a través de ella sale ora precipitada la emoción, ora prudente lo reflexivo? ¿Es perímetro o volumen?¿Es la boca un animal selvático o el pensamiento emancipado de la oscuridad? Y más allá, dos bocas que se buscan ansiosas, ¿forman una sola saliva? ¿La que rastrea las pistas escondidas en la hondura de los cuerpos que se solicitan? ¿La que se ofrece tímida cuando la duda nos paraliza y se desata audaz en el desahogo brusco? ¿Habla la boca para uno mismo incluso cuando no quiere hablar para los demás?

La mujer se ha quedado colgada del eco de sus propias palabras. No me abruma ni aflige su desfogue. Por el contrario, tantas preguntas me inducen a apreciar no solo la naturaleza de esta mujer que ha mantenido el temple juvenil no obstante los golpes y las heridas, sino también la búsqueda obcecada en la que acaso nunca obtenga respuestas satisfactorias. Interrumpo su verbalización, necesito hacer revelaciones. Te lo reconozco, le digo, tú me enseñaste a mirar a otros a la cara, no solo de frente sino el detalle de cada facción. Cada ángulo, cada arruga, cada punto de tersura que persigue renovarse o adaptarse al momento. Diría más, amiga mía, después de ti cuando me he hallado frente a otros siempre he desviado la mirada hacia la boca. La tuvieran cerrada o exclamasen. He contemplado las bocas unas veces avergonzado, otras temeroso, otras como observador despistado, en muchos casos anhelante. Desviado por pensamientos fluidos que atraviesan el instante frente a otro individuo al que me encaro. Miro al personaje, quien sea, y su rostro se reduce a la boca. Su contorno, su emisión, su dentadura. Su palabra boca. Mi mirada ordena en silencio. Tal vez exige. Fantasías en modo condicional del verbo. Si cerrase esa boca. Si aplicara mi ironía en lugar de su rictus de severidad. Si la capacidad oral suya viniera a ordenar mis palabras balbuceantes. Si percibiera esa boca como si me perteneciera. Si curase el hedor de esa boca que me espanta. Si me contagiara su risa desatada. Si sus palabras hirientes regurgitaran en su boca. Si las amables me elevaran. Si rozara las curvas de esa zona labial, a cuyo contacto la boca se relaja y se abre. Si esa boca abriera mi boca.

¿Todo eso fantaseas en cualquier circunstancia y ante cualquier persona?, me espeta asombrada. Todo eso y tanto más, digo con firmeza. Y es que ante cualquier otra boca, apartado de cualquier sugerencia, arrebatado por la memoria que el instinto no traiciona ni olvida, suelo siempre invocar tu boca, como si me desplazase desde todas las bocas a la tuya. Como si desde la tuya viajara a todas las bocas mundo.



*Fotografía de Ellen Auerbach

lunes, 4 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 19

 


¿Desaparecido en combate, Helmut?, y Else da un brinco ante el tipo que ha entrado por la puerta. Y no te lo digo en el sentido literal, aunque acaso puede haber resultado más apropiado. ¿Ha sido así? El tal Helmut me mira y la mira, como diciendo ¿y este? Else lo capta. Ha venido conmigo el amigo bohemio del que te hablé. ¿El burgués?, salta Helmut precipitadamente. ¿Le enfanga la mirada mi currículum según la versión Else o que haya venido con ella? No he podido reprimir la carcajada. Sí usted prefiere, aquí está el burgués, le digo. Aunque no tenga mucho donde caerme muerto. Else se interpone, práctica y sagaz. Este hombre lee y escribe, déjate de prejuicios. Y además piensa con buen temple. Helmut supura prepotencia. Y muchos otros, y qué. Helmut, no estás sobrado de apoyos. Tu labor editora es fundamental, pero te desborda y corres el riesgo de publicar en tu revista panfletos alocados en lugar de ideas sensatas. No todos tus amigos que corren a entregarte artículos son juiciosos. Las emociones están bien para cultivar la vida interior pero no para exponer ideas y menos reclamar conductas rompedoras a la gente. Helmut se ha quedado observándome, en una abstracción que revela duda, pero creo que su mirada es menos cruda. Tal vez le sorprenda que yo no reaccione y que no emita opinión. Else, mediadora, recupera cierta calma. Me señala. Él está aquí conmigo porque pienso que puede colaborar en tu publicación, Helmut. Espere, Else, digo. Me apunta a un trabajo que no sé en qué consiste y da por hecho que mis pensamientos puedan ser aceptados primero por Helmut y después por esa causa que hay detrás de todo el movimiento de fuerza que se ha desencadenado en nuestra sociedad. Else me para con brusquedad. Se lanza a opinar arriesgadamente ante la cara de bloqueo que muestra Helmut. Le apunto a esa tarea porque en una crisis como la presente tienen que emitirse opiniones en diversas direcciones. No basta con provocar la ira de las masas ni jugar a soldaditos de un poder popular que está lejos de tocarse. El pensamiento tiene que ser creativo y prever recorrido también, para que cualquier movimiento no sea una encerrona. La gente, cuando se siente atrapada, perece en la frustración. Hay que evitarlo. Else me deja perplejo. O me valora en exceso o quiere que Helmut no se pierda solamente en la incitación a situaciones que pueden desembocar en caos. De pronto me justifico. No tengo ideas claras sobre nada, Else. Ni para regir mi propia existencia. ¿Y quiere que colabore en una revista que ha tomado una deriva, por lo que me dice, excesivamente provocadora? Pero usted puede aportar otro tipo de provocación, me interrumpe. La de hacer que en estas jornadas apuradas y violentas que se están desatando se genere otro tipo de perspectiva. Mi confusión aumenta. ¿De qué saca sus impresiones Else sobre mi capacidad, que limitadamente conozco? ¿A qué juega? Hay un silencio confuso pero expectante entre los tres. Helmut no ha abierto la boca desde hace un rato. Else emite una sonrisa velada. No sé cómo me sale, traicionando mi propio estilo. Helmut, hábleme con precisión sobre su dedicación editora, le digo. Else se ha echado hacia atrás en el banco. Choca con energía su vaso contra nuestros vasos inertes.





*Farkas Molnár, de la Bauhaus. Hombre con cometa.

jueves, 31 de octubre de 2024

El paraíso nunca tuvo lugar, pero Tibulo también lo imaginó

 


El paraíso nunca existió. Épocas de bonanza y paz las habrá habido en todas las sociedades siempre, siquiera por tiempo limitado o breve. En tantos casos muy breve. Porque la guerra, la devastación, la hambruna y los desastres, naturales o forzados por mano humana, han sido una constante. Y cuando esta se interrumpió por algún tiempo, quedó su sombra. El temor a su retorno de penuria. Y probablemente esos tiempos más concretos y positivos fueron recreados por la mente humana, en sus primitivas mitologías, generando la idea ansiada de un edén donde todo fue perfecto, armonioso, de buen entendimiento y de alcance de bienes naturales que aportaban la satisfacción. El mito como necesidad psíquica frente a la crudeza de la realidad, de la lucha por la vida, del enfrentamiento con la naturaleza física y con la naturaleza humana, la de los otros seres. Desde las culturas mesopotámicas u otras mesoamericanas o la hebraica, que parece que es la que más cunde por su Génesis, la referencia al paraíso está ahí. A veces pienso que el verdadero paraíso es el esfuerzo humano. La capacidad por aprovechar recursos y levantar espacios de hábitat y de trabajo. Por inventar sistemas de convivencia, desde las leyes y las asambleas hasta los diálogos más humildes. Todo sujeto a una evolución y cambio permanentes que deben ser corregidos, en aras a la satisfacción mayoritaria.

Tibulo (54-19 a.e.c.) ya parece hacerse eco del tan anhelado como incierto edén en sus Elegías

"¡Qué bien vivían en el reinado de Saturno, antes de que la tierra se abriera a largos viajes! Aún no había desafiado el pino las azuladas olas, ni había ofrecido a los vientos la vela desplegada, ni el marinero errante, que busca riquezas en tierras desconocidas, había colmado la nave de mercancías extranjeras. En aquella época, el fuerte toro no soportó el yugo, ni con su boca domada tascó el freno el caballo; ninguna casa tenía puertas, ni se hincaron mojones en los campos que señalaran las fincas con linderos precisos: las mismas encinas destilaban miel y espontáneamente ofrecían a las gentes despreocupadas que se encontraban al paso sus ubres llenas las ovejas. No había ejército, ni disputas, ni guerras, ni el cruel artesano había forjado espadas con odioso oficio.

Ahora, bajo la tiranía de Júpiter, muertes violentas y heridas siempre, ahora el mar, ahora, de repente, mil caminos de muerte. Perdóname, padre Júpiter. Temeroso de los dioses, no tengo por qué asustarme de perjurios, ni de blasfemias proferidas contra los dioses sacrosantos. Y si ahora ya hemos cumplido los años fijados por el destino, haz que una lápida se alce sobre mis huesos con esta inscripción: Aquí yace, víctima de muerte cruel, Tíbulo, mientras a Mesala seguía por tierra y mar".


Tibulo, Elegías. I. 3, 35 et alii.

lunes, 28 de octubre de 2024

Ecos lejanos, 18

 


¿Me estás escuchando a mí o al cuervo?, arroja a mi cara tras un silencio abrumador. Estoy escuchando al vacío, digo. Porque con hablar del pasado no sustituimos el fracaso de nuestro reencuentro. Su mirada se vuelve más acusadora. ¿Ahora vas a ponerte llorón? Está bien habernos visto ahora, con los años a cuestas y nuestras heridas insalvables. ¿O creías que por encontrarnos e intentar de nuevo lo imposible se iban a cicatrizar del todo? Tú tenías ganas, yo tenía ganas. Teníamos mutuo interés por saber si manteníamos nuestras capacidades sentimentales y todos los lenguajes que el cuerpo ha inventado para desarrollarlas. 

Presiento un final en ciernes. Hablas tan fríamente, digo, tan técnicamente. Soy a estas alturas una pragmática total. Ya lo fui con otros hombres con los que no había tenido antes un vínculo como el nuestro. Tal vez la vida no puede ofrecer más cuando te ha enseñado que las frustraciones acumuladas, aunque tú digas que enriquecen, que son experiencia, en realidad supone el bagaje de una derrota que no incumbe solo a las relaciones sino a un pensamiento que ofrezca respuestas para todo lo demás. 

La veo en un punto tan dual, la siento tan próxima como tan lejana, y esta contradicción me desorienta.¿Dónde está ella y dónde estoy yo? No es que me hunda por ello, tampoco yo esperaba de este reencuentro más allá de satisfacer la curiosidad sobre el devenir de nuestras vidas. Pasar revista a aquellos años o describir los que han hecho de puente hasta este momento tiene su importancia, y así se lo digo. No lo niego, y habla con todo más suave, menos acre. Además, amiga mía, ¿y si todo aquello lo soñamos? ¿Y si las ilusiones idealistas por las que pretendíamos cambiar todo no pasaron de una larga noche onírica? Un sueño con dolor y muerte,  pero sueño. Se sabe práctica y más realista que yo y lo expresa. Mira, rebajar todo lo que existió adjudicando, aunque sea metáfora, a un sueño es una traición a nuestra inteligencia. Echar mano del sueño es muy propio de los débiles, de quienes no quieren ser conscientes de que siempre es posible ver el mundo de otro modo, porque al fin y al cabo nuestro mundo personal es engañoso. Pretende hacerse valer como el único, olvidando que vivir es no parar y que siempre hay una adaptación. Así que dejémonos de excusas, evocando sueños o ideales sublimes que se desinflaron hace mucho. Aceptémonos como viejos revolucionarios vencidos, y no tengamos complejos por todo lo que vino después. No dependía solamente de ti y de mí.

Ha echado la cabeza hacia atrás. Ha cerrado los ojos. Su rostro, mostrando otra tersura, ha sido no obstante muy respetado por estos largos años, y en esa relajación recupera mucho de su bondad juvenil. ¿Podríamos vivir el uno con el otro sin exigencias ni obligaciones clausurando la memoria? Su sonrisa apacible es la respuesta. Ven, añade.



*Ilustración de Inés González.

jueves, 24 de octubre de 2024

Ecos lejanos, 17

 



Quiero que conozca a un personaje interesante. Se llama Helmut. En cierto modo se parece a usted, pero no es nada pasivo. Esta calificación de Else sobre mi persona me parece en extremo gratuita y desafortunada. ¿Por qué se empeñará en zaherirme? La taberna no tiene la prestancia del Josty y la clientela dista un abismo de aquella otra. Hasta el humo habla del tipo de tabaco tan diferente, aquí extremadamente grueso. 

Y, sin embargo, nada más entrar el ambiente me parece amable y el vocerío, si bien es bravo, no emite la jactancia remilgada de las palabras flotantes de mi café habitual. No me siento en absoluto incómodo, estoy hecho para cualquier ámbito. Se lo hago saber a Else, que me sonríe triunfal. Else se ha puesto a echar un vistazo por todas las mesas y desde todas ellas es respondida por miradas simpáticas, incluso insinuantes si no provocadoras. Es obvio que se la conoce aquí. Algunos parroquianos la saludan agitando la jarra de cerveza, otros la invitan a sentarse al lado. 

No ha llegado todavía, me dice. ¿Tu activo amigo?, se me ocurre en un intento de sacarme la espina. Bueno, es lógico. No siempre actividad y tiempo se ajustan. Else lo encaja, pero se trasluce que le ha molestado. Le defiende. Él es un intelectual discreto, amigo de la gente sencilla, tan atractivo como usted, salvo en que es menos teórico. Y sobre todo un tipo que sabe colaborar, que llega a la gente. No sé si dejarme afectar por los elogios o decaer por las comparaciones. Me ronda una respuesta contundente, algo así como: usted no sabe apenas de mí, Else. Lo pienso pero no lo digo. Que siga el curso de sus impresiones. Al fin y al cabo es entretenido y bonito el juego. Los juegos más apreciados son aquellos que no se ven venir, los que ocultan fichas o donde se interrumpen de improviso los movimientos. O bien los que dan giros inesperados, aunque sean arriesgados. ¿Cuál de todos ellos se estaba poniendo en aquel momento sobre el tapete de nuestra incipiente amistad? 

Propongo sentarnos y hacer tiempo. No esté inquieta, Else, se lo sugiero. Si viene su hombre, bien, y si no, otro día será. Pero ella se mueve entre los grupos de tipos que confraternizan. A alguno le pregunta con cierta reserva por el tal Helmut. Mientras, desde el banco corrido en que me he instalado -qué distintos estos asientos de las sillas individuales del café burgués-  observo este tugurio digno sin sentirme extraño. Qué diferente resulta aquí el sesgo de las conversaciones. Qué rostros tan rudos y qué características tan descuidadas las de los contertulios. La vehemencia con la que se exponen sus ocurrencias es natural, aunque las expresiones sean con frecuencia brutales, pero carecen del engolamiento de los biempensantes del Josty. 

Pongo el oído a la mesa más próxima. No hablan de negocios, sino de necesidades. No exhiben conocimientos de modas artísticas ni literarias, sino que cuentan entre sí percances de sus oficios. No presumen de saber de enredos políticos, pero distinguen a los personajes públicos que les defienden de los que van a calentar poltronas. Proponen ideas que pueden parecer descabelladas y que para ellos son acuciantes. No ven claro cómo salir de la situación endiablada que se ha generado en el país, pero se resisten a retroceder. Hay en ellos una tensión esperanzadora que, a tenor de muchos comentarios pasionales, les puede complicar la existencia. Cada vez que pronuncian al unísono Prost, Bruder y juntan las jarras es como si hubiesen sellado un pacto de afectos que les compromete mucho más que los pensamientos. 

Nadie sabe dónde está Helmut, dice Else de vuelta de sus indagaciones. Ni le han visto ni ha dejado aviso alguno. Alguien de sus más íntimos opina que le habrá surgido alguna tarea especial. No, no tengo por qué pensar lo peor. Él es así, entregado y constante. 

Por primera vez desde que la trato veo a Else presa de una suerte de aflicción. ¿Tanto le aprecia o...le quiere?, le digo tomando una iniciativa consoladora que puede ahondar su fragilidad. Me mira indulgente. Usted no sabe lo que pueden vincular las causas difíciles, contesta con un desdén rabioso.




domingo, 20 de octubre de 2024

Ecos lejanos, 16

 


Tienes tu vida y yo la mía. ¿Acaso piensas que sería posible combinarlas? ¿De qué manera podríamos vivir si la pasión es reducida, ya no es acompañada por el vigor y, principalmente, por un cierto grado de ilusión si no de significado? ¿O si apenas compartimos otro bien que no sea un pasado cargado de memoria de lo experimentado pero ahíto de insatisfacciones? 

Las preguntas de la mujer me agobian. Ella continúa. Dices que a ti no te importa la distancia de los lugares donde vivimos. Que podríamos encontrarnos circunstancialmente o vivir en una perpetua comunicación. ¿De lejanías y de frustraciones? ¿Sorteando nuestras contradicciones con palabras escritas y alimentando nuestra imaginación de modo oscuro sin sentir el verdadero tacto de un cuerpo ni advertir las expresiones de un rostro? Nos veríamos arrastrados a vivir atenazados por los recuerdos. A pretender ser los mismos de entonces cuando ahora somos otros, ya siempre otros. Es obvio, tú eres tan posibilista que crees que la atracción reside ahora en que nos veamos como renovados y que el reencuentro es una clase de encuentro nuevo del todo. 

Me ha turbado. Percibo lo que opina como si buscase la excusa para poner punto final. Me hace dudar, pero me resisto. Somos nuevos y más enriquecidos por todo lo vivido, le digo. ¿No es bagaje suficientemente atractivo para reintentar lo que fue y quedó interrumpido por la historia? ¿No contamos con más elementos de conocimiento mutuo que nos lo facilita? Ella es implacable. ¿No es lo desconocido, el partir de no saber nada de un pasado de dos personas, lo que más incita y seduce? ¿No es el intento constante de descubrirse el uno al otro, pero a la vez como un efecto bumerán hallándose cada cual a sí mismo, lo verdaderamente poderoso? Y eso ya no existe. La historia siempre es la excusa para quienes jamás se entendieron a fondo, para los que no supieron comprender lo que vivían. En el amor como en la revolución, y de esto supimos bastante, o simplemente en lo que cada cual acumula dentro de sí el riesgo es la nostalgia. Con nostalgia se puede vivir, pero también te ves abocado definitivamente a aceptar la soledad. La nostalgia con ánimo de retomar una relación puede ser una condena de ambos. Te diré más. A lo largo de todos estos años de no saber nada de nosotros, ¿no hemos probado más de una vez con otros hombres o mujeres? 

No puedo ocultar una sonrisa de asentimiento. La interrumpo con un argumento tramposo. Acaso lo hemos hecho buscando reemprender lo que tú significabas para mí y yo para ti, aunque con otros rostros, con otros cuerpos. Se revuelve. No seas cínico, no hagas de menos a cada individuo que ha llegado en algún momento a nuestras vidas, siquiera por tiempo breve. La vida y la humanidad es un océano, y nosotros apenas una gota que puede ser sustituida o absorbida por otras gotas. Todo el mundo tiene la propia necesidad de satisfacer sus afectos. Cuántos nos han sorprendido y han hecho que nos viésemos como jamás alguien anterior nos había mostrado. Cambiamos, siempre somos diferentes. Dirás que envejecemos, pero envejecer se puede mirar de otro modo. Tal vez sea solo una sustitución de objetivos más que de sujetos. Un salto de vivir pendientes de vernos en otros a contemplarnos más a fondo y sinceramente a nosotros mismos. Además, te lo propongo, ¿por qué no reduces esa obsesión tan mental por reinventarte a ti mismo solo a través de una permanencia conmigo? 

Un cuervo se ha posado sobre la rama fría de un árbol. ¿Me veo en el espejo?



*Fotografía de Inés González.


miércoles, 16 de octubre de 2024

Ecos lejanos, 15

 



¿No iba a llevarme por las avenidas de tilos, mi impulsiva amiga? Más bien me desvía y me conduce por zonas desconocidas. Cualquier otra zona es también ciudad, ¿no cree?, suelta Else con descaro. A un burgués bienpensante como usted le puede venir bien un baño de anomalía. La miro con asombro. Aunque no soy asustadizo anomalía es una palabra que siempre me ha resultado inquietante, ¿sabe? No sé por qué a usted le parece que mi normalidad es comodidad. ¿Solo porque me ve sentado metódicamente en un café, sin mayores aspavientos que leer o escribir un rato? Usted, Else, no sabe de la movilidad y desasosiego que hay dentro de mi mente,  como desconoce qué clase de vida llevo más allá de la hora puntual del Josty. 

Else se muestra picajosa. A los hechos me remito, y es cierto que si bien ignoro casi todo de usted hay determinados tics que le retratan. Y no me refiero solo a su quietud apacible o al hecho de que no quiera entrar al juego de las palabras con tertulianos. Tengo la impresión de que usted es un hombre al que no le gusta arriesgar. No es decidido para enfrentarse con los tiempos revueltos. Ni siquiera se le ve tentado de seducir o dejarse seducir. 

Hemos tomado la orilla del Spree, los edificios elegantes han ido quedando atrás. Caminamos con un ritmo pausado, practicando una tertulia que Aristóteles hubiera llamado peripatética. Un método a través del cual los pensamientos se iluminan más y las ideas tienden a ser menos cerradas. ¿Habrá alguna relación entre el cerebro y las tripas que ya el sabio vislumbró en su época? No se fíe, Else, de lo aparente. ¿Quién le dice a usted que no soy un hombre de doble vida? Y doble vida significa tanto variedad de pensamientos diferentes como comportamientos alternos y muchas veces opuestos. Por supuesto, no se le ocurra verme como aquel médico de día que era monstruo de noche, aunque, no crea, en ocasiones he pensado en el peligro de que las dobles vidas no se articulen o, mejor dicho, no se armonicen. Para la mayoría de los individuos desdoblarse es también destruirse. Para mí solamente disgregarme. Y en esa disgregación, que uno pretende bajo control, hay mucha persecución no solo de un pensar sino también de un sentir desde otro cuerpo o, si prefiere, desde una personalidad diferente.

Else se ha quedado por un momento paralizada. Reacciona. Si le dijese que este prototipo que usted me plantea sobre sí mismo no me espanta sino que incluso me resulta admirable, ¿me creería? Hablamos de hipótesis solamente, replico. Si me ve como personaje literario sería llevadero. Si de pronto me manifestara como algo tangible acaso usted saldría corriendo. Else se ha echado a reír. 

Cada vez nos alejamos más del centro próspero y confiado y rastreamos barrios sombríos, de callejuelas desoladas, arrostrando silencios sospechosos. No sobra luz por las avenidas de la urbe pujante, pero por estos arrabales que, no siendo extrarradio, se quedaron decrépitos las sombras generan extraños fantasmas. Quiero que conozca la ciudad que nunca duerme, simplemente porque esa ciudad que muchos ignoran no tiene dónde caerse muerta, salta Else.



*Fotograma de La calle sin alegría, de Georg Wilhelm Pabst

sábado, 12 de octubre de 2024

Ese soy yo, dice el superviviente. Un Nobel bien merecido para los hibakusha de Japón

 


Ese soy yo, nos dice Tarumi Tanaka, que no es un personaje de ficción. La ficción quedó en la fotografía escolar de Tokio, un tiempo antes de que aquella fatídica mañana de agosto se nublara en Nagasaki. Tarumi Tanaka, que llora aunque no quisiera llorar, dice: no quiero recordar por recordar ya más aquello, sino advertir. Los hibakusha, los que sobrevivimos de las dos ciudades enviadas a los infiernos, llevamos años advirtiendo. Es meritoria vuestra labor de trasladar conciencia, le replico, pero, ¿hasta qué punto es también la conciencia del mundo entero? Vamos quedando menos de aquella catástrofe, ¿sabes?, los que entonces éramos niños. Aunque el cáncer y el deterioro general de nuestras edades aún nos respetan. Si no seguimos advirtiendo y nosotros desaparecemos, ¿quién portará la llama de rebelarse contra la barbarie?

Mientras yo sigo imaginando esta conversación con Tarumi Tanaka, el panorama mundial es desolador. La tentación de utilizar abiertamente las armas nucleares y otras tan exterminadoras está al alcance de varias potencias que las poseen. Y hay, entre tantas guerras, algunas que parecen estar tentando a la suerte, que no es la suerte, sería el desatino de quienes las aplicaran de nuevo. Que le haya sido otorgado el Nobel de la Paz a la organización denominada Nihon Hidankyo, que agrupa a los hibakusha de las 47 prefecturas de Japón, sirve no solo para un reconocimiento sino para mantener vivo el debate sobre la promoción y uso del armamento nuclear. En ese sentido considero un Nobel merecido y constructivo y, por lo tanto, bien otorgado. Aunque los premios, los gestos de buena voluntad o los discursos bienintencionados no detengan las guerras. 

No todos los Nobel han sido siempre ni justos ni oportunos, principalmente los Nobel de la Paz, tantas veces motivados por el oportunismo político en lugar de la verdad justa. Aún me viene a la memoria aquella concesión del premio en 1973 a Henry Kissinger junto con su enemigo vietnamita Le Duc Tho, como si los invasores y depredadores estuvieran en el mismo plano moral que los atacados, invadidos y defensores. Por cierto mientras el vietnamita rechazó el Nobel -"mi país no está aún en paz", dijo- Kissinger tuvo la arrogante y cínica actitud de quedarse con él. Saque cada cual sus propias conclusiones.



* Fotografía tomada de El País.

* Icono de la organización Nihon Hidankyo.


martes, 8 de octubre de 2024

Ecos lejanos, 14

 


Quién podía plantearse entonces tener un hijo, he respondido sin fuerza. Era lo más alejado tanto de nuestras actividades como de nuestras ilusiones en aquella época. Un hijo de la revuelta era lo más incierto que cabía esperar. Generar una vida para mantener una llama de nuestros afectos si todo iba mal, como así fue, no podía ser lo más noble. Pero para los humanos tener un hijo es una coartada, dice ella. Aunque lo llamen ley natural ni en aquella época ni menos en esta los hijos son necesarios más que los justos. ¿Olvidas cómo en la sociedad rural el padre bramaba si llegaba una hija en lugar de un hijo porque lo que quería era un bracero? Pero los tiempos de mano de obra dura y sumamente masculinizada ya no son los presentes, en que tener hijos es prácticamente un capricho, por no mencionar cómo influyen las leyes de la costumbre y de la religión, que todavía aprietan y reclaman el impuesto de la sucesión carnal. Todo el mundo da por hecho que quiere o debe tener hijos, sin pensar en ningún futuro, como si una especie de destino protector velara por ellos. 

La mujer no frena su invectiva, rayana en lo furioso. Prosigue. Y luego está ahí todo ese discurso que canta la proyección de los padres, incluso cuando han desaparecido, a través de sus hijos, el mito de asegurarse la prolongación de las generaciones, la garantía de una población autóctona que mantenga el país, que disponga de las ideas tradicionales que han existido siempre, ignorando que el mundo está intensamente lleno de seres sin futuro alguno que buscan romper los límites de su indigencia.

He debido hacer una mueca rara y ella está atenta a mis palabras. ¿No se dice que los hijos son producto del amor?, digo. Me horroriza la palabra producto aplicada a los humanos, pero ya me entiendes. Quiero decir consecuencia, efecto, don, como quieras verlo. Ha puesto una cara de encono. Los hijos son hijos del accidente, como lo fuimos nosotros. ¿De qué manera necesita hoy la sociedad, cada vez más tecnificada, que elimina mano de obra y a la que le desborda la población tan numerosa, tener hijos o al menos no tener un control limitado de ellos?

No deberíamos insistir en el tema, replica la mujer tras un silencio cansino. Además, no hace falta que te diga qué destino cruel iban a tener nuestros hijos, de haber tenido alguno, aunque se les considerase muy productivos, como así lo planteaban entonces las instancias del Estado. ¿No es un despropósito traer otros seres con los que, para más desatino, te entrañas, sientes como un tú propio, y luego los dejas en manos de la aberración de un ente que decide por ellos, por nosotros, por todo viviente, para utilizarlos de la manera más nefasta como puede ser la carne de trinchera, en nombre de falsos principios que ignoran el amor? ¿No debe ser un hijo una elección propia, en todo caso, y no un objeto que requiere la idea totalitaria, que primero lo manipula y luego lo utiliza hasta la destrucción?

Veo crecer la nieve sobre el ramaje del bosque. Hablo sin fuerza. Hemos atravesado un tiempo difícil y largo, digo cansino. Haber sobrevivido es una satisfacción incompleta. Si el único gesto de querencia que nos queda es el recuerdo de los tiempos más sencillos y sinceros me pregunto por qué nos hemos citado aquí. Ella se vuelve con ímpetu y me interroga con hosquedad. ¿No nos queda algo de la lejana pasión que hablaba por sí misma? Aquella pasión que edificaba sentimientos, nos llevaba del uno al otro, nos agotaba como animales en celo continuo. Tal vez un paréntesis de la memoria podría retrotraernos a un mundo exclusivamente nuestro, sin acontecimientos históricos. Imagina que solo somos dos animales que no dan vueltas ni al pasado ni al futuro y solo conocen sus ciclos naturales y sus necesidades insoslayables. La interrumpo. Mejor dos primitivos que han desarrollado un calor y no solo una necesidad. Imagina.

   


*Fotografía de Inés González.

viernes, 4 de octubre de 2024

Propuesta de otro brindis con Safo en la terraza al borde del océano

 


Fue después de aquel brindis que los otros comensales propusieron cuando quisimos sentirnos como dioses. Satisfechos, poderosos, plácidos, cumplidos. Pero hete aquí que al entrar en el oneroso sopor el paisaje se volvió turbio y las voces ya no eran las de mis acompañantes sino la de la hermosa señora de Lesbos. 

Me veía disfrutando con ella de una comida frugal, mas entretenida. Un aulós y una cítara se hacían oír desde el borde de la terraza donde llegaba la templada frescura del piélago egeo. Safo había dado la orden a sus criados:

Vamos, pues, lira divina, / háblame, hazte sonora.  

La señora de Lesbos y yo disertábamos con amabilidad y campechanía. 

- ¿Sabes lo que pienso?, le decía yo. Que cuando uno llega al corazón del otro es como si realizara un largo viaje. Allí le son revelados otros paisajes. Y el otro nunca es el destino definitivo sino una nueva manera de comenzar. Porque el viaje al otro es también un viaje hacia el interior de uno mismo. 

- Por eso a mí me gusta más escuchar que dar consejo, pues estos debe ser descubiertos por cada navegante hacia lo humano.

- Oh, no digo que se llegue al fondo, pues a lo profundo del hombre -sea el ajeno, seas tú mismo- no se llega jamás. No porque sea definitivamente insondable, sino porque cambia. Pues el hombre no es un pozo cegado, sino que está formado de cieno permeable y criador que nos sigue haciendo. Uno no se levanta cada día como se acostó la noche anterior. Uno no es el mismo tras haber amado a otra persona que también ha alcanzado a través de ti una parte de conocimiento de sí misma. Uno no permanece impasible tras desentrañar la materia o el acontecimiento que le intrigaba. Uno no es piedra de cantera, pues la bondad de otro ser cariñoso le modela con otra imagen. 

- Pero tanta gente, amigo mío, se deja vencer por la incertidumbre y la sensación del fracaso... 

- Mientras vives puedes sentir hastío o confusión o agotamiento, pero considéralo como debido al esfuerzo del recorrido. Incluso si llegas a la ancianidad, y no obstante el acoso de la enfermedad o de la degradación, te ha de parecer que tu vida, tu viaje, sigue estando pendiente de alguna manera o inacabado. Como si dejáramos sin acometer empresas o cultivar ilusiones que aún nos seducen. Tal es la pasión que ponemos en los vínculos por acercarnos a los otros, en todos cuantos nos vemos reflejados o simplemente atendidos. 

 - ¿Crees entonces, que cuando uno muere ya muy viejo, bien porque haya cansancio o por decrepitud, que invitan a la rendición total, no ha renunciado del todo al viaje?

- No hay renuncia nunca, solo hay impotencia. No renunciar es un acto aprendido y consolidado en nosotros mismos, pero hay que valorarlo y elevarnos a través de él. La impotencia y el desfallecimiento, que llevan en un momento concluyente a la aniquilación, se nos impone desde la implacable materia que no puede ya sobrevivir si está consumida.

- Mira que te escucho -y Safo tenía escrito el placer del diálogo en su sonrisa- pero acompañemos nuestras palabras con un brindis por la vida. Alza el kylix y moja tus sueños con el vino de nuestra propia región. Y yo te propongo:

Quédate frente a mí como un amigo / y despliega tu gracia ante mis ojos.





* Los versos en cursiva son de Safo, tomados del libro Poemas y testimonios, en la edición de Aurora Luque.

* Imagen: Escultura inacabada expuesta en la exposición temporal de 2020 del Museo Nacional de Escultura de Valladolid titulada Almacén. El lugar de los invisibles.

* La aportación del texto es a propósito de la entrada de Francesc Cornadó en su blog.

martes, 1 de octubre de 2024

Ecos lejanos, 13

 


No tengo mayores intenciones con usted, dijo Else. Aquella tarde el Josty estaba menos frecuentado que de costumbre. También con menos humo y vocerío. Solo le sugiero que levante el culo de su choza favorita y ejercite la vista por la Unter den Linden, por ejemplo. Quién sabe si así mejorará su miopía, no solo la visual sino la de esa otra costra con la que usted parece sentirse tan familiar y cómodo. La mirada a los tiempos y a la sociedad que reclama una conversión de sus días. 

El tono de Else me pareció un tanto clerical, se lo hice saber. ¿Todo lo que no le gusta que le digan otros lo considera usted materia de pastores y de eclesiásticos? No creo que usted piense así. Se trata más bien, sospecho, de una resistencia. No hay ningún futuro escrito. Quiero decir que nadie sabe lo que le espera ni en su propia vida personal de un día a otro. ¿Acaso usted, amigo mío, creció con certezas absolutas? ¿Disfrutó siempre de una protección que le garantizara la salud o la disponibilidad de un trabajo o salir indemne de la guerra? No, tuvo que arriesgar siempre. Unas veces eligiendo por su cuenta, otras acatando. Porque el individuo nunca es libre, ni por naturaleza ni mucho menos por la idea absurda de resultar creación de un ser superior. Pero debe intentar serlo. La libertad es un descubrimiento siempre pendiente, que se espera obtener a través del rodaje de la vida. No pasa de ser un fruto del deseo crecido dentro del hombre, del que se espera que sea fecundado por la experiencia. Una bondad a la que se aspira no para imponerse a otros hombres sino para colaborar con ellos. ¿A usted le enseñaron a contribuir con los demás en los afanes comunes o le obligaron a someterse a ellos? Participar de lo colectivo, incluso en la propia familia, puede ser una tenaza si solo responde al orden social, que es tanto como decir a su rector el Estado. Pero si todos descubriésemos que lo más pequeño que hacemos con voluntad propia y afán desinteresado en nuestros círculos íntimos está vinculado a espacios amplios donde saben encontrarse con armonía los humanos, nos elevaríamos de nuestra insignificancia y superaríamos nuestras frustraciones.

Else se detuvo. Como si fuese consciente de que su imparable perorata, en absoluto malintencionada, había sido en exceso precipitada y, por supuesto, extremadamente sintética. Bebió de mi licor de cerezas y se relamió. Contemplé por inercia, pero enajenado, el perfil de sus labios, y sentí cómo me recorría una ficción voluptuosa y acosadora. Ella hizo un gesto para que siguiera atento a sus palabras. No le había pasado desapercibida mi evasión. Instintivamente me acaricié la barba, un gesto de autodefensa, una costumbre inducida por un instante de desconcierto, o de perplejidad.  

He sido demasiado categórica, dijo. Pero no se quede callado o me beberé de un trago lo que queda en su vasito. ¿Qué piensa? Entiendo el empeño idealista que pone usted en hallar esperanza a la situación en la que nos encontramos todos, dije con una formalidad tan fría como desinteresada. Se dio cuenta, intervino. Dejémoslo. No hablemos más por ahora de mis inquietudes, que son participadas por muchos otros. Pero insisto en que recorramos la alameda de los tilos o cualquier otro espacio que no sea el Josly. ¿Nadie le ha arrancado nunca del Josly? ¿Nadie se ha atrevido a levantarle del café y sus lecturas, rompiendo a lo salvaje su costumbre?

No sé qué extraño efecto tuvieron aquellas palabras que me puse en pie inopinadamente. También Else se sorprendió. Me colocó bien el cuello y las solapas del abrigo. No parecía la misma del atronador discurso de hacía un rato. Dejémonos llevar por el ritmo decadente de las luces, sugirió.



*Ilustración de Barbara Yelin

domingo, 29 de septiembre de 2024

Ecos lejanos, 12

 



Las respuestas, siempre la obsesión por las respuestas, le digo con voz tenue. Un reclamo que no llega a ser atendido de manera completa nunca. El pasado es borroso y glacial como este paisaje. Para tener respuestas tendríamos que haber visto con claridad entonces lo que había en juego. No solo los huecos que se abrían en el enemigo sino la capacidad de este para taponarlos. Tampoco supimos ser conscientes de nuestras limitaciones. Lo peor en un combate es no calibrar los medios y adecuarse a las perspectivas. Así que no era posible, nos obnubilábamos con ideales que perseguían un buen fin pero que no podíamos convertir en algo estable. Y ellos, o bien eran más fuertes y resistentes que nosotros o nosotros más frágiles de lo que nos pensábamos. 

La mujer ha puesto su brazo sobre mi hombro, sus dedos bailotean con un compás relajante en mi cuello. No podíamos ignorar el momento, dice, ni mostrarnos insensibles antes las demandas de todo el mundo. Se exigían respuestas, era innegable. Acaso nos equivocamos al no conformarnos con soluciones a corto plazo o bien porque el campo enfermo que se había abierto no permitía pequeñas curas sino que urgía una cirugía radical. Una cirugía que se volvió contra nosotros, mujer. Pero solo en un sentido, me interrumpe. Sin aquella situación yo no me hubiese acercado a ti y tú no te hubieras dejado arrastrar como un curioso que se manifestó inseguro de sí mismo.

Hay un silencio más gris que el del exterior de la casa. La conversación adquiere un tono no menos ceniciento. Ya nada es lo mismo, dice de pronto ella. Los cuerpos son otros, las ilusiones ni siquiera son. Nos alejamos de personas que era decisivas en nuestras vidas. Tú y yo hemos sido un ejemplo. Pero ha existido un cordón umbilical secreto entre nosotros, le interrumpo. Te he recordado, te he deseado, te he invocado. No me cansaré de repetirlo. Lo que ha sido no podía ser de otro modo, dice. Y ya ves en qué hemos devenido. 

Sí, nuestras vidas han estado acompañadas de infinidad de individuos, interferidas, obligadas incluso. De personas y quehaceres. Bordeando la supervivencia con desplazamientos, trabajos precarios, cuando no sometidas a humillaciones y entre ellas, sin duda, la peor de todas, la privación de la libertad. Aferrándonos a recuerdos gratos para no perder la esperanza. Ha sido una vida ocupada todos estos años, muy tensa, ingrata. Una existencia transgredida por otros, anuladas para nosotros. Dime que no ha sido una vida de soledad en el fondo, porque no estábamos como referencia física el uno del otro, solo imaginaria. ¿Bastaba la memoria para consolarnos? Cuanto intentamos ser y hacer en su día quedó en el aire y lo hemos heredado como un castigo.

Se me han congelado las palabras. Una vena amarga me atraviesa y confunde. Ella se me planta de frente y me lo suelta. Por cierto, si hubiésemos tenido un hijo, ¿habría sido hijo de la revuelta?




*Fotografía de Inés González

viernes, 27 de septiembre de 2024

Baltasar Gracián, ese antiguo pero no viejo Criticón


Baltasar Gracián es antiguo, pero no viejo. Leer alguna de sus obras es como ampliar a un Marco Aurelio, por ejemplo, y enriquecerlo, y sumando una prosa castellana exquisita y precisa. Y aun pareciendo barroco, que no decadente, su pensamiento un tanto negativo, mas no equivocado, sobre conductas y pasiones de la especie humana está muy de actualidad. Dicen que influyó en La Rochefoucault, en Schopenhauer, en Nietzsche, y reconozco que resulta muy difícil negar sus puntos de vista.

No me aguanto comunicaros este trozo de la crisi octava (llama así a cada capítulo) de la primera parte de El Criticón


"—¿Quién es este monstruo coronado?—preguntó Andrenio—, ¿quién este espantoso rey ? 

—Este es—dijo el anciano—aquel tan nombrado y tan desconocido de todos, aquel cuyo es todo el mundo por sola una cosa que le falta; éste es aquel que todos platican y le tratan, y ninguno le querría en su casa, sino en la ajena; éste es aquel gran cazador con una red tan universal que enreda todo el mundo; éste es el señor de la mitad del año, primero, y de la otra mitad después; éste, el poderoso (entre los necios) juez a quien tantos se apelan, condenándose; éste, aquel príncipe universal de todos, no sólo de hombres, pero de las aves, de los peces y de las fieras; este es, finalmente, el tan famoso, el tan sonado, el tan común Engaño. 

—No hay más que aguardar—dijo Andrenio—. Vámonos de aquí, que ya estoy más lejos del cuanto más cerca. 

—Aguarda—dijo el viejo—, que quiero que conozcas toda su parentela. 

 Ladeó un poco el espejo y apareció una urca más furiosa que la de Orlando, una vieja más embelecadora que la de Sempronio.  

 —¿Quién es esta meguera? —preguntó Andrenio. 

—Esta es su madre, la que le manda y gobierna; ésta es la Mentira. 

—¡Qué cosa tan vieja! 

—Ha muchos años que nació. 

—¡Qué cosa tan fea!  Cuando se descubre, parece que cojea. 

—Por eso le alcanzan luego.

—¡Qué de gente le acompaña!

—Todo el mundo. 

—Y de buen porte. 

—Esos son los más allegados. 

—¿Y aquellos dos enanos? 

—El Sí y el No, que son sus meninos 

—¡Qué de promesas, qué de ofrecimientos, excusas, cumplimientos, favores! Hasta las alabanzas le acompañan. 

Torció el espejo a un lado y a otro, y descubrieron mucha gente honrada, aunque no de bien:

—Aquélla es la Ignorancia su abuela; la otra su esposa la Malicia, la Necedad su hermana; aquellos otros, sus hijos y hijas, los Males, las Desdichas, el Pesar, la Vergüenza, el Trabajo, el Arrepentimiento, la Perdición, la Confusión y el Desprecio. Todos aquellos que le están al lado son sus hermanos y primos, el Embuste, el Embeleco y el Enredo, grandes hijos deste siglo y desta era. ¿Estás contento, Andrenio?—le preguntó el viejo. 

—Contento no, pero desengañado sí. Vamos, que los instantes se me hacen siglos: una misma cosa me es dos veces tormento, primero deseada y después aborrecida." 



martes, 24 de septiembre de 2024

Ecos lejanos, 11

 


Me parece bien que proponga un tiempo de sosiego en medio de la vorágine, Else. Sobre todo por usted misma. A usted también le conviene, me interrumpe. Sospecho que detrás de esa imagen de ausente y concentrado, que transmite serenidad y distancia, hay una personalidad preocupada y probablemente inquieta. No concibo que alguien interesado en las ideas y en la vida misma en todas sus dimensiones, y usted como lector de novelas u otros escritos se mueve en el terreno de las ideas, gran parte de ellas imaginativas, sea capaz de permanecer al margen de lo más fructifero del pensamiento. 

Trato de esquivar el gancho que me ha tirado. ¿Ah, sí? ¿Cuál es ello? ¿Alguna teoría de la modernidad? ¿Un renacimiento de algún clásico? ¿No sabe que las ideas, incluso las más puras y no digo las más perfectamente elaboradas, tienen más de un rostro? O si prefiere, ¿que son como el retorno de un bumerán si no se cobran la pieza cuando se disparan? 

Else lleva camino de convertir la bonanza que proponía en un torbellino de emociones. Sé de sobra la capacidad que tienen de retorcimiento por sí mismas las ideas, dice. No creo en la pureza de ellas, ni en su perfección. Las ideas son recursos de utilidad. De ahí que el sentido que puedan tener y sobre todo transmitir estén sujetas a la interpretación de intereses diferentes. Los que siempre hay en conflicto en una sociedad. Los que responden al bienestar o al infortunio de unos u otros. Al conocimiento de unos privilegiados o a la ignorancia de la mayoría. 

Else se ha parado y yo no he movido ficha. Suspira. El ámbar de sus ojos es más agudo cuando se excita al hablar. A medida que frena su discurso se apagan y ella sonríe discretamente. Todas las ideas tienen un fin, Else, es obvio. El problema es cuando se desvirtúan o, como usted dice, cuando triunfa la utilización de ellas por el más fuerte. Y a la hora de la confrontación el más vigoroso no es el que más razona o invita a construir con las ideas claras un proyecto que beneficie, sino el más energúmeno, el que manipula más. Porque usted sabe que las ideas no son nada sin las palabras. Y estas pueden volver torticeras a aquellas, a anularlas e incluso a hacerlas desaparecer . 

Else afirma con la cabeza lo que digo. Ahora su tono de voz es moderado y hasta apacible. Creo que me está dando la razón sobre mi consideración sobre el usted secreto que se encuentra tras el usted simulador. Por eso le decía antes, amigo mío, que no le veo capaz de una quietud de caballero de orden ante los sucesos de estos días. Además ni los caballeros de orden lo mantienen, porque ellos optaron hace tiempo por el desorden, aunque ahora esta actitud se la achaquen a quienes no podían resistir más y han salido a la calle. 

Else me ha sujetado de la muñeca, tal vez como un modo de que no desconcentre mi atención en sus palabras. Pero a mí me sabe a caricia. Quiero corresponderla con una actitud conciliadora. No puedo quitar valor a sus pensamientos, que no creo que sean radicales. Palabras como orden o desorden, moderado o radical, verdad o falsedad, y otras tantas que se suponen opuestas están sometidas a intereses y a fuerzas que juegan a varias bandas. 

Por un momento he dudado si decir a Else: dígame claramente cuáles son sus intenciones en este encuentro de café, si busca solo diálogo o si pretende algo más de mí. Pero hace tiempo que aprendí a no forzar situaciones. Además me gustan las sorpresas. De pronto Else se manifiesta pragmática. Ha llegado un momento en que todo está tan claro, amigo mío, que usted mismo debe catar también la fruta del pensamiento que está en su sazón. ¿Me está invitando a que participe...? La sonrisa de Else tiene más poder que los pensamientos y las palabras. He temblado por la propuesta, que he percibido dual y, por lo tanto, arriesgada.



sábado, 21 de septiembre de 2024

Ecos lejanos, 10

 



Hoy he entregado a la mujer un texto que me rondaba desde hace días. Léelo luego, cuando nos hayamos ido, le he dicho. ¿Y si prefiero leerlo ahora?, ha replicado arrebatándome el folio. Se ha apartado. Me ha dado la espalda. No sé si ha repetido la lectura o contemplaba a las cornejas.   

Una vez bebí de la fuente y probé de la tierra. Deja que hoy esté también cerca de la materia transparente. 

De niño me acercaba a aquella roca en forma de plato por donde se filtraba el manatial, tan leve como prístino. Al ras de sus bordes sorbía una pureza hija de las entrañas de la montaña. Me empujaba la sed, me apremiaba el calor del estío. Me desbordaba la frescura que se deslizaba por el interior de mi cuerpo. Como un aborigen primitivo postrado ante la humedad natural estaba a mi alcance la posibilidad de saciarme. Pero siempre quería más, y volvía una y otra vez a aquel cuenco que filtraba su don oculto para mí. Solo mucho tiempo después sentí lo mismo contigo, un ejercicio no menos natural. ¿Echaste en falta alguna vez mi sed que no acababa de apagarse?

Una vez, también en la infancia, caté los frutos violáceos de los matorrales que crecían por las riberas. Haz que su dulzor asome ahora a mi boca que no ha perdido la memoria.

La maleza era espinosa. Su tejido, un laberinto. Las bayas competían en sabor. Del dulzor a la acidez enseñaban a la criatura a distinguir y encontrar su valor. Aprendía en cada sapidez. Me educaba en el gusto. Me reconocía en la medida y el tiempo porque para saborear lo frutal hay que detenerse y olvidar. Sentarse bajo la fronda, ahuecar el espinar, acostarse junto a los juncales. Solo el aire escurridizo. Los olores de la tierra. El murmullo del regato. La ausencia de sonidos humanos. Entonces abrir los labios al fruto y ser tomado por él. Cuando tú eras agua y tierra y brisa y parada para mí volvía a reencontrar la frutalidad en sus propiedades exactas. ¿Comprendiste que el apetito era el instinto que no cesaba de desbordarnos?

En la privación de ti quise renacer desde la memoria y me convertí en raíz.

Siempre serás tú, dice mientras se da la vuelta y sostiene el papel. Sabes cambiar y a la vez estar en el mismo sitio, ¿cómo es posible? Ven, y me señala la ventana, contemplemos a las aves que saben de inviernos más que nosotros. Acaso ellas tengan respuestas de las que nosotros carecemos.




*Fotografía de Inés González 

miércoles, 18 de septiembre de 2024

Ecos lejanos, 9

 



Ha entrado agitada. Se sienta delante de mí. Trata de reponerse del resuello que trae. Estos últimos días la he visto poco, Else. Y tampoco su tertulia ha sido muy frecuentada. Más bien ha estado diezmada. ¿Ha tenido que ver con los sucesos que ya no se le ocultan a nadie?  El rostro de Else se vuelve más severo. No son tiempos de tertulia, me corta categórica. Al menos no de chácharas ni contemplaciones. Y no debería estar ahora aquí.  

Sus facciones se muestran tensas, incluso poco amistosas, no hay asomo de sonrisa. Me preocupa, Else. Que no acuda a la tertulia y que se sienta reclamada por causas externas y acaso superiores me da que pensar. Ella reacciona molesta. No piense, no se complique conmigo. Usted está ahí entretenido en su rincón mientras el mundo se incendia, sin importarle la esperanza que ha saltado a la calle buscando otro mundo, que es también otra vida. Usted prefiere ignorar lo ajeno aunque también le incumbe, y parece no querer admitir que vivir al margen de los cambios puede arrastrarle al infortunio. Si le llega su ruido, ¿sigue pensando que es banal? ¿No cree que merece la pena prestar atención a las razones que hay detrás de las voces que se extienden? ¿Puede permanecer a un lado de las expectativas? ¿Teme correr el riesgo? Pero si no es ahora ¿cuándo? 

Else calla, apremiada por su propia combustión interior. Else, la digo, me crea o no yo deseo que haya otro mundo, pero me cuesta confiar en los que gritan sin que sepan de modo concreto a dónde van. ¿Son suficientes las consignas? ¿Basta con tomar los edificios de las instituciones? ¿Se conforman con concentrarse delante de los líderes y aplaudir sus bellas proclamas? Cambiar el mundo no consiste solo en una exhibición de protesta fragorosa, por mucho seguimiento social que tenga. ¿Se ha pensado cómo anular a la casta de los guerreros o en reducir a los poderes de la ley o limitar la influencia de los que alzan la cruz invocando que todo permanezca igual? ¿Saben cómo manejar la urdimbre de la producción y desafiar las leyes del mercado para que repercuta en un beneficio colectivo? Me espanta la masa que ayer siguió a unos, hoy a otros y mañana vaya a saber a quién. Me horrorizaría que el esfuerzo, loable por otro lado, de los bienintencionados no sea comprendido y antes o después dejen de ser respaldados. La apuesta posterior, tras un desencanto, podría tener un coste excesivo. Por supuesto que lo viejo tiene que desaparecer, incluyendo las cabezas más imperiales y los estamentos más belicistas, pero ¿tenéis claridad respecto a aquello que debe sustituirse y cómo ocupar con sensatez el lugar de lo caduco? 

La mujer duda entre afirmar o negar. Tampoco me lleva la contraria. Estoy en racha dialéctica con ella, pero bajo el tono impositivo. Y a propósito, Else. Si está tan comprometida con lo que usted misma denominó la acción decidida y transformadora, ¿qué hace hoy y a estas horas en este café y hablando con este ingenuo? Y no me diga que le pillaba de paso el Josty. Else parece haber perdido parte de su actitud severa y nerviosa. Ya ve, dice. Antes no me bastaba la tertulia, ahora me parece necesaria pero incompleta la toma de las calles, y sin embargo algo me dice que yo también sigo siendo insuficiente. Que no me basta la rebelión junto a los otros si no la compenso con alguna clase de estímulo menos épico. ¿Rechaza usted que ambos compartamos un rato de beatitud en medio de las convulsiones de estos días en nuestro país?




*Dibujo de Christian Schad.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Ecos lejanos, 8

 


Ella bebe del frío como nosotros, dijo mientras contemplaba atentamente la corneja. Pero nosotros buscamos alimentarnos del calor, ¿no?, repliqué. Me pareció tan extremadamente dura su observación de doble sentido que me descompuse. ¿Tendría razón?

Había pasado demasiado tiempo y aunque seguíamos siendo en cierto modo nosotros, pues mientras uno no muere siempre sigue siendo una parte de sí mismo por mucho que el cuerpo haya mermado en sus potencialidades, no éramos los mismos de aquella madurez incipiente que nos parecía la cima. Porque uno es y no es el mismo a medida que los años modifican los sentimientos y los deseos, cuando no aminoran unos y se apagan otros. Ni siquiera físicamente somos los que fuimos. No hay discusión sobre los cambios que en el aspecto corporal tienen lugar. Ni tampoco sobre el interés en los temas de la vida que nos cautivaron antes y cuyo impacto se ha diluido. Y qué decir sobre cómo han ido cursando nuestros pensamientos, sus sinuosidades y confusiones, sus negaciones y bloqueos, tan alejados en muchos de ellos de lo que habíamos defendido antes. O incluso cómo ha ido transmutando la exposición de nuestras ideas. O las quebradizas maneras al utilizar las palabras para expresar nuestras opiniones.

¿Qué hay ahora, dijo ella de pronto, de aquella euforia y ganas de devorar lo que nos rodeaba porque, decías, había que cambiarlo? Aquel estilo que te hacía único, que te embellecía y suscitaba un margen de seducción en torno a ti. Aquellas propuestas ideales tal vez, pero que nos arrojaba a compartirlas contigo como si fueran alcanzables o incluso tangibles. ¿Dónde quedó todo? Ya no propones como antes, no arriesgas, no avasallas con tu carácter impetuoso pero en absoluto grosero que te caracterizaba, y que no solo yo sino personas de nuestro ámbito o que acababas de conocer admiraban.

La mujer se mostraba intensamente demoledora con su discurso. ¿Era la corneja y aquel paisaje frío y acuoso lo que sacaba su gelidez íntima y desapacible para atacarme? Nunca fue mi estilo responder a los ataques con ataques, ni elevar el tono de la voz, ni reprochar, una actitud esta que siempre me ha repugnado. Pero reconozco que las censuras bien fundamentadas hacen mella en mí y me anulan.

Las distancias alteran nuestra personalidad, dije para tratar de enderezar una conversación que amenazaba con un caos verbal o con el silencio. Las territoriales, sin duda, pero sobre todo la temporalidad. No haber sabido de nosotros durante tantos años, esa ausencia sentida o ignorada que nos ha privado mutuamente de afectos y de sentimientos, es suficiente razón para haber estado al borde del olvido. Su carcajada fue una bofetada. Se volvió hacia mí con ímpetu. ¿Y no ha sido olvido? Nos hemos encontrado al cabo del tiempo por azar, no porque nos hayamos buscado. ¿Has hecho tú algún esfuerzo? Porque yo sí. No te escudes en las situaciones fáciles, eso de las distancias y lo otro de los acontecimientos tras los que desaparecieron antiguos amigos y compañeros.

En su mirada no vi el templado y ambarino iris que la caracterizaba, en el que me reflejaba antiguamente. Solo cornejas bebiendo la pérdida glacial que yo no sabía cómo apartar.



*Fotografía de Inés González.

jueves, 12 de septiembre de 2024

Ecos lejanos, 7

 


No le veo interesado en los temas que tratamos en la tertulia, no pregunta nunca. Else jugueteaba con el vasito de licor. El Josty se iba cargando de un humo difícil de sortear. Imagino de qué habláis ordinariamente, le respondí con falsa frialdad. La situación explosiva que se está viviendo por todas partes en este imperio que se requebraja da para hablar y quejarse. Pero solo hablando, ¿qué adelantáis? Else se sintió molesta, no podia ocultarlo. Fue impetuosa. Qué sabe usted, entregado a sus lecturas de rincón, de si lo que nos inquieta se queda en la saliva o nos implicamos en una acción que es más arriesgada que nunca. Mientras, usted, ¿no se conforma acaso con el placer de sus libros y el desahogo de su pluma? La población sale a las calles, confusa pero expectante, y los pasivos como usted permanecen impávidos, aunque probablemente les pese más el miedo que la esperanza. 

Me gustaba su energía descarada, haberse arriesgado a venir hasta mi mesa para perorarme como si fuera un burgués insensible. Su firmeza no condenaba el contacto que ella trataba de establecer conmigo. Le diré más. En las ideas sobre arte o lenguaje que intercambiamos en aquella mesa hay más acción y catarsis de lo que usted puede imaginar, y no es un mero entretenimiento. ¿No se ha dado cuenta otros días que hay ciertos tipos que vienen a poner el oído y a apuntar quiénes venimos? ¿No le dice eso nada? Si lo nuestro fuera de meros charlatanes, coloquios de familia, ejercicios de distracción, ¿íbamos a inquietar a estamentos que se vuelven más férreos cuanto más se descomponen? 

Else, ¿sabe que su mirada iracunda la envuelve en una intensidad de juventud que permanece a salvo del tiempo? Ella me miró perpleja, sin tener claro si mi salida era ofensiva o complaciente. Luego volvió la cabeza hacia donde sus compañeros de fatigas polémicas seguían enrendándose con pasión. Pero no se levantó ni me dejó plantado. ¿Se ha sentido tocado en algún momento por la pintura que se hace en estos días y la subversión literaria que desfigura las imágenes de la vida que pretenden vendernos? Percibí que abría un nuevo frente de tertulia cara a cara solo conmigo. No me va a creer, le respondí tranquilo, pero de momento me sensibilizan y laceran más los movimientos de masas que están intentando ventilar la hediondez y poniendo patas arriba un sistema que no da respuestas. Y ya le digo que no me creerá. Pero me preocupa el río revuelto y las fogatas peligrosas que pueden prender en esta situación los iluminados.




*Grabado de Ernst Ludwig Kirchner

domingo, 8 de septiembre de 2024

Ecos lejanos, 6

 


¿Recuerdas tu aproximación a mí? Abandonaste la tertulia descaradamente. Else no aparta la mirada de la ventana dibujada de aguanieve. Tiene la espalda fría pero no se inmuta. Su piel sigue siendo resbaladiza. Su cabello, abundante. Los dedos, frágiles. Se acerca al cristal y con ellos traza lentamente signos abstractos. No dejabas de mirarme, dice. Pensé que eras uno de esos tipos solitarios y raros que se muestran anti grupo, antisocial y al que le patinan todos los acontecimientos de esta época y las actuaciones contradictorias de la gente. O quizá uno de esos soplones, que tanto cunden en estos tiempos revueltos. Me he echado a reír. ¿De verdad? ¿Tan mala pinta te daba? Simplemente era tu actitud prudente con los amigos lo que me llamaba la atención. Eras la que menos hablaba pero cuando lo hacías todos se volvían precavidos. ¿De qué ibas? ¿De musa, de madre protectora, de consiliaria ideológica, de escuchante de almas en pena? ¿Sentenciabas u obligabas a dirigir la conversación por otros derroteros? ¿Encendías calladamente el debate cuando parecía que solo quedaban rescoldos o encauzabas las veleidades oníricas del abigarrado clan?  Ahora la que ríe es ella. Digamos que ponía mi granito de ideas, pero reconozco que a veces cortaba los temas porque la visceralidad no es de mi agrado y las propuestas descabelladas no me llevan al huerto. Ya está demasiado complicado el panorama como para aguantar fruslerías o posiciones dogmáticas que no llevan a ninguna parte. Yo pensé, Else, que los artistas no eran tan políticos, es decir, tan agresivos como extensos en la manifestación de sus ideas. Tendrías que haber tomado parte de las tertulias, dice. Son gente más plural, que no se casan con nadie, y tal vez llegan más lejos en su visión crítica que los que pertenecen a una formación estrictamente política. Son menos unilaterales, digamos, y harto volubles. Estoy acostumbrada a escucharles ideas contradictorias o cambiantes de unos días a otros. Algunos hablan como pintan, en conflicto con sus propias temáticas plásticas. ¿A que desde tu rincón del café no te enterabas de casi nada de lo que hablábamos? Else, yo solo estaba pendiente de mi lectura y de mis apuntes. Hasta que te pusiste a leer en mí, ¿no? Hasta que me puse a escribir sobre ti, Else.




*Fotografía de Inés González.