"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





miércoles, 15 de mayo de 2019

Naxos. Diálogo de sensibilidades en la playa
















¿A quién tenemos aquí?, interpela el joven remero al niño Pélagos, que contempla el oleaje desde la orilla. Nada menos que al hijo del océano frente a sí mismo. ¿Lo echas de menos? En su ironía Naxos busca acercarse a aquel niño misterioso que calla y sonríe. Ya sé que eres de pocas palabras, insiste el joven. Yo también hablaba lo justo, en parte porque no me dejaban hablar. Los navegantes son gente muy charlatana, además de ruda y mal hablada. ¿Sabes que aprendí de mis compañeros? A inventar historias. Ellos no las contaban muy bien, pero eran tan reales que nos embargaban a todos. Yo sabía que mucho de lo que relataban era imaginado. Y lo que habían vivido lo exageraban hasta límites extraordinarios. Competían por hacerse valer ante otros, por parecer más osados o dárselas de hombres con experiencia. Como no podía estar por debajo de ellos tomé ejemplo. Pero creo que nunca se creyeron demasiado mis narraciones fantásticas. El niño, arrodillado sobre la playa cubierta de guijarros, monta un dibujo con ellos. Coge las piedras y las ordena en espiral, haciendo esculturas de caracoles gigantes. Antes toma cada guijarro y lo somete a una ceremonia. Los escudriña por todas sus partes irregulares, los separa, los palpa, los lame incluso. A los porosos se los lleva al oído. A los más lisos los habla. A los puntiagudos los lanza de nuevo a las aguas. Naxos está perplejo. Estas piedras me dicen mucho de los hombres errantes que se han arriesgado a la travesía del océano. Me cuentan de aquellos que llegaron a puerto seguro. Me dan noticias tristes sobre los que perecieron.  Dime, Pélagos, ¿es verdad que procedes del mar, como se comenta?, le interrumpe el remero. El niño responde con calma, con cierta ausencia. No hay otra madre para mí. Los de la ciudad no lo saben, y tú no lo digas, pero muchas noches, cuando me despierto inquieto, bajo hasta aquí y me meto en el agua, y me alejo. ¿Aunque haya un fuerte olaje?, le replica el otro. Oh, eso no me frena. Al contrario, me siento estimulado, como si el océano me dijera que soy bienvenido de nuevo, que estoy donde una vez y desde siempre estuve. Te preguntarás si soy un gran nadador. Naxos, yo soy como las olas. ¿Qué hacen ellas? ¿Nadan? ¿Flotan? ¿Caminan? ¿Levitan? Su espacio no tiene nada que ver con la tierra firme y los hombres no han encontrado palabras adecuadas para nombrar su mundo. Los hombres tendrían que ser mar para entender el mar. Naxos, admirado, entra al juego. Ahí te doy la razón. Yo, que no he sido mar, como tú dices, pero tampoco he sido del todo tierra, he comprobado las dificultades que tenemos para interpretar al océano. Nos conformamos con buscar la manera de sortearlo, ávidos como estamos de navegar, de traer y llevar mercaderías, de utilizar sus especies, de ganar con nuestras travesías los retos de los pobladores de todas las costas. A Pélagos se le alumbra el rostro. Se siente comprendido porque ambos, el niño y el joven, comparten sensibilidades. Los hombres están ciegos por utilizar el océano, dice con impropia pesadumbre, no por comprender sus energías, ni por ponerse en el lugar de sus criaturas, ni por ahondar en las profundidades maravillosas. ¿Tú conoces bien las profundidades?, salta Naxos. Solo algunas, responde el chico. Y eso era antes, cuando no me habían acogido en la ciudad. Aunque no creo que sea un caso único. En las noches iluminadas me parece ver que otros niños llegan a la playa traídos por las mareas. Me da alegría. Pero cuando voy a su encuentro solo abrazo la espuma.





(Fotografía de Herbert List)

16 comentarios:

  1. En los viajes por mar, lo importante no está en la llegada sino en el trayecto. Ya lo decía Kavafis. El viaje es lo importante, las sirenas, el cíclope, los naufragios... el aprendizaje. La vida es eso.
    Saludos, Fackel.

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    1. En efecto, eso parece que va siendo (por lo que nos toca) Aunque en ocasiones nos propongamos destinos, proyectos, metas que ve a saber hasta qué punto las alcanzamos. Saludo, Cayetano.

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  2. "no he sido mar, como tú dices, pero tampoco he sido del todo tierra"
    Sabias palabras. En esta ambigüedad reside la magnífica capacidad para comprender las aguas y las tierras, sabiéndose que uno no es propiamaente nada.
    Salud
    Francesc Cornadó

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    1. O uno es un poco de todo, solo una pizca, una brizna, un fragmento, y queda fuera de lugar creernos los reyes del mambo. Pero ya ves que muchos entran al trapo de una eternidad posesiva que no existe. Gocemos de nuestra materialidad limitada y honesta, Francesc.

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  3. Qué bonito! Me siento muy identificada con Pelagos puesto que mi vida onírica siempre tuvo máxima importancia, posterior influencia y lejana confirmación. De mi apartado biográfico dedicado a los sueños puedo contar que en momentos de máximas ataduras experimente la vuelta a la tierra bajo los océanos pudiendo respirar bajo el agua, reposando en tierras ignotas y bellísimas donde desembocaban ríos diversos. También he cruzado a nado ida y vuelta el Atlántico y por supuesto el estrecho de Gibraltar, oníricamente claro, porque mí fragilidad física y operística resulta patente. Eso sí, mis aventuras infantiles y hasta la cincuentena entre el oleaje cantabrico han sido físicamente reales.....y con testigos! Ahora mi cuerpo solo admite muchos largos en la piscina, pero el patrimonio onírico y juvenil permanecen escritos y en la memoria. Uno recuerda mejor las sensaciones intensas pues me da la sensación que las repetitivas aburren a personas emocionalmente sibaritas! ..... le parece a esta constitución aún cohesionada y empeñada en repetir sus días lo mejor posible. Aunque durante la vejez se desdibujen muchas aristas definitorias de la personalidad mientras que en la infancia aún no se hayan manifestado.

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    1. Pues formidables esas aventuras oníricas, y creo que yo no he tenido sueños acuáticos, simplemente por rechazo, por ciertas ocasiones que en la vida real he estado a punto de sucumbir a la aguas. Pro en fin, nada como lo amniótico, nadar en océanos desaparecidos, oníricos o deseables. Y la vejez, como la llamas a esa etapa sabrosa, desdibuja lo anterior pero crea y recrea otras geometrías, mira que simplemente la reflexión y el poder ejercitar lectura y diálogo son gimnasias que definen la personalidad de adultos avanzados. Importante no perder de vista el presente, se tengan los años que se tengan, hermana.

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  4. Diálogos imposibles, que hacen del trayecto por mar, la mejor de las escuelas.
    Saludos.

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    1. Así es. Creo que los mejores diálogos son los que transmiten sueños. Pero incluso de lo que nos acontece y luego contamos ¿no lo ampliamos con una dosis de invención? Saludo, Alfred.

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  5. Admiro a quienes no temen al mar. A mí me aterra pensar en la inmensidad de sus profundidades. Sólo puedo disfrutar su magia desde la orilla. Me resulta totalmente intimidante aunque reconozca que su espíritu puede ser inspirador de textos tan profundos y bellos como éste. Un abrazo

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    1. No creo que haya humano que no tema al mar. Solo confía en los inventos que ha fabricado la humanidad desde las primitivas culturas. Con suerte dispar. Sí, verlo desde la orilla es muy tranquilo y seguro, aunque las tormentas a pie de costa impresionan muchísimo también. Ver el amanecer desde la cubierta de un barco es siempre una de esas maravillas que si el mar no está muy picado asombra. En fin, la masa acuática, un lujo planetario. Gracias, Neo, un abrazo.

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  6. Me gustó mucho el diálogo de sensibilidades compartidas niño/adulto y el simbolismo de las esculturas de caracoles.

    Ya mas o menos un año que paseo por este espacio que cunde, lo celebro con un haiku:

    Danza la vida
    en espiral y fractal
    un torbellino

    Buen finde. Adriana

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    1. Gracias por el haiku, Adriana. La verdad que todas las geometrías caben en este mundo. Ojalá todas las sensibilidades tuvieran su lugar y reconocimiento, porque haberlas las hay.En abundancia, muchas veces secretamente.

      Me alegro que cunda el espacio, aunque varios años más de atrás lo contemplan.

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  7. Los viajes por mar tienen el sabor de lo atávico, el riesgo de las olas y le placer de la travesía.

    Perfecto post. Un abrazo

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    1. Para mí siempre fue más sencillo: el sabor de lo novelesco. Pero, vamos, que también me pasa con los trenes, aunque hoy su estructura moderna o la invasión de las técnicas informáticas entre los viajeros o simplemente mi inadaptación hacen que se haya perdido para mí el viejo encanto. Saludo, Albada.

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  8. Me ha cautivado la lectura de este texto con pinceladas poéticas, donde la inmensidad del océano tapizado de azul me conduce al otro lado de ese espejo, observándolo desde arriba, digamos que las aguas siempre se miran en la bóveda celeste y al contrario.
    Muy inspirador me ha resultado la figura del niño arrodillado sobre la playa montando dibujos con las piedras y haciendo esculturas de caracoles gigantes.
    Cierto que el mar o la mar para los curtidos marineros supone poner a prueba su arrojo cada vez que se internan en las profunda caverna del oleaje y su mundo submarino.
    Me alegro de traspasar el umbral de tu blog, Fackel, aunque confieso que mi travesía tuvo momentos de perder el rumbo.
    Saludos.

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    1. El mar ya existía sin los humanos; para nosotros es una extensión de uso y abuso, como bien debes saber. Luego está la metáfora, de la que el gran Homero supo tejer su canto odisaico. Y que todos reproducimos hasta el infinito cuando escribimos y contamos. ¿Sabes que lo último que investigan es que el agua podría proceder de un asteroide que chocó con la Tierra? No tenemos el patrimonio de los océanos, deberíamos cuidarlos más.

      Agradezco tu paso. Lo de la travesía a punto de perder el rumbo...¿tan difícil era? Salud y calma.

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