
Y Abraham oyó en sueños la Voz y despertó alarmado y la Voz le dijo: toma a tu hijo Isaac y ofrécemelo en sacrificio, parte rápidamente a la meseta que se yergue sobre el poblado, reúne sarmiento, levanta una pira y prende en ella el cuerpo de tu hijo, sé que él es tu heredero, aquél a quien más quieres porque con su existencia se garantiza la continuidad de tu casta, pero debes demostrarme que me amas todavía más a mi, no debes afligirte por ello, puesto que con ese sacrificio pones a prueba la fidelidad que siempre me has mostrado, y eso te permitirá ennoblecerte aún más ante mis ojos, y yo te resarciré como no imaginas, sé que la prueba es dura, pero no lo es tanto porque sea tu hijo, puesto que tienes otros, tanto legítimos como ilegítimos, sino porque es el primogénito y sin él sabes que queda cuestionada tu herencia, quiebra la seguridad de tu patrimonio y se disuelve la línea de descendencia que tus mayores tardaron tanto tiempo en consolidar, pero Abraham dudaba y se resistía ante la solicitud despiadada y dijo: Voz, siempre me he manifestado entregado y firme a tus preceptos, siempre he hecho valer ante otras tribus tu soberanía, siempre he mantenido la tradición de los ritos y he ordenado cumplir las leyes morales que hacen posible el equilibrio de nuestra estirpe, y a todo esto le hemos llamado siempre Amor a ti, ¿por qué me exiges ahora este ejercicio descomunal de ferocidad con mi propio hijo?, ¿quién es el ambicioso?, ¿quién está poniendo en riesgo a sus propios fieles con semejante requerimiento?, ¿por qué pretendes destruir lo que hemos construido bajo tu protección?, pero la Voz no se perturbó, ni rebajó su tono, ni mostró compasión alguna, por el contrario volvió a hablar con carácter enérgico: Abraham, no dudes ni cuestiones, no estás aquí para poner en entredicho mis designios, no te ha sido dado el poder por tu propia capacidad, ni tus riquezas han llegado a tus manos por habilidad de los tuyos, sin mi jamás serías el patriarca de las tribus que he elegido para su salvación, ni siquiera tu vida está asegurada si yo no lo deseo, y entonces Abraham se estremeció, sintió un miedo axial, temió por todas las pérdidas que el desaire manifestado a la Voz podría acarrearle más que por la muerte de su propio hijo, y sollozó amargamente, y depositó a Isaac sobre el montón de piedras, y luego prendió el sarmiento y se echó hacia atrás, y en vano esperó Abraham el gesto de indulto de la Voz, y en vano esperó la palabra que detuviera la atrocidad, y la columna de humo se extendió en espiral hacia la ciudad y la Voz no volvió a hablar.
(Fotografía de Misha Gordin)