Ayer al atardecer había templado, Cao. Se podía salir al huerto y allí me quedé un buen rato hasta que anocheció del todo. El vuelo de los vencejos, espectacular y saltimbanqui, me alejó de las fatigas de la mente. No podía quitarme del pensamiento algunas de las contundentes recomendaciones del estratega Sun Tzu, cada día más oportunas pero a su vez más odiosas a tenor de las noticias que nos traen los céfiros. Mas contemplar el imparable ejercicio de los vencejos me ayudó a dispersar las ideas funestas. No en vano dijo el poeta Chuang Tse que el sosiego de la mente cura enfermedades. ¿Sabes, Cao, que los vencejos viven permanentemente en el aire? ¿Que no tocan tierra sino para anidar y poner las hembras sus huevos y cuidar las crías? Te parecerá mentira y nuestra vista no lo advertirá pero toda su vida se desarrolla en vuelos que a nosotros nos parecen agitados y convulsos, y que seguramente lo son para poder combinar todas sus actividades. Alimentarse de insectos, aparearse entre ellos, acoplarse al viento, dormir en su espacio etéreo. Yo los llamo seres flotantes. Me ponen a prueba y siempre me vencen. Trato de seguir la distancia de su vuelo cuando de pronto han cambiado la dirección y ya no sé si están o no están.
Xiao ha callado de pronto. Permanece en un estado sereno. Xiao, ¿por qué observar a los animales nos aleja de la obsesiva fijación en nosotros mismos? No lo sé, Cao. Sólo sé que ayer, cuando la oscuridad no me permitía ni ver la casa del vecino, me entró una apacibilidad que me reconcilió con el animal que mora dentro de mí.
*Escultura de Alonso Berruguete.
Hace tiempo que occidente viene necesitando una reconciliación semejante, aunque resulta un tanto imposible...
ResponderEliminarSaludos,
J.
Hay que reconciliarse cuando sea el momento; y hacerlo tantas veces sean necesarias, Fackel
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