"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 30 de abril de 2015

Afluencia











Las huestes concurrían al campo de lid con sus pertrechos. Varias eran antiguas, curtidas en la trampa y en la devoción que sus adictos les otorgaban. Otras se habían fortalecido a través de poderes locales limitados pero arraigados. Algunas estaban formadas por mercenarios coyunturales dispuestos a servir al mejor postor. Había milicias bisoñas, con más entusiasmo que claridad. También eternos aspirantes a la felicidad, pero doblegados por aquel concurso donde las reglas del juego no era iguales para todos. Poco antes de que comenzara la confrontación solía llegar alguna tropa advenediza de última hora, capaz de poner en un brete a ejércitos más avezados, simplemente por la audacia de sus cantos y sus exclamaciones desaforadas. Cada cual milicia esgrimía su propio color, que la diferenciaba en medio del ardor del combate. Enarbolaban sus distintivos sujetos en la espalda, las caballerías flameando al viento a merced del ímpetu del galope; los de a pie, con sus banderines menores, iban detrás, carne vendida al enemigo. Algunas huestes disponían de mejores arqueros que otras y sus disparos causaban estragos. Las planas mayores de los contendientes observaban desde la distancia de sus atalayas los movimientos sobre el terreno. Las había que disponían de estrategia, aunque siempre había errores de cálculo por donde podía llegar el fallo. Otros mandos confiaban más en las jugadas tácticas. Algunos improvisaban sobre la marcha y ciertamente que estos, no obstante carecer no solo de inteligencia sino de valor, podían condicionar con sus ofrecimientos y pactos el destino final de la batalla.

Lejos, en instancias difíciles de ubicar, desconocidas para los integrantes de aquella lid confusa, oscuros poderes movían cómodamente los hilos de las rivalidades. Les daba igual quién venciera, si bien preferían lo viejo conocido. Ellos sabrían reconducir cualquier desenlace en el campo de sangre y obligar a adaptarse a los vencedores.



(Fotogramas de la película Ran, de Akira Kurosawa)





6 comentarios:

  1. Cual sombría piedra filosofal, los "oscuros poderes" convierten ipso facto en "viejo conocido" a cualquier recién llegado a sus dominios.

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    1. Un aforismo total, me ha encantado. (Sabias son tus palabras, Kalíkrates)

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  2. En la batalla, el emperador debía situarse en un lugar bien visible y, allí, rodeado de una élite guerrera, permanecer impasible, hierático e inmóvil hasta el desenlace final, ya fuera la victoria o la derrota. El emperador era el eje, ese punto abstracto e inamovible, sobre el que giraba la rueda que todo lo mueve.

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    1. Es decir que todo sigue igual hasta en la ubicación y el ritual del dominio, ¿no? Ligeras formas aparte.

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  3. Es la vieja pauta que se sigue al dedillo desde que la especie humana se organizó en tribus. Nos va a costar muchas lágrimas y unas cuantas Eras romper el maleficio que consiste en cambiarlo todo para que nada cambie.

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    1. Los procesos electorales son precisamente eso, cambiar para no cambiar, lo cual cuestiona que realmente haya cambios. Y si los hay de cierta profundidad de calado, el sistema regenera nuevos ejercicios (¿o ejércitos?) de control para no perderlo.

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