"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 13 de marzo de 2025

Dirección única. Pasados peligrosos

 












Más o menos todos hemos jugado de niños a la guerra. Más activos o más pasivos, e incluyo a las niñas que no entendían el juego de la guerra que nos traíamos, tal vez porque en ocasiones éramos muy brutos, tal vez porque no era un rol otorgado a ellas, pero a veces se sumaban en el papel que propusieran o se les designase. Aquellos juegos de la guerra podían ser más suaves, porque los gestos de las manos con fusiles imaginarios y los sonidos de las balas emitidos por la boca eran la pauta, o más duros, pues siempre había alguno que tumbaba al otro con cierta violencia pretendiendo ser fiel traductor de lo que veía en las películas de eso, de guerra. ¿Qué nos quedó de aquellos juegos lejanos? A algunos el olvido. A bastantes el gusto por los filmes bélicos. A muy pocos cierta repugnancia por las armas. 

Pero a lo que no hemos jugado nunca, porque no parece ser interpretativo y nada ocurrente, es al hambre o, mejor dicho, a la hambruna. El hambre no es un juego. ¿Cómo podría jugarse a estar hambriento? En las guerras hay una épica, pero ¿en las hambrunas? Pienso en ello mientras hojeo una cartilla de racionamiento heredada de mi familia. Recuerdo lo que me contaba mi padre sobre las carencias de los años cuarenta del siglo pasado, esa década mortal de después del triunfo fascista. La cartilla aún traspasó el 1950 y mi padre solía decir: fueron peores los años de posguerra. El hambre no es juego. Hoy sigue presente en muchas zonas del planeta. Fue un agente activo en casi todos los siglos de la historia europea. Stalin condenó a Ucrania a una hambruna en la década de 1930 con el precio de cuatro millones de muertos, por citar un caso extremo. Mucho antes, Irlanda padeció entre 1845 y 1849 la gran hambruna denominada de la patata, causante de un millón de fallecidos y otro millón al menos de emigrantes. Ya digo, ejemplo.

En la calle Stephen's Green de Dublín hay un monumento recordatorio de aquel episodio trágico. Realizado en bronce por el escultor Edward Delaney el Monumento a la hambruna reproduce cuatro figuras de gente famélica. Escuálidos, abatidos, tirados unos por el suelo, otros manteniéndose dudosamente en pie, uno ofreciendo una cuchara a la boca de otro, todo el conjunto resulta estremecedor. Cuerpos en las antípodas de Los burgueses de Calais de Rodin si bien unidos ambos por el sufrimiento y la angustia. Estilísticamente las esculturas de Delaney son de una especie de expresionismo abstracto, pero por eso mismo me parece que se prestan mejor a representar algo tan patético como el individuo humano dominado y destruido por el hambre.

Que cada cual dedique un punto de reflexión sobre un tema que ignoramos en esta época de exceso alimentario. Sin olvidar que las guerras pueden traer el jinete del hambre, mientras los otros jinetes sonríen bárbara y sardónicamente.





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