Por más que unos dedos hayan ido desgranando cuenta a cuenta has fingido estar impasible, y observaras las yemas afinadas que languidecían en cada parada o advirtieras el efecto en ti misma no has mostrado turbación, como si del roce esperaras también la palabra, pues para ti la palabra contiene más aproximación que un cuerpo, una vez lo dijiste, dijiste las palabras son cuerpos que llegan y te invaden y las acoges o las rechazas con la misma actitud bondadosa que se tiene con quien pretende ser acogido o con el rechazo sobre quien trata de apoderarse de ti, y entonces también dijiste claramente prefiero que antes lluevan sobre mí las palabras que las ansiedades de un hombre, pero la risa te traiciona, porque siempre has estado buscando al hombre palabra, no al que habla mucho o habla con rigor o habla esforzándose para llegar a ti, sino al hombre que mira hablando con su mirada clara aunque calle, esperando no que él te descubra el mundo, que apenas te va a aportar lo que tú no hayas experimentado antes, sino al hombre que llega despacio, del que no imaginas ni intuyes pero al que anhelas, porque de la apariencia esperas poco pero de la sorpresa cabe obtener una satisfacción, y si de lo quimérico deduces fabular llegas a ensoñar cómo alguien pulsa lentamente ese collar, frota sus perfiles, araña el brillo de sus diminutos cristales, golpeando con ligereza unas esferas con otras, lo levanta, lo zarandea, deslizándolo arriba y abajo de tu contorno frágil, perímetro que se yergue altivo, lo atrapa en su puño en un pulso que te hace temblar, pues bien sabes que quien osa intentarlo está también tratando de recorrer un trayecto, y es precisamente la pesadez de los días la que se va desprendiendo de tu piel, y el que se acerca lo sabe también, y te apetece fantasear con la imagen de que cada tramo entre cuenta y cuenta ha sido un episodio de tu vida, de tal modo que cuando llegan esos dedos ajenos a juguetear con el abalorio sospechas que lo que quieren es saber de tu propia historia, y tú dispuesta al relato, en la encrucijada del instante de tensión, alargas a tu vez la mano y la haces converger con la del extraño, y en esa trama unívoca ambos agitáis el collar de los días aunque apenas haya sido en el tiempo efímero de una noche.
Elegante sensualidad...
ResponderEliminarLa sensualidad habla con muchas lenguas y no siempre verbales.
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