"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 20 de diciembre de 2008

Ubicaciones



¿Por qué el hombre se imagina su vida como la ocupación del espacio por los volúmenes? No nació para la contemplación, por más que en ocasiones la desea. Desear lo que no se ha tenido ¿es añoranza? Se pregunta si es posible una nostalgia de lo inexistente. Porque dentro de él transcurre un cierto clamor por una calma de su mente, por una visión tranquila de las cosas, por un estar de otra manera entre las manifestaciones agitadas. ¿De dónde procede esta reclamación silente que puede incluso excitarle? Vive todo como tentaciones. La tentación del silencio puede tanto como la tentación de la sonoridad. La tentación de la quietud puede tanto como la del ritmo. La tentación del desaprender, tanto como la de conocer. La tentación de la saciedad tanto como la de la apetencia. Acostumbrado como está desde los primeros aprendizajes a ubicar el objeto en los espacios hueros, no sabe lo que es parar. Sospecha que no parará nunca, y morir, ya se sabe, es otra cosa (estamos hablando de vida, el abandono de ésta no es objeto de interés para él) Una enfermedad, por ejemplo, ¿hace parar? ¿O reconduce por otros caminos sinuosos y atormentados la ocupación del vacío que el hombre tanto teme? Puede haber cambios, alternancias de equilibrios, revelación de alteridades. He aquí una de las maneras en que parar casi se toca. Sentirse otro en un pulso o un maridaje con el yo. Y ese desencadenamiento de ubicar alteridades, sean cúbicas o esféricas en ese efecto de representación simbólica que los volúmenes exigen, es un ejercicio de dispersión en que el hombre se reconoce. Está acostumbrado a ello, pero no soporta que le marquen. La exigencia de trasladar los mismos objetos como todos los demás hombres le llena de pesar. Hay algo de mandato hacia lo imposible que le atrae y le vuelve inseguro. Se dirá que es su destino, pero ¿por qué se rebela en su fuero interno? Por añoranza. Por nostalgia de un dios que nunca fue pero cuya tentación le martiriza tratando de rozar de alguna manera su esencia. Entonces se ve en su propia rebeldía como un ser que anhela lo inexistente. Mientras, los quehaceres cotidianos los considera castigo. El hombre acaso sea un ángel caído. Pero al ser un hombre que dice NO, se despega de la condena. Al precio de la inquietud y el desasosiego. Al coste de no parar jamás.


(Misha Gordin fotografía)


2 comentarios:

  1. Buenas noches. Reconozco como propio lo que escribes, Fackel. No es la primera vez!
    Parar...Deseo, añoranza, qué sé yo.
    En la enfermedad paré. Lo vi todo claro.La habitación del hospital fue el sitio más maravilloso; los paseos por el claustro, un viaje relajante. La vuelta a la vida normal fue borrando todo: los propósitos de enmienda, las nuevas prioridades, todo.La rueda dentada te atrapa sin remedio.
    A veces, con suerte, veo una nube pasar, encuentro una flor nueva, (casi siempre ocurre con la observación de un objeto), y paro. Por unos segundos sólo hay aquello y yo, unidos, sin más.Y paro! Es maravilloso.
    Quizá dedicamos poco tiempo a contemplar, a penetrar en lo que nos rodea, a ser uno con ello.
    Felices sueños.

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  2. Bienvenida de nuevo. Sí, Lagave, dedicamos tan poco tiempo a parar. Tiempo voluntario, sin que medien enfermedades o crisis. Pequeños tiempos cotidianos donde quedarnos aislados voluntariamente (en un café, por ejemplo,en un rincón del cuarto con la espalda en el vértice de las paredes, tomar un autobús y dirigirnos a una parada inusual al otro lado de la ciudad, donde no tengamos que hacer nada...salvo parar y mirar lo no visto habitualmente, sin urgencias ni recadería)

    Lo extraordinario nos permite el reencuentro con nosotros mismos (eso que citas de tu enfermedad, espero que tu curación) pero qué razón tienes: la rueda dentada de la vida nos pega mordiscos de acero. Tú misma das alternativas al ritmo frenético, al dejarnos llevar a lo tonto, a la rutina que llamamos quehaceres y obligaciones...Yo todavía entro de vez en cuando en una templo gótico o barroco, lo que me pille a mano, para descansar la visión interior. La arquitectura, que no la religión, tiene una fortaleza para mi que me hace crecer, me descongestiona y me hace fuerte. ¿Sabes por qué? Porque me vuelve más humilde, ya digo: la arquitectura, no la religión. Ya ves, es un simple ejemplo. Gracias por tu comentario. Celebro tu bienestar recobrado, si como deduzco de tu comentario estuviste en baja forma.

    Buenas noches.

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