"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





lunes, 1 de julio de 2024

Hablar del pasado a la puerta de la taberna

 


¿Cómo se recuerda a usted mismo en los mejores años de juventud? Se lo dije con tono jocoso y amigable al pasar delante de la cervecería U Zlatého tygra. Y no por casualidad, sino porque un grupo de soldados jóvenes salían del local, cantando estrepitosa pero desafinadamente viejas tonadillas que hablaban de muchachas que atravesaban el Ultava por la noche para corresponder a sus amantes de la otra orilla. 

Mi amigo se encogió de hombros. ¿Usted cree que me acuerdo de lo que he hecho?, respondió apacible pero con una inflexión pesimista. Casi recuerdo más bien lo que no hice. El pasado de uno ya no reside en el cerebro siquiera, se ha diluído por todos los territorios y canales del cuerpo, recorriendo arterias, vías renales, líquidos sinoviales o los humores de la pleura misma. Alterando todos los órganos y espacios más recónditos. Cuando se diluye el pasado eres otro. Y si te empeñas en rememorar lo que hiciste en realidad te estás inventando parte de lo que hubo. En ese acto de volver atrás con el pensamiento hay una porción imprecisa en que consciente o inconscientemente nos engañamos a nosotros mismos. ¿Porque el cerebro confunde lo vivido y lo deseado pero que no experimentamos? ¿Porque hay una tendencia a adulterar caprichosamente el pasado, pues el deseo y las aspiraciones siempre son largas presencias que no gustan de dar el brazo a torcer? ¿Porque el ayer marca, desgarra, roe las entrañas de los hombres? Si a ello le sumas que uno escribe, sin saber muy bien con qué objetivo pero sí porque lo pide el cuerpo, y uno se identifica con personajes múltiples, que por un lado recorren el mundo y por otro danzan en tu cabeza, ya no distingues que hubo de ti ni quién fue tu padre. 

Su contundencia grisácea me asustó. ¿Se enorgullecía o se avergonzaba de sí mismo? Giré la tuerca. Pero usted mantendrá imágenes propias, solo o conversando con el padre o jugando con sus hermanas o de aprendiz en la oficina o de paseo en los parques, incluso de aquellas cervecerías que frecuentaba. Y no quiero entrar en otras intimidades que no debe usted revelar jamás, aunque llevado por el furor de la edad las expresase en algunos oscuros locales de la Malá Strana. El hombre echó una carcajada. Repentinamente calló. El pudor es una buena llave que encierra aquellos espacios que solo son tuyos. Incluso hay que preservarse frente a las personas próximas, por muy íntimas que se ofrezcan. A veces incluso se lo oculto a los personajes de mis relatos.

Nos habíamos quedado parados delante de la puerta abierta de la taberna.  La ruborosa cantinera hizo un gesto desde la barra que no pudimos rechazar. ¿Entramos?