Nunca supieron decirme claramente quién había sido ella. Tampoco es seguro que sea yo el niño al que sujeta la miliciana. Quiero pensar que sí porque necesito imaginar una madre de amplia y cálida sonrisa que me contagia a mí.
Cuando me mostraron la fotografía ya era yo mayor y vivía en un país que no sentía como país. Nunca había traspasado las fronteras de éste, pero la carencia de un país me pesaba tanto como la carencia de una madre. Con una diferencia: percibía al país como maltratador y sin embargo echaba en falta la calidez de unas manos sobre mi vientre. Digo país con todas las consecuencias, y no Estado, como algunos mencionan ahora a mi modo de ver de forma equívoca e interesada, porque el país o al menos la parte del país que salió adelante en aquello fue un cómplice extenso y desventurado de los vejadores.
También creí ver en la imagen la clave de uno de mis comportamientos más íntimos. Nunca he podido dormirme sin depositar mi mano en el abdomen. Por las noches en la cama, dormitando en el asiento del tren, en las placenteras siestas de verano. Nadie me había enseñado aquel gesto y menos en aquel hospicio en que nos amontonábamos los niños sorteando tosferinas, contagiando sarampiones, yéndonos en diarreas. Y, cómo no, aguantando castigos, frío y gazuza, abundante gazuza.
Aunque no he vivido obsesionado por la marca del tiempo extraviado -lo que pude ser y no fui de no haber mediado tamaña desgracia- siempre ha latido dentro de mí la carencia. Que ponerme la mano en la tripa desde pequeño fuera un misterioso signo que me unía a algo perdido lo tengo más claro ahora. Una actitud que no quería soltar amarras con el calor que una vez recibí por poco tiempo y que parecía relegada para siempre. Un comportamiento que siempre ha tenido su precio, pues no en balde me riñeron y me amenazaron sobradamente en la inclusa por depositar la palma de mi mano sobre el vientre. Yo mismo me sorprendía en innumerables ocasiones de que aquel ademán se reprodujera también en la comida, en las lecciones o a las horas tediosas y obligatorias de la capilla. Pero no podía evitarlo.
Esta costumbre no se daba siempre a todas horas, sino solo cuando la soledad me atenazaba y borraba de mi rostro la sonrisa. Ocurría también cuando, de ciento en viento, llegaban familiares lejanos de otros niños y los sacaban a dar un paseo y a comprarles chucherías. Luego, por supuesto, ya no querían saber más de ellos. Y aquellos compañeros de fatigas caían presos de llantinas y desilusión. En mi caso me tuve que fortalecer a base de asumir como natural el abandono. Tal vez por ello no me afectaba excesivamente la supuesta existencia de lo que llamaban fuera de aquel orfanato las familias. Yo era hijo de la carencia de cariño y de la ausencia de un ser que me meciera.
Puede que la mano en la barriga haya sido lo más parecido a una expresión verbal. O a un pensamiento, o a una conversación interior. Ya sé qué estáis pensando. Os preguntáis si lo tengo superado. No, en absoluto, una carencia en la infancia no se supera jamás. Puede compensarse a lo largo de la vida a través de otras personas o situaciones pero, cuando menos lo espero, por un problema que se me atraviesa más de lo debido o debido a un extraño desasosiego que no logro apaciguar, me veo a mí mismo colocando no una sino las dos manos en aquella zona amable pero exigente que reclama calor.
Alejados los años de la niñez, superada la revoltosa adolescencia, conseguí obtener reconocimiento de la gente por haber logrado ser un hombre de provecho. Cuánto odié siempre esta expresión. Y tras haber convivido con mujeres que me han premiado con su ternura, y habiéndome dedicado, mejor o peor, a los hijos que he dejado en memoria de mi paso por la tierra, siento que me acecha amorosamente la miliciana.
Yo he envejecido, pero ella no. Y me sorprendo ansiando la bondad de aquella juventud ilusionada que encarna la madre de la fotografía. Clamando por aquel cuerpo menudo al que me pego. La risa entregada y el tacto de unos dedos desplegados que se hincan más y más en mi piel. Para mí ella sigue igual que cuando la fotografiaron y yo la espero. Aunque nos juntemos en el vacío yo la espero.
He disfrutado tu relato. Confieso que he tenido que buscar que era la gazuza y me alegro de haberlo aprendido. Y ahora que nos escucha nadie, te diré que también prefiero el término país que me suena mucho más humano, cercano, familiar y tribal. Estado siempre me resuena con connotaciones de abuso y poder y más aún si se usa compuesto como "estado de derecho". Y peor aun se me pone peor el término nación que con mas de setenta años de vida no alcanzo a comprender que clase de "pavada" es.
ResponderEliminarSalud hermano; que por mucho años te rasques la barriga.
Comparto tu opinión completamente.
EliminarRascarse la barriga -y acepto tu ironía- tiene un significado diferente, y no pertenezco a ese gremio afortunadamente.
Era por poner una gota de humor que cada vez necesito más. Y creo que no soy el único. En cuanto al significado del saludo, nunca me has dado esa impresión, sino todo lo contrario. Era una forma de desearte la longevidad que desees. Saludos.
EliminarYa lo sabía, pero quería darlo la vuelta y sacar otro tema. Es una expresión que late socialmente: hay gente, siempre la ha habido, que se ha tocado toda su santa o puta vida la barriga y me ha provocado indignación y rechazo, porque encima ha vivido o vive a costa de otros que sí han tenido que escornarse, ya sabes. Lo he vivido laboralmente y en entornos, y encima son los más exigentes. Simplemente esa era la vuelta, hombre, que ya voy distinguiendo tu ironía, así que sin problemas. Un abrazo, pero no del Día de los Abrazos y otras fruslerías que he visto que convocaron el otro día.
Eliminar(Siento ser tan crítico y disidente: mensaje a los que crean en los mantras de palabras o de gestos)
De esto, sabemos algo en estas tierras. Tenemos toda clase de parásitos. Últimamente hemos descubierto una cepa en el Parlamento de Cata la Uña. Cobrar por rascarse la barriga !!
EliminarManda huevos! (que dijo el menistro)
¿Te hablo de las cepas de Castilla y León? Me quedo con las cepas de verdad, las que producen el elixir místico (no en vano los monjes ya las cultivaban) ya sean de tinto, clarete o blanco.
EliminarPero no nos quedemos con los políticos, que siempre utilizamos para expurgar nuestras cacas particulares. Me preocupan los del entorno, gente común que jamás ha hecho esfuerzo alguno y encima recibe subvenciones, pero lo dejo, es un tema ya más pisado que la uva en el lagar. Y muchos de ellos se van adhiriendo desde su pensamiento oscuro a las fuerzas más oscuras emergentes, ya sabes.
Magnifico relato, desde luego el anhelo de reencontrar la sonrisa de la fotografía debe ser algo que acompañe al personaje mientras viva.
ResponderEliminarFackel, ahora que se incrementa el ruido de los tambores, son más necesarios que nunca relatos como el tuyo y echar la mirada al recuerdo de lo que nuestros mayores vivieron para no volver a cometer las mismas torpezas.
Que pases una buena tarde.
Gracias, Ángel. También estoy preocupado por el ruido de tambores que hoy día ya no son tambores lejanos, si es que alguna vez lo fueron. El problema es que uno ya no tiene la ingenuidad y el idealismo de los ambiguos. No sé qué es mejor ni peor.
EliminarUna mano posada, con la fuerza que da la seguridad del cariño.
ResponderEliminarAbsoluta seguridad, pero dura lo que dura (duró lo que duró)
EliminarCasi me has hecho llorar, la infancia puede ser mejor o peor pero el calor de una madre es vital en los primeros años de vida. Lo que relatas es el peor escenario que puede tener un niño, ese tiempo de ternura que se le ha arrebatado es terrible. Lo de la mano en la barriga para mi tiene mucho sentido, yo me llevo la mano al pecho cuando algo me conmueve, bueno o malo, me he descubierto muchas veces con esa mano sujetando el pecho, no sé porque lo hago pero seguro que hay una razón.
ResponderEliminarY un tema muy espinoso pero en el que me apetece entrar. Yo creo que soy algo más que un cuerpo, que aún siendo una maravilla en la complejidad de sus procesos, tiene su ciclo y se termina en un momento dado. Creo que las personas somos materia y energía a la vez, y llegado el momento esa energía que no esta sujeta a ningún ciclo vuela en busca de energías afines, aquellos a quienes amamos y nos amaron, cuando se libera del cuerpo.
Un abrazo, en esta fría noche.
La materia es fuente de energía siempre, en cualquier cuerpo y lugar espacial, creo. Por eso existe la vida. No es poco, sino todo. Yo no veo el tema espinoso que dices, y me cuesta imaginar el vuelo de las energías. No siempre hemos sido agradecidos con nuestros padres cuando vivieron, pero realizar ejercicios de recuerdo o diálogos imaginarios como si estuvieran vivos es una manera de sentirnos bien. En el cerebro está todo. Habrá que conjurar el frío.
EliminarHas hecho un enorme esfuerzo al ponerte en la piel de ese niño ya adulto que rememora el tacto cálido de aquella madre que perdió la guerra y la vida. Podría ser verdad.
ResponderEliminarUn saludo.
Hay fotografías que a poco que tengas empatía con ellas no supone excesivo trabajo imaginar, y tuvo que haber tantos casos...Gracias, Cayetano por leer.
EliminarHas hecho de un insante, tal vez recuerdo impostado, una historia de posguetra para los perdedores. Releo el Corazón helado. Como Almudena, revives un tiempo que ojalá no hubiera existido, y unas venganzas extermas de una posguerra de más de tres décadas.
ResponderEliminarYo tengo imaginación, y seguramente con esa imagen habría construido una historia parecida. Un abrazo
Hay imágenes con mucha carga y vigor a las que uno se rinde de entrada, A. Te creo. Buen día, y amable.
EliminarSi Pepita, la anarquista, hubiera visto esta foto, seguro que le traería recuerdos.
ResponderEliminarSalut
Sin duda, y eso lo sabes tú mejor que nadie. Un abrazo.
EliminarBuen texto para reflexionar.Qué triste el recorrido de la vida en orfandad; el egoísmo de unos pocos condenando a tantos seres a una vida infernal.
ResponderEliminarAdriana
Los que han pasado por el trance han sido gente dura en la vida. Salud, Adriana. ¿Para cuándo tu blog?
EliminarUn gran acierto: toda una vida puede explicarse por un gesto, como el de la mano en la barriga. Cuántas personas han permanecido en nuestra mente con la edad de una fotografía.
ResponderEliminarAlguna hay, alguna. En efecto, toda una vida se arrastran gestos que acaso se reservan a la intimidad, pero siguen estando.
EliminarConmovedor. Un texto que reconoce la fortaleza de un vínculo primordial que queda impreso aún después de una breve existencia. Esa carencia omnipresente que busca ser compensada en ese gesto inconsciente es muestra de lo que significa el amor maternal en la infancia. Irreemplazable. Un abrazo
ResponderEliminarY la necesidad que se aferra a no ceder al abandono, siquiera al de los años en que un niño se va haciendo mayor y parece no importar tanto la madre. Hay vínculos de este tipo muy largos, muy fuertes, en ocasiones férreos´. Chau, Neo.
Eliminar¿Me estàs echando?
ResponderEliminarAdriana
Per favore, Adriana, abandone susceptibilidades. No echo a los corpóreos jamás, así que cómo iba a echar a los incorpóreos. Participe del sano humor.
EliminarSe agradece. A uno de tus comentaristas no le gustan los anónimos pero como comprenderá su opinión no me importa y
ResponderEliminarsi el dueño del chiringito me sigue dando paso pues encantada.
Adriana
Cada cual es cada cual. Aclarado, pues.
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ResponderEliminarMagnífico. asombroso texto.
Carencias, huecos que permanecen a lo largo de toda la vida.
Me quedo con tus últimas palabras: " Aunque nos juntemos en el vacío, yo la espero". Buenas noches, F.
Pues sí, hay carencias y ausencias. No sé qué más decir. Iré a por otra historia.
EliminarEsa frase final tiene su sentido, has sabido captarla.
Pues por sacar algo bueno, diría que tenía un ansiolítico fácil de conseguir, y que aunque le creo adicción, resultaba barato. Y que tenía una foto de su madre a la que no conoció, y que conservo siempre. Y con el tema del pais, pues quedaba fuera de su alcance, al menos durante la niñez y juventud, así que para qué preocuparse.
ResponderEliminarEstas mu negativo ultimamente1, fackel.
Bueno, igual lo saco de los comentsrios
Abrazooo
Son enfoques, Gabi, y lamento dar la impresión esa de negativo, pero es que el comportamiento del país no ha sido precisamente de una buena madre. Es una expresión abstracta, y ya sabes, lo del profeta: el que tenga oídos para oír que oiga. Qué se le va a hacer; otros lo tendrán peor; al fin y al cabo en todas partes cuecen habas, que se dice por aquí. Gracias por seguir.
EliminarImpresionante relato. Una fotografía de afecto y de la carencia. De recuerdos inciertos. Solo la imagen ilustra la realidad. Los vencedores y los vencidos parecían antagónicos, pero al final todos perdieron la alegría de una infancia segura o de dar seguridad y protección a los suyos. Una fotografía muy oportuna ahora que podría estallar un conflicto importante del que nada buenos cabría esperar.
ResponderEliminarTus textos siempre nos llevan al centro de las cosas, a lo importante. Reflexionar sobre asuntos tan cruciales nos pone de frente a la vida verdadera. Nos confronta con nosotros mismos. Eso ya... es mucho.
Abrazos y felicidad...
Lo enfocas con buen criterio, no voy a insistir en el lado histórico que ya he revelado otras veces. Solo un matiz: Unos perdieron más que otros.
EliminarY ciertamente hay diversas maneras de enfocar los temas del pasado o del presente, incluso esa misma foto podría inspirar otro texto. Pero las lecturas son siempre subjetivas y el que lee no tiene por qué participar de la misma visión del que lo ha escrito.
Se agradece la despedida.
Unos perdieron más que otros, por supuesto...
ResponderEliminarOcurre en todos los conflictos y guerras. Buen lunes.
EliminarLa foto que encabeza tu entrada siempre me ha encandilado. Resulta tremendamente sugerente. Incluso hoy en día...Gracias por traerla a colación.
ResponderEliminarSaludos
Es que percibimos bondad e integridad: algo que hoy día falla a toda banda, Luis Antonio. Y encima hay malvados que solo van a poner palos en las ruedas y a destrozar el país si puede: ya sabes, los que consideran España un predio suyo.
EliminarDe más está decir que me has hecho llorar y más. Miré la foto y pensé cuantas diferentes historias pueden salir de una imagen y claro, no todos sabrían armarla como vos. Un gran escritor, gracias , estoy contenta de haber descubierto este blog.
ResponderEliminarOye, que no era mi intención hacer derramar lágrimas a nadie. Pero entiendo que las emociones están ahí, y para mucho, y me parece bien que se manifiesten a través de cualquier mecanismo interior. Sí, las imágenes son más abiertas siempre de lo que nos pensamos. Gracias por leer y empatizar.
Eliminar"Aunque nos juntemos en el vacío yo la espero": quina força que té aquest final!
ResponderEliminarEl vacío es un lugar de reencuentro también; no puedo explicitar más, cada uno sabe.
EliminarFáckel:
ResponderEliminartierno y cruel, como la vida misma.
Hay gestos que repetimos inconscientemente, de los padres.
Salu2.
Si cada uno contáramos nuestros gestos o tics o manías...creo que nos consolaríamos unos a otros. Es parte de la educación sentimental, y emocional, por supuesto.
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