Hoy estamos de pocas palabras, Xiao. ¿Y eso es malo, amigo? Puede ser un excelente síntoma de que nos relajamos, me replica. Así, Cao, mientras callamos observamos este páramo y la alternancia de los colores que la luz multiplica. La gente sometida a la vorágine pierde el tiempo en considerar lo que le rodea. Y el paisaje no tiene precio, alimenta nuestra mirada y con esta oxigenamos la mente. Porque un paisaje lleva infinitas vidas cuyas voces nos llegan. Las aguas, el viento, la vegetación, las aves, el ganado disperso, el rugir del cielo cuando hay tormenta, todo ello nos acompaña y sin duda que estaba ahí antes de que los hombres nos consolidáramos como ilusos y ridículos propietarios de la vida exterior. Entonces, Xiao, si la vida natural que nos rodea nos proporciona paz ¿por qué huimos tanto de ella cuando no nos ensañamos destrozándola? Los humanos, Cao, somos desconsiderados. Tendemos no solo a olvidar lo que la naturaleza ha dado a nuestra especie sino que obramos como hijos traidores y desagradecidos. Simplemente no valorando el suelo que pisamos somos injustos. La vida humana, tan compleja pero real, contiene mucho de artificio. Es como si los humanos hubiéramos creado un mundo que se explica por sí mismo y que tiende a entrar en choque con los otros mundos. ¿Vivimos, Xiao, tan enclaustrados en nosotros mismos que no sabemos mantener una armonía saludable? Mira, Cao, la armonía siempre es un concepto endeble, es en realidad un juego de tensiones, y el derroche de palabras que solemos utilizar no siempre es útil para el entendimiento, sino que puede, y de hecho sucede, bloquear nuestra naturaleza íntima. Y el bloqueo ya sabes a qué puede conducir. A desahogos incontrolados, a desajustes en las relaciones, a una catarata de ideas y palabras mal encaminadas, a una carrera de colisiones con otras personas a las que percibimos competitivas. Y el frenesí ciega. Por lo tanto, Xiao, ¿te parece que el hecho de que hoy vengamos con pocas ganas de comunicarnos es muy apropiado? Xiao no reprime la carcajada. Veníamos, porque ya ves que una simple frase inicial ha dado lugar a uno de nuestros juegos retóricos. Ahora, si quieres, quedémonos sentados sobre estas piedras divisando la geometría del paisaje, sin pensar ni decir absolutamente nada.
Arriba el cielo, nuestros pies en la tierra, el horizonte inalcanzable. La mirada perdida. Desconexión.
Los pies en la tierra no nos dan la seguridad de los pies en el asfalto, un asfalto que nos roba la libertad y la intimidad, por eso hay que salir siempre que se pueda a disfrutar de la naturaleza.
ResponderEliminarAyer contemplé el suelo de una calle que van a reponer de asfalto, habían quitado el anterior y salía a la superficie un empedrado. El adoquinado me pareció con más personalidad y más humanidad que el asfalto. Pero los tiempos y los vehículos mandan.
EliminarNo encuentro tierra en las calles de la ciudad. Asfalto, aceras....eso sí.
ResponderEliminarPues ya ves las autopistas. Antaño se podía salir de una ciudad y entrar en otra peatonalmente sin interferencias. Hoy no hay manera si no coges un coche.
EliminarCreo que la gran mayoría de la gente urbana ha perdido esa capacidad de escuchar y observar a la Naturaleza. Nos sentimos ajenos a ella, aunque pretendamos ser sus dueños. Un abrazo
ResponderEliminar¿O estamos perdiendo también la capacidad de escuchar a la naturaleza humana, a otros individuos o a nosotros mismos, pero con sinceridad?
EliminarConviene callar cada vez más y si se habla mejor lo justo y con sensatez
ResponderEliminar, para no contribuir a la sinrazón, y dedicar más tiempo a sentir lo natural.
Ander
Sería lo ideal, ser prudente y lo que dices, lo justo, pero nos sentimos arrastrados. Y esa manía que tenemos de tener que trasladar nuestras opiniones e incluso tratar de imponerlas, ¿qué me dices? Si en una converesación prácticamente no nos dejamos hablar los unos a los otros.
EliminarUna vez más me viene a la mente aquel aforismo que nos recuerda que apenas nos ocupa dos o tres años, aprender a hablar de forma básica. Y que, sin embargo, aprender a callar, nos puede llevar toda la vida y no conseguirlo ni siquiera de forma básica. Estoy en ello.
ResponderEliminarNo se trataría de estar mudos sino de hablar discerniendo, con prudencia y con las palabras precisas, abandonando ese ímpetu que solemos mostrar de que si no soltamos nuestro rollo parece que no se nos considera. La comunicación y el diálogo siguen siendo un tanto recónditos. El vocerío, la charlatanería abrupta, el pontificar domina un tanto la escena social, familiar incluida.
EliminarAh, y tienes mucha razón, aprender a hablar cuando hay que hacerlo es algo que solo sabremos hacer cuando estemos muy cansados y no sé.
Eliminar"Bajo los adoquines no había arena de playa." decía el cantautor.
ResponderEliminarPero no olvidemos que las ciudades y los paisajes las hacemos los bipedos y nuestras relaciones y en el más inhospito e idilico paraje puede haber dos semovientes empeñados en joder la vida.
Abrazos
Pues sí, gran parte de los paisajes naturales los venimos haciendo y deshaciendo los humanos desde nuestros orígenes. Los paisajes agrarios son creación humana, los bosques han mutado en función de las necesidades de madera, los ríos han podido desviar cursos por mano humana o bien estar contaminados, y de la geografía urbana ¿qué decir que no veamos cada día? Entre los semovientes que dices, me has recordado que un par de veces estuve pasando unos días en un lugar apartado de la península que, por cierto un tiempo antes había sufrido incendios, parecía lugar idílico que se dice ahora, pues bien un par de malasombras con motos en plan cross libre jodían el paisaje y el bienestar de los lugareños. Ese individualismo atroz de yo me satisfago aunque se fastidien otros.
EliminarFáckel:
ResponderEliminarestar junto a otra persona (alquien a quien no se conozca) en silencio y que no haya incomodidad es una señal de amistad.
Salu2.