"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 15 de junio de 2019

Coincidencias con Houellebecq en su Serotonina




Leyendo Serotonina, la última novela de Michel Houellebecq que, a mi modo de ver, adquiere más contundencia a medida que avanza el relato (no me atrevo a decir la trama), encuentro esta parrafada:

"Los años de estudiante son los únicos felices, los únicos en los que el porvenir parece despejado,  en que todo parece posible, después la vida adulta, la vida profesional, no es más que un lento y progresivo estancamiento, sin duda por eso las amistades de la juventud, las que entablas durante los años de estudio y que en el fondo son las únicas verdaderas, nunca sobreviven a la entrada en la madurez, evitamos volver a ver a los amigos de juventud para no confrontarnos con los testigos de nuestras esperanzas  frustradas, con la evidencia de nuestro propio aplastamiento".

Coincido en la relativa felicidad de nuestros años de juventud, entendiendo tal felicidad como otra perspectiva, o acaso se trate de la ausencia de perspectiva, la vivencia al día sin grandes exigencias, o incluso soslayando y saltando por encima de esas exigencias, porque si en algo reconocemos los tiempos jóvenes, y nos reconocemos en ellos, a veces con lamentos, a veces con suspiros, es por su carácter aventurero, daba igual que fueras aprendiz o estudiante, recadero o ayudante en la tienda de tu padre, la aventura llamaba a la puerta cada día, se disimulaba, se ocultaba, se reservaba para un tiempo en que no nos controlasen, y tal aventura conducía en tantas ocasiones a transgresiones de mayor o menor calado, algunas sumamente arriesgadas, peligrosas diría yo, otras de simple confrontación y competencia entre coetáneos o echando un pulso a los plenamente maduros que se elevaban con sus rigores pontificales, sus consejos pétreos, su ordeno y mando habitual, la juventud era no solo un tiempo sino un camino, la vía de escape a dos bandas, de una infancia que se desgarraba de nosotros, o nosotros de ella, habiendo quien le costaba más, asumiendo que era necesaria su superación, y ese espacio definido por su indefinición, la juventud, era un campo abierto, al que se pretendía poner puertas, pero cuyos resortes saltaban al menor movimiento audaz, pero también era un distanciamiento respecto al futuro que se cerniría sobre cada uno de nosotros, donde se iban probando capacidades, tendencias, manías, aptitudes, valores propios de un animal humano que se va haciendo también a contrapelo, hablo de valores en su término relativo, no de virtudes ni de enviciamientos, esots antónimos permanecían larvados, o formándose, nunca te haces a la contra del todo, pero la contra, al menos la contra oculta, la reservada para el momento en que nadie nos fiscalizase, tomaba carta de naturaleza tan biológica como cultural, y se exhibiera tal oposición, digamos, de manera sistemática u ocasional, visceral o dubitativa, era un posicionamiento, un afianzamiento, ser joven era estar ahí, dándolo todo sin advertir las consecuencias, y era aquella actitud la que consolidaba la camaradería, la amistad, la aproximación, porque el trato o la relación entre iguales nunca era entre totalmente iguales, algo que tampoco se da de adulto pleno o de anciano convicto, pues si bien hay elementos homogéneos que se comparten, las reglas del juego que hay que respetar, se supone, entre todos, no todos los adultos tienen tampoco la misma disposición, y he dicho reglas de juego, y ese respeto formal, estaría por ver que fuera sincero y profundo, de las reglas admitidas no es siempre consecuente, ni verdadero, es más que nada defensivo, es demostrativo, si se quiere, pero entonces, en aquellas edades que una vez tuvimos de juventud, nadie se planteaba lo que no fuera el salto de mata, la improvisación, la influencia de lo más deslumbrante, la atracción de lo más sugerente, el morbo del peligro intuido, y aunque dejemos de ver a los amigos de juventud, a algunos forzadamente porque ya no están en la vida, a otros por la dispersión que nos fue caracterizando, si tuviéramos la ocasión de un reencuentro, porque a todos nos pasa antes o después, tal vez quisiéramos que los reencuentros fueran breves, sin dejar huella, un vernos para ver cómo hemos cambiado  en lo fisiognómico, o en las ideas, o en las aspiraciones, en lo que hemos estado haciendo en tantas décadas transcurridas desde la juventud, o mejor no, cuanto más queremos ver en los cambios más podemos entrar en choque con nosotros mismos, los otros, de tropezarnos de nuevo con ellos,  nos recordarían lo que pudimos hacer y no hicimos, a lo que pudimos llegar y no llegamos, con quienes pudimos estar y no estuvimos o, lo que es peor, nos producirían el destello deslumbrante, angustioso,  de la pérdida del tiempo. 




8 comentarios:

  1. Todos los inviernos desde que teníamos unos 20 años se reúnen mis compis de colegio, y eso que nos despedimos a los 14, 15. Hace muchos años que no voy apoyándome en mi pasada vida nómada pero renuncié con gusto a ver demasiado enquistamiento mundano en sus comentarios. Algunos Se me antojaron ridiculos, presuntuosos y prepotentes, me sentía fuera de lugar a eso que hubiera abierto la boca pues en términos físicos no me preocupaba, aún seguía manteniendo el tipo que me proporcionó “un cache” excelente. Me daba tanta pena todo. Jajj es su día, a principios de los 60, escribí en mi diario: “Fulanito es idiota ”, bien pues pude comprobar que seguíamos en la misma onda, él redundando y yo “definiéndole”.
    En cuanto al desarrollo vital instintivamente me surgen paralelismos con la vegetación, ay! aunque cada uno sea hijo de vecino.

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    1. Bueno, hay idiotas que no cambian, otros que se hacen y otros que dejan de serlo, para idiotizarse más en un mundo y una vida que nos camela. Está bien lo de los paralelismos. Ayer mismo escuché decir a una bióloga que somos hijos de la geología, en la geología, decía ella, está todo: el agua, la tierra, etc. Más nos valdría recuperar lazos de conducta con la naturaleza, a la que hemos usado hasta los límites que todos vamos conociendo.

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  2. Los tiempos de estudiante, de juventud, creo que con los años los magnificamos. Al menos yo recuerdo inquietudes, ganas y necesidad de luchar. Cierto es que si el enemigo está definido es más fácil, pero esa especie de anhelo interior nos hace acabar por elegir un camino

    Un buen post. Un abrazo y feliz día

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    1. Es verdad que los magnificamos, poco, regular o mucho. Yo intento recordarlos en lo justo, sin exagerar, porque hubo situaciones y ciclos duros también. Tal vez es aquel vigor, capacidad de aguante, de sobreponernos a cualquier circunstancia lo que más nos deslumbra una vez perdido todo ello, aunque después esas conductas se han seguido traduciendo de otro modo. Había enemigos más definidos, sí, como bien debes saber, pero aún no habíamos descubierto los enemigos que habitaban entre nosotros o en nosotros, esto lo trae el transcurrir temporal y reflexivo. Hay una película italiana, en dos entregas, creo recordar, que a mí siempre me sugiere mucho porque reflejan tiempos y circunstancias, y variedad de personajes, que hemos conocido por aquí, pero que toca bien los impulsos de cierta juventud de los 60 y hay un aire nostálgico, no tanto por las opciones éticas como porque refleja bastante correctamente lo que se vivió, con desenlaces diversos y patéticos.

      https://es.wikipedia.org/wiki/La_mejor_juventud

      Creo que en internet está. Gracias y buen festivo.

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  3. Se vive la juventud como si el mundo de los adultos no fuera con nosotros. Se ve tan lejano... Cuando te quieres dar cuenta, la juventud se ha ido para siempre.
    Un saludo, Fackel.

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    1. Así es. Al menos así fue para mí y los de mi entorno.´Pero avanzada la veintena el mundo adulto acechaba, la necesidad de hallar trabajo, los cambios, tanto de objetivos como de amistades, el asumir responsabilidades, el inaugurar otro ciclo...Sin embargo lo vivido entonces permanece imborrable en nuestra memoria. Luego, cada cual sabe. Saludo, Cayetano.

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  4. Fackel:
    describes muy bien ese choque que se puede producir si nos encontramos con los amigos de la juventud. Un choque no siempre amable. Un ratito, vernos un ratito porque el chasco puede ser morrocotudo: no saber qué decir, ver que todos están más viejos que uno (jajaja), obligación de contar tu vida...
    Salu2.

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    1. Eso, un ratito, aunque a veces hay recuperaciones que se institucionalizan un poco más, según sea cada cual y la curiosidad que se tenga. Libre opción.

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