El amor se extendió como una plaga entre los virus. Si en otras ocasiones era el virus el que ocupaba el territorio del amor, o al menos lo intentaba poseer, esta vez fue el tiempo de la revancha. Algo tendrá el amor, se dijo aquel virus, para que los hombres y las mujeres no cesen de manifestar sus instintos sin miedo. Y se dejó invadir por el amor.
Al principio el virus no entendió las distancias claramente. Los exclusivos tanteos manuales entre la ropa, la permanencia rigurosa de esta sobre los cuerpos, las mascarillas que inhibían las bocas, el fuerte olor a jabón o desinfectante en lugar del aroma natural de la propia piel, todos esos límites le confundieron. No es igual a cuando somos nosotros los que intervenimos sobre los amorosos, pero tal vez todos descubramos unas nuevas maneras de estimularnos, se dijo a sí mismo. Entonces el virus estuvo sumamente atento al poder de las palabras que se dirigían entre sí los que se procuraban el placer.
¿Era lo que se decían las parejas una forma tan eficiente y cálida como el contacto abierto de los cuerpos? El virus observó que el fuego de los amorosos no cedía aunque las carnes se hallaran en apariencia distantes. ¿Será también palabra el cuerpo? ¿Se sentirá a través de ella el calor de la carne, la inteligencia del roce, la excitante interrogación de la caricia? En el estrechamiento verbal de los que se aman, ¿degustarán del mismo modo las salivas, lamerán sus sudores con idéntica fruición, olerán sus subrepticios aromas que tanto les eleva? ¿Sentirán correr por las gargantas la salinidad de sus líquidos? Y, en fin, ¿descenderán a una análoga inmersión cayendo en el extravío con la sola pero enérgica ductilidad de la palabra?
Poniendo el virus en acción todos sus sentidos, que en este caso no son cinco sino que no tienen límite, su territorio se abrió a una comprensión que le desconcertaba. Comprobaba en las cimas y en las profundidades del encuentro de los amorosos de qué manera se mostraba ágil y fecunda la palabra. Los amantes se nombraban el uno al otro con términos exultantes, sublimes unos, obscenos otros, frágiles en ocasiones, estruendosos de forma inesperada. Y siempre exhibiendo un carácter de propiedad mutuo. Aquella expresión de soy tuyo o la otra de tú eres mío, que escuchaba con tono tenue y mimoso, pero seguro, le impactaban sobre manera al virus. ¿Por qué querrán dejar de ser ellos para ser el otro? ¿Cómo será posible? Los verbos podían conjugarse con tal repertorio caprichoso que al virus le aturdían. Aquella potencialidad de la palabra superaba al acto físico en sí. Y las preguntas le arrebataban. ¿Sentirán de verdad como antes de la plaga? ¿Potenciarán su deseo o solo lo magnificarán? ¿O se habrán convertido en actores de una representación, no menos sincera por moverse en las arenas movedizas de lo aparente?
El virus no salía de su asombro y estaba a punto de arrepentirse de haberles permitido a los amorosos ocupar su espacio. Ellos se mantienen e incluso se crecen en su entrega y en cambio yo no saco beneficio alguno, pensó. ¿Qué debo hacer? Entonces decidió permanecer callado, pasivo pero latente, a la espera de un cambio de circunstancias. Solo se repetía: si las mujeres y los hombres se exploran con la palabra y llegan tan lejos, yo también quiero aprender de ellos el ejercicio de sus voces silábicas y alocadas. Acaso acabe siendo la palabra misma y abandone la monótona e ingrata existencia de los virus.
Poniendo el virus en acción todos sus sentidos, que en este caso no son cinco sino que no tienen límite, su territorio se abrió a una comprensión que le desconcertaba. Comprobaba en las cimas y en las profundidades del encuentro de los amorosos de qué manera se mostraba ágil y fecunda la palabra. Los amantes se nombraban el uno al otro con términos exultantes, sublimes unos, obscenos otros, frágiles en ocasiones, estruendosos de forma inesperada. Y siempre exhibiendo un carácter de propiedad mutuo. Aquella expresión de soy tuyo o la otra de tú eres mío, que escuchaba con tono tenue y mimoso, pero seguro, le impactaban sobre manera al virus. ¿Por qué querrán dejar de ser ellos para ser el otro? ¿Cómo será posible? Los verbos podían conjugarse con tal repertorio caprichoso que al virus le aturdían. Aquella potencialidad de la palabra superaba al acto físico en sí. Y las preguntas le arrebataban. ¿Sentirán de verdad como antes de la plaga? ¿Potenciarán su deseo o solo lo magnificarán? ¿O se habrán convertido en actores de una representación, no menos sincera por moverse en las arenas movedizas de lo aparente?
El virus no salía de su asombro y estaba a punto de arrepentirse de haberles permitido a los amorosos ocupar su espacio. Ellos se mantienen e incluso se crecen en su entrega y en cambio yo no saco beneficio alguno, pensó. ¿Qué debo hacer? Entonces decidió permanecer callado, pasivo pero latente, a la espera de un cambio de circunstancias. Solo se repetía: si las mujeres y los hombres se exploran con la palabra y llegan tan lejos, yo también quiero aprender de ellos el ejercicio de sus voces silábicas y alocadas. Acaso acabe siendo la palabra misma y abandone la monótona e ingrata existencia de los virus.
(A propósito de la fotografía de Aly Song, de Reuters, tomada de The Atlantic )
Qué fuerte... me encanta. Es que los "amorosos" comienzan su andadura erótica antes de que sus cuerpos se rocen. Una mirada, una palabra, una respiración, un sueño... O quizás nada. Dos nadas que se encuentran y de repente abrazan el todo.
ResponderEliminarMuy hermoso tu cuento en clave.
Abrazos
Y sin riesgo viral, en principio. Claro que muchas veces lo verdaderamente viral es la pasión en sí, pero es otro tema, o parte del mismo pero desde otro ángulo. Gracias por tus observaciones.
Eliminarsabias conclusiones las de los virus, que en su frenesí destructor, no acababan de comprender que algo les superase, la palabra como fuente de vida.
ResponderEliminarSaludos.
En el cuento todo es posible; en la vida real, precaución. No dejo de pensar en lo complicado -o creativo, según se mire- tiene que estar siendo para los amorosos en China en esta temporada.
EliminarEl problema de los virus es la mala prensa...
ResponderEliminarMala prensa tienen, pero es que se lo suelen ganar a pulso.
EliminarLo de los virus es muy curioso. En el principio de los tiempos nadie les ordenó con voz de trueno: Creced y multiplicaros!!
ResponderEliminarY aún así, los muy cabrones son especialistas. No follan, pero penetran y sueltan su ADN vírico en la celula huesped y hala!! ya la tenemos liada.
Eso si, penetran sin ternura alguna. Lo dicho, son unos cabrones.
Pues mira que yo pensaba que todo venía de aquel grito fatídico...Mira el efecto chino por tanto crecer y multiplicarse...Los virus se cuelan por todas partes, son enormemente curiosos pero tan invasores. Lo curioso es que probablemente no prosperen tanto como nos pensamos, y que la resistencia de los cuerpos sea impresionante. Pero al que le toca, ¡premio! No les pidas precisamente ternura, con que pasen de largo ya será suficiente el favor.
EliminarPor cierto, la foto es chulísima 😉👍
EliminarSí. Si vas al enlace que pongo abajo verás más.
EliminarPosiblemente este virus mate más gente que cualquier otro de moda. Como no hay vacuna contra él, es decir: como nadie se beneficia económicamente del contagio ajeno, no es noticia y no se crea alarma social.
ResponderEliminarUn saludo, Fackel.
Tal como dices, pero si te das cuenta la información sobre el problema va difuminándose poco a poco. Todo el mundo tiene interés en que no haya alarmas mayores y en que hay que poner a salvo las economías. Cuando oigo que provincias de cincuenta millones de seres están prácticamente en estado sitiado me estremezco. Complicado mundo, Cayetano.
EliminarMe refería, claro está, al virus del amor. No hay vacuna. Para el de moda, la habrá. Siempre habrá alguna farmacéutica que se forre.
EliminarQué bueno, lo interpreté como el otro. Y cierto, cierto, no hay vacuna, pero los anticuerpos los genera el propio organismo enamorado, ¿no? ¿O perece siempre? No sé.
EliminarQué reconfortante amor en tiempos de pestes, no sabemos mucho de los virus, pero quién sabe si no seremos para ellos los cuerpos más tontos donde alojarse por unos días.
ResponderEliminarEllos siguen su ruta de aniquilación de humanos, a veces caen muchos y otras, un puñado porque nos hemos adelantado y los conocemos en toda su intimidad. Imagínate, quizás nosotros somos una especie de virus que parasitamos, sin tener consciencia, un organismo al que fastidiamos cada temporada.
Precioso relato, abrazos.
Nosotros -y todas las especies animales- somos el territorio, los caldos de cultivo según circunstancias, los nutrientes virales. Los virus, como las bacterias, nacieron con la vida del planeta. Aunque probablemente muchos de ellos se hayan desarrollado en función de la evolución humana y las alteraciones producidas por nuestra acción, consciente o no. Gracias, Marga, sigamos en pie.
EliminarRecuerdo que The Matrix, un personaje compara a la humanidad con los virus, por consumir todo a su alcance, hasta agotarle, y luego irse a otra parte.
ResponderEliminarPero este virus es distinto, más bien beneficioso. El único riesgo sería no contagiarse.
Saludos.
Ya sabes que podemos convertir en metáfora todo lo que tocamos o nos acompaña. Lo hemos hecho respecto a los animales desde hace milenios. Actualmente ya se ha introducido el término viral para la audiencia de cierta clase de difusión en las red sociales, ¿no?
EliminarNo sé si hay virus bondadosos, tal vez el del relato quiere que los humanos vayan hacia su espacio para así saciar su curiosidad sobre las conductas humanas, pero como la cabra tira al monte seguro que espera la oportunidad para contraatacar. Dejemos las espadas en alto.
Muy bueno y simbólico tu cuento. Fackel. Coincido con Ana; diría esencialmente lo mismo que ella... Y es que el Virus llega a la conclusión de que los amorosos tal vez tienen la razón al elevar los sentimientos hechos palabra, por encima de las emociones.
ResponderEliminarGracias. Buenas noches.
Tengan o no tengan razón, tienen, luego sienten, la necesidad de hacerlo. ¿Y quién se lo va a impedir?
EliminarEso nos llevaría a debatir sobre la línea establecida entre afectos, emociones y palabras, porque ¿quién transforma a quién?
Gracias, Soco.
La capacidad de analizar los comportamientos motores de los humanos me ha encantado. Ese virus, meditando y muy sabiamente, diserta y se pregunta sobre aspectos más que humanos de su propia existencia. Un ejercicio preciosista la verdad. Fíjate que si la inteligencia se midiera sólo por la capacidad de adaptación, virus y bacterias serían las ganadoras.
ResponderEliminarTe deseo una feliz amanecer, porque me desvelé y ahora tu texto me has despertado aún más :-). Un abrazo
A veces, en un ejercicio caprichoso, a uno le entran ganas de preguntarse por lo que piensan los virus, las bacterias, la infinidad de seres minúsculos que habitan dentro y fuera de nosotros y de todos los seres vivos, incluso plantas, etc. Ya sé que lo de pensar se reserva a eso que llamamos con tanta soberbia ser o ente, pero sin todo el universo que puebla nuestras entrañas ¿seríamos los mismos? Incluso, ¿seguiríamos estando aquí? (No es cosa de entrar ahora en enredarnos en lo que es maligno o benigno para el organismo, pero estoy convencido que la investigación científica nos deparará sorpresas en el futuro sobre la acción de tanta vida minúscula que forma o destruye otras vidas)
EliminarPor un momento temí que fuera el texto el que te había desvelado, que no es para tanto. Se agradece la lectura y que el desvelo haya sido para bien.
Se cambia el "riesgo viral" por la "palabra vital".
ResponderEliminarSalut
Se cambia. Lo malo es que la palabra vital no puede por las buenas con el riesgo viral, ¿no? Pero ayuda, y mucho.
EliminarSalud, Miquel, no nos queda otra.
Está claro que el amor lo puede todo, hasta con los virus
ResponderEliminarmuy buen cuento, me encanto esa visión diferente ...
:)
Hola, MaRía. Yo no estaría tan seguro de que el amor lo pueda todo, acaso lo puede todo mientras dura y en su justo punto, en este caso quién sabe si el virus no está demorando su ajuste de cuentas. Hay que dar palabra de ficción a otros seres, aunque nos hagan la puñeta. Bien por leer.
EliminarHay una palabra que nos libra de todo el peso y dolor de la vida. Esa palabra, como bien estáis pensando, es AMOR
ResponderEliminarEs una palabra que hay que pronunciarla con hechos, ejercitarla con entregas, hay que librarla de que se quede solo en palabra, sospecho.
EliminarTanto el virus amoroso como el que no lo es, requieren acción; ni la palabra cura ni ama.
ResponderEliminarLa esencia de cada virus es su auténtica fuerza. Pero, de hecho, hay un dicho de que "hay amores que matan".
Gracias Fackel.
Saludos.
En efecto, toda clase de virus requiere acción si se quiere sobrevivir. La ciencia trabaja en ese sentido. Los amorosos deben comprender la palabra como parte de su propia acción; si se desliga su componente benefactor quiebra.
EliminarEl dicho ese siempre me pareció una ironía, pero visto el panorama refleja la realidad de las atrocidades que se viven. Gracias a ti, Rosa.