"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 11 de septiembre de 2008

Al otro lado


Al otro lado de la gran muralla estaba la ciudad perdida. Cómo llegaron allí, ni ellos mismos lo saben. No había hueco, no había intersticio alguno. Ni siquiera conocen cómo se juntaron por el camino. Sólo saben que un mediodía caluroso se encontraron en algún lugar del valle y que por la noche se echaron a dormir al borde del paredón. Al amanecer estaban en la otra parte. Nunca está claro cómo se llega a los lugares inesperados. Como jamás se dilucida el porqué de la coincidencia en los encuentros que acaban incidiendo axialmente en la vida de los seres. La gente pretende siempre una explicación lógica, ya se sabe: si hay efectos es que hay causas. Pero la realidad sólo habla con asiduidad de lo que es e ignora las motivaciones. Ellos huían del mundo que ya no les decía demasiado y se lanzaron a la búsqueda de aquello que necesitaban. Las búsquedas siempre son esfuerzos individuales, pero la conjunción es hija del azar. La ciudad era una ruina y una desolación, mas su arquitectura estaba dotada de vida. Al entrar por el barrio del puente no se sintieron solos. Sospecharon que una multitud de ojos ocultos advertía en silencio su presencia. Pero las miradas no se hallaban allí, sino que estaban escondidas en el paisaje del tiempo perdido. Ellos sabían también mucho sobre ese tipo de paisaje, que existía en otras zonas de la inmensa región de donde procedían. El tiempo extraviado es más denso que el espacio abandonado. El espacio siempre puede volverse a ocupar; no así el tiempo cuya carencia de significado gravita sin recuperación sobre los ciudadanos inquietos que se persiguen a sí mismos. ¿Por qué alguien ordenaría levantar aquel muro enhiesto e insultante para separar la ciudad pujante del desierto? ¿Fueron gentes de esta parte o de la otra? La tradición oral no es acorde ni definitiva al respecto, aunque de alguna manera resultan coincidentes y complementarias las versiones . En las comarcas próximas a la ciudad yerma decían que el muro fue obra del tirano que gobernaba con mano de hierro al otro lado, porque no quería que el ejemplo de la ciudad pujante y moderna se extendiera en sus dominios. En el territorio de las extensas llanuras se contaba que fue la soberbia de los dignatarios de la ciudad la que decidió la gran pared con objeto de que nadie de la otra parte la copiara. Al avanzar por la ciudad devastada los viajeros sólo piensan en un concepto: reconstrucción. Pero ellos saben que, aunque semejante esfuerzo no reside sólo en su propia capacidad, sí pueden aportar el bagaje de la ilusión y de los sueños. Con frecuencia se relacionan estos términos con la ambigüedad o la abstracción, como si ilusionarse y soñar fueran arquetipos de ficción, esquemas irreales. Para los viajeros no hay duda: tal tentativa está vinculada a la necesidad, y cualquier dimensión que permita encarar la realidad para salvar los escollos de las dificultades está justificada. Se saben poseedores de la ciudad del encuentro. Se adentran lentamente por ella, observando, tanteando el trazado. Pero eso es secundario. Lo fundamental es que ellos están allí; sólo les apetece disfrutarla.

(Dibujo de François Schuiten)

2 comentarios:

  1. NO sé por qué de pronto he pensado en las ciudades perdidas de Lovecraft, en la Carcasona imposible de Lord Dunsany...

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  2. Inevitable, Stalker. No tienes idea de lo que me conmuevo cuando visito Ulaca, Azaila, Tiermes...viejos nombres, viejas culturas, viejas españas sin españas...me enajeno cuando las visito, es decir, que ya no soy yo sino un habitante de la ciudad deshabitada...

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