¿Dónde estabas? ¿Dónde estabas? Con un coraje escapado del silencio de los últimos días el anciano cree ver la imagen que le persiguió toda la vida. La de la lactancia y la del placer, la de la rectitud y la de la ternura, la de la protección y la del magisterio. ¿Dónde estás?, eleva su tono frágil. Cambia de tiempo verbal porque en el recorrido que está a punto de interrumpirse para él los verbos se unifican, los significados alcanzan una armonía que antes no conocieron. Pero la madre, la amante, la mujer, o el instinto, que acaso todo se resume en el instinto, no habla. No está allí para ofrecer salvación al hombre que se agota. El pensamiento fluye veloz pero desordenado. Para qué va a ordenar el pensamiento, aunque pudiera, si el orden se establece para conseguir un propósito. Pero ¿qué propósito podría obtener a estas alturas el hombre que se pierde lentamente? Allí, tras su invocación, postrado sobre el último lecho, cree ver todos los lechos de su existencia. La cama compartida con su paridora, las camas ocasionales, las camas institucionales. Piensa: ¿por qué siempre he acudido a todas las camas buscando lo mismo, la difícil e inconstante seguridad? Pero la búsqueda de la seguridad ni es fría, ni solitaria, ni superficial. Todo le ha enseñado, aunque no sepa bien cuánto ha retenido. Todas cuantas me han acogido, reflexiona con un sarcasmo que nadie sino él podría entender, me han dado cobijo, calor, entrega, conocimiento, calma. ¿Calma?, duda. Entonces se da cuenta de lo dual que es todo en la vida. Cómo obtener un don implica un esfuerzo que pone a prueba los recursos del individuo. Los biológicos y los culturales. Ah, la búsqueda de la eterna protección, llega a exclamar. Hombres y mujeres embarcados en una constante búsqueda que denominamos con sustantivos sublimes. ¿Dónde quedó el goce? ¿Dónde la estabilidad, siempre tan provisional? ¿Dónde el aplomo que llamábamos madurez? ¿Dónde los arrestos que echábamos para delimitar espacios conquistados? Estás, sé que estás, y vuelve a subir la voz. Alguien entra y pregunta si ha llamado. Pero él no contesta, o replica con una respiración agitada que informa a la visitante. Estás aquí, siquiera para ofrecerme la última visión. Eras la primera y ahora estás siendo la última. Pero yo me entrego, seas quien ocupe el lugar. Toda mujer ha sabido hacer para mí mi lugar. Y yo, me queda la esperanza, lo he sabido hacer en ella. El anciano calla y solloza, no por dolor ni por miedo. Llora por la pérdida; es inevitable. Pero a su vez gime por cuanto tuvo y le alimentó con creces. Porque, desaciertos y fricciones aparte, su balance es bienaventurado. La vida ha sido tan larga, concluye. Todos se fueron antes y nadie pudo impedirlo. Déjame poner la cabeza en tu regazo desnudo. Madre, esposa, amante, mujer del tránsito fugaz. No pido que evites mi destino. Solo quiero que seas tú quien me conduzca a la parada final. No son imágenes, sino actitudes, las que el agónico percibe en ese instante. Y su cuerpo convulsiona como cuando se alborotaba entre los brazos de la madre o se deshacía entre la mujer del amor. Extiende de lado su cara sobre la almohada baboseada. Su propia humedad le parece cálida y gustosa. Sé que estás, como siempre estuviste.
(Fotografía de Andrés Serrano)
Eterna búsqueda de la mujer. Por mucho que sea nuestra vanidad, somos seres incompletos.
ResponderEliminarNaturalmente. De ahí la constante búsqueda; incluso la última.
EliminarAl final todo queda en eso, saber que está, para calmar la ansiedad ante lo desconocido.
ResponderEliminarSaludos.
Intentar aferrarse a la madre en el estertor, y he conocido casos en vivo, parece ser el último recurso. Al menos es más tangible, memoria y sentimientos personales de por medio, frente a otros etéreos que no pasan de ser conceptos abstractos. Ya sabes.
Eliminar"Madre, esposa, amante, mujer del tránsito fugaz": Las mejores compañeras para afrontar cualquier lance por sobrecogedor que pueda parecer...
ResponderEliminarCreo que en el instante último las experiencias de cada cual convergen. El concepto del origen primero y el del mantenimiento a lo largo de la vida después vincula a madre y a mujeres amadas en el imaginario personalísimo del agónico.
EliminarCuando andas por el laberinto, siempre precisas de una mujer que te ayude para dar con la salida.
ResponderEliminarSaludos.
Tal vez la femenina Muerte -curioso que el término sea femenino como el mismo de nuestra paridora- sea la salida. Suena fuerte, pero me da que pensar en ello.
EliminarEse hombre fue mi padre y la hembra: la proyección de su interpretación de su propio eterno femenino que biológicamente me tocó representar. Me estoy acercando a la edad en que falleció y su última palabra antes de disiparse para siempre en mi presencia fue: “mamá!” .
ResponderEliminarAy mi pobrecito niño ( aunque fuera mi padre) que engendró aquel cigoto semejante y contrapuesto con tanta alegría! del que acabaría siendo su esclavo por más que ansiara la libertad!
Jope, MJ, coincido contigo en ese testimonio que también he vivido por verlo en mis progenitores. Qué fuerza y contenido el término madre. Qué conexión imposible con el origen. Qué paradoja.
Eliminar¿Una mujer real o esa mujer ideal, prototípica que buscó, tal vez encontró en las mujeres con la que tuvo contacto? Real o alucinación es lo justo para despedirse de la vida.
ResponderEliminarBien inspirado en esa imagen.
Yo creo que se impone siempre la mujer real, corrige el prototipo fantasioso o se funde en otros casos con él. Es muy particular en cada individuo el tema. Pero la invocación maternal concentra todas las experiencias que tanto hombre como mujer hayamos tenido en esta vida. Y en el texto se arriesga una visión final de la que yo mismo me he estremecido, cuando entra una visitante. En fin, supongo que son devaneos.
EliminarLa imagen es muy potente, ya lo creo. No es la primera vez que la traigo aquí.
https://laantorchadekraus.blogspot.com/2016/12/antonio-ulrike.html
https://laantorchadekraus.blogspot.com/2007/05/ltimas-preguntas.html
Gracias, Demiurgo.
Un texto bello, estremecedor, poético. Además contradice el discurso dominante que conduce al "nom" en el que se busca desintegrar la familia, la pareja y las relaciones fugaces espontáneas. Se argumenta a favor de la independencia para huir de la dependencia. Sin embargo, aunque nos pese, tanto el hombre como la mujer son interdependientes. Todos los mitos de nuestra vida giran alrededor de las relaciones afectivas en un triángulo imperecedero: familia, pareja, amigos...
ResponderEliminarEl hombre (o la mujer) cuando está en su lecho de muerte se acuerda de la "mujer" arquetipica. La defines muy bien."Madre, esposa, amante, mujer del tránsito fugaz".
Es sobrecogedor el hecho de que el hombre parte de un útero, un nacimiento, una relación biológica con su madre. Y busca en los últimos momentos de su vida también la protección de la mujer.
Muy bello, tierno y desgarrador al mismo tiempo.
Un abrazo
Articular las relaciones con el respeto y la libertad al otro conlleva un difícil equilibrio en las dependencias mutuas, pero es un tema complejo.
EliminarNo sé si en todos los casos se da la invocación a la madre. Otros recurren a Dios, porque ejerce el papel protector en el esquema ideológico de nuestra cultura. O acaso para muchos hay un doble ejercicio de invocar a una y a otro. En fin, el relato no tiene por qué conllevar verdades, solo experiencias. Pero estoy de acuerdo contigo en la paradoja de lo que otros llamarían el eterno retorno en el individuo. El eterno retorno en realidad es volver a la nada de la que salimos una vez. Merced a la madre. por supuesto.
Ya que hablas de arquetípico es muy interesante conocer el papel que han jugado en las antiguas culturas de las que nos nutrimos el concepto de las diosas, que posteriormente en ese enjambre sincrético que es el cristianismo se transforman en vírgenes. Hay un libro espléndido, muy riguroso y exhaustivo sobre el tema, "El mito de la diosa":
https://www.siruela.com/catalogo.php?id_libro=2610
Yo me empecé a interesar por el tema hace unas décadas por una exposición que vi en Barcelona sobre representaciones de diosas, gran parte escultóricas, incluida alguna venus prehistórica.
Gracias por los comentarios.
Creo que fue esta:
Eliminarhttps://elpais.com/diario/2000/05/16/catalunya/958439270_850215.html
En realidad, nacer es el morir de la vida intrauterina. ¿Y quien hay para darte la bienvenida, abrazarte y ofrecerte su pecho? -La madre. No es pues de extrañar que en las circunstancias finales algunos busquen, llamen, imploren a la madre.
ResponderEliminarPero también diré que de las tres muertes que he tenido que ver, ninguna hizo algo semejante.
La vida intrauterina fue el horno de cocción. La madre está ahí no solo para parir sino para procurar a continuación. Procurar cuidados, vigilancia, control, dirección...hasta que el niño se cree adulto y a veces reniega y culpa a su madre para más inri. Porque los hay desagradecidos en extremo.
EliminarYo en al menos dos casos que conozco sí que observé la evocación a la madre. En uno de modo más desesperado, en otro contenido y más coloquial. Yo me imagino con la misma actitud.
De los tres textos vinculados a esta fotografía que te he leído éste es el que más me gusta. Me parece el más íntimo, tal vez por eso el yo se fue imponiendo a un más frío narrador-espectador. Sé (creo saber) que es un relato, una reflexión, un dejar ir las sensaciones que te evoca la fotografía y supongo que la vida misma.
ResponderEliminarO tal vez sólo sea mi favorito porque creo intuir cómo se generó este texto.
Como sea, me parece bello, profundo, íntimo y muy conmovedor en cuanto a que me asoma a ese final que se acerca y todo lo que necesitamos en ese momento, que no es tan distinto a lo que buscamos toda la vida.
Besos, Fackel
Ya sabes que lo bueno de este mundo llamado vida humana (o a la inversa, para el caso) es que todos somos muy interdependientes. Unos textos y unos comentarios llevan a otros. El pedernal sigue funcionando. Todo es fricción constructiva en el intercambio de pareceres, opiniones, etc. y salta la chispa de una posibilidad textual un poco más allá. O bien unos textos se encuentran con otros, hallan su hábitat, su caldo de cultivo, como los virus.
EliminarY en el texto hay más, pero acaso demasiado subrepticio y oscuro. O no.
La búsqueda de esa mujer que llena y vacía, que imagino que todo hombre anda en post. Puede que se tarde mucho en encontrar, pero seguir las huellas, de las sábanas incluso, indicaría el camino correcto.
ResponderEliminarUn abrazo y por un día gozoso
Muy sagaz tú, Albada. Buen día con salud, sobre todo con salud. Lo demás, venga o no, será por añadidura, visto los vientos que soplan.
Eliminar
ResponderEliminarY es que mamá, siempre está ahí, como faroguía, como contención, como refugio...
Y que el sol nos de luz, calor y vida.
¿Mamá-sol, entonces? Cuidado, que Papá-sol se puede encelar...
EliminarEl título del cuento de hoy da como vértigo,¿no?.
ResponderEliminarMe gusta: "Toda mujer ha sabido hacer para mí un lugar..."
Curiosidad: Fackel, ¿contiene algunas letras de tu nombre?
Adriana
¿Vértigo el título? ¿Por qué? Hay un día primero y hay un día último.La importancia de este radica en la importancia que tuvo aquel.
EliminarLas letras de mi nombre fueron devoradas hace casi catorce años por el fuego purificador de Karl Kraus.
Fackel,he capturado para una amiga que lucha con el cáncer una de tus entradas ( 17-03-2012) donde Maillard habla del dolor. Sé que la gustará,amigo camaleónico. Eres una gran despensa donde abastecerse. Gracias.
ResponderEliminarAdriana