Lo más sorprendente y beneficioso del paraje no es la presencia (la floresta, su color, el agua, su rumor, la brisa, su caricia) Es la ausencia (de ruido, de polución, de individuos, de voces, de obligaciones, de compromisos) Vale no tanto por la contemplación como por la evocación. Miramos y nos empapamos de lo que está ante nuestros sentidos. Pero nos vienen a la mente viejas imágenes de un tiempo en que la presencia no sabía de ausencia. Hoy ya no sabemos claramente si la evocación es mero ejercicio de memoria (tememos su alteración) o imaginario (nos inquieta su adulteración) o incluso onírico (nos aterrorizamos ante nuestra mente incontrolada)
Seguimos mirando fijamente la fronda, escuchando el murmullo del agua, percibiendo la ligereza del aire. No sabemos si estamos o nos hemos ido. Me veo (he conseguido verme como si fuera la primera vez) en aquellos lejanos conciertos de la arboleda, junto al arroyo de la niñez.
Tal vez un día el final sea así.
Y sin embargo, en la naturaleza hay un ruidoso silencio.
ResponderEliminarTal vez. Y si no, que sea como sea. Pero mientras, aquello de árbol, lo cambio por ruido y te digo: Que el ruido mental, no te impida gozar del sonido envolvente que en ocasiones podemos encontrar. Un placer descubrirte en tu espejo.
ResponderEliminarNo hay paz sin naturaleza.
ResponderEliminarHasta el rumor del arroyo es estridente. Escúchalo sin audio ( pero también sin audio ambiente donde estés viendolo), cosa que será extraordinariamente difícil. Quizás en invierno si se hiela el río... en Valladolid aún hace frío en invierno, no?
ResponderEliminarAbrazooo