"AQUILES. Patroclo, ¿por qué nosotros, los hombres, nos damos siempre ánimos diciendo: 'He visto cosas peores', cuando deberíamos decir: 'Lo peor está por venir. Llegará un día en que seamos cadáveres'?
PATROCLO. Aquiles, no te reconozco.
AQUILES. Pero yo sí te conozco. No basta un poco de vino para matar a Patroclo. Esta noche sé que, después de todo, no existe diferencia entre nosotros y los hombres cobardes. Para todos hay algo peor. Y lo peor llega al final, viene después de todas las cosas y te cierra la boca como lo hace un puñado de tierra. Siempre es bello recordarse: 'He visto esto, he sufrido esto otro', pero, ¿no es inicuo saber que la cosa más cruel no la podremos recordar?"
Cesare Pavese. Diálogos con Leucó.
Marsias Guzmán, cansado de mirar en su pasado, decidió levantar acta del día posterior a que terminase su existencia. Una mañana al despertar se le ocurrió comunicárselo a su confidente secreto. Después de tanto tiempo sin tener noticias tuyas, ¿me vienes ahora con esta fantasía?, le replicó al otro lado del teléfono la mujer a la que recurría ocasionalmente para medir el temple y las horas de los cuerpos. Él se obligó a explicarse. He dedicado mi vida a explorar territorios de la historia y a bucear en los comportamientos humanos para encontrar su sentido. Tal esfuerzo me ha proporcionado saberes y he obtenido satisfacciones. Como bien conoces tú mejor que nadie he vivido experiencias que me han enriquecido y al apostar por el mejoramiento de mi hacienda personal he tenido quiebras pero también ganancias, porque he sabido aceptar lo que la vida brinda no solo como fortuna sino también en su opuesto, la desdicha. Me he vanagloriado de atraer compañías de amistad y de amor, así como he acabado asumiendo, no sin dolor y rabia, la pérdida de muchas de ellas. ¿A dónde quieres ir a parar?, le cortó la mujer temiendo una vorágine de vanidades pero también de lamentaciones. Bien, no seré más prolijo, pues contigo sería repetir lo que no ignoras de mí. Pero hay experiencias pendientes que me gustaría dejar bien atadas. Di lo que sea de una vez, saltó la mujer a la que acababa de arrancar del sueño. Me tienes en ascuas. Marsias Guzmán bajó la voz y casi silabeando la espetó: he decidido contar lo que se siente cuando uno muere y está ya bien muerto. La amante generosa no supo si reír o colgar el teléfono. Rebajó la tensión al considerar que la confidencia era una quimera más de aquel hombre tierno pero difícil de comprender en ocasiones. Le contestó con sobria mordacidad: bien, parece razonable, ya me lo contarás cuando llegue tu momento último, pero ahora quiero seguir durmiendo. Espera, voceó el hombre. No falta mucho para ese final. Ella se burló con resignación: ah, ¿ya sabes también eso? Y le colgó.
Pero Marsias no era un hombre que se rendía fácilmente ante cualquier contrariedad. Me da igual que ella no me me crea. Más se admirará de mi intrepidez en su día. Pero yo tengo que planear un registro no solo de sensaciones físicas sino de toda clase de percepciones emocionales de mi muerte, Encerrado en aquel gabinete repleto de libros decidió ponerse a la tarea. Los libros, con haberme enseñado mucho, resultan insuficientes para saciar mi curiosidad. Aunque algunos autores cuentan lo que vieron tras la muerte no los creo. Además no me interesa la ficción sobre lo que no hay después. Lo que mueve mi interés es el tránsito al vacío y poder dejar constancia lo más exacta posible de él. Tengo que buscar una prolongación de mí mismo para ese instante en que, aun sabiéndome sin vida, pueda reflejar los movimientos y los sentidos más inapreciables de mi cuerpo. No es cuestión de laboratorio sino de cálculo de posibilidades.
La Muerte, que había intuido la desazón obsesiva del hombre, se plantó ante él. Estaba la puerta del jardín abierta, no se sorprenda, le habló a Marsias con tranquilidad. ¿Viene a traerme el pedido de la tienda?, preguntó. Ella se sentó. Vengo para echarle una mano. Sé de sus preocupaciones sobre el día después de su fin. Marsias no le concedió importancia a aquella visita que en otro momento hubiera considerado impertinente, pero se asombró de que la aparente recadera estuviera informada. No obstante, tal era su ansia de buscar modos de avanzar en su proyecto que aceptó de buen grado cualquier propuesta. ¿De qué modo puede ayudarme?, dijo. Imagine que yo fuera la Muerte, avanzó la otra. Y que cuando me lo llevara a usted me encargase yo misma de dejar a sus amigos el testimonio de cuanto usted ve, oye y siente en su estertor. Marsias Guzmán se echó hacia atrás en su sillón de tapizado raído. La miró incrédulo. No veo cómo. Usted es tan mortal como yo y nadie puede trasladar a otro sensaciones que no sean propias. Puede ser una recadera muy eficiente de labores cotidianas pero imposible que usted pudiera ser una intermediaria con el que se va. No se fíe, y la Muerte se echó hacia adelante. He sido recadera de todo cuanto se vive. He trasladado mensajes de consolación y sentimientos de amor, también misivas de frustración cuando no de rechazo, así como avisos sobre riesgos de salud o propuestas de trabajo, e incluso comunicaciones envenenadas de odio y amenazas. No me costaría nada escuchar de sus propios sentidos lo que perciba cuando esté a punto de no ser nada ni nadie y relatar la experiencia después a quien me dijera.
Marsias Guzmán se quedó pensativo. No era descabellada la idea. Podría arrepentirme o fallarme a mí mismo en el momento fatal, pensó. ¿Cuánto me costaría esto?, preguntó con un acceso inhabitual de realismo en él. Oh, no, por favor, nada de compra y venta. Yo hago los favores por devoción, replicó la Muerte. No me gusta que nadie me deje a deber nada. Además usted me cae bien. Esa tenacidad por querer saber lo que nadie logra saber es merecedora de admiración. Entonces Marsias, que se sentía comprendido, tuvo un impetuoso arranque. En ese caso, ¿cree que podríamos entrar en detalles? Ella, con una mirada inquisitiva que al hombre no le gustó, tamborileó con los dedos en la mesa. ¿Tiene prisa o mucho interés en que las cosas se hagan cuanto antes? Porque un asunto de ese calibre hay que llevarlo a cabo en el momento justo. Marsias Guzmán se inquietó. Oh, no, yo solo quería ideas, planes, proyectos, diseños. Mire usted, le replicó la Muerte. Todo eso estaría bien si se tratase de organizar una vida o levantar un edificio, pero ¿de verdad cree que hay que planificar lo que no es sino la definitiva y más inevitable desorganización que cabe esperar de un individuo? ¿Piensa que merece la pena transmitir a los demás lo que se vive en el momento de dejar de vivir, cuando cada experiencia además de única es a la carta de cada cual? ¿Iba a ser válida su vivencia postrera para otros individuos o sería simplemente un rasgo de prepotencia absolutamente inútil?
Entonces Marsias se levantó. Avanzó hacia el armario, sacó una botella demediada de Oporto. Tomemos una copa, dijo. Este Oporto es exquisito. Déjeme que lo piense. Y chocó el dibujo fractal del vidrio con el de la otra copa.
Pero Marsias no era un hombre que se rendía fácilmente ante cualquier contrariedad. Me da igual que ella no me me crea. Más se admirará de mi intrepidez en su día. Pero yo tengo que planear un registro no solo de sensaciones físicas sino de toda clase de percepciones emocionales de mi muerte, Encerrado en aquel gabinete repleto de libros decidió ponerse a la tarea. Los libros, con haberme enseñado mucho, resultan insuficientes para saciar mi curiosidad. Aunque algunos autores cuentan lo que vieron tras la muerte no los creo. Además no me interesa la ficción sobre lo que no hay después. Lo que mueve mi interés es el tránsito al vacío y poder dejar constancia lo más exacta posible de él. Tengo que buscar una prolongación de mí mismo para ese instante en que, aun sabiéndome sin vida, pueda reflejar los movimientos y los sentidos más inapreciables de mi cuerpo. No es cuestión de laboratorio sino de cálculo de posibilidades.
La Muerte, que había intuido la desazón obsesiva del hombre, se plantó ante él. Estaba la puerta del jardín abierta, no se sorprenda, le habló a Marsias con tranquilidad. ¿Viene a traerme el pedido de la tienda?, preguntó. Ella se sentó. Vengo para echarle una mano. Sé de sus preocupaciones sobre el día después de su fin. Marsias no le concedió importancia a aquella visita que en otro momento hubiera considerado impertinente, pero se asombró de que la aparente recadera estuviera informada. No obstante, tal era su ansia de buscar modos de avanzar en su proyecto que aceptó de buen grado cualquier propuesta. ¿De qué modo puede ayudarme?, dijo. Imagine que yo fuera la Muerte, avanzó la otra. Y que cuando me lo llevara a usted me encargase yo misma de dejar a sus amigos el testimonio de cuanto usted ve, oye y siente en su estertor. Marsias Guzmán se echó hacia atrás en su sillón de tapizado raído. La miró incrédulo. No veo cómo. Usted es tan mortal como yo y nadie puede trasladar a otro sensaciones que no sean propias. Puede ser una recadera muy eficiente de labores cotidianas pero imposible que usted pudiera ser una intermediaria con el que se va. No se fíe, y la Muerte se echó hacia adelante. He sido recadera de todo cuanto se vive. He trasladado mensajes de consolación y sentimientos de amor, también misivas de frustración cuando no de rechazo, así como avisos sobre riesgos de salud o propuestas de trabajo, e incluso comunicaciones envenenadas de odio y amenazas. No me costaría nada escuchar de sus propios sentidos lo que perciba cuando esté a punto de no ser nada ni nadie y relatar la experiencia después a quien me dijera.
Marsias Guzmán se quedó pensativo. No era descabellada la idea. Podría arrepentirme o fallarme a mí mismo en el momento fatal, pensó. ¿Cuánto me costaría esto?, preguntó con un acceso inhabitual de realismo en él. Oh, no, por favor, nada de compra y venta. Yo hago los favores por devoción, replicó la Muerte. No me gusta que nadie me deje a deber nada. Además usted me cae bien. Esa tenacidad por querer saber lo que nadie logra saber es merecedora de admiración. Entonces Marsias, que se sentía comprendido, tuvo un impetuoso arranque. En ese caso, ¿cree que podríamos entrar en detalles? Ella, con una mirada inquisitiva que al hombre no le gustó, tamborileó con los dedos en la mesa. ¿Tiene prisa o mucho interés en que las cosas se hagan cuanto antes? Porque un asunto de ese calibre hay que llevarlo a cabo en el momento justo. Marsias Guzmán se inquietó. Oh, no, yo solo quería ideas, planes, proyectos, diseños. Mire usted, le replicó la Muerte. Todo eso estaría bien si se tratase de organizar una vida o levantar un edificio, pero ¿de verdad cree que hay que planificar lo que no es sino la definitiva y más inevitable desorganización que cabe esperar de un individuo? ¿Piensa que merece la pena transmitir a los demás lo que se vive en el momento de dejar de vivir, cuando cada experiencia además de única es a la carta de cada cual? ¿Iba a ser válida su vivencia postrera para otros individuos o sería simplemente un rasgo de prepotencia absolutamente inútil?
Entonces Marsias se levantó. Avanzó hacia el armario, sacó una botella demediada de Oporto. Tomemos una copa, dijo. Este Oporto es exquisito. Déjeme que lo piense. Y chocó el dibujo fractal del vidrio con el de la otra copa.
* Dedicado al escritor chileno Luis Sepúlveda, fallecido hoy a causa del coronavirus.
(Ilustración de William Blake)
Últimamente la muerte ha estado muy presente por nuestras calles, plazas, residencias, pueblos, ciudades, y cualquier lugar donde la vida humana estuviera presente y despistada. Ahora es tiempo de pensar que ya ha hecho su tarea y no hace falta que se esfuerce más.
ResponderEliminarSaludos.
No descansa jamás. Está siendo una hecatombe. Al menos sería deseable que diera tregua. Saludo.
EliminarDe él sólo he leído Patagonia Expres. Un libro que gustó. Es un escritor que tengo pendiente.
ResponderEliminarGracias por la dedicatoria y traerlo a la memoria
Hace varios años estuvo por aquí para la Feria del Libro. Estuvimos varios tomando unos vinos. Era muy amable y coloquial. Víctima de la persecución de Pinochet y otras aventuras. Escucharle hablar de lo temeroso que era navegar por el Cabo de Hornos me resultó fascinante.
EliminarLo que se vive en el instante de dejar de vivir. Si nos lo cuenta el Sr. Guzman, puede que me lo crea. Si me lo cuenta la señora, no le haré el más mínimo caso. Lleva toda la existencia humana aliada con esos mentirosos que nos cuentan historias de cielos y paraisos.
ResponderEliminarSí, todo un mundo de fantasías que no acaban de perder crédito para mucha gente. Pero la Finita no cesa jamás y se carga hasta ese mundo de ficción, impersonalizando del todo a los hombres.
EliminarSí, mejor que lo piense con tranquilidad, tomándose una copa, y no forzando algo que vendrá por sí solo. O por sí sola.
ResponderEliminarSaludos.
Y es que hay gente que quiere desafiar al vacío hasta en el límite. Bueno, creo que es una actitud humana digna, aunque no resulte.
EliminarYa descansa D. LUIS.
ResponderEliminarSobre la cuestión que escribe, servidora sacó sus propias conclusiones tiempo ha. Un resumen: Habida cuenta la peculiar naturaleza del tiempo, este ineludiblemente inserto en ella, o mejor viceversa. Una idea sería que el último segundo de recuerdo vital, desde el ángulo personal describiría eternidades bíblicas y personalizadas! Estaría bien amueblar bien conforme al gusto personal dicho recinto, a poco que de tiempo vital. Para ello deberían servir los recuerdos, las aspiraciones, fantasías, etc. Que para gustos los colores!
Lo terrible de Sepúlveda es que el virus le ha tenido en jaque para nada durante casi dos meses; una barbaridad. Yo lo he sentido mucho.
EliminarLa pálida vencedora está muy vencedora en estos días. Y tal vez no por su voluntad. Se ha llevado al creador de Asterix, a un talento de la historieta como Juan Gimenez.
ResponderEliminarMuy relacionado este relato, con la noticia.
Que muestra una faceta agradable de ella, la de transmitir las experiencias finales, o posterior al final.
Es llamativo cuando alguien le agrada a la muerte. Como es brindis.
Me pregunto como sería el diálogo de un escritor de policiales o de terror, en que la muerte es un elemento necesario para las historias.
O que pensaría de una frase de H.P. Lovecraft.
No está muerto lo que yace eternamente, y con extraños eones, incluso la muerte puede morir.
Saludos.
Hay que ver el coronavirus -y las patologías de cada cual, y la edad provecta en que se da aquel refrán de "a perro flaco, todo son pulgas", y la neumonía tradicional de cada año- las que está causando.
EliminarEse brindis es un brindis de afirmación del hombre frente a la muerte. Cada despertar nuestros de cada mañana es un brindis por la vida. Esa es la verdadera copa. Si al final de la jornada tenemos claro que un día más hemos apurado el elixir Vida ¿no es un gran conjuro contra la Fatal además de una satisfacción, problemas de cada cual aparte?
Hacer ficción sobre la muerte no es menos consistente -yo diría que más- que hacer ficción sobre Dios o los dioses. O los Paraísos, los Nirvanas, los Harenes celestiales...
Salud, Demiurgo, conciencia de los límites y cuidados que nos permitan resistir.
Lo entiendo, razones como esas me enfadan, me radicalizan y no me permiten admitir razonamientos convencionales, que son los políticamente correctos. Muy al estilo F. F. Gómez al final de sus días.
ResponderEliminarEl espíritu -el pensamiento, el talante, la actitud precisa- de FFGómez como el de Labordeta siguen latiendo. Pero también el de Goucho Marx o el de Gila. Tenemos que tener de todo eso, no solo de epicúreos o estoicos clásicos, oiga.
EliminarQuien vence, ella, la ineludible, acaba por encontranos, cavilando sobre el pasado, ante el espejo de ese reloj levógiro que apenas nos consuela, y en el instante álgido, de las miradas a los ojos, los fractales de disparan.
ResponderEliminarUn homenaje precioso a un enorme maestro, de la pluma y de la vida, qué pena de lucha final. Qué derroche de dolor para nada. Un abrazo y feliz viernes
Pues así es, nada está escrito. Aunque la vida ya proporciona algunas pistas y nos pone a todos en situaciones de riesgo y de conductas arriesgadas que conviene tener en cuenta. A veces, a la muerte dan ganas de hacerle críticas morales: por ejemplo, no hay derecho, eres injusta, o bien maldecirla. E incluso, como dice un amigo mío, con la de gente malvada que hay -él dice literalmente con la de hp que hay por el mundo- aunque yo le suelo contestar: esos también caerán. Lo malo, dice mi amigo, es que suelen caer después de haber hecho mucho mal. Y ahí no le puedo quitar razón.
EliminarPor el poder de la ficción. Sobre todo por aquella que no genera castas ni preceptos de obligado cumplimiento, ya me entiendes.
ResponderEliminar...En este caso, la Dama Oscura e infalible, lo desarmó con éxito. Y victoriosa y amable aceptó la copa que le ofreció la Vida.
Otra vez, brillante, Fackel. Saludos contravirus.
Es que a la tal Dama no le gusta que la controlen ni la cambien los planes ni se metan en sus asunto, jaaa. Me gusta reír. La risa puede. Además decía la máxima latina que ríe quien sabe.
EliminarPor esa copa de Oporto rico.
Um...Qué rico... Brindamos? ... Por la Risa. Por la Vida.
ResponderEliminarEso está hecho, ¿qué prefieres? ¿Un ruby, un rosado, un tawny o quizás un vintage? Venga, un vintage de Sandeman o de Taylor's bien vale un brindis.
Eliminar
ResponderEliminarVaya, me has pillado. Tendrás que elegir tú, yo ni idea. Para casos así. los amigos ya saben, siempre un Baileys. Pero dejo que decidas, vale?
Hubo una época en que me iba el Baileys, pero queda eso muy atrás. Y en lo de los oporto era broma, no te creas que me conozco todos esos tipos, en absoluto. Pero reconozco que son vinos muy buenos. En fin que por brindis virtuales no quede la cosa.
EliminarDe acuerdo. Y toma nota por si acaso... Feliz sábado.
ResponderEliminarY a entretenerse. Salud.
EliminarYo considero una bondad (no sé de qué o de quién) que no podamos recordar lo más cruel, aunque asusta ante tanta crueldad que observamos ya que pueda haber aún más y que ése será nuestro fin.
ResponderEliminarEs curioso, porque tuve tu página abierta todo el día sin encontrar el momento de calma para leerte. Ahora tras la cena, mi hija Alba (14 años) me contó de la muerte de Luis Sepúlveda (al que hace años conocí en la feria del libro de A Coruña cuando yo ya sabía que vendría a vivir a Chile). Empecé a leerte pensando en él, triste, y al final encontré la dedicatoria. No sé por qué te cuento esto, pero siento como si algo mágico ocurriera.
Besos
Obviamente, la "bondad" es la de la muerte, porque no siendo no podemos recordarla. Ella es lo más cruel -también es el otro polo más importante de nuestra vida junto con el nacimiento- que nos puede suceder y no relatar después. Por ahí va la reflexión de Pavese en sus magníficos y sapientísimos "Diálogos con Leucó", absolutamente recomendables.
EliminarLas otras crueldades, las del vivir cotidiano con otros individuos, pues ya se sabe que forman parte, como las bondades, de nuestra personalidad, de las que nadie se libra. Por supuesto, hay personas que hacen razón de vida casi de sus crueldades y traen a mal traer a otros. Y de estas podemos acordarnos si queremos; lo que pasa es que también tenemos la tendencia innata, si nuestra salud e higiene mental es buena, a no estar dando vuelta a la crueldad, la envidia, los errores, las frustraciones...Pero de vez en cuando, por algún motivo, nos vienen a la mente, las que cometieron con nosotros y las que cada cual cometió. Pero estas crueldades hay que racionalizarlas y tratar de evitarlas.
En fin. Sí, del Sepúlveda con mala fortuna yo tengo libros suyos dedicados, pero no sustituyen sus contenidos literarios.
Por cierto, aprovecho. El miércoles falleció también un grande brasileño: Rubem Fonseca, este casi con 95 años y de un infarto. Un autor de novelas y cuentos sabrosísimos, de tema negro, con un ingenio vivaz e irónico. Vaya racha.
Las magias de las literaturas, Alís, nos persiguen siempre, creo que para bien.
Hablo con la muerte casi a diario, pero esta que viene a mi casa es tan estirada que no le gusta el oporto... ¿Habrá varias Muertes circulando?
ResponderEliminarYo diría que hay muertes a la carta, pero que cada cual averigüe o reciba a la suya, ja.
EliminarHay retos que se me antojan imposibles y está claro que la voluntad y el empeño que uno pone puede ayudar,... aún así a veces no es suficiente,...así que brindemos con ese Oporto.
ResponderEliminarLos retos de la ficción ayudan. La religión se ha empeñado -inútilmente, claro- en ello. Pero quien pueda que se dote de buena imaginación para llegado el momento enfrentarse con el fin. Eso sí, que se exija: no padecer dolores y si es posible elegir el modo y manera si la circunstancia lo exige. Pero ¿cambiará la mentalidad de los guardianes de la ortodoxia hipócrita?
EliminarMe dan ganas, cuando todo pase, de convocar a cuantos pasan por aquí y brindar con Oporto, Ribera de Duero, Rueda, Albariño o Montilla...Igual hay que hacer una convocatoria virtual. No echemos la idea a la papelera.
Un excelente homenaje al escritor Luis Sepúlveda.
ResponderEliminarAl final, todo lo que no es muerte es vida y deberíamos vivir siempre intensamente, como si fuéramos a morir mañana. No sabemos el día ni la hora. Mientras tanto brindemos por estos hermosos momentos que nos hacen
sentirnos vivos y disfrutar de las pequeñas cosas.
Un abrazo
Siempre me ha parecido que el mejor homenaje que se puede hacer a otra persona -incluso la más íntima- es recordar. Es inevitable mantener la llama de la memoria y de vez en cuando revivir mentalmente algo del pasado con ellos. Pero en el caso de un escritor el homenaje es doble incluso: el mejor homenaje es leer su obra y si lo hemos conocido en alguna ocasión también recordar vivencias.
EliminarPues sí, ese brindis queda ofrecido a cuantos pasáis por aquí asombrándoos, como yo, de la vida. Un abrazo.