Yo conocí a uno que usaba gabardina ceñida. Solía seguirnos y si mirábamos para atrás se paraba a encender un cigarrillo. El pobre no se daba cuenta del ridículo que hacía. La gabardina era un uniforme inequívoco aunque, eso sí, no tenía la prestancia del uniforme de un guardia. Tenía otras prerrogativas, por supuesto. Entrar gratis a un espectáculo, pasar por una casa de lenocinio sin pagar, apostar en una timba clandestina sin inquietar a los habituales, irse de juerga algunas noches diciendo a la esposa que estaba de servicio y era imprescindible su presencia. Como otros de su quehacer fingía que tenía más poder que el inmediato de poner el oído, seguir a sospechosos, detener a alguien o llevar a cabo un interrogatorio, deficiente por otra parte. Esas cosas que hacen creer a un individuo que es algo más de lo poco que es, solo por sentirse arropado por ciertas instituciones. Porque por encima de él había un jefe y luego otro y así una escalinata piramidal de jefes. No había sido del régimen, y hay quien dice que muchos años antes le habían visto agruparse con gentes que ahora se perseguían, pero se había adaptado con calificación. Como lo hubiera hecho con cualquier otro régimen, el caso era medrar. Cada régimen tiene sus propios medradores, capaces de saltar en una especie de metamorfosis superficial de uno a otro. Su aspecto, cuando le conocimos, era más aparente que real. Presencia de intimidación. Bocazas y gruñón si te interrogaba, amenazante y con aires prepotentes, pero dejaba lo sucio para otros menos instruidos que él. Lo mío es investigar, utilizar el cerebro, dejaba caer en ocasiones a sus amigos para ocultar el horror que le producía la sangre y la repulsión hacia la violencia extrema con los detenidos. Soy un hombre culto, leído y escribido, acababa diciendo con sorna, aunque en muchas ocasiones se le escapaba en serio el participio incorrecto. Aquel tipo se empeñaba en seguirnos muchos días y nosotros jugábamos con él. Nos separábamos en la esquina de una calle que daba a una glorieta en la que convergían varias calles más. Entonces él tenía que decidir tras quien iba. ¿Cómo elegir? ¿Seguiría al barbudo del libro? ¿Al de mejor presencia? ¿Al desgreñado nervioso? ¿Al que tenía pinta de seminarista rebelde? ¿Al mecánico que las manchas de aceite le habían creado una impronta como a él la gabardina? Cuando pasó todo y se había disuelto la funesta brigada, me aseguró que se dejaba llevar por el olfato. Vivíamos ambos en la misma vecindad. Pero el olfato no le dio muchos triunfos, le decía yo. A ver, ¿con cuántos acertó? Algunos de los nuestros cayeron, pero no fue por obra suya. Y él bajaba la voz y adoptando un aire humilde me respondía: yo pude haceros caer a todos, pero había algo dentro de mí que me impedía llegar a ello. Pero usted nos seguía, nos investigaba, anotaba nuestros pasos, no me diga que todo eso lo hacía por entretenimiento, con las posibilidades de ascenso que hubiera podido llevar a efecto. Entonces el personaje, que parecía otro sin su gabardina identificativa, callaba, sabiendo que yo no me creía sus justificaciones. Ahora, mucho tiempo después, me doy cuenta de que mira hacia atrás cuando camina, o que cambia de ropa con frecuencia, como si temiese que su oficio negro de antaño pudiera pasarle factura. Y, sin embargo yo, que le temí, a pesar de mantener todavía, qué absurdo, cierta prevención con él, hago lo posible por no guardarle rencor.
(Fotografía de Leopoldo Pomés)
Había quienes tenían oficio pero no querían beneficio.
ResponderEliminarNo creas, pero no estoy yo muy seguro de aquellos tipos.
EliminarDe aquellas tormentas presentes lodos... y encima gusta vivir enguarrados ....putrefacta vita est.
ResponderEliminarY a su vez de anteriores lodos y otras guarrerías acumuladas en la historia, MJ.
EliminarLo que más duele es saber que muchos que ejercieron ese "oficio" terminado el periodo nefasto (hablo por los períodos de aquí) se reinsertaron nuevamente en la sociedad que antes persiguieron, sin que al menos la justicia los investigara.
ResponderEliminarAquí todos. De rositas.
EliminarHay un libro, "Nunca más" de Sábato, que explica con meridiana claridad el oficio de "comisario político".
ResponderEliminarUn mal oficio, porque si se adquiere la categoría de oficial de primera es que no eres buena persona.
Salut
¿Comisario político? No entiendo, ese es otro concepto.
EliminarDe todos modos a los que vivimos en carne viva la actuación de aquel sistema y sus agentes creo que poco nos aportan ya los libros. Bueno, por curiosidad en todo caso, aunque es tan lacerante que si te soy sincero me causa dolor hasta recordar. Y no solo por el entorno que vivimos, sino por los testimonios de argentinos que conozco que lo pasaron muy mal y muchos dejaron de pasar por la vida.
Há sempre quem se adapta, esqueça as vidas que arruinou com as denuncias que fez.
ResponderEliminarMas acho que o passado volta a superfície, por muito que se esconda.
Beijos e abraços
Marta
Más que aflorar el pasado creo que el sistema genera cíclicamente todo esto. Nunca han dejado de existir los medios y recursos de control ciudadano. De aquellos personajes de los viejos tiempos aquí nadie de ellos pagó por lo que hizo.
EliminarObrigado y bom dia.
ResponderEliminarContaba mi madre, que años después del fin de la guerra, seguía habiendo denuncias, detenciones, cárceles y hasta ejecuciones...
Un ambiente de miedo e incredulidad. Y yo recuerdo, que las cartas que venían de América, llegaban abiertas y tachadas en su totalidad, por la censura, solo podía leerse el saludo y la despedida y firma final.
Lo que contaba tu madre está ratificado por muchos testigos y por los historiadores. La represión existió hasta la entrada de la Democracia. Naturalmente, hubo fases más duras y más suaves, pues imagina que a lo largo de cuarenta años pasaron muchas cosas y cambios.
EliminarPara gabardinas ajustadas tenemos infinidad de películas de cine negro americano y español.
¡Malditos delatores!
ResponderEliminarSalu2, Fáckel.
Huy si solo hubieran sido delatores. Saludos.
EliminarSer delator es mala cosa. Tal vez uno se vea obligado más de una vez, sobre todo en tiempos de guerra, por supuesto. Con o sin gabardina, en los tiempos revueltos, salen ganando los pescadores.
ResponderEliminarUn abrazo
Se podría argumentar bastante sobre el tema, ciñéndonos a la historia. De todos modos no eran simples delatores, sino profesionales y manos ejecutoras de otros.
EliminarMuy interesante la entrada.
ResponderEliminarCreo que es un oficio con el que nunca se puede vivir en paz. Eso es terrible, pero fue su opción.
Besotes.
Eso estará en función del comportamiento que hayan tenido y de un mínimo sentido de la culpa. Tengo severas dudas.
EliminarGracias, Dafne.
Recuerdo a principios de los setenta estos individuos de gabardina y sombrero azuzar la mirada y como huíamos para no cruzarnos con ninguno. Una vez para saltar el cordón una amiga y yo no emparejamos con los dos primeros que se pusieron a tiro y abrazados como novios cruzamos el ´limite y el barrio cercado. Luego no dimos las gracias mutúamente.
ResponderEliminarTan cierto como lo digo. Recuerdo muy bien aquel dia por motivos que no voy a contar aquí.
Gracias , Fackel por esta entrada tan elegante pero tan clara.
Anna Babra
Vivencias de un pasado aparentemente lejano pero fresco en nuestra memoria, simplemente por la intensidad con que lo vivimos.
EliminarEsperemos que no vuelvan las ceñidas gabardinas. Gracias por el comment.
"Venjar-se és de febles, perdonar és de forts, ignorar és d'intel·ligents": però com costa, això darrer!
ResponderEliminarCualquiera de esas opciones es muy costosa. No creo que ignorar sea de inteligentes, aunque cara a no sentirse uno afectado sea útil.
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