
Ayer vi un capítulo del programa Redes, que conduce Punset, donde se planteaba lo que los neurocientíficos llaman la mirada ciega. Es el término para explicar cómo la mirada humana se desvía ante un acontecimiento determinado, por ejemplo, en la sesión de trucos que los magos hacen delante de nuestra narices. Era divertido reflexionar sobre cómo la habilidad de los magos y nuestro propio cerebro condicionado nos llevan a mirar donde no se debe para mientras convertir sus apariciones y desapariciones en una sorpresa que parece real.
Y es que ¿acaso no está sucediendo también esto en los terrenos de las relaciones sociales y de la política? La sentencia judicial reciente del caso Bhopal, en India, donde una fuga de gas letal producida en la fábrica de pesticidas de la empresa estadounidense Union Carbide acabó hace casi veintiséis años con miles de vidas en esta ciudad, produciendo una secuela en cadena de malformaciones para generaciones posteriores, se ha saldado con una condena simbólica a los representantes de la empresa. Decir que apenas dos años de cárcel y nueve mil euros de multa es lo que les ha caído a unos cabeza de turco ejecutivos, sería una mera anécdota si no fuera porque además es un insulto y seguramente una sentencia injusta.
Pero se trata de que el suceso tuvo lugar en ese otro mundo que normalmente no vemos ni queremos ver, y del que huímos en nuestras imágenes como alma que lleva el diablo. Observemos, por el contrario, lo acontecido estos días en Estados Unidos, la fuga de petróleo provocada en una plataforma petrolífera de BP en el Golfo de Méjico. Simplemente la cobertura informativa ya nos dice que estamos en el primer mundo, el cual, dicho sea de paso, tampoco se libra de los males naturales o de mano humana. Pero donde se reacciona de otra manera. Desde las medidas urgente, si bien no muy acertadas en principio, hasta la limpieza de las costas, siempre insuficientes, pasando por la condena enérgica e inequívoca de Obama, con esa frase tan yanqui de que se les va a patear el culo a los responsables de la catástrofe, es decir que van a tener que pagar el cien por cien de los desperfectos ocasionados, todo hace ver que la comparación entre los dos casos ofrece una desproporción.
Me pregunto si en un mundo en que la información ha alcanzado niveles extraordinarios (no se informa el que no quiere hacerlo) no existe sino una mirada ciega social semejante a la del cerebro individual. Puede que, en parte, las reacciones de nuestro cerebro individual ante los acontecimientos sociales y políticos sea también semejante a la que desarrollamos ante los magos del espectáculo. Pero sospecho que esa mirada ciega tiene otros resortes no tan instintivos y biológicos, corporalmente hablando. Podría aplicarse la idea -los mecanismos habría que detallarlos, para saber qué hay de reacción refleja del cerebro o de insolidaridad egoísta manifiesta- a ese mirar para otro lado ante la evolución de la economía en los últimos años. No hacía falta ser muy “economista” para olernos, como muchos lo hacíamos, que la vaca se estaba inflando sospechosa y desproporcionadamente. Cómo hemos mirado donde no había que mirar cuando la banca se hinchaba, cuando los recurso del Estado se ponían a disposición del libre mercado, cuando se producía corrupción a raudales en una tupida red de comunidades autónomas que involucran al partido de la derecha.
Mucho me temo que la ceguera llegará hasta el momento electoral. Y que habrá millones de supuestos ciudadanos dispuestos a perdonar la corrupción de los corruptos. ¿Será por efecto de otro mecanismo de cerebro individual? ¿Por una oscura identificación con los modelos de corrupción que tienta a cualquiera de los españolitos, esos mismos que luego gritarán pidiendo que vengan otros -ellos, los mismos- a arreglar el país? Mirar para otro lado, no mirar, no querer ver, ceguera, invidencia, inconsciencia visual, o simplemente decir que es de noche cuando es de día, son diferentes vocablos que nuestra rica lengua proporciona como otros muchos para hablar de aspectos sobre las labores y los días de los humanos. Muy bonito si no fuera porque por debajo a cierta gente lo que les conduce son aviesas intenciones, desde el enriquecimiento fácil, mantener un estatus privilegiado, el miedo o la falta de ejercicio del pensamiento libre. Porque la facultad del pensamiento ordinario también está sujeta a los juegos de trileros que se imponen en el planeta.