"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 24 de septiembre de 2024

Ecos lejanos, 11

 


Me parece bien que proponga un tiempo de sosiego en medio de la vorágine, Else. Sobre todo por usted misma. A usted también le conviene, me interrumpe. Sospecho que detrás de esa imagen de ausente y concentrado, que transmite serenidad y distancia, hay una personalidad preocupada y probablemente inquieta. No concibo que alguien interesado en las ideas y en la vida misma en todas sus dimensiones, y usted como lector de novelas u otros escritos se mueve en el terreno de las ideas, gran parte de ellas imaginativas, sea capaz de permanecer al margen de lo más fructifero del pensamiento. 

Trato de esquivar el gancho que me ha tirado. ¿Ah, sí? ¿Cuál es ello? ¿Alguna teoría de la modernidad? ¿Un renacimiento de algún clásico? ¿No sabe que las ideas, incluso las más puras y no digo las más perfectamente elaboradas, tienen más de un rostro? O si prefiere, ¿que son como el retorno de un bumerán si no se cobran la pieza cuando se disparan? 

Else lleva camino de convertir la bonanza que proponía en un torbellino de emociones. Sé de sobra la capacidad que tienen de retorcimiento por sí mismas las ideas, dice. No creo en la pureza de ellas, ni en su perfección. Las ideas son recursos de utilidad. De ahí que el sentido que puedan tener y sobre todo transmitir estén sujetas a la interpretación de intereses diferentes. Los que siempre hay en conflicto en una sociedad. Los que responden al bienestar o al infortunio de unos u otros. Al conocimiento de unos privilegiados o a la ignorancia de la mayoría. 

Else se ha parado y yo no he movido ficha. Suspira. El ámbar de sus ojos es más agudo cuando se excita al hablar. A medida que frena su discurso se apagan y ella sonríe discretamente. Todas las ideas tienen un fin, Else, es obvio. El problema es cuando se desvirtúan o, como usted dice, cuando triunfa la utilización de ellas por el más fuerte. Y a la hora de la confrontación el más vigoroso no es el que más razona o invita a construir con las ideas claras un proyecto que beneficie, sino el más energúmeno, el que manipula más. Porque usted sabe que las ideas no son nada sin las palabras. Y estas pueden volver torticeras a aquellas, a anularlas e incluso a hacerlas desaparecer . 

Else afirma con la cabeza lo que digo. Ahora su tono de voz es moderado y hasta apacible. Creo que me está dando la razón sobre mi consideración sobre el usted secreto que se encuentra tras el usted simulador. Por eso le decía antes, amigo mío, que no le veo capaz de una quietud de caballero de orden ante los sucesos de estos días. Además ni los caballeros de orden lo mantienen, porque ellos optaron hace tiempo por el desorden, aunque ahora esta actitud se la achaquen a quienes no podían resistir más y han salido a la calle. 

Else me ha sujetado de la muñeca, tal vez como un modo de que no desconcentre mi atención en sus palabras. Pero a mí me sabe a caricia. Quiero corresponderla con una actitud conciliadora. No puedo quitar valor a sus pensamientos, que no creo que sean radicales. Palabras como orden o desorden, moderado o radical, verdad o falsedad, y otras tantas que se suponen opuestas están sometidas a intereses y a fuerzas que juegan a varias bandas. 

Por un momento he dudado si decir a Else: dígame claramente cuáles son sus intenciones en este encuentro de café, si busca solo diálogo o si pretende algo más de mí. Pero hace tiempo que aprendí a no forzar situaciones. Además me gustan las sorpresas. De pronto Else se manifiesta pragmática. Ha llegado un momento en que todo está tan claro, amigo mío, que usted mismo debe catar también la fruta del pensamiento que está en su sazón. ¿Me está invitando a que participe...? La sonrisa de Else tiene más poder que los pensamientos y las palabras. He temblado por la propuesta, que he percibido dual y, por lo tanto, arriesgada.



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