Por estas fechas entonces nos acuciaban dos hechos. Las vacaciones rompían aguas y el calor se ofrecía creciente. En el barrio había tensión sanjuanera y los chicos más lanzados recogían muebles viejos para la hoguera que se iba a prender en la confluencia de mi calle.
Mi madre apuraba los últimos días del mes para preparar la maleta, sin prisa y sin pausa, con destino a la rústica ciudad del Norte. Era en esta urbe y durante los meses de verano cuando tenían lugar escenas más o menos semejantes a las de la película Cuenta conmigo. Cuando vi este filme de mayor con mi hija me sentía identificado no solo con el vestir de los actores sino con el tipo de muchachos, sus contexturas, sus modos de hablar y de comportarse, su capacidad de riesgo y aventura. Cada personaje de la película existía en la vida real de mis veranos, hasta podría indicar a cuál de ellos me parecía más físicamente. Para mí el camino del estío estaba despejado con sus calores y sus tormentas, sus rostros nuevos y los casi olvidados, la musicalidad del habla y el vocabulario peculiar de sus habitantes, los contrastes y lo inesperado, la empatía con los amigos que se perdían de año en año pero que se recuperaban a las pocas horas de llegar allí. Y las experiencias de otro mundo, semi rural semi urbano, con sus cosechas y sus fiestas, sus domingos anodinos y los sucesos inesperados y trágicos, las secuencias de ríos y de ferrocarril, las eras y las huertas, la lectura febril de los tebeos y de Marcial Lafuente Estefanía, los secretos de ciertos vecinos y los cuchicheos críticos, los ambientes de taberna y el paso de la vuelta ciclista. Etcétera. Incluso lo que se repetía cada año no era nunca igual. ¿O éramos nosotros los chicos, y yo en particular, quienes no éramos ya de un año a otro los mismos? Así que prolongar la niñez en la medida de lo posible se me imponía como capricho o acaso necesidad personal. Y el tiempo de adolescencia iba a ser más desabrido e iba a precisar más energía rupturista.
En fin, a veces pienso que mi infancia de verano tuvo mucho de cinematográfica. Pero es al revés. Es el planeta de la imagen el que copia la vida y la recrea. O acaso un bumerán, que capta lo real, lo reelabora y lo devuelve como ficción que aceptamos cual realidad. Tantas décadas después, hoy no es como ayer. De entrada se supone que este 21 de junio es el solsticio, pero el termómetro próximo marca temprano diez grados. El aire sopla con ecos de estaciones más frías. El realismo fisiológico de la edad no le permite a uno ir de manga corta a las horas prontas. Quiero creer que llega el verano, cuando tras el mayo y el junio calurosos uno tiene la percepción de que el verano acaso ya ha pasado. Y Stonehenge y los cultos farisaicos no me convencen. Pero ¿significa eso que uno no puede seguir teniendo sus estíos a la carta? No. Lo que no quiero es que la publicidad, los usos y costumbres del personal, la dictadura del mundo de los negocios, lo que se lleva o lo que te incitan a adoptar (adoptar lleva consigo adaptar, una sola vocal producen un verbo algo así como madre e hija) le hagan a uno ni patético, ni impúdico, ni nostálgico, ni esdrújulo plano. Simplemente se trata de seguir viviendo.
(Imagen del filme Cuenta conmigo)
Aquellas vacaciones de niño, que seguro que las tuve, ya ni me acuerdo, salvo pequeños flash y eso después de recordar mucho, si que me acuerdo de leer, pero no era raro, no se si nací con un libro en la mano, en cuanto a la adolescencia, el final de ella la pasé trabajando, tras unas oposiciones, en Barcelona un tiempo que si recuerdo que lo pasé mal, era un niño de los Escolapios recién salido, hoy recuerdo aquello como una de las etapas más bonitas de mi vida y eso que a estas alturas no me puedo quejar de nada,
ResponderEliminarSaludos y sigamos viviendo de la mejor manera posible.
Pues conviene no quejarnos de nuestro propio pasado, al fin y al cabo hemos sobrevivido a tirios y troyanos y los consiguientes caballos de Troya. Este solsticio raro con temperatura inadecuada me ha hecho pensar en que nada es igual a como nos parece que fue. Saludos y a seguir.
EliminarSeguir viviendo, iniciar un nuevo verano, sin la rebeldía adolescente, pero tampoco conformado con lo que venga.
ResponderEliminarQue lo que venga sea de buen conformar o, como dicen algunos, que nos dejen como estamos. Saludo, Alfred, ah y ¿no será que tenemos todavía algún matiz de rebeldía?
EliminarPor supuesto, véase mi lema personal. ;)
EliminarTomo nota.
EliminarPues, sí. Y no te rías... Pensé que había cambiado el color de tu pelo. Porque , así, a primera vista, te identifiqué como el primer chico de la imagen y seguí convencida, hasta que al final del texto, leí que era una imagen de la peli que, por supuesto, yo no conocía... Yo y mi despiste. Aunque, en este caso, no tiene nada de malo, no?... Y, como siempre, un regalo leerte.
ResponderEliminarNo me río, solo sonrío. Al menos el niño real y el niño de la peli comparten estructura corporal, flequillo y sonrisa franca. No hay despiste ni nada malo, tal vez mi modo de contar las cosas, pero por eso hay que leer hasta el final, jaj. Me ocurre a mí con frecuencia con otros textos. Recuerdos vigorosos que a veces unas fechas (en este caso el solsticio) activan, ya sabes.
EliminarMis veranos eran de río y juegos, de sandía y de cine los sábados, Esa película en concreto no pero hay films que me recuerdan siempre ese tiempo de paraíso perdido.
ResponderEliminarPor el verano. Un abrazo
Esta película no es de nuestra infancia, es de hace tres décadas largas, es decir que la he visto ya de muy adulto. Pero el argumento se desarrolla en algún lugar de USA por la década de los cincuenta del siglo pasado. Es ese mundo de amigos y aventuras veraniegas lo que me interesó que reflejan muy bien en el filme. La camaradería, la actividad permanente, los riesgos, la curiosidad...en la infancia avanzada. Y aunque no fuera esta un paraíso (el paraíso es un mito antiguo y secular, pero nada más) sí que tenía sus tiempos envolventes, de disfrute, alocados y rompiendo márgenes y obligaciones. Había de todo. Por un verano dúctil y maleable que ha empezado como poco verano.
EliminarNo hay mejores veranos que los de la "juventud" en mi caso, como en el de Maripau, la mayoría fueron de rio y cine.
ResponderEliminarAhora no es que sean peores, ni mucho menos, pero las ilusiones están marchitas, al menos las mías.
Buen día.
Y sin embargo hay que distinguir: ilusiones del pasado es lógico que ahora estén marchitas, pero habrá que situarse ante otras nuevas, ¿no? Pero no me creas, aquello fue lo que fue y ahora se trata de seguir como se pueda, sin aspavientos, y sin consejos, no los voy a dar.
EliminarPrecioso texto que rememora el tiempo sin tiempo de los veranos de tu infancia y adolescencia. La verdad es que se hace necesario revivir ese "tiempo sin tiempo", aventuras en la naturaleza, los amigos, los sueños. El canto de los grillos y de las cigarras. Las puestas de sol tardías. Porque en realidad nunca dejamos la infancia del todo. Es el territorio al que podemos volver para recuperar lo puro, lo íntegro, la ilusión por el futuro.
ResponderEliminarEn esa etapa y otras posteriores de mi vida todo fue muy intenso, tal vez uno se puso el listón muy alto respecto a expectativas, aspiraciones e ilusiones varias. El tiempo me dirá si sabré mantener el tipo aunque sea en mínimos. Gracias por comentar.
EliminarEs curioso, jamás tuve lo que se conoce por vacaciones.
ResponderEliminarCuando me casé siete días a Tenerife. y al cabo de unos diez años empezamos a ir de camping . No más de diez días . Ahora si que hago vacaciones.
Salut
Ves, nunca es tarde, aunque ahora las vacaciones tienen otras connotaciones, aprovecha el ciclo para lo que sea. Me has hecho recordar que mi padre nunca habló de vacaciones. Decía: tengo unos días de permiso, es decir que no iba a trabajar y marchaba a a ver a su mujer y su hijo y luego se volvía al tajo.
Eliminar¡Cuántos recuerdos me has traído a la memoria! En mi caso, los veranos de la primera adolescencia me llevaban hacia una aldea del sur (ese que, digan lo que digan, voten lo que voten, nunca dejará de existir) donde se abría todo un abanico de nuevas sensaciones para un chico de ciudad. Siempre después de la intocable verbena de Sant Joan en casa: la tradición del cava y la coca sigue inmutable, lejos quedaron ya las hogueras y los petardos de inicio de estación.
ResponderEliminarAhora, como bien comentas al final, simplemente se trata de seguir sumando solsticios. Gran texto el de hoy, Fackel.
Esa es la expresión con la que me identifico: "donde se abría todo un abanico de nuevas sensaciones para un chico de ciudad". La expectativa de las vacaciones de infancia era el campo abierto a nuevas sensaciones, experiencias, vinculaciones y recorridos imparables por paisajes, personas y ámbitos. De tal modo que si un día, por alguna razón, no había movimiento, es decir, aliciente, el sopor nos invadía, pero siempre llegaba alguien o algo -un amigo de pandilla, la trilladora que se disponía a procesar las espigas, los motoristas de la PGC que se paraban a echar un almuerzo, una tormenta...- y el sentido de las vacaciones se activaba. Ya digo: no había desperdicio, la actividad tan intensa y las motivaciones, a veces tan utópicas e irrealizables, estaban a la orden del día. Hasta los objetivos más macabros, que no insanos, que imaginarse uno pueda estaban en nuestro magín. Éramos así. A por más solsticios y equinoccios. Gracias, José L.
EliminarPasados los años, con el recuerdo de aquellos veranos de los primeros amores y amistades fraternas, nos percatamos de que es en nuestra imaginación donde aquel tiempo se convirtió en leyenda. Miro hacia mi adolescencia y es ahora cuando aparece bruñida y excitante, pero bien sé que los veranos me resultaban bastante insoportables y deseaba regresar a la ciudad, a las clases y que llegara el otoño cuanto antes. Lo único que echo en falta es la ilusión del cambio de estación, hay una uniformidad desalentadora y nada parece nuevo.
ResponderEliminarVeo que cada uno tiene sus percepciones del verano y las vacaciones. Evidentemente mis años de vacaciones en el Norte fueron muy dinámicos. Pero posteriormente y ya en la adolescencia los veranos en mi ciudad eran insoportables, calurosos, sin demasiados estímulos. Los medios de la familia eran precarios y demasiado era si me enviaban a una ciudad u otra donde había familia, pero las vacaciones al estilo de los días actuales nunca se lo podían permitir, ni ellos ni nadie. Ahí, los que tenían pueblo eran privilegiados, pero los que no eran carne de estío duro en la urbe de la meseta.
EliminarY ciertamente, yo estoy también en esa onda de pérdida de identidad de las estaciones. La primavera parecía verano. Desde ayer que teóricamente empezaba el verano la temperatura es bajísima para las fechas. En fin. ¿Qué pensarán los animales más minúsculos? ¿Cuántos años hace que no vemos moscas y si vemos alguna es porque se ha perdido?
La que va a venir climáticamente hablando va a ser muy gorda y no nos damos por enterados, y digo muy gorda, no me lo invento, hay mentes sesudas y estudios y voces autorizadas que avisan y avisan y avisan...pero ni por esas.
Un abrazo.
Recordar el paraíso de la infancia con nostalgia es un estímulo para disfrutar la vida de la que aún se dispone
ResponderEliminarMás bien es recordar la vida salvaje, jaj. Me regodeo en los gratos recuerdos, valoro los negativos (por ejemplo, todos los veranos había alguna muerte en el entorno, varias de ellas por accidente) y sigo buscando pistas, por curiosidad. No sucumbo al pasado, solo intento explicarlo (explicármelo)
EliminarFáckel:
ResponderEliminarhoy es la noche mágica... y toda esa retahíla de ritos. Hace años que no hago ningún rito: ni quemo papeles (ni exámenes, ni apuntes, ni novelas malas, ni la lista de pecados...), ni me baño desnudo en el mar por la noche, ni bailo alrededor de un fuego de mentirijillas, ni dejo las botellas vacías en las aceras...
Me da pena y rabia que a partir de mañana vayan decreciendo los días.
Y los veranos de la infancia, pues ahí quedaron. No había variación en mi vida porque nunca pudimos ir de vacaciones. Eso sí, no había que ir a la escuela.
Feliz noche de san Juan, Fáckel. ¿Alguna pista sobre tu nombre de pila... bautismal... :)
Salu2.
Habrás deducido de lo que voy escribiendo e insinuando que soy un escéptico en el menor de los casos y un incrédulo en otros sobre los ritos, las fechas, las estaciones, las magias y toda la demás parafernalia. Hace un rato el zaping de la tele hablaba de la noche de san juan y todos decían lo mismo, la magia, pero ¿qué magia, señor, qué magia? Lugares comunes, qué se le va a hacer, cada cual con su pensamiento único. No es lo mío.
EliminarVacaciones en mi tiempo no quería decir disposición económica familiar; simplemente que si mis padres tenían familia en otra parte y mi madre seguía manteniendo vínculo con hermanas en el Norte yo creo que íbamos mi madre y yo más por ella y de paso por mí, claro.
Tampoco cumplo rituales sanjuaneros, y desde que una vez me tiraron en esta fecha un petardo bajo el coche en Mollet, que creí que subía al cielo como cierto dictador bis, tengo menos interés por la pirotecnia agresiva. En fin, hay para todo. Los antiguos rituales humanos los respeto porque era lo que les alcanzaba en su mentalidad y límites. Cuando hoy muchos los recuperan me parece un tanto snob cutre, aunque reconozco que puede ser divertido, si lo que se busca es diversión.
"Es el planeta de la imagen el que copia la vida y la recrea": em fas pensar en si l'home és fet a imatge de Déu o Déu fet a imatge de l'home...
ResponderEliminarAquesta pel·lícula no l'he vist. Però tampoc té tants anys!
No entiendo a qué película te refieres. no me suena. Por otra parte, esa idea abstracta tan propia de la religión es tan metafísica como risueña. A estas alturas creo que el conocimiento científico ya nos habla mucho de la evolución de las especies, incluida la humana.
EliminarLa pel·lícula de la que parlo és Cuenta conmigo!
ResponderEliminarAh, no caía, gracias.
EliminarVeranos de infancia, largos, larguisimos. A veces la abuela me llevaba a la playa en el tranvía y esa día era una fiesta, para ella y para mí.
ResponderEliminarUna vez pasé el verano en Zaragoza y cuando mi padre tenía permiso íbamos a bañarnos. En la adolescencia los veranos fueron casi un encierro pero me las ingeniaba para que me prestaran libros o para coger los del armario inmenso donde los guardaban o los de la estantería de la galería. Me escondía y leía, leía sin cesar; lo que estaba permitido y lo que no. Me acuerdo que un verano coon apenas 13 años leí ROJO y NEGRO de Sthendaly también EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO. Vete a saber que entendí. Viajaba con y através del libro.
Cuando en época de mis hijas pequeñas los pasábamos en un puebliño, una aldea donde no había nada: pocos habitantes y terreno agrícola. Allí ellas conocieron la vida de pueblo en verano y nosotros también. Lo único que echo en falta es esa huida de la ciudad. Y ese deseo de tener vecinos con los que poder tomar el fresco en la puerta de la calle.
Vacaciones en la adolescencia y la infancia. Nunca.
Ahora tampoco, es muy distinto. El pueblo está donde siempre pero la comunidad ya no es la misma. Todo cambia; nosotros también. A cada momento lo suyo. Pero, si se me permite, no olvidemos que un "atisbo" de rebeldía adolescente hace falta para vivir sin estar muerto.
Salud, Fackel
Anna Babra
¡Nada menos que Rojo y Negro con 13 años! Reléela ahora, y es una de mis favoritas. Agradezco tu testimonio personal al respecto.
ResponderEliminarEsos atisbos de rebeldía a cierta edad que aparentemente no son de rebeldes son imprescindibles, pero hay muchas formas, y pienso si las que yo conozco y practico son más pausadas pero acaso más profundas, aunque no den el cante como de joven ni se exhiban. Lo importante está en nuestra mente dispuestas y predispuesta. ¡Nunca rendida!