"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 2 de enero de 2025

Ecos lejanos, 33

 


Hacía semanas que no pasaba por el Josty. En apariencia, el mismo público que siempre. Las tertulias, no. Estas parecen divididas, algunas extinguidas. Los pocos que quedan en alguno de los grupos apenas debaten. No tienen con quién. Han quedado los más conservadores, los que gustan de hablar por hablar, los que se refugian de sus soledades severas. Solo emiten opiniones para consolarse, pero están temerosos y eso les conduce a la ira. No buscan enriquecer la conversación, sino asegurarse que los otros piensan como ellos. Todos tienen claro en qué bando se encuentran y si antes se habían mostrado críticos incluso con el kaiser o sus ministros ahora tienden la mano a quienes llevaron al desastre de la guerra. 

Me he arrinconado como nunca y he pedido café fuerte. El café es lo que mejor queda del Josty. Algunos me han mirado insistentemente. El viejo industrial del acero, que siempre me consideró con simpatía, se me ha acercado. No le veíamos desde hace tiempo, me dice. ¿Ha estado enfermo o le sucede como a nosotros, que le trastorna la furia de esos desarropados que quieren llevar a la nación al caos? No le he respondido, mas una cortés sonrisa por mi parte, que en realidad ha sido un golpe de sarcasmo interior, le ha debido dar seguridad e insiste en su perorata. Pero no hay que temerles. Dicen estar cansados de estos años, pero la derrota es en parte por su falta de esfuerzo. Y ahora quieren tirar todo por la borda. ¿Que se creerán sus ideólogos de pacotilla? Ya incubaron el derrotismo en las trincheras y ahora quieren llevar a su masa a un enfrentamiento peor. Nosotros lo impediremos, ¿no le parece, herr filósofo? 

Al industrial le hierve la papada. A punto he estado de soltar una carcajada pero tengo suficiente temple para controlarme y soportar las intemperancias de esta clase de personajes para los que el mundo es lo que ellos quieren que sea. Rompo mi mutismo. ¿Está menos concurrido esto?, digo desviando el tema principal del otro. Ya ve usted, replica, animado por mi condescendencia. Los más cobardes se han debido ir a sus casas o acaso con esa tropa de indeseables. Tendrían queja de nosotros. Tanto tiempo en nuestras propias mesas, donde todos hemos hablado libremente, cierto que algunos con más espíritu patriótico que otros, sin que llegara la sangre al río. Puede que algunos fueran simpatizantes de aquellos que pregonan revoluciones, y nosotros no lo supiéramos. Aunque, ni me engaño ni pretendo engañarle, ya se les veía el plumero a más de uno. Que se vayan a ver qué les dan. Que se unan a esa manada de desagradecidos que renuncian a los ideales que nos unen a todos, ya se decepcionarán. ¿No le parece? 

He debido poner una mueca cínica, pues la corpulencia del hombre se ha echado para atrás. Luego ha mirado con avasalladora intención el cuaderno que tengo encima de la mesa, pero al alzar mi brazo con la taza he logrado impedir que no leyera nada. Luego ha señalado el libro, Poesía y verdad, cuyo canto no podía ocultar. Ah, el gran Goethe, dice. Usted sí que sabe, usted sí que es un buen hombre de nuestra nación. Me han entrado ganas de preguntarle si sabía quién era aquel escritor de otro siglo, pero me he mostrado moderado. Me satisface encontrarme con alguien que también se ha interesado por Goethe, le digo. Ello nos permitiría tener una agradable charla sobre el escritor y su obra que, no lo olvide, también fue un gran librepensador. Si desea sentarse a mi mesa, insisto con riesgo pero con disimulada sorna, le aseguro que el tema sería fructífero. 

El industrial se ha colocado sobre los hombros su gabán. Me esperan en la fábrica, ha dicho de pronto. Mientras otros corretean con alma salvaje por la calle yo debo mantener la economía del país. Ha hecho una reverencia y ha escapado de una invitación tan comprometida como absurda para su adocenada mentalidad. 

Mi risa recóndita me ha permitido compensar el asco que siento por este tipo de individuos ostentosos y obscenos. No creo que Else, de haber estado ahora presente, hubiera soportado la conversación. Y ni imaginarme cómo se hubiera puesto Judith. 



*Dibujo de George Grosz.