gustaba de raer la sequedad del borde de sus labios, él decía son como una ganzúa los tuyos, aunque me resista logras vencer la resistencia, por qué, masculló la mujer, te ibas a resistir a dejarte abrir la pequeña puerta del goce, no hables, dijo con voz tenue el hombre, y ellos se entregaban a escanciar sensaciones, como si en ambos fuera la primera ocasión de probar una boca, y en cierto modo lo era, pues cada paisaje, llámese labios o torso o espalda, no se califica tanto por su aspecto exterior como por el calor que emiten porque el calor es diferente en cada mujer y en cada hombre, no solo el calor que se recibe sino el que se concede, y al parar por un instante el ejercicio de instinto ebrio, se miraban con miradas largas, y el misterio residía en que él miraba con los ojos de ella y ella con la retina de él, y los dos veían lo oscuro, y en ese intercambio circulaba el misterio del placer, la antítesis del desastre del cuerpo que en otras ocasiones solo sabe de dolor, y ese toma y daca volvía a precipitarles en ensoñaciones derramadas, conjurando hechos y dichos de sus vidas, renunciando a los tiempos, pues ambos sabían, saben, que su proximidad de hoy puede ser la disgregación de mañana, es el sino, pensaban sin decírselo, tal vez nos falta el calor cotidiano, por eso hacen acto de presencia pensamientos que no conducen a ninguna parte, por eso se exhiben impotencias que nos incapacitan para reaccionar, y ella dijo de pronto: estamos viviendo el tabú, la imposibilidad de que el disfrute sea una permanencia, y ellos se ensalivaban y al no distinguir qué líquido era de uno o de otro se crecían en estímulos, se sumergían en precipitaciones físicas que se adueñaban de la razón, acaso hacemos de la razón, y el dijo entonces racionalidad, y ella insistió, no, la razón, tal vez la integramos con la belleza de esta animalidad y entonces la pensamos sin abandonar nuestra condición y la ignoramos sin rehuir el entendimiento, y a medida que el sudor de sus cuerpos hacía que estos patinasen, el uno contra el otro, aguanosos y beodos, comenzó su delirio, somos peces, dijo el hombre, te das cuenta, nos perseguimos como animales acuáticos, añadió ella, y haciendo de la espiral de cada uno una única espiral se sentían despeñados a lo abisal, donde la temperatura es más cálida cuanto más honda es la materia íntima, sin resistencias por ninguna de las dos partes, porque las especies marinas, como ellos estaban siendo en esos momentos, juegan a atraerse y rechazarse para reencontrarse de nuevo, buscando una alimentación mutua, porque ningún ser de las profundidades debería quedar a merced de nadie, e incluso si uno perece el otro no debe sobrevivir, y ella dijo casi sin pensar, no huimos, verdad, y él movió la cabeza de un lado a otro, por intuición, porque no era el pensamiento el que les dirigía sino que aquello que les arrojaba al delirio era la sustancia que los humanos llaman deseo
*Fotografía de Éric Marváz
TORO SALVAJE
ResponderEliminarEs el creador de la Malquerida
No lo entiendo bien, pero gracias.
EliminarFáckel:
ResponderEliminarerotismo en estado puro.
Sobran los comentarios.
Salu2.
A buen entendedor...Salud.
EliminarSomos peces, dijo el hombre, te das cuenta, nos perseguimos como animales acuáticos,.... una inédita parábola muy interesante.
ResponderEliminarHay algo acuático que persigue incluso a los más terrestres y arrastrados de este mundo.
EliminarEl deseo y su infinito lenguaje.... Bonita manera de comenzar la semana.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, Fackel.
Conviene inicarla con...cierto ímpetu.
EliminarMuy conversado venía el asunto jeje... Pero íntimo y profundo, como se debe y se puede. Un abrazo
ResponderEliminarLos animales del piélago saben versar de vez en cuando en lenguajes cómplices, ¿no?
Eliminar"nos perseguimos como animales acuáticos",por algún motivo esa frase me ha recordado a Cortázar, parece sacada de un libro suyo :)
ResponderEliminarHay algo extraño en acercarse a un cuerpo desconocido, no es algo racional, es eso, buscar ese calor al que nos acercamos como quien es soprendido por la nieve en medio del camino...
Supongo que a Cortázar se le ocurrirían tantas expresiones, era un malabarista del lenguaje. Y mira por donde tú sueltas un párrafo segundo la mar de explícito. Si todo dependiera de la racionalidad directa no habría erotismo.
EliminarO desejo pintado, sentido, vivido ao máximo...E nada mais há a dizer...
ResponderEliminarBeijos e abraços
Marta
Fluir con sus propios lenguajes.
EliminarFascinante, Fackel Es un fragmento que cobra vida y se crece.
ResponderEliminarAnder
Sí, la vida como sumas y restas de fragmentaciones.
EliminarQuizá por ello el budismo nos insta a combatir el deseo...
ResponderEliminarY ¿por qué no va a proporcionarnos el deseo una vía de conocimiento de nosotros mismos? Todo consiste en mantener la distancia. Un abrazo.
EliminarEn realidad el budismo, sobre el deseo, lo único que dice es que "es la causa del sufrimiento"
ResponderEliminarSi solo fuera la causa del sufrimiento el deseo...
EliminarTal vez somos peces, de una pecera inmnesa, pero el sufrimiento dicen que es optativo, y en parte creo que no es otra cosa que gestionar mejor lo que la vida nos trae, porque no elegimos lo que irá apareciendo en nuestro camino, de hecho, sólo sabemos qué camino hemos seguido cuando echamos la vista atrás.
ResponderEliminarUn abrazo.
La mirada hacia atrás nos ofrece panorama irreversible. Mirar hacia adelante no es mirar exactamente, pues todo es incierto, pero acaso sí tener ojo avizor e intentar los pasos. El futuro nunca llega. Lo que llega es la materia del tiempo.
EliminarAquest "e incluso si uno perece el otro no debe sobrevivir" em fa pensar que "está de muerte", en relació a un menjar deliciós, és una expressió que té l'origen en les relacions sexuals.
ResponderEliminarSi tiene origen en las relaciones sexuales entiendo también lo de la pequeña muerte o la morte douce, que dicen los franceses, acerca del orgasmo.
EliminarNo te pierdas -caso de que no las conozcas- dos joyas breves de Marguerite Duras: "El hombre sentado en el pasillo" y "El mal de la muerte". Deliciosas.