Urna de mimbre. Hallazgo en las tinieblas del desván. Apenas un soplo y desalojar el polvo. Bajarla. Al tacto, un flujo de recuerdos desordenados. Olor tardío a urdimbre fresca. Ves de pronto aquella cómoda elevada sobre la que reposó desde la vuelta de la colonia. Lo anterior, lo viejo, lo olvidado. Infancia de sequedades y de paisajes que no anochecían nunca. Y esa forma de útero misterioso y preservador acompañando idas y venidas extrañas de los mayores. No saber nunca qué contenía. Allá en lo alto, donde no llegabas. Ahora, a tu alcance. La desconoces. Después de tanto tiempo, el temor a abrirla. El desván tenía forma de escalera, una escalera cuya salida superior estaba tapiada. Siempre te desconcertó, como todos sus cachivaches amontonados. Enigmas. Otros mundos. La acaricias. Su fragilidad es aparente. Su textura es leve. La miras tanto que ves hacia atrás. Aunque no comprendas. ¿Es eso lo que deseas? Prueba, transgrede, haz de tu mano un dado que sortee tus deseos.
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