Recorrer los territorios de nadie siempre es peligroso. Abandonados de gentes que los habiten suponen por sí mismos un retorno al salvajismo. Solo transcurren por ellos mercaderes en tránsito, mesnadas al servicio de alguna realeza o clérigos fanáticos, si no depravados, en busca de nuevos objetos de misión. Esos habitantes accidentales utilizan rutas de las cuales es mejor no desviarse. Hay otra especie de submundo. El de los desertores, los mercenarios que se acogen al mejor postor y los salteadores sin ley. Cualquiera de estos son impunes y no tienen piedad de la gente de orden, pues han hecho del delito su nueva forma de supervivencia. Se diría que más allá únicamente sobreviven animales sin domesticar y permanecen terrenos abruptos y áridos que jamás fueron objetos de civilización alguna o, si lo fueron, carecen de sus huellas y su memoria.
Solo una especie reducida, casi fantasmal, se atreve a transcurrir su existencia en un mundo que carece de mundo. Son los hombres que se castigan a sí mismos. Los que excavan cuevas en las ruinas de antiguos templos o en las grietas de las laderas de los valles tenebrosos. Poco se sabe de ellos. Corre el comentario de que estos personajes se entierran en vida para buscar la perfección. Nunca se había oído antes que lo perfecto fuera efecto de la miseria y el aislamiento. Pero en sus mentes persiguen revelaciones enfermizas de las cuales no se curarán jamás. Ciertamente no hacen daño a nadie. Ni siquiera tienen opiniones ni manera de transmitirlas, lo cual les convierte en seres invisibles.
Yo transitaba en una caravana para llegar a la ciudad amarilla, la que refulge por el oro de sus cúpulas y el vidriado de sus fachadas de ladrillo. El viaje había sido tranquilo en las últimas etapas, tal vez debido a que nuestras mercancías iban bien protegidas por hombres armados a los que habíamos contratado. Debido a esa calma me había apartado de la fila en las paradas para observar con detenimiento el paisaje y realizar algunos dibujos que me permitieran precisar más los mapas hasta entonces al uso, que se habían quedado obsoletos.
Una tarde, abigarrado en mi turbante protector del viento y la arena, percibí de pronto en la proximidad una figura saltarina. Sus movimientos eran rápidos y huidizos. Al principio creí que se trataba de una alimaña. Se deslizaba entre las rocas, desapareciendo por alguna de sus grietas y apareciendo nuevamente a una distancia inesperada. Pronto me di cuenta de que aquella extraña bestia trataba de descender hasta el arroyo. Me costó reconocer en aquella flácida desnudez a un hombre. Espalda corcovada, cabeza inmersa en un matojo de cabellos enmarañados y largos, la mirada perdida tras unas ojeras enfermizas, torso huesudo, extremidades entecas pero ágiles. Yo no daba crédito. ¿Podría ser una visión imaginaria producto de mi cansancio?
Enseguida recordé que había oído hablar de la existencia de un tipo de individuos apartados de la sociedad y de sus convenciones y compromisos. Seres que habían abandonado familias, rechazado quehaceres, disconformes con el acontecer de sus naciones y sus paisanos, escépticos de toda clase de creencias e incrédulos de las leyes humanas. Personajes, en fin, incapaces de integrarse con otros hombres. Me parecía leyenda. Pero aquel salvaje de apariencia desquiciada y evasiva estaba ante mi vista, dudando entre evitarme o husmear en mi trabajo. Acortamos distancias. Un abismo nos separaba.
¿Eres uno de esos hombres de soledad?, pregunté a aquella sombra. Solo nací y solo moriré, respondió apocalíptico. Yo quería saber más. ¿Y quién no? Pero mientras, ¿por qué enterrarse en vida? Me miró con fijeza, a la vez que se rascaba el torso contorneándose y hurgaba entre sus cabellos con nerviosismo. ¿Qué es mientras? Apenas un instante. Solo un tiempo que no merece la pena medir. Algo que crees que vives y cuya brevedad solo causa insatisfacción. Desconcertado encontré la manera de proseguir un diálogo que podría cortarse en cualquier momento. Pero el tiempo es el mismo para ti, que te refugias en el aislamiento, que para mí que intento llenarlo de sentido. El ermitaño movió su cuerpo en un baile sin compás, como si le fallaran todas sus extremidades. Parece una marioneta, se me ocurrió. ¿Qué te hace pensar, dijo enfurecido, que yo no encuentro sentido en mi vida? ¿Es sentido ser pasto de una vida agitada y sujeta a cambio de pareceres como la que vivís las gentes de las ciudades? ¿Es sentido pagar el precio de la convivencia con el disgusto y la inquietud de no hallar nunca seguridad?
Los argumentos del anacoreta no eran fáciles de rebatir. Yo sabía que no podría convencerle de lo contrario de sus criterios, ni lo pretendía. Pero me interesaba conocer lo más a fondo posible las razones de vivir en aquella cueva bajo tierra. Se lo planteé a la cara. ¿Vives ahí abajo para purgar las culpas que consideras? ¿O es que en tu búsqueda de un refugio te apartas lo más que puedes de la presencia de los otros hombres? Noté cierta altivez en su gesto y en su palabra. No lo puedes entender, nadie lo logra entender, algo que a mí me da lo mismo. Si busco la piedra madre es para conseguir una identidad que me salve de la que los hombres persiguen. La vuestra es traidora y no respeta la libertad de otras conductas. ¿Por qué los hombres no aceptan las diferencias? ¿Por qué se persigue al que quiere vivir de otra manera, incluso más sensata? ¿Por qué hay que resignarse a la esclavitud y a tantas formas de servidumbre? Hay demasiado ruido y excesiva sangre en el mundo de los hombres. Y yo solo pretendo el silencio y el instante. Le interrumpí. ¿No te importa morir de inanición, por ejemplo? ¿O envenenado por una serpiente o mordido por un escorpión? Rio con amargura triunfante. ¿Acaso la muerte distingue entre un hombre recluido en el útero de la tierra y el que habita en un oasis, en una ciudad o en un palacio? ¿Creéis que solo es propiedad de los que empuñan la espada o caen de los andamios de las construcciones fastuosas? ¿Salva la muerte a los comerciantes, a los funcionarios o a los caudillos? ¿Perdona a los clérigos y a los jueces? ¿Aparta de su propio fin a los artesanos y a los filósofos?
No supe qué decir ni hubiera tenido tiempo. El solitario dio de pronto un salto y desapareció entre el roquedal. Tampoco tendría mucha justificación seguir haciéndole preguntas cuando mi discurso moraba en un mundo y su escueto argumento se desposeía en otro. Proseguí tomando notas del relieve de la zona, pues el ocaso estaba cercano. Al fin y al cabo, ¿no son los suelos que poblamos territorios circunstanciales cuya temporalidad tampoco es eterna ni permanece inalterable en su materia?
(Fotografía de Martin Stranka)
El paraje, peligroso y con poco artificio, por esos hombres armados que acompañan a la caravana, sí da pie a que el anacoreta viva recluido, su sueño de ser fruto de la tierra y no depender del hombre lo ha saciado. El dibujante de mapas intenta acercarse pero es absurdo.
ResponderEliminarClaro, discutir desde visiones de la vida tan opuestas es muy problemático y estéril. No sé si buscan la epifanía que no acaba de llegar, o se nutren de sus sueños alucinados. Claro que no hacen daño a nadie. A mí en parte me producen ternura. Un abrazo
Cada cual es producto de su ubicación. No siempre es estéril debatir desde ángulos opuestos. Tampoco se trata de convencer a nadie. Simplemente escucharse mutuamente. Detrás de estos personajes hay distintas actitudes ante la vida.
EliminarLos anacoretas era tipos sucios, introvertidos, muchos angustiados y miedosos, probablemente vagos. He visto en algunos lugares los cubículos donde han habitado, si se puede llamar habitar, hoyos en lo profundo de una iglesia antigua o de una cueva, tal vez porque habitaran en territorios peligrosos por guerras o persecuciones. Gente verdaderamente miserable en extremo.
No lo sé. Escuché de una anacoreta francesa, y me impresionó que fuera por decisión propia. Imagino que la psiquiatría tendría mucho que decir. Un abrazo de miércoles
EliminarYo me refería a los ermitaños de siglos pasados, por supuesto. Y tenía en mente a los de la Antigüedad o Edad Media. Los de hoy seguirán otras reglas. Muchos se refugian en conventos y monasterios, aunque no sean anacoretas estrictos. En general todo análisis sobre la personalidad humana y el mundo interior de emociones y reacciones al medio -la sociedad- podría decirnos tantas cosas. Gracias A.
EliminarPues me ha parecido físicamente el esmigol, del señor de los anillos. Desprovisto de la ambición de tan vicioso y esclavo de sus instintos personaje. Creo que debió dibujarlo como parte curiosa del curioso paisaje, ya que ni uno hizo mella en el otro, ni el otro en el uno.
ResponderEliminarHace falta valor para salirse del sistema. Dudo hasta de que sea posible. No físicamente posible, sino administrativamente posible.
Y me refiero a salirse por completo,no a echarse a un lado y aprovecharse de él. Quizás en algún punto de África o Asia. O en algún lugar inhóspito donde no sería viable la supervivencia sin ayuda del sistema. Hasta el esmigol es un poco esclavo. He notado cierto alivio, como tu supongo, cuando entre los que no escapan de la muerte, no ha mencionado a los bloqueos.
Saludos fackel. Creo que me he saltado un par de escritos tuyos, pero es que escribes mucho, no te puedo seguir el ritmo
Está bien eso de que no sea posible salirse por limitaciones administrativas, aunque, no creas, hay personas que han sabido vadear los controles. Ahora sí que debe ser imposible.
EliminarNo he mencionado ¿a los bloqueos o blogueros? Por supuesto, si es a estos no pueden ser mencionados por el anacoreta. Los blogueros nunca mueren (¡hijos del rock and blog!)
Si, sí. A los blogueros . Escribo con el móvil y cambia lo que quiere. A veces lo rectifico , y vuelve a poner lo mismo
EliminarTraduttore, traditore, podría decirse del móvil, me harta escribir por él siquiera un wassap. Agotador si quieres usar la lengua que te enseñaron. El móvil va obligando cada vez más a otra clase de lengua, ya verás dentro de pocos años.
Eliminar...Un diálogo muy constructivo e interesante, que te lleva a pensar profundo y lento.
ResponderEliminarQuien lleva razón?... Tal vez, ambos? Tal vez ninguno? O habría otros razonamientos, a los que aún no hemos recurrido, ni pensado siquiera?...
Es tan complejo eso de vivir, de seguir la vida, tan incomprensible a veces, para argumentar así, de pronto...
El caso es que se encuentran - yo encuentro- argumentos válidos en ambos casos, también contradictorios, pero siempre insuficientes, no crees?...
Razonar -o intentarlo- es una cosa y tener razón es otra. Todo el mundo tiene o hace sus razonamientos y muchas veces en base a sus propias y deseadas razones, o ganas de tenerlas.
EliminarSobre la huida del mundo se podría hablar mucho. Hay exilios interiores sin llegar a ser un asceta de cueva. Y no sé hasta qué punto los anacoretas serían de fiar, no sé.
Uma visão diferente de ver a vida...Contudo, os problemas do Mundo não se resolvem com o isolamento, mas, por outro lado, é verdade de que não se aceitam as diferenças.
ResponderEliminarInteressante...
Beijos e abraços
Marta
Por supuesto que los problemas hay que encararlos, pero no es fácil. Entiendo que haya gente que se aísle o cambie de vida por agobio, miedo o hastío. No sé si sería el caso de los ascetas del pasado. Refugiarse en el mundo abstracto de una religión no es precisamente lo más saludable.
EliminarParece una ciudad fantasma, un lugar de nadie, donde como en la vida misma todo o casi todo es temporal.
ResponderEliminarUn placer siempre leerte.
Un abrazo.
Ya sabes que la sombra y lo espectral nos persiguen siempre, incluso cuando nos miramos al espejo por las mañanas. Eso lo trasladas a otros territorios y calcula.
EliminarGracias a ti, Rita.
Fáckel:
ResponderEliminarla gente solitaria tiene mala prensa. Siempre se piensa que son huraños, locos, resentidos, acomplejados... ¡Qué sé yo!
Ni claro ni tan calvo, como se suele decir. A veces dan ganas de irse al último confín de la tierra, pero que haya autobús de vuelta, por favor.
Salu2.
El anacoreta no era simple gente solitaria. En nuestro entorno hay solitarios, con comunicación parcial pero con cerrazón propia, donde no te dejan entrar. Por supuesto que a veces dan esas ganas. Yo mismo he huido en alguna ocasión temporalmente, pero no tenía mérito; acababa relacionándome más allá donde fui. Tengo que indagar más sobre esos personajes recónditos, en cierto modo ejercen su fascinación, pero interesa desmitificar. Saludos.
EliminarSupongo que hay momentos en que la gente abruma, aburre, cansa y agobia. También me gustaría desaparecer de vez en cuando, varios días o varias semanas.
EliminarSalu2.
Por supuesto, pero no nos guían iluminismos como a esos otros personajes. Creo.
Eliminarla iluminación, un buen flexo para leer.
EliminarSalu2.
Naturalmente.
EliminarHoy en día hay una nueva especie de anacoretas. Los japoneses los llaman hikikomori. Calculan que son el 1,57% de su población. Personas que han hecho de su cuarto o su casa, según los casos, la cueva del anacoreta. Capaces de no salir en meses sino años. Sigue el enlace. Cada vez estamos más jodidos; no me cabe duda.
ResponderEliminarNo me extraña, y razones hay; pero también hay razones para encarar la vida cara a cara. ¿Cuál de las dos fórmulas es más divertida?
EliminarSeguiré el enlace.
Curiosamente, a los anacoretas me los imagino yo menos ágiles, siempre mayores, envejecidos y con larga barba.
ResponderEliminarYo, que llevo un anacoreta dentro que puede salirme al paso en cualquier momento...
Sí, es la imagen tradicional, pero dese que he visto ciertos rincones en que hace siglos se metían me los imagino llenos de roña, piojos, llagas, yoquésé.
EliminarHay anacoretas como hay exiliados interiores; el país ha dado desde hace siglos juego para ser de estos últimos.
No es posible, entre ambos mundos, más diálogo que ese: el que se da a las apuradas y sin expectativa de asimilar algo de lo que el otro dice más allá de lo que sirva para argumentar en favor de lo que ya creemos. Cuando se piensa que el otro está loco y no se aparta uno de esa presunción, no puede arribarse a ningún consenso y sólo se puede extraer de lo escuchado y dicho argumento para sostener la postura que ya adoptamos como más lógica. El otro resulta ser el contrapunto que buscamos para justificar nuestra propia manera de ver el mundo. Siempre dan que pensar tus historias. Un abrazo
ResponderEliminarEl geógrafo viajero me parece templado, no obstante; tiene motivos para seguir descubriendo el mundo. Queda la incógnita: ¿por qué el ermitaño decidió serlo?
EliminarEs el mundo y la vida lo que a mucho que pensar, siempre.
Copié mi comentario antes de enviarlo porque me suele fallar el browser al enviar, como creo que ha pasado anteriormente así que pego y vuelvo a enviar. Si ya estuviese enviado pues disculpa e ignora simplemente la repetición ;-) decía que
ResponderEliminarhe leído el texto ya un par de veces y la verdad es que me parece un texto magnífico por muchas razones; es ameno, es divertido y da para pensarlo, reflexionarlo e interpretarlo desde diferentes perspectivas. Me encanta;)))es muy sustancioso. Cuando lo leí por primera vez ,la aparente contradicción de sus personajes en su manera, ya no de vivir, sino de interpretar el mundo (que sí, que el mundo será uno, en construcción, pero que más allá de su devenir, cada uno llevamos nuestro propio micromundo dentro, aún cuando esté todavía por descubrirse) me pareció eso,una contradicción aparente. Pensé en la doble naturaleza del ser humano representada en sus extremos en los dos personajes; somos individuos y al mismo tiempo sociedad, somo uno y por educación y por lenguaje, etc, etc, ... todos los demás, y bueno lo que entendemos por soledad es un estado emocional muy relativo a la persona que la padece y un anacoreta puede vivir aislado socialmente pero no tiene porqué sentir la soledad; al fin y al cabo el mundo no es solo civilización y como digo, el que está solo puede estar en perfecta armonía consigo mismo y con su mundo, otra cosa es que alcance verdaderamente enterrándose en su propia materia esa "piedra madre" que busca en forma de identidad. Ya sabemos que ese conócete a ti mismo está inscrito en la fachada del templo pero que el templo mismo puede tener múltiples interpretaciones. Lo curioso es que el anacoreta no rehuye al peregrino y el peregrino, para actualizar su conocimiento tiene que apartarse de la caravana, donde fuera de lo transitado corrige mapas y descubre lo que él llama la bestia. ¿No son estos dos personajes una magnífica metáfora del ser humano en su búsqueda del conocimiento? ¿No son acaso ambos dos caras de la misma moneda? A mí me parece que sí que hay diálogo entre ambos y que su texto da para seguir dialogando pero lo voy a dejar ya aquí porque ya me he enrollado demasiado. Un abrazo Fackel.
Jolín, qué disección tan limpia y clara, Esther. Mira, le doy vueltas últimamente al cúmulo de categorías culturales que hemos inventado los hombres -sobre todo los especialistas- para clasificar y entender -¿seguro?- esa cascada de comportamientos complicada, múltiple, cuantitativa y cualitativa, y que viene desde el origen que, por cierto, es complicadísimo de comprender. A veces llego a una conclusión: que el árbol de las clasificaciones y categorías no sé si no estarán ocultando el bosque. De acuerdo que acaso son necesarias, pero no siempre dicen lo mismo y no siempre sirven para interpretar lo acontecido hace siglo y lo de ahora. En fin, que es lo que dices. Individuo por un lado, sociedad por otro. Naturaleza por una parte, hombre reglado por otra. Cooperación de un lado, aislamiento tal vez necesario del otro lado. Y claro, tratar de servir a los dos señores del juego de la vida es de difícil equilibrio, de escasa armonía -salvo el engaño- y de no llegar a ninguna parte. Por eso cada vez más me parece que vivir es un dejarse llevar, y lo siento por los ejecutivos, los ideólogos, los religiosos y todos los que intentan hacer metafísica y encontrar un sentido superior a lo que no es sino un ir adaptándonos para sobrevivir. Y lógicamente, hacerlo de la mejor manera, porque tampoco somos tontos. Así que conocerse a uno mismo me parece que contiene cierta falacia. ¿Con arreglo a qué te conoces? ¿Con arreglo a una fe, a la psiquiatría, a las teorías cognitivas, etc.? Te conoces yendo y viniendo; subiendo y cayendo; apartándote y agrupándote. Y siempre asimilando como se puede la huella del tiempo, esa pérfida e inevitable transformación que lo que he dicho antes: que no nos lleva a ninguna parte. Mas hay que seguir. Un abrazo, que me has llevado a divergencias muy propias de lo Jano.
EliminarLo he expresado en otras ocasiones, escribes muy bien. Yo, a veces, valoro más la forma que el fondo...
ResponderEliminarEjercicios y ocurrencias caprichosas, aunque no espirituales ni ignacianos; las neuronas lo agradecen más que los mantras y las preces repetitivas. Agradezco tu ánimo.
EliminarEs pot ser un anacoreta virtual amb la poesia, amb la torre de vori que l'acompanya sovint. És també una manera d'abandonar el món.
ResponderEliminarHo escrius com si ho haguessis viscut, amb molta força!
Pues sí, hay eremitas a través de la escritura, con torre de marfil o cueva profunda. Todo lo que sea procurar un bienestar personal -la huida puede serlo si se controla- juega su papel.
EliminarLo bueno de escribir, como leer, es buscar identificaciones. Por ejemplo, ponerse uno en la situación imaginada de un eremita, de un geógrafo...o de otros personajes que han ido apareciendo por esta serie. Atenta al próximo relato, que se sitúa en otro paisaje histórico y territorial. Me lo paso bien, pero te diré más: me hace meditar sobre lo que ha tenido que vivir tanta gente.
Un diálogo muy interesante. Las dos caras de la moneda de la existencia humana encarnadas en dos personajes contrapuestos. Daría para una novela.
ResponderEliminarFelicitaciones
Pues de momento no pasa de un apunte, Ana. Todo lo existente da para muchas literaturas, que ojalá fueran todas la palanca de una honda reflexión. Sospecho que pensar está a la baja. Acatar las ideas líquidas -incluido cierto retorno a lo religioso y primario- es lo que se lleva. El culto al ídolo y la adoración a la mentira.
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